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El "rollazo" de Londres.

Publicado por flag-es Miriam Martínez Lara — hace 6 años

0 Etiquetas: flag-gb Experiencias Erasmus Londres, Londres, Reino Unido


    Hace unos meses que, por cabezota,decidí embarcarme en una pequeña aventura. Ya le había pillado el gustillo a los viajes express y decidí dar un paso más allá.

Hoy en día, con un poco de dinero y otro tanto de ganas y voluntad, cualquiera puede embarcarse en una travesía o empezar a cumplir aquel sueño que tantos tenemos y que tan imposible ves hasta que comienzas a actuar, "viajar por el mundo". En ello estaba yo cuando decidí ir a vistar a uno de mis hermanos que vive en Londres. Mi actual residencia es una preciosa ciudad muy cerca de Frankfurt, Alemania. Desde ahí es muy fácil acceder a numerosas opciones para viajar, siendo la preferida por la mayoría el avión. Pues bien, no me gustó nunca formar parte de las "mayorías", o eso quise pensar yo cuando, impulsada por mi miedo a los aviones, compré un tiquet de autobús Frankfurt-London.

Podría decir que mucha gente lo hace, que es otro modo de recorrer países y contemplar diferentes paisajes (que lo es), pero en vez de ello, me veo obligada a decir que, tristemente para mi, fue un "interesante" viaje de 13 horas sentada en las que, a causa de mi gripazo (hasta el día anterior al viaje andaba con fiebre), lo único que intetaba era sobrevivir y contar los minutos que quedaban para llegar a mi destino. Para más inri, aquellos mareos cinéticos que llevaban sin manifestarse en mis viajes desde hacía unos años decidieron hacer acto de presencia para terminar de aclarar esa imagen idílica que se empezaba a crear nítidamente en mi cabeza (yo, sentada en cualquier asiento de cualquier avión, cerrando durante dos horas los ojos y llegando a mi destino).

No puedo negar que fue algo impresionante y que no me arrepiento en absoluto por el simple hecho de que ahora puedo echarme unas risas compartiendo ese recuerdo con cualquier persona a la que pueda interesarle. Al comezar el trayecto ya había hecho una amiga, una señora alemana cuya hija estaba estudiando en Salamanca y tenía más o menos mi edad.
La agonía de no poder respirar por la congestión, el dolor de culo, espalda y cuello y el mareo no pudieron aplacar la impresión que me causó ir viendo como los carteles cambiaban de idioma y como los paisajes de transformaban cada vez que mi amado autobus y yo traspasabamos de la manita una frontera. Era increíble pensar que en una noche hubiera atravesado media Europa, El Canal de La Mancha y una parte de inglaterra hasta haber llegado a Londres.

       LONDRES, cuántas veces soñé con recorrer sus calles, con respirar su aire, con contemplar a la gente... Toda la obsesión que sentía por esa ciudad, causada en un 90% por la lectura de "El retrato de Dorian Gray", no hizo sino agrabarse en el mismo momento en que con la cara sudada, la rariz roja, los ojos llorosos de congestión (y emoción, claro) y, para complemetar el "outfit" del día, el kit "mochila de hace 20 años desgastada del uso-termo abollado-riñonera", me revolcara en euforia mentalmente al poder contemplar cara a cara la palabra "Underground" a la entrada de aquella boca de metro que me llevaría hasta Notting Hill.

Cuando llegué a mi destino y pude dar la sorpresa correspondiente a mi hermano que, obviamente me llamó loca por no haber cogido un avión, lo primero que hice fue intentar planear qué haría esos dos efímeros días que iba a quedarme allí. Digo que lo intenté porque mi hermano se negó en rotundo explicándome que Londres no necesitaba planearse, ERA el plan.

Ya de por sí era bastante emocionante estar alojada en Notting Hill (no en un Hotel de cuatro estrellas precisamente, pero hubiera dormido en la calle con tal de poder estar ahí), sin embargo, cuando al día siguiente al doblar la calle me choqué de frente con Portobello y su mercado en pleno auge, no podía más que mirar para todas partes y hablar sin parar y sin poder ni pretender ocultar toda la emoción que me desbordaba. Toda la gente, vendedores, compradores, cantantes esporádicos y actores incomprendidos, reunidos en aquellas callejuelas repletas de puestos de antiguedades, de ropa, de comida, de alegría, de jolgorio.

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    Está claro que podría hablar de lo precioso que es el centro de Londres, de que las tiendas son enormes y te encuentras cosas que no sabes para qué se utilizan y que se venden por un valor mayor al que tiene la casa en que te criaste pero, dado que tardaría lo que dura un viaje internacional en autobús, me voy a resignar a describir los dos momentos mas emocionantes de mi viaje sin contar la visita a Portobello ya mencionada.

El primer momento fue en otro mercado, me gustaría ser más imparcial, pero es que los mercados tienen duende.

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Candem Town, fue pisarlo y sentir que jamás podría mirar a una misma cosa con los dos ojos a la vez, tenía la sensación de que un ojo iba para un lado y el otro para otro. Allá donde mirases había algo extravagante y llamativo.

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Tantas personas tan variopintas juntas y todas conviviendo en armonía como si fuera lo más común y normal del mundo.

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Puedes pasarte horas mirando cosas y un siglo buscando una en particular, por eso lo mejor es hacer lo mismo que me recomendó hacer mi hermano en vez de hacer planes, dejarte llevar. Perderse (y probablemente no metafóricamente) es lo mejor que puedes hacer ahí. Ten seguro que tendrás algo que mirar, algo con lo que entretenerte y comida y bebida para saciar tus instintos vitales (y qué comida...).

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El segundo momento, y no menos importante, es el trayecto al Goldeneye. Si, el trayecto, porque la posibilidad de recorrerte Londres de punta a punta en bici de noche y de respirar la magia que desprende esta combinación, consiguió acaparar toda la emoción de llegar allí y contemplar aquella estampa. Big Beng, Goldeneye... y, lo más emocionante para mi, el Támesis.

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Un trayecto en el cual nos embarcamos tres españolas, dos españoles y una francesa. Como en verano azul pero con un poco más de frío recorrimos la distacia que separa Notting Hill del Palacio de Westminster, siempre (aunque no sin imprudencias provocadas por la falta de experiencia) por el ladito izquierdo y con las pertinentes paradas que debes hacer cada cuarto de ahora aproximadamente para "respostar" las bicis de alquiler.

ATENCION: en esta breve descripción del trayecto no van incluidas las risas, los "por ahí no, tío, el Maps dice que es por aquí", los "por la izquierda, ¡por la izquierda" y las paradas en cada parque o césped que se nos pusiera delante. Cuando recorría el puente, inundado por olor del río que lo atraviesa por debajo, no paraba de imaginarme a mí misma como a mi Dorian Gray (pero sin el opio y siendo morena).

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    A todo lo anterior habría que sumar la visita Museo, al paseo a Chinatown, al atracón de M&Ms, a las distancias recorridas en un bus de dos plantas, a las veces que me confundí en el metro, a las risas ajenas, a las miradas de comprensión de un extraño que está flipando como tú, a los cambios de temperatura, a cada uno de los espectáculos callejeros, y a cada olor, y a cada paso, y a cada "dios, ¿en qué peli sale este sitio?".

    No podría describir con palabras lo que supuso para mi persona poder tachar ese destino de mi lista de "Sitios que visitar antes de que todos los presidentes se vuelvan locos y no podamos salir de nuestros países".

Y no olvidar que ésto solo es el viaje de una persona cualquiera (de esas tantas que han pisado y pisan las calles de Londres), contado desde su punto de vista, de lo que pudo ver con sus ojos y clasificado en su escala de emociones y recuerdos conforme a su cabeza y corazón le permieron.


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