Viajes Erasmus: Laponia finlandesa (II)
El segundo día en Laponia no fue en Laponia la mayor parte del tiempo, ya que el segundo día estaba programada la que para mí sin duda fue la actividad de la que mejor recuerdo guardo. Consistía en un viaje cruzando casi todo el círculo polar ártico para llegar hasta el norte de Noruega, concretamente a un pequeño pueblo (de nombre impronunciable) llamado Bugøynes. Hasta ahora es el punto más septentrional del planeta que he llegado a pisar, y es que si se mira en un mapa se ve como está a no demasiados kilómetros del polo norte,
Pero para ello había que volver a viajar en autobús hasta allí, lo cual no era ni mucho menos un recorrido corto. Para hacerse una idea de la distancia que separa Saariselkä de este pueblo de Noruega hay que imaginarse lo que sería aproximadamente un viaje desde Sevilla hasta San Sebastian (o incluso algo más diría yo). Y esto después de haber pasado más de 10 horas en un autobús el día anterior se hace duro. Muy duro.
Día 2. Camino hasta Noruega
El autobús salía de nuestro lugar muy pronto, aproximadamente a las 7 de la mañana. Hubo que hacer un gran esfuerzo para sobreponerse al cansancio que aún había en el cuerpo del anterior viaje. Y es que, aunque dormimos todos como verdaderos troncos, la verdad es que en ese momento el cuerpo pedía unas horas de sueño más. Nada que no se solucionase con unos paisajes increíbles que estábamos a punto de ver.
El autobús era exactamente el mismo, por lo que tenía las mismas “comodidades” que el autobús del viaje principal. Hay que ir con el móvil bien cargado ya que el wifi del propio autobús acaba resultando realmente salvador durante las más de 6 horas que duró el viaje de ida. Cabe mencionar que cada ciertos asientos hay una pequeña regleta de enchufes donde se pueden enchufar al menos dos móviles, por lo que si te quedas sin batería no es del todo el fin del mundo.
Por el camino hicimos una parada en una gasolinera perdida en algún lugar de Laponia cercano a la frontera con Noruega. Al estar tan cerca de la frontera llamaba la atención ver como ya aquí todos los precios estaban convertidos a la divisa noruega, así como el nombre de todos los productos traducido al noruego. En esta gasolinera tomamos el almuerzo, y tuvimos la suerte de parar en una gasolinera con carnicería que vendía carnes muy variadas.
Yo no llegué a saber qué tipo de carne estaba comiendo, pero el guía que nos acompañaba nos recomendó encarecidamente que pidiéramos unas costillas de un animal que a día de hoy no sé cuál era. El caso es que estaban muy sabrosas y sin duda amenizó un poco el viaje hasta Noruega.
No mucho después pasamos a cruzar la frontera hacia Noruega, lo cual está señalizado y nuestro guía se encargó de avisar creando esa absurda expectación que se crea cuando cruzas una frontera. Una vez en suelo noruego el autobús realizó una segunda parada para que pudiésemos contemplar una pequeña parte que el paisaje ártico podía ofrecer. Era un río congelado en gran parte situado entre dos montes nevados por completos. Un paisaje incomparable a ningún otro que puedas ver en otro lugar de la tierra que no sea el círculo polar ártico en el que estuvimos un buen rato tomando fotos e investigando un poco.
Después proseguimos nuestro camino cuya última parada sería finalmente el pueblo de Bugøynes, un pequeño pueblo pesquero cuya población no supera los 250 habitantes. Cuando llegábamos parecía imposible que en ese lugar hubiese ningún tipo de población. Es un lugar recóndito por completo, es difícil hacerse a la idea de que gente vive allí. Pero lo hacen, de hecho poseen escuela y clínica hospitalaria. Lo que no poseen, eso sí, es un órgano policial, por lo que sus conflictos (si los tienen) los solucionan entre ellos por vías no violentas. Un ejemplo de civilización para estar tan alejados de lo que consideramos “civilización”.
Sauna y baño en el Ártico
El autobús paró en una playa que se encontraba situada en un golfo. Aquí fue donde realizamos la actividad principal del viaje, la cual consistía en estar aproximadamente una hora dándonos una sauna mientras la alternábamos con unos baños esporádicos en el océano Ártico a una temperatura ambiente de -15 grados. Sensación única dónde las haya que te deja el cuerpo de una forma alucinante y que yo al menos no he vuelto a experimentar de manera parecida.
Lo primero que hicimos fue dividirnos en chicos y chicas para ponernos el bañador en unas cabañas muy precarias que hacían de vestuarios. Había que quitarse toda la ropa térmica que llevábamos, por lo que es una labor que se puede hacer algo complicada. Mientras tanto la sauna se iba calentando. A pesar de lo que puede parecer que supone bañarse en aguas del Ártico, cuando más frío se pasa es al cambiarse en la cabaña-vestuario, porque luego entre que vas corriendo al agua y que la sensación térmica al entrar y salir del agua suaviza y relativiza la temperatura no acaba siendo para tanto.
Una vez cambiados nos dirigimos todos al interior de la sauna, la cual era amplia ya que tenía que albergar a aproximadamente 40 chicos y chicas en su interior. Cabíamos todos, sin demasiado espacio entre medias pero cabíamos. A la entrada hay una cesta con chanclas de uso público que tienen una pinta bastante insalubre, las cuales por supuesto rechacé ponerme en un principio a pesar de que yo no tuviese chanclas propias en ese momento. En ese momento me importaba el tema de no coger hongo en un país extranjero.
Pero durante la primera incursión a la playa para bañarse en el mar me di cuenta del grave error que había cometido. No se trata de una playa del Mediterráneo en la que es todo arena, esta está llena de pequeñas rocas que hacen que se te destrocen los pies. Cuando me di cuenta de mi error estaba a medio camino, por lo que no iba a darme la vuelta en ese momento, así que seguí hasta llegar a la zona de arena y meterme en el agua con los pies extremadamente doloridos.
La sensación al meter el pie es como la de una aguja recorriéndote todo el cuerpo, pero enseguida se pasa del sufrimiento a confort relativo. Para mí fue imposible permanecer más de 2 segundos seguidos con todo el cuerpo sumergido en el agua. Mi primera incursión al agua fue breve, así que volví corriendo a la sauna destrozándome los pies aun más y, esta vez sí, me puse unas chanclas sin pensar en los hongos que esta pudiera tener. Aunque he de decir que volví de Finlandia sin ningún tipo de hongos en los pies (que yo sepa).
Todos repetimos este proceso unas tres veces más antes de que nos tuviésemos que marchar. En una de las veces en el mar me atrevía a meter la cabeza, lo cual se siente como si un boxeador te noquease cosa que, aunque ningún boxeador me ha golpeado jamás, puedo intuir más o menos como podría llegar a ser. Puede parecer una locura hacerlo, pero nadie viaja hasta el norte de Noruega para no salir de la sauna. Cuesta al principio pero es una experiencia inolvidable. Para mí, la que más, la haría una y mil veces si pudiese.
Al acabar nos secamos y nos pusimos la ropa térmica de nuevo. La sensación que se le queda al cuerpo después de esta actividad es de relajación absoluta. Te sientes otra persona diferente, como si tu cuerpo no te poseyese a ti mismo. Si pudiese y viviese en Finlandia durante todo el año, repetiría la experiencia al menos una vez a la semana.
A eso de las 15 horas de la tarde fuimos al colegio del pueblo, en el cual nos recibieron unas personas que se dedicaron a contarnos un poco por encima la historia de este pueblo Noruego y nos invitaron a un almuerzo propio de comedor infantil pero que sentó como el mejor manjar que habíamos probado jamás. Nos contó el director de ese colegio, brevemente, el sitio en el que estábamos y sobre la ciudad de Bugøynes. Luego nos presentó a los cocineros que nos iban a servir la comida: una sopa de pescado de la cual se podía repetir.
Salimos del colegio al acabar de comer, aproximadamente a las 16 de la tarde, y ya era noche casi cerrada en el pueblo. Lo normal a esas latitudes. Lo último que hicimos fue andar un rato por el pueblo y subir a una zona más alta para tener una visión panorámica de todo Bugøynes con la playa en la que nos habíamos bañado hace un par de horas de fondo. A estas horas, ya sin luz, hacía muchísimo más frío, por lo que el sentir general era el de querer volver cuanto antes al autobús por extraño que parezca. Nos hicimos una foto de grupo con el pueblo de fondo y nos volvimos.
Llegamos a Saariselkä aproximadamente a las 10 de la noche, donde nos esperaban en la cabaña algunos otros amigos que no habían realizado la actividad. Había mucho cansancio acumulado, pero esa noche sacamos las fuerzas suficientes como para visitar un poco el resto de cabañas en las que se alojaban las demás personas mientras tomábamos Lapin Kulta por el camino. Fue entonces cuando descubrimos que nosotros estábamos en la cabaña más pequeña de todas probablemente, pero a la vez nos sentimos agradecidos de no tener que congregar a todas las personas durante las noches de fiesta.
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