Primera excursión: Janitzio
Despúes de la vorágine de la llegada, instalarse en la casa, ir a la universidad, conocer a gente nueva, hacerse con la ciudad, después de todo eso llegó el primer viaje juntos: la tropa de los 6 de la casa y algunos amigos que encontramos por el camino.
Nuestro destino fue la ciudad de Patzcuaro, en el estado de Michoacán, a 340 kilómetros de Guadalajara. No se nos ocurrió nada mejor para recorrer esa distancia que hacer auto-stop, y la verdad es que nos salió bien. La mayoría de vehículos en México son camionetas con espacio descubierto en la parte trasera, donde nos subíamos e íbamos disfrutando del aire y los paisajes.
Decidimos visitar Patzcuaro el 31 de octubre, y pasar la noche de los muertos en Janitzio, una de las islas del lago Patzcuaro. Esa noche acude gente de todas partes del país para participar de la fiesta que en la isla se celebra. Los familiares llevan a las tumbas de sus seres queridos todo lo que almuerto le gustaba en vida, y se pasan la noche en vela limpiandola lápida, cantándole o simplemente conversando entre ellos.
Nosotros como visitantes, no dejábamos de sorprendernos con todo lo que veíamos y nos iba pasando. Cuando llegamos a la orilla del lago, antes de cruzarlo, decidimos tomar algo para calentarnos, ya que hacía bastante frío y el viaje nos había dejado helados. Fuimos a un puestecito donde varias mujeres servían chocolate y café de olla.
Pese a que lo pedimos con muchas ganas, el sabor nos defraudó un poco, ya que llevaba maíz y no era como el chocolate que conocemos. Así que entramos a una especie de bar y tomamos café y algo de dulce.
Más tarde sacamos los billetes para cruzar a la isla, donde pasaríamos la noche. Desde el barco, Janitzio se veía espectacular, toda iluminada y con la estatua que la preside desde lo alto. Esta estatua es de un héroe nacional de la Revolución Independentista mexicana, José María Morelos y Pavón.
Cuando llegamos, recorrimos las calles de la isla hasta lo alto. Subimos unas cuestas importantes, pero se hacían amenas porque por todos lados habían tiendas con artesanía autóctona, y puestos de comida, altares a los muertos hechos con flores, en fin, un espectáculo para los sentidos.
Cuando llegamos a lo alto de la isla, observamos la cantidad de gente que había. Las zonas para acampar estaban llenas y decidimos que lo mejor sería buscar un sitio para dormir. Un señor nos ofreció su patio con baño por un módico precio y allí montamos las tiendas sobre el cemento.
Después nos fuimos a recorrer un poco más la población, a visitar el cementerio que estaba en plena ebullición, y a compartir la fiesta tan distinta a nuestra celebración religiosa del día de Todos los Santos.
Me encantó ver cómo viven allí la muerte, con toda naturalidad, es sencillamente parte de la vida. Y cómo esa noche es un momento de acercamiento a los antepasados, a los seres queridos, pero desde la alegría, el júbilo y lo positivo de que están en un lugar mejor.
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