Las Médulas, las minas de oro más famosas de la Península (1/4)

las-medulas-minas-oro-mas-famosas-peninsVista de Las Médulas (Fuente)

Las Médulas conforman un yacimiento situado en la provincia de León, España, que fue explotado en época romana y proporcionó grandes cantidades de oro al Imperio Romano.

La Península, que ya había atraído a muchos pueblos desde época muy temprana a causa de sus ricos y abundantes minerales, fue explotada de forma más intensa por Roma, cuando se pasó de la batea a técnicas de explotación como la "ruina montium" o la creación de grandes infraestructuras hidráulicas romanas. Destacan especialmente las minas de oro del noroeste peninsular, pues supusieron en los siglos I y II d.C. la gran fuente para la acuñación de moneda.

En Las Médulas, quizás la mina más significativa de la Península, se puede apreciar el paso del ámbito prerromano al romano, así como sus diversas estructuras, técnicas de explotación aurífera y los asentamientos de la zona. ¿Os apetecería hacer un recorrido por Las Médulas? Si os interesa el tema, podéis realizar una visita virtual a través de las mismas en el siguiente enlace, aunque también podéis conocer conmigo las técnicas de explotación romanas en la Península y el paisaje de Las Médulas.

Voy a incluir citas literarias porque algunas de ellas me parecen muy interesantes para entender la forma de vivir y de pensar de la época. ¡Vamos a viajar en el tiempo!

Minería en la Península Ibérica

La Península Ibérica fue una región abundante en oro, plata, plomo, cobre y hierro. Ya en la Prehistoria se atestigua la minería en Iberia, aunque tendrá mayor relevancia a partir del siglo XII a.C., con la llegada de los fenicios, que vinieron atraídos por estos metales: extrajeron especialmente plata, la cual importaban desde enclaves portuarios, como Tartessos o Gadir. Sobresale Tartessos, que parece que se situaría en torno a Riotinto o Huelva, en el bajo Guadalquivir:

“Esta tierra, en efecto, posee, me atrevería a decir, la plata más abundante y de mejor calidad de las minas explotadas y ofrece importantes ingresos a quienes las extraen. (…) Dado que los habitantes no sabían nada sobre el uso de la plata, los fenicios, que se dedicaban al comercio y se enteraron de lo ocurrido, adquirieron la plata a cambio de otras mercancías de escaso valor. (…) A tal punto llegaba la codicia de los comerciantes que, en los casos en que los barcos estaban sobrecargados y quedaba en tierra mucha plata, eliminaban el plomo de las áncoras y lo sustituían por plata”(Diodoro de Sicilia, "Biblioteca Histórica", Libro V, 35).

En el siglo VII llegaron los griegos a la Península, como recoge Heródoto (Historia, Libro IV, 152), al narrar la llegada samnita a Tartessos, donde extrajeron metales. Posteriormente, los cartagineses explotaron algunas de estas minas: en el 238 a.C. Amílcar Barca llegó a Iberia en busca de plata para pagar las indemnizaciones de guerra tras la Primera Guerra Púnica a Roma, y en el 228 a.C. Asdrúbal fundó Cartago Nova, encontrándose cerca algunas minas muy ricas. Finalmente Cartago sería destruida por Roma, en unas luchas que parecen rivalizar, entre otros asuntos, por el control de las minas de Iberia. De este modo, saliendo victoriosa, Roma encontró en Hispania minas que ya estaban en funcionamiento y de las que se obtenían importantes beneficios.

La conquista de Hispania y el aprovechamiento de sus recursos por parte de Roma

La conquista romana de Hispania fue larga y ardua, especialmente en el norte, donde la población indígena se organizaba en castros. Parece que la conquista del noroeste escondía los intereses que tenía Roma en el oro de esta zona, cuya extracción fue importante para la organización territorial y administrativa de Hispania.

La llegada de los romanos a la Península Ibérica se produce en el año 218 a.C. con motivo de la Segunda Guerra Púnica. A partir del último tercio del siglo II a.C. comenzó la conquista romana del noroeste de la Península: entre el 138 y el 136 a.C. tuvieron lugar las campañas contra lusitanos y galaicos de Décimo Junio Bruto; tras las guerras celtibéricas (Numancia fue sometida en el 133 a.C.), se dieron las campañas de César en el 61-60 a.C. en el sur de Galicia; en el año 29 a.C. Estatilio Tauro sometió a cántabros, vacceos y astures; y finalmente Augusto logró la consolidación de las fronteras hacia el año 25 a.C., al enfrentarse a cántabros y astures y llevando a cabo una primera gestión administrativa y territorial del noroeste. De este modo, la conquista de Asturia fue lenta y costosa, pues parece que no se controló la zona hasta las campañas de Agripa en el 19 a.C.

En este momento, la gestión de los recursos provinciales implicó la creación de estructuras como el “fiscus” (un tipo de impuesto o pago), que permitió la centralización de los recursos del poder imperial con el pago de un tributo. Así se buscaría satisfacer las demandas de la sociedad romana en productos como el oro, la plata, el cobre, el hierro, la sal o la malaquita.

Mientras que prácticamente todas las minas de la Península eran explotadas por mano de obra principalmente itálica, las minas del Noroeste peninsular eran explotadas directamente por la administración imperial, cuya mano de obra habría sido principalmente indígena.

Poco a poco, se organizaron las comunidades indígenas, para las que la romanización supuso el descubrimiento de la riqueza de su propio territorio, aunque para el beneficio de Roma. Destaca especialmente la política monetaria en el 19 a.C., cuando Augusto tomó el control de la acuñación de la moneda: la extracción de oro de las minas del Noroeste fue esencial para la economía romana.

Las principales zonas mineras en Hispania

“Metallum” es como se denominaba cualquier explotación minera, actividad de la que las fuentes literarias muestran una visión negativa. Plinio (Historia Natural, Libro XXXIII, 62-78) cuestiona la moralidad sobre la extracción y el uso de metales, sosteniendo que el ser humano se llena de “avaritia” (avaricia) y “luxuria” (“lujuria”). Además, la actividad minera está considerada como algo antinatural, pues la explotación provoca que suelos estériles sean productivos en metales. Esta misma idea plantea Séneca, que se pregunta:

“¿Qué imperiosa necesidad ha encorvado al hombre, formado para mirar al cielo, que pudo hundirlo, sepultarlo en el seno mismo, en las entrañas de la tierra para que sacase el oro, tan peligroso de buscar como de poseer? ¡Por el oro abrió esas inmensas galerías, se arrastró en el barro en persecución de presa incierta, olvidó el sol, olvidó esta hermosa naturaleza de que se desterraba! Sobre ningún cadáver pesa tanto la tierra como sobre esos desgraciados que la inhumana avaricia arroja bajo masas gigantescas, privadas del cielo, sepultados en las profundidades que guardan ese veneno fatal.” (Séneca, "Cuestiones naturales", V, 15).

En época republicana los romanos veían la minería como una actividad desfavorable, pero a finales de la República cambió esta actitud, buscando controlar el Estado durante el Imperio todas las minas posibles. Tras la derrota cartaginesa, Hispania se convirtió en la productora de minerales para Roma, especialmente de plomo y plata: en época Flavia, con el último emperador Domiciano, ya todas las minas hispanas pertenecían al Estado.

En la Península Ibérica se explotaron a lo largo de los siglos II y I a. C. varios yacimientos mineros; ocupándose en época de Augusto los yacimientos auríferos del noroeste. Aunque destacan especialmente las zonas de Gallaecia y Asturia, también sobresalieron otros yacimientos, como en las minas del sureste, Sierra Morena, las minas del suroeste, y la zona del noroeste y del Tajo. Parece que en Hispania habría hasta unas ciento cincuenta explotaciones mineras en total, de las que se extraían distintos metales.

La organización de las zonas mineras

En los “metalla” se desarrollaron muchas actividades: obtención de maderas, abastecimiento de agua, trabajos metalúrgicos para fabricar herramientas, extracción del mineral, etc.: todo ello exigía la organización de un poblamiento minero, el cual estaba sometido por Roma y en el que se formaron lazos de tributación y dependencia de grupos aristocráticos locales.

Se conoce la presencia en zonas mineras de “procuratores metallorum”, encargados de su funcionamiento, especialmente a partir del “metallum” Vipascense en Aljustrel (Portugal). Las funciones de los “procuratores metalla” eran varias, como atestiguan los documentos de Vipasca: además de regular el funcionamiento y la organización del distrito minero, debían establecer la venta de los minerales extraídos, vender a los “coloni” (“colonos”) o "societates" (“gremios o sociedades”) la mina y entregar los "munera" a los trabajadores. Estos poderes eran comunes a la mayoría de "metalla".

En cuanto a las minas auríferas del noroeste, estas, debido al gran proyecto de construir canales de agua para la extracción de oro, debieron pertenecer al Estado. Se documenta que poco a poco el paisaje de los castros fue integrándose a la ciudad ortogonal romana, que fue imponiéndose sobre el sustrato indígena. Las zonas mineras de Asturica no llegaron a articularse en distritos ni contaron con una delimitación territorial fija, pero supusieron la aparición de territorios mineros bajo la influencia y dominio romanos. La integración de las poblaciones castreñas en el Imperio Romano supuso la alteración de su forma de organización social y la consolidación de grupos dominantes que comenzaron a gestionar el territorio mediante el sistema administrativo romano: se crearon poblamientos jerarquizados que intensificaron su producción local.

Dentro de estos poblamientos había ciertos núcleos, que controlaban los intercambios locales y la jerarquización del propio territorio. En el caso de las zonas mineras, los asentamientos vinculados a las explotaciones eran romanos y se relacionaban con el ejército y las aristocracias locales, como ocurría, entre otros territorios, en la zona de Las Médulas.

En cuanto a la presencia militar en las minas, destaca especialmente la “regio VII Gemina”, instalada al noroeste, controlando la explotación de estas minas. También sobresale la “vexillatio” (una parte de la legión romana) de la regio VII Gemina, compuesta por la "cohors Gallica" (“cohorte gala”) y la "cohors Celtiberorum" (“cohorte celtíbera”), se situó al noroeste, cerca de Villacís o Luyego, donde se han encontrado inscripciones, pero no restos de un campamento. Se han hallado restos de campamentos en Valemeda, cerca de las minas del valle del río Eria, otros cerca de Castrocalbon y parece que también hubo un campamento en el valle Duerna. Destaca también la “regio X Gemina”, situada en época flavia en Rosino de Vidriales.

Parece que esta disposición de soldados en el noroeste evidencia la importancia de esta región. También destaca la presencia militar en “Asturica Augusta”, cerca de Calagurris, en el valle del Ebro. Algunas estelas funerarias de legionarios de las zonas mineras de Lusitania, Asturica y Gallaecia atestiguan la presencia de soldados en estas áreas mineras.

Desde comienzos del siglo I d.C. Roma explotó sistemáticamente el oro del noroeste de Hispania: el cambio de escala, del ámbito artesanal al protoindustrial, supuso una reorganización territorial y social y el trazado de una red viaria: las vías XIX y XX per loca maritima del Itinerario de Antonino unían Braga y Astorga a través de Lucus Augusti; después se creó la XVIII, Vía Noua, cuando ya se estaban explotando las minas de El Bierzo occidental, la Asturia Augustana y la Asturia Trasmontana, que comunicaba las minas de El Bierzo Alto y Bajo y también vertebraba las zonas mineras cercanas al Sil y al norte de Portugal. También se ha tratado de ver un origen romano en el Camino Real, situado entre Ponferrada y O Barco de Valderroas, pasando por Las Médulas.

En relación a esta red viaria, surgieron diversos asentamientos, como “Bergidum Flauium”, ocupada desde época de Agusto hasta los siglos IV-V d.C., y cuya función sería agrupar varios servicios, posibilitando así la integración socioeconómica de los territorios. Otro ejemplo es “Interamnium Flauium”, en El Bierzo Alto u oriental, donde se agruparían varios asentamientos y poblaciones. Estas creaciones de asentamientos "ex novo" (“desde cero, de nueva creación”) indican que el Estado tenía grandes intereses en estas áreas, de donde esperaba hacerse con recursos agropecuarios y materiales auríferos.

Técnicas de explotación

Antes de realizar los grandes trabajos mineros, los romanos debían realizar un proceso vital para encontrar el lugar indicado e idóneo para llevar después a cabo su planificación: la prospección.

Esta técnica por lo general resultaba sencilla: uno de los ejercicios más habituales era el reconocimiento de los terrenos, en el que se guiaban por una serie de signos externos como la existencia de vegetación, la coloración del terreno  o la emanación de sustancias gaseosas. A esto ha se refiere Plinio, que muestra la forma en que los yacimientos de hierro debían ser reconocidos:

“Observando el color de las tierras se localizaron fácilmente los yacimiento de   hierro” (Plinio, "Historia Natural", Libro XXXIV, 142).

No obstante donde más desarrollo alcanzarán los romanos en las técnicas de prospección será en la localización de yacimientos de oro, especialmente en el Noroeste peninsular. El sistema de prospección aurífera que seguían los romanos fue descrito por Plinio, el cual clasifica tres formas distintas:

1) “Aurum Flaminum Ramentis”: segmentos que se encuentran transportados en ríos y arroyos. Este oro quedaba depositado en el fondo de la batea.

2) “Aurum talutium”: el oro que quedaba en la superficie cuando la tierra subyacente también era aurífera.

3) “Aurum canalicium o canaliense”: el oro que se busca por medio de galerías allí donde este no se encuentras libre y luego se abatía mediante minería subterránea.

Una vez llevadas a cabo todas técnicas prospectivas se comenzaba la explotación de las minas, las cuales quedaban divididas en dos grandes grupos: subterráneas y las que se encontraban al aire libre.

Explotaciones subterráneas

Todos los trabajos de minería subterránea revisten una gran complejidad tanto a la hora de las labores de extracción como de planificación, además de suponer un gran riesgo para la salud de las personas que trabajan en este tipo de yacimientos, algo que se encargó de dejar reflejado Diodoro:

“Penosidades en el trabajo que van desde las más graves como aplastamientos, asfixia atmosférica o enfermedades pulmonares provocadas por la exposición al polvo, hasta las leves que pueden ser cortes producidos por el manejo de herramientas” (Diodoro, "Biblioteca histórica", V, 36-38).

Esto trabajos están provistos generalmente por pozos verticales y galerías que no se utilizan únicamente para comunicar con el exterior, sino también con los diferentes niveles de la mina. Las herramientas utilizadas serían principalmente de hierro frente a los útiles de piedra y hueso de épocas anteriores, pero también está muy presente el empleo del fuego y el agua para romper las rocas que resultaban especialmente duras.

Un elemento muy importante en este tipo de minería es el alumbrado, el cual se llevaba a cabo por medio de lámparas de aceite, también llamadas lucernas, de distintos tamaños. Estas por lo general se solían situar en pequeñas oquedades que se habilitaban en las paredes de las galerías que recibían el nombre de lucernarios. Igual de importantes eran las labores de sostenibilidad, que se realizaba mediante postes de madera, material abundante y fácil de trabajar.

No obstante, a medida que estos pozos y galerías iban profundizando cada vez más fue necesario solucionar dos inconvenientes: la ventilación y el desagüe de las aguas subterráneas. El primero de los problemas se soliviantó dirigiendo las corrientes naturales de aire a través de los pozos por medio de lo que parece que fue la instalación de puertas. El segundo de los problemas fue todavía un mayor problema, cuyo sistema más eficaz de solución consistió en el trazado de galerías, con una pendiente suave, que se dirigían por debajo del desnivel de inundación hasta el exterior.

Algunos de los instrumentos que fueron más utilizados en este tipo de explotaciones fueron las norias, el caracol de Arquímedes y las bombas de doble efecto.

Explotaciones al aire libre

La minería de este grupo, utilizada principalmente para la explotación de afloramiento de filones metálicos y la explotación de aluviones, recoge en su mayoría la minería de carácter aurífero, aunque ésta también contaría en algunos lugares con explotaciones subterráneas, aunque no serían las mayoritarias.

Plinio ("Historia Natural", Libro XXXIII, 66-78) escribió sobre las minas astures, galaicas y lusitanas. Parece que en época prerromana ya se practicaba la minería, aunque sería una explotación artesanal. Los documentos que apoyan la explotación de oro en época prerromana son algunas fuentes literarias antiguas y la distribución de la orfebrería castreña: en Gallaecia predomina el oro, mientras que en Asturia, la plata. Parece observarse que se fabricaba en los talleres locales, que eran autosuficientes y contaban con una identidad cultural.

En cuanto a la obtención del oro fluvial, la explotación del oro de los ríos habría sido suficiente para abastecer toda la orfebrería castreña: Estrabón describe el método del bateo practicado por los pueblos indígenas:

“El oro no se extrae solo en las minas, también se recoge en los cursos de agua. Los ríos y torrentes arrastran la arena aurífera, (…) en las corrientes se recoge y se lava allí cerca en pilas; o bien se excava un pozo y se lava la tierra extraída. (…) Cuenta que entre los ártabos, que son los pueblos más remotos de Lusitania hacia el Noroeste, la tierra tiene eflorescencias de plata, estaño y oro blanco (por estar mezclado con plata) y que esa tierra la arrastran los ríos. Y las mujeres, rascándola con sachos, la lavan en cribas entrelazadas en forma de cesto. Esto es lo que Posidonio dijo acerca de los minerales”("Geografia", Libro III, 8-9).

Diodoro de Sicilia también describió esta técnica en los pueblos de Galicia:

“En general, en la Galia (…) hay mucho oro, que la naturaleza suministra a los habitantes sin necesidad de minas y sufrimientos, puesto que la corriente de los ríos, al tener curvas tortuosas, golpea contra los ribazos de los montes adyacentes, arranca grandes masas y se llena de pepitas de oro. Estas son recogidas por los que se dedican a este trabajo, que pican o trituran los trozos que contienen las pepitas y, una vez que han lavado la masa terrosa con la fuerza del agua, separan el oro para que sea fundido en hornos. De este modo los galos acumulan una gran cantidad de oro, que utilizan como adorno no solo las mujeres, sino también los hombres. Llevan, en efecto, brazaletes en las muñecas y en los brazos, pesados collares de oro macizo en torno a sus cuellos, anillos de gran valor e incluso corazas de oro”("Biblioteca Histórica", Libro V, 27).

Así, el trabajo aurífero prerromano está sujeto al régimen fluvial y consolida a la élite, aunque será con la llegada romana cuando más se evidencie una estructura social jerarquizada. Sobresalen especialmente algunos ríos en cuanto a la extracción de oro, como el Tajo, Duero y Miño.

Avanzando en el tiempo, con la llegada de Roma a la Península, se dieron cambios en la extensión e intensidad de la minería aurífera, destacando especialmente Gallaecia, Lusitania y Asturia, siendo esta última la que más oro producía (Plinio, "Historia Natural", Libro XXXIII, 78). Ello se debe a la introducción de nuevas técnicas romanas, heredadas del mundo helenístico. En cuanto a los beneficios, el oro dejó de usarse para la orfebrería de las poblaciones indígenas: estaba destinado al Estado romano y su acuñación monetaria. Cabe mencionar que el bateo siguió practicándose:

“Aquellos que buscan el oro: en primer lugar se quita el segutilum, que es una tierra depositada donde está la veta; la arena se lava, dando una estimación de la riqueza de la veta por el residuo que en lavado queda” (Plinio, "Historia Natural", Libro XXXIII, 67).

En cuanto a los instrumentos mineros, hay distintos útiles que aparecen en las diversas fuentes: la batea o “alveus”, también denominada “catillus”; la maza o “malleus”, que podía pesar hasta 50 kg; una cuña de hierro o “cuneus” para desprender bloques de piedra; y una lucerna para iluminarse y medir turnos de cada trabajador. También diversas herramientas agrícolas, como picos, palas, azadas, rastrillos, etc.

Por otro lado, dado que las zonas mineras suelen ser montañosas, es frecuente que se aprovechen fracturas en la roca para cavar túneles, como en el caso de Las Médulas.

Destacan algunas obras de ingeniería romana, cuando se servían de agua para obtener los metales: se construían verdaderas máquinas hidráulicas. Dado que Roma aprovechó algunas redes mineras ya establecidas y utilizadas por fenicios y cartagineses, las galerías eran cada vez mayores y más profundas y el desagüe del agua era necesario, si bien en ocasiones el agua salía por sí sola debido a la pendiente. Así, se recurrió a máquinas, como la rueda de cangilones, que es una rueda hidráulica de madera; la cadena de cangilones, que subía el agua a mayor altura, compuesta de cubos de cobre enlazados con cuerdas a modo de cadenas; la “colchea”o “caracol” de Arquímedes, que conseguía gran altura y que ha aparecido en varios lugares de Hispania; y la bomba de ctesibio, mecanismo que permite elevar el agua a gran altura por un tubo vertical que se instala en un pozo y asciende a la superficie.


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