Cómo sobreviví a Estocolmo en tres días

Publicado por flag- Julen Diez — hace 4 años

Blog: Las dos caras de Suecia
Etiquetas: flag-se Blog Erasmus Estocolmo, Estocolmo, Suecia

Una vez visitado en sur, mi viaje por el nórdico continuó de esta manera:

Después de pasar cuatro días en Malmö, cogimos un tren para ir hasta Estocolmo, la capital de Suecia. Era una ciudad totalmente diferente, con múltiples islas que lo completaban y edificios de estilo diferente a los de Malmö.

Hicimos casi cinco horas en tren, y cuando por fin llegamos a la estación central, nunca nos habríamos imaginado lo que nos iba a pasar a continuación:

Trueno. Relámpagos en el horizonte. Chaparrón. Fue un buen comienzo de las vacaciones en la capital sueca, qué más pedir. No teníamos paraguas ni chubasquero porque estábamos en agosto y hacía treinta grados, así que no tuvimos más remedio que mojarnos nosotros  junto a nuestras maletas y mochilas.

Dimos muchas vueltas por la ciudad y seguíamos sin encontrar el hotel, y nos estábamos empezando a agobiar entre tanto peso, tanta lluvia y tantas calles. Pero al de tres cuartos de horas, dimos en el clavo y nos encontramos inesperadamente con el hotel. Nos alivió mucho.

Nos instalamos en las habitaciones y, cuando escampó, salimos afuera para ir a cenar. Ya eran las ocho de la tarde, y no habíamos comido nada excepto barritas energéticas que cogimos en el tren.

Pensamos en cenar en Gamla Stan, pero antes de eso decidimos echar un vistazo al Parlamento, que tenía su propia islita, y al Palacio Real, que se encontraba justo antes de empezar la zona de Gamla Stan, en su misma isla.

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Para aclarar un poco este tema, Estocolmo está compuesto por continente y por islitas, y concretamente por un archipiélago que tiene como nombre la susodicha ciudad.

Las islas más importantes son las de Kansen, Gamla Stan y Södermalm, pero también hay pequeñas, y no por ello menos importantes, como la del Parlamento, la del Modern Museet Strömsborg, probablemente la más pequeña de todas.

Pero no os preocupéis, a medida que vaya escribiendo este blog detallaré más a fondo cada una de las islas y sus atracciones turísticas.

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Pues bien, cuando ya vimos el Parlamento y el Palacio (su fachada principal estaba en obras, así que no la pudimos apreciar bien), nos metimos por las callejuelas del casco viejo.

Me recordaron mucho al barrio de Trastevere en Roma, porque todas las casas tenían ese color pastel que tan característico es en Italia y las calles eran semi-laberínticas e interminables, no tenían un fin.

Y al fin de al cabo, eso era un punto a favor si te encanta callejear, como en mi caso.

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Recorrimos gran parte de la zona oeste,  con ganas de ver mucho más, hasta llegar a la plaza más simbólica y famosa de Estocolmo: Strortorget.

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Aquellas casas que parecían de muñecas con un toque navideño me dejaron enamorado, era algo que sí merecía ver la pena, a pesar de ser una plaza pequeña. Había mucho movimiento en ella, llena de bares y turistas sacando fotos y disfrutando de la arquitectura sueca.

Sin duda lo más bonito que había visto durante mi estancia entera en Suecia.

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Seguimos caminando por las calles infinitas y nos encontramos con varias iglesias y tiendas de regalo, pero no con restaurantes ni bares, que nos decepcionó.

Teníamos mucha hambre.

Bajamos a una calle llamada Västerlånggatan que estaba hasta arriba de turistas y gente entrando y saliendo de las tiendas y comprando y vendiendo y cenando y queriendo cenar. Y cuatro de ellos éramos nosotros: entramos a tiendas, compramos, salimos, entramos a otras, compramos, etc. Era muy tentador.

Tan tentador que ni prestábamos atención a los restaurantes.

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También vimos que había muchos restaurantes italianos, pero no era lo que nos interesaba, ya que lo que queríamos era comer algo tradicional sueco, pero viendo la situación de las terrazas llenas y de nuestros estómagos rugiendo, entramos en un restaurante italiano. Y no nos defraudó.

La pasta, la pizza y el rissotto estaban deliciosos, y la sidra de frutas  (de fresa, de pera... Muy típico de Suecia) y el tiramisú ni mencionarlo.

Me dejaron con la boca abierta, babeando.

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Y fue así cómo terminó el primer día en Estocolmo, pero todavía había mucho que ver. Mucho.

Al día siguiente visitamos la isla de Skansen. Era "isla de los museos", y es que era exageradamente cierto. Nada más entrar a la isla se veía el primer museo: Nordiska Museet.

Era un museo sobre la historia nórdica, y no es que nos apasionara mucho ese tema, así que lo pasamos de largo, aunque cabe destacar que el edificio era precioso.

Me quedé con ganas de verlo por dentro.

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Y tampoco hicimos mucho esfuerzo para encontrar le segundo museo, en cinco pasos lo pudimos reconocer desde lejos:

Vasamuseet.

Era un museo de barcos, y guardaba un barco tan grande dentro de él que ni siquiera entraba en el propio museo y se podían ver las velas desde afuera.

Nosotros no entramos en el museo porque había demasiada gente esperando, pero sí entramos a su tienda de regalos, donde vendían desde camisetas del barco hasta toallas de mano.

Aunque sinceramente, yo sí recomendaría visitar el museo si tenéis tiempo o si con suerte no hay mucha gente. El museo puede ser muy interesante incluso para los no-aficionados como yo.

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Salimos de la tienda para alimentarnos de más museos. Íbamos para adelante y nos encontrábamos con más y más, era incalculable: 

Museo marítimo, Dyktanhuset (museo del buceo), Biologiska MuseetSpritmuseum (museo del licor), el acuario...Todo en una sola calle, sin interrupciones ni espacio entre ellos.

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Y al final de la calle llegamos al Museo de ABBA. Sí, al museo del grupo de música sueco que tan famoso se hizo en el mundo el siglo anterior, puros iconos de la música. En ésta no había tanta cola para esperar, pero con la de cosas que teníamos todavía para hacer no nos merecía la pena.

Además, el precio de la entrada era bastante elevado, y a menos que seas un gran fan de ABBA no creo que sea importante visitarlo en tu viaje, y más si dura pocos días.

Así que en vez de entrar al museo entramos a su tienda de regalos, cuyo techo era así, que me pareció muy curioso, lo más curioso de todo el museo, vamos:

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Salimos de la tienda y dimos vueltas por aquella zona de la isla. 

Por suerte, no vimos más museos para entrar a sus tiendas de regalos y fundirnos la cartera, sino que esta vez vimos varias calles llenas de colores y mucho encanto, una de ellas era el Långa gatan, que era la más larga.

Ver cosas bonitas y de calidad y mucha historia no siempre sale caro.

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Recorriendo todas aquellas calles, descubrimos un parque de atracciones, el Gröna Lund. Se veía maravilloso desde fuera, y tenía una decoración similar a la de Tivoli en Copenhague: casas estilo New Orleans, pagodas, edificios estilo Barrio Sésamo... Me sentía como un niño pequeño cuando decía que quería entrar ahí.

Pero como ya he dicho antes, no teníamos tiempo. Una pena.

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Salimos de aquella zona y cruzamos la carretera, donde vimos el Cirkus Arena, cuya entrada venía con la de ABBA, así que una pena también.

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Me empecé a dar cuenta de que no estábamos viendo absolutamente nada, solamente sightseeing. Aunque tampoco es algo malo, la verdad.

Tenía esperanzas de entrar al Skansen Zoo, un parque temático donde se mostraban los pueblos samis (una tribu sueca) y la fauna autónoma de Escandinavia, pero visto lo visto, ya iban tres penas en el bolsillo. Solo mirábamos tiendas de regalos, y de vez en cuando, comprábamos algo.

Afortunadamente, a partir de aquel momento todo cambió.

Después de rodear todo el zoo, llegamos a Djurgården, un parque al este de la isla. Era muy grande, incluso demasiado, así que solamente nos limitamos a ver el Palacio Rosendals y sus alrededores.

El palacio era bastante pequeño, y sinceramente nos lo imaginábamos más grande, pero nos sorprendió con su floristería peculiar, el cual estaba al aire libre y no había ningún dependiente o dependienta. Te servías a ti mismo.

Para aclararlo, esta "floristería" era una huerta de flores donde podías coger todas las flores que quisieras por un bajo precio. En la entrada de la huerta había tijeras y todo lo necesario para recoger tus propias flores, y después te dirigías a una caseta donde te las cobraban.

Me pareció algo muy original, y las flores eras preciosas, aunque algunas estaban marchitadas debido a la ola de calor del país.

Pero eso no era todo. Justo al lado de la huerta había un pequeño jardín botánico con alguna que otra escultura y fuentes pequeñas.

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Y aquí es donde nos empezó a entrar el hambre, cuando salimos de aquel jardincito:

El Stiftelsen Rosendals Trädgård, un restaurante de comida orgánica establecida en un invernadero, apareció delante de nuestras narices. Era un lugar totalmente diferente a lo que había visto anteriormente. Era una especie de invernadero con mesas y sillas de estilo extravagante y alguna que otra planta y un buffet libre donde había solamente postres: pasteles y pasteles.

Para pedir los platos principales, había que esperar una cola bastante lenta y llegar hasta el fondo del buffet donde te encontrarías con una barra para pedir uno de los tres platos disponibles: ensalada, gazpacho u otro tipo de ensalada. Yo cogí la primera, lo más básico, y lo más ecológico. Y para beber, limonada.

Había que esperar mucho para que los platos estuvieran listos, así que cuando pagabas te daban un cacharro con un número, y cuando tu pedido estaba listo se encendía y tenías que ir a una mesa especial y exclusivo para recoger el pedido. El agua y el pan con aceite o mantequilla eran gratis, así que los cogimos y nos los comimos mientras esperábamos la comida.

Afuera no había sitio para comer, en ningún lado. Todo estaba hasta arriba de gente. Dos de nuestro grupo se fueron a buscar algún sitio, y yo y otra persona nos quedamos adentro, en el invernadero, donde sí había sitio para comer, pero hacía demasiado calor como para quedarse ahí, y nos estábamos asfixiando con solo esperar el pedido.

Después de comernos las uñas por la impaciencia alrededor de unos veinte minutos, nuestros pedidos llegaron. Mis compañeros encontraron un pequeño campo de manzanos con mesas de pic-nic para comer, y la verdad que se estaba muy bien, un ambiente totalmente reconfortante.

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Comimos, nos dimos un descanso al cuerpo y nos levantamos, después de estar bastante tiempo ahí, para continuar y terminar con la visita por la isla. Nos despedimos del parque y nos dispusimos a salir de la isla yendo por el lado norte, eran unas vistas impresionantes.

Pasamos por un pequeño parque lleno de flores y, sobre todo, lleno de gansos. Pero a montones. Pensé que ya lo había visto todo en Malmö, pero parece que me había equivocado. Los jardines de la Reina era el nombre del parque.

Y al fin cruzamos el puente para salir de Skansen. Caminamos por el muelle y nos fijamos en todas las casas que tenían pinta de ser castillos y no lo eran, al igual que las casa que parecían ser casinos u hoteles y tampoco lo eran, solamente simples viviendas.

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Llegamos al centro, y como última cosa para hacer aquel día antes de ir a cenar, nos metimos en el metro. Pero el metro de Estocolmo no era uno cualquiera, era bastante peculiar. Es por eso que nos metimos ahí, y ahora os lo explicaré mejor.

Os explicaré cual fue la parte que más me gustó de Estocolmo.

Pero eso ya en la segunda parte del blog. ¡Así que id a verlo para continuar con este viaje tan polifacético!


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