Días 53-55: (breve) vuelta a la normalidad

El domingo por la mañana llegué con tiempo al hotel y, ¡sorpresa!, mis padres y mi hermana ya estaban listos y todo. Así que nada, pagamos la cuenta (pagaron) y cogimos el tren rumbo a Rotterdam con tiempo de sobra. Por una vez, el sistema ferroviario holandés no me dejó en evidencia delante de mi familia: tuvimos un apacible viaje de 70 minutos a través de la soñolienta campiña holandesa. A pesar de que nos tocó un día nublado (80% de posibilidades en este país), disfrutamos de las vistas, con sus campos ordenados, sus acueductos, las casitas, las vaquitas holandesas puestas por aquí y por allá como en una encantadora postal proeuropea… Es curioso que, pese a que en el resto de las ciudades y pueblos de Holanda no tienen tantos problemas de terreno edificable como en Amsterdam, las construcciones siguen conservando el mismo estilo arquitectónico de casas altas y estrechas. Después, claro, está Maastricht, la oveja (¿vaca?) negra de la familia.

Como comentaba, llegamos a la estación central de Maastricht sin problemas. En el tren, el revisor no nos puso ninguna pega a que todos nuestros billetes fueran con descuento, así que mis glándulas sudoríparas siguieron trabajando con normalidad. ¡Cómo me encanta el sistema de transporte público de este país!..., sobre todo cuando funciona bien. Nada más llegar a Rotterdam, el autobús para el aeropuerto nos estaba esperando en la entrada. Hasta nos tocó un conductor amable, y eso ya es más difícil. Al final, llegamos con tiempo más que de sobra al minúsculo aeropuerto (jamás hubiera pensado que en Holanda habría uno más diminuto que el de Bilbao) y nos tomamos nuestro último chocolate caliente, al más puro estilo turista.

Una vez me resultó completamente evidente que mis padres y mi hermana no podían encontrarse ningún obstáculo más a la hora de tomar el avión, me despedí de ellos sin miedo a que me avergonzaran tantos arrumacos, besos y abrazos. Al final y al cabo, no es tan probable que en este país nos entendieran, y me estoy refiriendo a la legendaria sangre de sapo de los holandeses. Aunque estoy pensando que, precisamente por esto, puede que quizá diéramos aún más el cante por esta razón... Bienvenidos al mundo de “Turistas españoles dando vergüenza ajena por el mundo”, nuevo programa de TVE.

Volví rápidamente a casa (bueno, que cogí el siguiente tren que se me presentó, vaya) y para las 13:00 o así ya estaba de vuelta en Uilenstede. Me dediqué el resto de la tarde a poner en orden mi habitación, mis relaciones con mis compañeros de piso… y mis estudios. Si, antes de irme de Erasmus, alguien me hubiera dicho que estaría escribiendo un trabajo que valía el 50% de la nota finalla noche antes del plazo de entrega, me hubiera reído en su cara: ¡con lo que peleamos en Deusto sólo por 2 puntos! Pero, efectivamente, no tenía otra opción, así que ahí me planté como un campeón, en el ordenador hasta las 2 de la mañana y la cama llamándome a gritos constantemente.

El lunes y la mayor parte del martes me los tomé con toda la tranquilidad que había perdido en estos días, y como un pequeño oasis en toda la locura que me esperaba el resto de la semana; y es que mi cuadrilla empezaba a venir (la avanzadilla) el martes por la tarde y la última persona se marchaba el domingo. Así que estos días cosas tan rutinarias como ir a clase, hacer la compra o una cena con mis compañeros de piso en la cocina me hizo sentirme relajado otra vez, y recargar las pilas para la nueva visita que estaba al caer.

  • Metedura de pata del día:  los desayunos-buffets suelen salir caros. Aviso Día 3. Solo diré que la oferta que me había molestado en buscar para el alojamiento en aquel hotel se fue al garete, vista la astronómica factura que tuvimos (tuvieron) que pagar. Es como si tuviéramos otro hermano que alimentar..., uno especialmente glotón.
  • Moraleja del día: cómo se echa de menos a los padres… hasta que se los deja de echar de menos. Me apetecía mucho su visita y, de hecho, la disfruté mucho durante estos pocos días. Sorprendentemente, aunque son padres y tienen ciertos malos hábitos que es ya imposibles quitarles porque nacieron con ellos (o nacieronenellos cuando nacimosnosotros), me lo pasé en grande estos días. Quizás porque no nos habíamos visto hacía meses, y apetecía ya compartir cierto tiempo juntos. Lo malo es que en este tipo de visitas, el tiempo compartido no puede ser dosificado.
  • God bless: el amor de los italianos por la pasta. Tantas y tantas cenas en las que no he tenido que cocinar porque la pasta y la cacerola parecen extensiones de sus brazos. Gracias, Giulia, porque aquel domingo estaba agotadísimo.

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