Sobre por qué vine a Lucerna

Lucerna y mi abuelo

Cuando estuve en Bologna como Erasmus, tuve la oportunidad de ir a Suiza, ya que se encontraba bastante cerca. Elegí visitar Lucerna porque esta ciudad tenía un significado muy especial para mí en mis recuerdos familiares. Decidí visitarla, pero mi viaje no inició con esta decisión, y ciertamente tampoco inició cuando llegué a la central de autobuses de Lucerna. Inició mucho tiempo atrás, como parte de mi historia familiar.

Mi abuelo fue un gran aventurero. Su casa estaba llena de fotografías de sus viajes a Alaska, España, Costa Rica, Suiza, Alemania, y tantos otros lugares. Desde que yo era niña solía mirar estas fotografías, ignorante de qué extraños lugares pudieran ser aquellos. Cuando era un poco más grande y habían crecido mí espíritu aventurero y mi curiosidad por los viajes, comencé a preguntarle a mi abuelo cuál había sido el mejor lugar que hubiera conocido. Él me respondía siempre, sin pensarlo mucho y sin expresar duda alguna en su mirada:

“Lucerna, en Suiza”.

“¿Por qué?” preguntaba yo, intrigada.

“¿Me pasas ese vaso de agua?” me pedía él, como si no hubiera escuchado mi pregunta, y siempre terminaba la conversación sobre Lucerna con interrupciones de este tipo.

Yo solo podía explicar su misterioso hábito de cambiar de tema y no hablar más sobre Lucerna como una invitación a que yo lo descubriera por mí misma.

Seis meses antes de que yo pudiera tener la oportunidad de visitar su ciudad favorita, falleció mi abuelo. Yo tenía 21 años y era a esta edad que iba a experimentar mi primer viaje sola, al que concebí no como una manera de encontrarme a mí misma (como suelen hacer quienes realizan viajes sin acompañantes), sino como una manera de encontrarlo a él. Es que lo extrañaba tanto... y lo extraño tanto.

Lucerna y yo

Así que la aventura comenzó con un único objetivo: averiguar aquello que mi abuelo nunca contestó y finalmente descubrir qué había en Lucerna que le había fascinado tanto.

El fervor inició desde que yo iba en el autobús de camino a Lucerna. Estaba durmiendo, o más bien intentando dormir, cuando de repente me desperté abruptamente, enfadada por no poder conciliar el sueño. Simplemente abrí los ojos, y en ese momento quedé conmocionada: montañas inmensas y vastas, cubiertas de blanco de las faldas a la punta estaban de pie frente a mí, y solo bastó ese segundo para sentir que era el más magnífico paisaje que yo hubiera visto.

(¡Este es el paisaje que vi desde el autobús! Se puede ver el cristal empañado por el frío)

Ni siquiera en películas había visto yo algo tan idealmente irreal. Era como estar en un sueño. Y sin embargo era real. La sensación de mi corazón emocionado y acelerado cuando contemplé los Alpes es algo que todavía siento cuando traigo la imagen de nuevo a mi mente. Era apenas el inicio de la aventura hacia la que mi abuelo me había guiado.

Cuando llegué, una alegría repentina me atrapó: estaba ahí para buscar a mi abuelo y sabía que tarde o temprano lo encontraría. Me estaba conectando con la ciudad a través de los recuerdos de mi abuelo, y al mismo tiempo me reconectaba con él a través de Lucerna.

Eran las 5 de la tarde, pero ya estaba oscuro y las luces de la ciudad imprimían su reflejo en el lago. Decidí caminar a mi hostal aunque sabía que sería un largo camino y tendría que cargar mi mochila tan pesada. Pero era una buena oportunidad para empezar a conocer una parte de la ciudad, y ahora puedo afirmar que ha sido una de las mejores caminatas nocturnas que he hecho.

No tomé la ruta más rápida que me ofrecía el mapa porque quería deambular un poco: me pareció agradable ver a la gente que entraba y salía de las tiendas en las calles más transitadas, y asimismo disfruté demasiado escuchando la quietud de las calles más vacías en los barrios residenciales. Mientras paseaba por las pequeñas calles cubiertas de nieve e iluminadas por los faroles, me sentí como en una de esas Villas Navideñas con las que adornan algunos centros comerciales y tiendas departamentales en diciembre.

A medio camino, cuando observaba el Museggmauer (las torres y muralla de la ciudad, que ya estaban cubiertas de nieve al igual que los campos a su alrededor), comenzó a nevar. Era la segunda vez en mi vida (apenas unas semanas después de la primera) que veía nevar. Me encantaba mirar la nieve caer en un baile tan delicado desde el cielo hasta el suelo, y me sorprendía cómo algo que podría parecer tan simple pudiera ser tan indescriptiblemente elegante y hermoso. Sabía que era afortunada por poder vivir eso.

Al día siguiente fue que comencé a descubrir más de la ciudad y visité los puntos importantes.

Fui al castillo Gutsch situado en una colina, y desde ahí tuve la vista más increíble de ciudad y las montañas de alrededor.

(La vista desde el Gutsch)

Crucé el Kapellbrücke (también conocido con su nombre Chapel Bridge en inglés, o "Puente de la Capilla") y los otros espectaculares puentes del río Reuss.

(Vista del Kapellbrücke desde otro de los puentes)

Conocí el monumento del león llamado Löwendenkmal, y lo reconocí de una de las fotografías que mi abuelo tenía en su recámara. Sentía que estaba visitando a un nuevo amigo suyo.

(Mi nuevo amigo el Löwendenkmal y yo).

Encontré las navajas, relojes y chocolates de la mejor calidad en las tiendas de recuerditos de las coloridas y atiborradas calles del centro.

Di un paseo alrededor del lago Lucerna (en el centro de la ciudad), que ofrecía un esplendor urbano; y también paseé por el lago Rotsee (ubicado al norte, cerca de mi hostal), el cual ofrecía calma y armonía con la naturaleza. Estas eran dos cosas que mi abuelo apreciaba sabiamente en el debido momento de cada una.

(El lago Rotsee)

Realmente todo me recordaba a mi abuelo, y adonde sea que fuera estaba pensando en lo mucho que él hubiera disfrutado estar ahí en ese momento. La ciudad entera estaba llena de él. 

Me fui de Lucerna con una muy buena impresión de mi primer viaje sola, que me había dado la oportunidad de hacer tantas cosas: pude disfrutar y apreciar por igual mi tiempo sola y mi tiempo acompañada, ya que en el hostal conocí a dos chicas muy agradables con las que compartí algunas de mis comidas; pude ver los paisajes más impresionantes y quedé enamorada de los Alpes; pude explorar y descubrir la ciudad favorita de mi abuelo, que se convirtió también en una de las mías.

Regresé a mi temporal hogar italiano sintiendo un nudo de nostalgia en mi estómago y mi corazón. 

Fue una de las mejores experiencias que viví estando de movilidad en Italia, y quien más crédito merece por guiarme hasta allí es mi abuelo. Si tan solo pudiera agradecerle y contarle todo lo que viví...