Sur: Grutas, marisco y Otranto
Gruta Verde:
Comenzamos nuestro octavo día por el sur con un viaje en coche de aproximadamente una hora y nueve minutos, desde el mar Jónico al mar Adriático, es decir, desde Porto Cesareo a la playa de la Gruta Verde.
Esta playa no es que tenga un nombre muy característico ya que existen diversas grutas denominadas así a lo largo de toda la región de la Apulia (como por ejemplo en la entrada anterior mencioné otra gruta denominada también como Verde pero que se encontraba en Porto Selvaggio). Y aunque la poca originalidad en los nombres no determine una diversidad entre las grutas, si que existen diferencias notables entre los puntos de playa, rocas y acantilados que hemos ido visitando en nuestro viaje. Por ejemplo, este lugar no tenía apenas playa, aquí solamente encontramos las rocas puntiagudas y cortantes que nos llevan directos al mar. Un mar rico en peces, en pequeños crustáceos y algún que otro erizo, asique… ¡cuidado! Vuelvo a repetir que en estas zonas los escarpines o los zapatos aptos para el agua son muy necesarios, ya que nosotros no los llevábamos y aunque no tuvimos incidentes graves, nos hicimos algún que otro corte superficial que tampoco es nada agradable.
En fin, una vez entrados en materia, metidos hasta el cuello en el agua, y después de buscar algún saliente para pegarnos un par de chapuzones el mar trasparente y cristalino de este lugar, fuimos directos a la gruta. Esta, es una gruta también pequeña, pero un poco más profunda y metida en las rocas que la que mencioné en la entrada anterior, donde llega un punto en el que te encuentras prácticamente sin luz. A mí me gustan las aventuras y me gusta ver cosas nuevas y vivir experiencias que me llenen de adrenalina, pero jamás hubiese entrado en un lugar así sin saber que es fácil salir o que hay una salida cercana a la que pudiese acceder con facilidad. Pero la cosa no acaba ahí. De repente… ¡Guaaaaauuuuu! Una impresionante cueva se abre ante nuestros ojos, un lugar donde la luz procede prácticamente del suelo, a través de una pequeña apertura que daba a otra cavidad por la que sí que entraba la luz. Toda azul celeste, toda mágica. A través de esta grieta por la que la luz se abría paso, se podía acceder a la siguiente, sin embargo el paso había que hacerlo bajo el agua, es decir, nadar hasta poder sacar la cabeza al otro lado de la pared. En ese momento comencé a agobiarme un poco, y aunque en un primer momento estaba decidida a pasar a través de esta apertura posteriormente acabé echándome atrás. Eran solo un par de metros lo que había que nadar para poder pasar ese hueco, pero el hecho de saber que en el caso en el que me faltase el aire no podría salir a respirar, o peor, podría dar con la cabeza en alguna de las rocas que se encontraban sobre mí, me hizo ser prudente y no pasar. Siempre me ha gustado el mar tanto como me ha impuesto respeto, y, aunque la verdad era que tenía ganas de pasar a través de aquella pared para ver lo que se escondía tras ella, la realidad es que no me sentí segura y no pude pasar. Puede que hiciese mal, o puede que bien, pero como se dice en mis tierras, la curiosidad mató al gato y además, es mejor prevenir que curar. ¿No?
Nos quedamos entonces nadando por aquellas aguas de película hasta que decidimos salir por donde mismo habíamos entrado. Por suerte llevábamos unas gafas de natación y podíamos ver, no solo las rocas que nos iban dificultando el camino, sino también los peces y los erizos que había. Hasta tal punto que una vez ya salimos a la luz, mirando debajo del agua sobre una roca que no se encontraba a más de un palmo de profundidad, vimos una gran cantidad de pececitos pequeños nadando por encima de ella como si de una gran carretera se tratase. Eso sí, no podíamos quedarnos mucho tiempo en aquella roca porque en un descuido de dos segundos comenzaban a morderte, y no solo los peces, también los cangrejos con sus pinzas.
Marisco fresco para comer:
El hambre comenzaba a hacer estragos, por lo que una vez nos reunimos con nuestros amigos cogimos rumbo de nuevo hacia una friggitoria, o como se dice en español, una freiduría. El lugar, llamado Isola de Sole, nos lo había aconsejado un amigo y la verdad es que mala pinta no tenía. Se encuentra en Castro Marina y yo lo recomiendo mucho si buscáis pescado fresco crudo, frito o cocido para comer por la zona.
Nada más entrar en el local, se encuentra a la izquierda una pequeña piscina donde se pueden ver aún vivos los mejillones, las almejas y las ostras que sirven allí. Ni yo ni Marta habíamos probado nunca una ostra, y pensamos que aquella podía ser nuestra oportunidad, así que pedimos un plato de frutos del mar variado, mejillones cocidos en su jugo con perejil y pimienta, gambas fritas, calamares fritos y, por qué no, una botella de vino para acompañar esta fantástica comida. La verdad es que todo tenía una pinta estupenda y cuando dijimos de probar las ostras, Marta que es más valiente que yo, la comió de seguida, y fascinada por el sabor me animó a mí a probarla. Yo, que aún veía prácticamente como se movía (por el limón que le habíamos puesto), empecé a sentirme hasta mal por comerla. Y, aunque al final la acabé probándolas, creo que aquella sería para mí la primera y la última vez. No sé si es que no tengo paladar para algo que la mayoría de personas denominan como una exquisitez o es que el ver que se movía me puso el estómago revuelto, pero no fue una de las experiencias más bonitas de mi vida.
Sin embargo todo el resto estaba buenísimo, sobre todo los mejillones, de los que no quedó ni una gotita del caldo que traían. Qué ricos. Y para acabar, en estos lugares pesqueros y de playa donde comer marisco es muy común, es casi tradicional acabar la comida con una especie de sorbete de limón. Este no era casero, y ni siquiera creo que llevase limón natural entre sus ingredientes, pero la verdad es que estaba bastante bueno y no le hicimos asco ninguno.
Porto Badisco:
Posteriormente ya con la barriga llena nos dirigimos a Porto Badisco, una pequeña cala donde también predominaban las grutas y los salientes, por lo que después de reposar un poco la comida, no faltó un chapuzón en aquellas aguas.
Laghetto della Cava di Bauxite:
Seguidamente nos dirigimos hacia Otranto y por el camino nos paramos en un lugar muy particular llamado ‘Laghetto della Cava di Bauxite’. Este lugar era una mina de extracción de bauxita hasta los años 70, momento en el que dejó de explotarse y se abandonó. Fue entonces cuando las filtraciones del terreno y las lluvias crearon un pequeño lago en su interior de color verde esmeralda por los restos de minerales mencionados anteriormente. A mí personalmente me recordó mucho al lago que se encuentra en las minas ya abandonadas de Riotinto (Huelva), aunque se ve mucho menos maniobrado por el hombre, o al menos a mí me lo parecía así, vamos, que sé que es artificial porque me lo dijeron nuestros amigos.
Llama mucho la atención las tierras de diferentes colores rojizos, marrones y anaranjados incluso que rodean al lago verde, y los colores y la percepción de los mismos se acentúan mucho más cuando ves este entorno tan bonito a las luces del atardecer. La verdad es que el juego de colores que se crea es alucinante y algo que no os podéis perder si pasáis por esta zona.
Se encuentra aproximadamente a un kilómetro y medio de Otranto, y se accede caminando a través de un pequeño camino de tierra que vimos muy transitado, asique no tiene pérdida. Vi además algunas personas paseando por allí a caballo, así que supongo que harán rutas por la zona, pero de eso no estoy muy segura, aunque sería precioso hacerlo.
Otranto:
Por último ya decidimos acabar la ruta en Otranto, donde pudimos por suerte parar a cenar (yo elegí probar un bocadillo de salchicha calabresa picante que estaba buenísima) en algunos de los puestos callejeros que allí se encontraban.
La ciudad era preciosa, y el ambiente de las callejuelas estrechas también. Había tiendas para todos los gustos, incluso para el mío, me enamoré entonces de una tienda donde joyas y bisutería de artesanía, de donde me llamaron la atención unos pendientes en plata que posteriormente me regalaron. Lo mejor es que ¡aún no se me han perdido! Y espero conservarlos durante mucho tiempo.
Además, fue en este pueblo donde vimos una exposición preciosa de fotografía relacionada con los paisajes naturales mezclada también con los aspectos culturales, las gentes y la manufactura de los productos típicos como los higos secos al sol, los higos chumbos, o la maceración del pescado. Además, el propio autor nos vio tan interesados que nos estuvo contando alguna anécdota del momento en el que tomó la foto o lo que quería expresar con ellas. Fue increíble. Además al lado de la misma exposición se encontraba también otra totalmente diferente de fotografía antigua que aún estaba en blanco y negro, y era curioso porque en algunas de ellas se podían apreciar símbolos u oraciones de la época fascista de Mussolini.
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