Noche en vela por Madrid (Parte 2)

Bueno, lo que me dispongo a contar es algo que ni mis amigos ni yo olvidaremos nunca y de lo que nos reiremos hasta que tengamos 90 años. Pero antes de contaros la anécdota, volvamos a donde nos quedamos: el reencuentro con los amigos que faltaban.

Ya en el apartamento, nos preparamos para salir a cenar y ¡ya estamos!

Volvemos en metro y pensamos en bajarnos dos paradas más lejos que la de esta mañana. ¡Milagro! Creo que estamos en pleno centro. Una buena aventura, restaurantes, fast-food, sí, sin duda. ¡Dios mío, lo hemos conseguido! Y decir que solo teníamos que bajarnos dos paradas más tarde... Vamos, que ahora me siento tonta pensando en la "Plaza de España" de por la tarde.

En fin, nos juntamos con los otros y vamos a buscar un restaurante. ¡Pero no hay suerte! ¡Todos los restaurantes están cerrados! Andamos y andamos pero no hay nada abierto... Jope, ¿cómo es posible? ¿No vamos a cenar en Nochevieja? Además que solo llevábamos unas tapas en el cuerpo desde esta mañana...

Empezamos a desesperarnos y cada vez hace más frío. ¿Por qué no hay nada abierto en Nochevieja? Casi son las nueve de la noche y seguimos sin encontrar nada cuando... ¡milagro! Hay un restaurante abierto. Bueno, tenemos que hacer cola pero no pasa nada... ¡mientras comamos!

Entramos tras una hora de espera. La cena va bien y, cuando un camarero nos pregunta si queremos un postre o café, aceptamos (después de todo, es Nochevieja).

Noche en vela por Madrid (Parte 2)

Recoge los platos y nos quedamos esperando a que vuelva con la carta. Y cuando el "jefe de rango" vuelve para preguntarnos si queremos algo más, le decimos que estamos esperando el postre, pero sacude la cabeza y nos dice que tenemos que irnos, que tienen que cerrar...

Vale... ¿y por qué nos preguntas si quieres que nos vayamos? Bueno, nos echan. Salimos a pasear para bajar la comida. Nos reímos y hablamos hasta las doce de la noche. Hace más frío pero nos lo estamos pasando bien.

Toca volver porque es la 1:00 de la mañana. Al día siguiente queríamos salir otra vez. Pero ¡jopes! Las puertas del metro están cerradas. ¿Qué? Y eso que estaba escrito claramente que el metro abría hasta las 2:00. ¿Por qué?

Sí, amigos. Aquella noche era la única en la que el metro cerraba más temprano. ¡El karma se ríe en nuestra cara!

Bueno, no nos queda otra. Tenemos que coger un taxi. Subimos al taxi y le enseñamos al conductor la dirección. La pone en el GPS y empieza a conducir. El camino es largo y vamos medio mareados tras un día completito. Aún así, el camino nos parece demasiado largo y empezamos a preocuparnos por el precio final.

Noche en vela por Madrid (Parte 2)

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GPS error... ¡error!

Bueno, no tengo ni idea de cómo ha pasado pero nuestro conductor se ha perdido con el GPS. Así que sí, nos tiramos una media hora esperando a que se orientara y pusiera otra vez la dirección en su maldito GPS.

Por fin llegamos al piso y pagamos el taxi (menos mal que no nos hizo pagar los kilómetros extra, si no, habría explotado). Son las 2:30 de la mañana, estamos muertos y solo queremos entrar y dormir. Llegamos a la puerta del piso, meto la llave pero... ¡la llave no gira! ¡No puedo abrir la puerta!

Mis amigos me miran y me dicen que no es gracioso. Pero no, ¡lo juro, no puedo! Lo intentamos todos como nos explicó el propietario pero ninguno puede abrir la puerta. Esto es la gota que colma el vaso. Empezamos a reirnos (en silencio) e histéricamente los tres. Los nervios.

Mira todos los problemas que pasamos para acabar al final sin poder entrar al piso. ¿Qué hacemos? ¿Llamar al propietario? Ni siquiera sabemos dónde está. Lo intentamos una vez y nadie responde. Bueno... pues nada.

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El pasillo de la espera

Son las 3:00 de la mañana, nos faltan cuatro horas antes de poder llamar al propietario. Uno de mis amigos se queda dormido como un mendigo (lo que éramos en ese momento), apoyado contra la pared, con el gorro y la bufanda tapándole la cara (solo se le veía la nariz).

Mi otra amiga, al no poder dormir estaba con el móvil, tenía wifi (¡aleluya! ) que alcanzaba de milagro con los pies en el felpudo, porque se había puesto tacones y tenía ampollas (y el suelo estaba frío). ¡Maldita sea, la espera se vuelve interminable! Empezamos a insultar todo lo que podemos, empezando por la estúpida puerta.

Bueno, a las 7 de la mañana no puedo más. Llamamos al propietario ¡nos da igual si le molestamos! Llamamos y BAM, la puerta se abre. El tío sale en calzoncillos, enfadado, preguntándonos por qué le despertamos tan pronto, que está cansado (¿Las siete de la mañana es pronto para los españoles? Para nosotros es por la mañana, lo normal). Le explicamos lo que nos ha pasado, el metro, el taxi, la puerta, la espera... pero bueno, dice que ya hablaremos de ello, que se quiere ir a dormir (¡¿y nosotros qué?! ).

Nos acostamos POR FIN hasta las dos de la tarde. Y nos levantamos groggys. Empieza a entrarnos hambre y nos damos prisa en arreglarnos porque no sabemos si los restaurantes abren hoy.

Nuit blanche à Madrid (Part 2)

Bueno, al final salimos. Claro, el propietario está ahí y nos pide explicaciones. Le contamos todo y le enseñamos la puerta. Entonces nos dice que claro, que la puerta puede cerrarse 3 veces y que a veces los cerrojos no se quedan bien alineados, por lo que hay que jugar un poco con la puerta para que la llave gire. Vale, ¿no podías haberlo dicho ANTES?

Con desesperación nos dice que todas las puertas del mundo son así, con tres cerrojos. Emm... ¿está seguro? ¡Que nosotros no tenemos puertas así!

Bueno, dejando la historia de la maldita puerta aparte, salimos y llegamos al centro de la ciudad para comer. Tenemos suerte, todo está abierto e incluso hay más ambiente que el pasado 24.

Nuit blanche à Madrid (Part 2)

Vamos de un lado para otro y volvemos algo más temprano que ayer porque al día siguiente queríamos salir otra vez.

Y esta vez, pudimos domar la maldita puerta a pesar del trauma de ayer. Bueno, todo esto para deciros que nos lo pasamos bien en Navidad. Ha sido una que no olvidaré nunca. Todo lo que nos pasó ese día... parecía una comedia de la tele.

Pero aún así, no me arrepiento de haber hecho el viaje porque sí, fue una experiencia mala pero enriquecedora en otro sentido. Es la gracia de viajar, ¿no? Lo inesperado. Maduras, te diviertes, ¡y tienes algo gracioso que contar!

Bye!


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