Milán y Romeo y Julieta, el musical.
Milán es por muchos la ciudad por excelencia de la moda, un área completamente modernizada donde priman los rascacielos y los grandes comercios. Se encuentra en el norte de Italia, concretamente a unas cuatro horas de Ferrara, desde la que se puede llegar fácilmente en tren o en autobús. Yo pongo el ejemplo de Ferrara porque es donde residía pero pensando en cualquier otro lugar, Milán tiene muy buenas comunicaciones con cualquier parte de Italia.
En nuestro caso compramos los billetes de un autobús de la compañía FlixBus que salía aproximadamente a las 6 de la mañana desde la estación de Ferrara y llegaba allí sobre las 10. En principio, levantarse un día a esta hora en la que prácticamente no ha salido ni el sol cuesta un poquito, sin embargo, os puedo asegurar que cuesta infinitamente más cuando has salido de fiesta la noche de antes, y aún más cuando encima es invierno y hace un frio en la calle que no se puede ni respirar sin sentir que se te congelan desde las fosas nasales hasta el último alveolo.
En fin, creo que pude salir de la cama porque me parecía más locura el quedarme que hacerlo cuando ya teníamos todo contratado, bueno, y porque creo que aún me quedaba algo de alcohol en el cuerpo, porque si no hubiese sido así me hubiese quedado entre las sábanas casi seguro. Menos mal que me despertaron y me puse en marcha lo más eficazmente posible que pude. Vaya resaca. De hecho, fíjate si no estaba en las condiciones, que íbamos ya en el autobús cuando me entró calor, comencé a quitarme camisetas y sudaderas que llevaba puestas y entre todas descubrí una que no era ni mía, pero no solo eso, la llevaba al revés. En ese momento vi mi dignidad salir por patas corriendo, no quería estar más conmigo. Pero bueno, de todo se saca algo bonito y lo bonito de esto son las risas que me hecho ahora al acordarme de aquel momento.
Llegamos a Milán sobre las diez y media de la mañana, cansadas, pero ilusionadas. Allí nevaba, caían suavemente grandes copos de nieve del cielo, que cubrían poco a poco las huellas que íbamos dejando en la carretera a lo largo que avanzábamos hacia el lugar donde se encontraba nuestro Hostal, que tenía una situación bastante céntrica.
Lo habíamos reservado por Booking, y se llamaba, atención: ‘New Generation Hostel Urban Navigli’. Y si, obviamente lo he tenido que volver a mirar en mis reservas pasadas porque es imposible acordarse de un nombre así con el tiempo. El hostal era muy moderno, y aunque tuvimos que esperar un poquito hasta que nos pudiesen dar la llave de nuestra habitación, nos entretuvimos tomando algo calentito en el bar mientras veíamos nevar en la calle y hacíamos sonar, o más bien, intentábamos hacer sonar un piano de pared algo viejo y desafinado que se encontraba allí.
Finalmente pudimos subir y he de decir que la habitación estaba bastante bien. Teníamos dos camas bajas y una litera, en una habitación compartida con otras tres personas a las que apenas ni saludamos porque cuando ellos iban a algún sitio nosotros veníamos y viceversa.
El baño era compartido, y las duchas… ¡ay! Las duchas... ¡Se veía todo de una a otra! La verdad es que no recuerdo bien si eran dos o tres duchas, lo que si recuerdo es que estaban pegadas entre ellas, y encima, con mampara de plástico, si de esas que tienen gotitas pintadas pero que es como si no tuviese nada. Total que o nos duchábamos por separado o la intimidad era cero.
Pero bueno, dentro de lo que cabe y por el precio que habíamos pagado que habían sido alrededor de 15 euros por persona y noche, estaba bastante bien.
Fuimos entonces a comer, y aunque no sabíamos dónde, andando por las calles acabamos encontrándonos con un sitio que nos llamó la atención. Resultó ser un local de una cadena llamada ‘CKN&CKN’, una especie de KFC donde sirven comida rápida como hamburguesas, alitas de pollo, patatas y otros productos similares. Pedimos una hamburguesa de pollo cada una y la verdad es que nos dio para comer y casi para cenar, porque era tan abundante la comida que no tuvimos más remedio que dejarla para más tarde.
La tarde la aprovechamos para visitar un poco Milán, fuimos, en primer lugar a la Piazza del Duomo, una de las fonas más concurridas de Milán por ser uno de los lugares más turísticos pero también de los más bonitos que encontramos dentro de un escenario de ciudad metropolitana.
Nos encontramos, de frente, la Catedral de Milán, un edificio de estilo gótico que fue terminado hace relativamente poco tiempo, en los años 60. Me quedé con muchas ganas de entrar, y he tenido que apuntarlo sin duda en mi lista de lugares pendientes que visitar en Italia. Eso sí, si vuelvo será en los meses de primavera o verano.
Mirando hacia la Catedral, a la izquierda, se encuentra la Galería Vittorio Emanuele II, uno de los centros comerciales más lujosos de toda la ciudad. Sus paredes en dorado y los techos de cristal hacen que cuando entres aquí te sientas en otro lugar totalmente diferente de la plaza que dejamos justo a sus espaldas. Es curioso porque las tiendas tienen todas el cartel de forma diferente a las que estamos acostumbradas a ver, y es que para mantener el delicado equilibrio que se crea con la arquitectura se precisa que los colores de los mismos sean en negro y dorado. Además, al llegar al centro de cruz que forma encontramos una cúpula impresionante donde justo debajo había un mosaico de un Toro, me sorprendió que hubiese algunas personas alrededor y que de vez en cuando alguien aplaudiera o mostrara euforia. Nos acercamos y comprendimos el porqué de aquello, la leyenda cuenta que si pisas las partes nobles del toro y das tres vueltas sobre tu eje te traerá suerte para aquello por lo que luchas, por ejemplo, en mi caso, aquel gesto supuestamente me debe ayudar a sacar el título y a obtener mejores calificaciones. Bueno, estudiando una carrera como farmacia no es malo creer en la suerte de vez en cuando.
Por lo demás, llamaban la atención también las tiendas de marcas muy reconocidas como Prada, donde no sé qué me llamaba más a la atención si la ropa o los precios desorbitados que la gente llega a pagar por las prendas. Yo es que sinceramente no entiendo mucho de moda.
Siguiendo con nuestro paseo y llegamos entonces a Piazza degli Affari, muy conocida por ser aquí donde reside el Palazzo Mezzanotte, o comúnmente llamado como el Palazzo della Borsa, es decir, es el lugar donde se recogen todas las actividades y negocios relacionados con la bolsa no solo con respecto a Milán, sino de toda Italia. Además, es muy curioso porque en el centro de esta plaza se puede encontrar una escultura de aproximadamente 5 metros de altura que no es muy común ver por ahí. Representa perfectamente una mano con todos sus dedos cortados a la altura de la palma excepto uno, el corazón. Sí, no estáis pensando mal, es el típico gesto que se utiliza cuando quieres mandar a alguien a… freír espárragos, como se dice comúnmente en mi pueblo (y por no decir otra cosa).
La llamaron L.O.V.E., y es comúnmente llamada también como ‘Il Dito’ (que en español significa ‘El Dedo’), su creador se llama Maurizio Cattelan y es muy conocido en toda Italia por buscar en todas sus obras una polémica que acaba encontrando sin duda. En este caso L.O.V.E. son acrónimos de libertà, odio, vendetta y eternità (libertad, odio, venganza y eternidad), palabras que contrastan y que presentan un carácter crítico a las crisis vividas antes de la inauguración de esta obra en 2010. Sin embargo, buscando por internet obras de este mismo autor he llegado a encontrar auténticas barbaridades como tres figuras de niños que colgó ahorcados en medio de las calles de Milán, y otras como lo que parece un meteorito cayendo encima del Papa.
Callejeando pasamos entonces por el Castello Sforzesco, un lugar peculiar y del que, sinceramente, no sé mucho. Lo que sí sé es que pertenecía a los Duques de Milán y por tal motivo debe haber sido un lugar importante para la historia de la ciudad. Por eso, si vuelvo a Milán, no cabe duda que esta será otra de mis visitas obligadas.
La noche se nos echaba encima y debíamos volver al hostal para cambiarnos pues nos esperaba una velada muy especial. Con prisas y nervios nos pusimos algo de ropa limpia, y salimos como alma que lleva el diablo dirección al metro. Íbamos al teatro Ciak, íbamos a ver Romeo y Julieta, el musical.
Ya desde muy pequeñita me encantaba la música y obviamente todo lo que tenía que ver con ella, recuerdo así que el primer musical que vi fue el de Mamma Mía, en Murcia. Fue un regalo de cumpleaños y me gustó tanto que no he podido dejar de ir a todos los que me he ido encontrando a lo largo de mi vida. El rey león, los 40 principales, el libro de la selva… Y ahora, Romeo y Julieta.
Por suerte Laura y Marta se habían unido a mi plan, asique, ¿qué mejor que hacer cosas que quieres con gente que quieres? Recuerdo aquella noche con tanta ilusión…
Las luces eran espectaculares, las canciones eran increíbles y la puesta en escena también se pasaba de lo sobrenatural. De hecho, estaba tan emocionada por ir a ese musical que ya me había escuchado las canciones del mismo, ¡hasta el punto de aprenderme una de ellas! Sí, soy un poco friki para estas cosas.
Al final los actores salieron a saludar y tuvieron unas palabras de cortesía con el público, pero las sorpresas no habían acabado pues entonces llamaron a un chico que estaba sentado frente a ellos, le dieron el micro y este ni corto ni perezoso se declaró ante todas las miradas atentas que allí nos encontrábamos. La chica emocionada subió después para finalmente decirle que sí. En el momento la verdad es que fue todo muy romántico, pero después pensé… ‘vaya encerrona, ¿cómo le va a decir que no al pobre con la que tenía liada?’ Pero bueno, supongo y espero que seguirán felices y comerán perdices incluso el día de la boda.
Era tarde cuando acabó el show (y no solo me refiero al musical) y decidimos volver entonces al hostal, cosa que, esta vez, no pudimos hacer en metro y tuvimos que hacerla en autobús de línea, pero no nos perdimos o sea que todo acabó perfectamente, sobre todo cuando llegamos ya que prácticamente no me dio tiempo a quitarme la ropa antes de quedarme frita en la cama.
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