Los principios siempre son difíciles
El pasado lunes 20 de agosto salí de mi casa cargada con tres maletas a las 6 de la mañana en dirección al aeropuerto de Madrid. Allí cogería mi vuelo hacia Estocolmo, donde haría escala durante 2 horas y a las 22:35 llegaría al fin a Helsinki. Una vez allí, me fue a recoger al aeropuerto el padre de la familia finesa con la que viviría.
Quizá es mejor empezar la historia por el principio. Una vez que me fue concedido el destino Erasmus que había escogido como primera opción, rellené la solicitud de HOAS para tener apartamento. Sin embargo, no me daban respuesta y tras muchas llamadas y correos electrónicos, un mes antes de mi viaje conseguí que me contestasen. Desgraciadamente, ya habían alquilado todos sus apartamentos y no quedaba ninguno para mí.
En ese momento decidí ponerme a buscar apartamento, habitación o hasta una cueva si no quedaba otra, por mi propia cuenta. Hablé con amigas que habían estado aquí de ERASMUS otros años y aunque todas habían vivido en HOAS, me recomendaron varios grupos de Facebook. Todo lo que encontraba era excesivamente caro, lejos, inapropiado o al contrario excesivamente barato, por lo que podían ser estafas. En la mayoría de los pisos me pedían 1000 o 1500 euros de fianza sin haber visto el piso previamente, por lo que no los reservé.
Después de mucho buscar, apareció una habitación libre en un piso compartiendo con una madre y sus tres hijas, en la que el coste del alojamiento era alto, pero no tenía que pagar fianza por anticipado, así que pensé que había encontrado mi hogar definitivo. Sin embargo, tenía una conocida viviendo en Helsinki como au pair, pero iba a regresar a España y se le ocurrió en el último momento que quizá podría interesarme alojarme con su familia.
Así pues, la familia se puso en contacto conmigo y me ofreció alojamiento con comida y pocket money incluido a cambio de recogerles a los niños del colegio y cuidarles hasta que ellos llegasen de trabajar. ¡Eureka! Creo que después de solicitar el ERASMUS, esta fue la mejor decisión de 2018.
Por tanto, el padre de la familia finesa con la que vivo me vino a recoger al aeropuerto para ir a casa. Ese día diluviaba y hacía un frío increíble para ser agosto, así que entré rápido a casa con los zapatos puestos. ¡Primer fallo! En las casas finesas siempre se descalzan a la entrada de la casa y se dejan ahí los zapatos. Creo que es un buen consejo para empezar con buen pie vuestra estancia en Finlandia.
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