Jugando en la nieve por primera vez.
Conocer la nieve más que una fantasía es un sueño que casi todos nosotros quisiéramos vivir. No es una fantasía como las de Disney con príncipes y princesas en donde todos terminan viviendo felices por siempre, es un sueño y es uno palpable, es uno el cual empieza por imágenes o películas en donde la gente hace angelitos o muñequitos de nieve, donde respiran alegría porque la nieve se asocia a familiaridad, compañía y felicidad.
Para algunos será solo nieve, pero para mí que vengo de un país donde no hay cuatro estaciones al año y que en mi ciudad (Bogotá) lo más parecido a la nieve es granizo acumulado después de una fuerte tormenta, no es solo nieve, es conocer más acerca de algo tan mágico y natural que antes era un sueño y ahora es una realidad.
Todo empezó cuando por cosas del destino en la universidad me encontré con quienes serían mis mejores amigos del Erasmus Eduardo y Paula, justamente eran colombianos igual que yo, mientras nos inscribíamos en la universidad empezamos a hablar sobre ir a Navacerrada y quedamos de vernos al otro día a las 9:00 am en Moncloa.
Como buenos colombianos Paula y yo llegamos a las 9:30 y Eduardo llegó a las 10. Fuimos hasta la estación de Atocha Renfe y compramos el tiquete el cual esperábamos que nos costara algo como 15 euros, pero para sorpresa de nuestro bolsillo por ser estudiantes el tiquete costó 50 céntimos, no lo podíamos creer, o sea literalmente costaba más la entrada al baño en la estación que el recorrido ida y vuelta de dos horas que nos llevaría a conocer la nieve.
Tomamos el Renfe mientras hablábamos y nos conocíamos un poco más porque solo un día atras nos habíamos encontrado y al otro ya estábamos montados en un tren con destino a esas montañas blancas que antes solo eran visibles por televisión o por internet pero que ahora se veían cada vez más cerca. Hicimos transbordo en la estación de Cercedilla y ahí nos volvieron a pedir el tiquete para tomar otro tren de tipo más colonial el cual nos llevaría a Puerto de Cotos, este sería el destino final y allí podríamos disfrutar de la nieve.
El tren tipo colonial se iba acercado más a Cotos y se notaba que el verde de las montañas iba despareciendo para darle paso al color blanco pero en serio tan blanco, como esos comerciales de televisión en donde comparan la ropa para demostrar que un detergente es tan potente que deja la ropa totalmente blanca, pues así y lo mejor es que era sin detergentes, sin químicos, sin simulaciones de comerciales, era un blanco que nos regalaba la naturaleza, tan puro y lo único que nos separaba era una ventana y una estación de tren a la cual no tardaríamos más de 5 minutos en llegar.
Apenas nos bajamos del tren la primera intención que tuvimos fue ir a tocar la nieve, sentirla, parecíamos niños pequeños cuando se les da un juguete nuevo que no pueden dejar de jugar con él, pues así éramos nosotros, la nieve era nuestro juguete y empezamos a hacer bolas de nieve, a lanzárnoslas entre nosotros y ahí nos dimos cuenta que la nieve no era tan blanda como parecía serlo, pero a quién le importaba? Unos cuantos golpes no nos harían daño y además éramos como niños, lo unico que realmente queriamos era jugar y pasarla bien.
Luego de un rato fuimos a comer a Venta Marcelino, un restaurante que tiene una gran vista a las montañas y árboles que rodean la región, tienen una gran variedad de platos y bebidas, sin embargo con un muy buen presupuesto de estudiantes, nos comimos un sándwich de tortilla española y tortilla francesa acompañado de cerveza, la cerveza nunca puede faltar, y ahí decidimos que lo mejor sería alquilar un trineo.
Pues esa idea, alquilar un trineo, fue la mejor idea que tuvimos en todo el día, el trineo era para dos personas, alquilarlo costaba algo como 12 euros y comprarlo costaba 20 euros, lo pensamos como por cinco segundos pero nos dimos cuenta de dos preguntas muy importantes, ¿Quién se iba a llevar eso para la casa? Y ¿Qué íbamos a hacer con un trineo en la casa? Así que claramente nos dimos cuenta que alquilarlo era mucho mejor y teníamos 4 horas para devolverlo.
Desde la caseta donde se alquila el trineo hasta las montañas hay una distancia más o menos de 500 metros, entonces para hacer la devuelta a la montaña un poco más dinámica, nos montamos en el trineo de a uno mientras los otros dos tiraban de una cuerda que iba pegada a él, éramos algo así como los renos que halan a papa Noel, solo que sin regalos y pues que todos en algún momento éramos renos o papa Noel.
Llegamos con el trineo a la montaña y empezamos a lanzarnos uno a uno desde una altura que para nosotros estaba bien, sin embargo habían niños de 10 años que se lanzaban desde más arriba, pero para empezar estábamos bien, además teníamos que tomar las respectivas fotos y videos en donde por fin conocíamos la nieve de España.
Luego nos lanzamos desde una altura más considerable, ya superábamos la altura desde la que se lanzaban los niños de 10 años, ja. Eduardo se lanzó primero, y al final de la bajada había una rampa la cual ayudaba a darle más diversión a la caída, o a que el totazo (el golpe) fuera más duro.
Cuando Paula se lanzó con el trineo había una manera de manejarlo y darle dirección, pero no lo habíamos manipulado tanto tiempo para saber con certeza como hacerlo, entonces Paula se lanzó y no en dirección a la rampa, no, sino en dirección a una familia que estaba pasando un gran momento hasta que Paulita llegó a mostrarle a una señora como se conoce la nieve directamente con la cara, pues llegó con tanta velocidad a los pies de la señora que la hizo caer directamente.
¡Qué vergüenza! Hacer caer a alguien y con tanta velocidad, en frente de toda la familia, y además la pobre señora (que nos explicó después) no había querido interactuar mucho con la nieve, solo estaba allí para compartir con su familia y ahora ya conocía la nieve con la cara, que vergüenza. Bueno eso habría pensado alguien más, no sé quién pero alguien más, mientras tanto Eduardo y yo sentíamos todo menos vergüenza, la risa que nos dio fue de varios minutos y seguidos, pero lo mejor de todo era que teníamos el video así que tendríamos risa para rato.
Luego llegó mi turno, con todos los nervios del mundo me subí hasta donde había subido Eduardo, desde arriba se veía mucho más tenebrosa la bajada de lo que esperaba ya que si el trineo se deslizaba era porque la superficie era plana y era plana porque la nieve no era nieve con la cual se pudieran hacer muñecos, de hecho era hielo, eso significaba que ante una caída el golpe sería mucho más fuerte porque era como golpearse contra el concreto. Sin embargo me lancé entre nervios y éxtasis, sentía la euforia de tener el viento en contra y darme cuenta que estaba en un trineo en una montaña en Europa y sabía que era algo que nunca iba a olvidar en la vida.
Cuando llegue a la rampa estaba emocionado porque en toda la bajada no me había caído pero no había pensado en una cosa, entonces ¿Cómo voy a caer? Claramente eso no lo decidía yo, lo decidía la gravedad y la suerte, y estas dos últimas tuvieron la gran idea de caer sobre mi brazo izquierdo, en el momento no sentí nada más que un golpe pero minutos después cuando me vi la piel vi que era un golpe que había raspado parte de mi codo, en ese momento tenía dos opciones, lamentarme por lo que había pasado o aprovechar las otras dos horas que teníamos con el trineo y pues la felicidad de un niño puede más que el dolor por eso nos fuimos para otra montaña de la cual nos podíamos lanzar desde una altura aún más elevada.
En esta montaña nos lanzamos los tres al tiempo, tratamos de ir frenando con los pies pero que va, siempre terminábamos cayéndonos encima del otro o terminábamos en una red hasta el final de la bajada que no permitía que las personas que se lanzaban siguieran derecho hacia la carretera. Siempre queríamos estar en la mitad o en la parte de atrás del trineo ya que la persona que iba al frente recibía el peso de los otros dos y podría resultar con un chichón en la cabeza (lo siento Paula).
Después de cuatro horas lanzándonos bolas de nieve y tirándonos desde el trineo, estábamos exhaustos, devolvimos el trineo y admiramos un poco de la naturaleza, esa misma que algunos pueden apreciar desde el día a día de su cotidianidad pero para mí fue el día en que conocí la nieve, aunque no solo la conocí a ella sino me conocí a mi un poco más, volvió ese niño interior que todos tenemos guardado y que cuando algo realmente nos emociona y apasiona sale a flote para hacernos sentir nuevamente vivos y nuevamente libres.
Aún hoy tengo el recuerdo en mi piel de aquel día en que conocí la nieve ya que en el brazo izquierdo me quedó una cicatriz de aquella caída, pero que linda cicatriz, no es más que el recuerdo de una bella experiencia en la que conocí a dos de las personas más importantes de mi Erasmus y además el día en que entendí que la nieve iba a ser el inicio de todos esos destinos que hace un año atrás veía por internet pero que ahora empezarían a hacerse realidad.
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Comentarios (2 comentarios)
Marcos Gomez hace 6 años
Viva madrid tío! ❤️
PAULA CUELLAR DE LA VEGA hace 6 años
ALA!! Madrid es la OSTIA!!!