Despertar en el aeropuerto JFK
¡Hola a todos!
Después de haber pasado ocho horas (o incluso probablemente más debido al cambio de zona horaria) en el aire, llegamos a Nueva York. El curso de idiomas que teníamos empezaba al día siguiente, así que teníamos toda la tarde y toda la noche por delante para ver Nueva York. Nuestro plan era coger un tren a nuestro destino la mañana siguiente. El vuelo fue genial, nunca había volado en un avión tan grande en el que, en vez de seis personas, cabían ocho personas por fila. Nos dieron dos comidas calientes buenísimas y cuando me levanté para estirarme un poco a andar de un extremo del pasillo al otro, se tarda más de cinco minutos en llegar desde un lado al otro. Cada viajero tenía una pantalla en el asiento delantero que incluía películas, series, álbumes de música, juegos, tests, un mapa que se movía con nosotros y otros muchos programas de entretenimiento. Además, el largo viaje nos ayudó a conocer mejor a las otras dos chicas húngaras. No exagero cuando digo que este viaje ha creado una amistad para toda la vida.
Lo mejor de todo es que a pesar de que el viaje hasta Nueva York hubiese durado muchas horas, a mi se me pasaron volando y me parecieron solo como dos o tres horas. Y además habíamos ganado horas. Nos subimos al avión por la tarde en Berlín (tuvimos que hacer un transbordo ahí para llegar, la ruta era Budapest-Berlín-JFK) y llegamos más o menos a la misma hora por la tarde, como si nada hubiera pasado. Aunque estuviésemos cansadas, ninguna quería ir al hotel a descansar. Estábamos llenas de energía y emocionadas. Desde aquí me gustaría agradecer a Air Berlin por el viaje tan cómodo y el buen servicio.
El aeropuerto John F. Kennedy es uno de los más grandes del mundo. Cuenta con nueve terminales distintas y trenes que las conectan entre sí. Nos llevó bastante encontrar la salida al tren que nos llevaría a la parada de Jamaica, desde donde cogeríamos el tren a Manhattan que es donde estaba nuestro hotel. El aire, las nubes, los sonidos e incluso el metro es muy diferente a aquello que ya habíamos visto. Las casas, las calles, los semáforos y los árboles eran totalmente distintos a aquellos de Europa. Todo parecía nuevo. A pesar de haber visto mucha policía en nuestro país, la policía neoyorquina es completamente distinta. Y ejemplos como este hay muchos. Todo era diferente. Porque es Nueva York.
Ese sentimiento de libertad, esa sensación de que estábamos a más de 7000 kilómetros de casa, me llegó. Como una simple chica húngara, nunca soñé que podría ir a Estados Unidos gracias a la universidad y acompañada de amigas. Creo que cuando uno llega a Estados Unidos por primera vez en su vida, la mandíbula se le desencaja de estar todo el rato boquiabierto con esa abrumadora sensación de felicidad y libertad que te invade. Aunque te pase algo malo aquí, parecerá de todas maneras increíble. Llegar a Estados Unidos me llena de satisfacción mucho más que ir a cualquier otro país de Europa. Incluso ahora, un año después de haber estado mientras escribo esto, se me pone la carne de gallina y todavía echo de menos ese periodo de mi vida.
P. D. Pido perdón por la calidad de las imágenes. No soy una fotógrafa profesional.
Si te interesa, no seas vago y lee mis otros posts.
Gracias por leerme,
Dora.
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