De viaje por Turquía (7º parte): el barrio más chulo de Estambul y mi primera experiencia en un baño turco.

¡Hola desde las nubes! Después de quince días de viajes, he llegado al final de mi aventura por Turquía y no puedo estar más decepcionada por tener que irme. No solo tengo que decirle adiós a una de las mejores naciones que he visitado, sino que también tengo que decirle hola a los trabajos de la universidad en cuanto aterrice en Reino Unido. (Editado: ¡dichos trabajos han sido la razón por la que he tardado tanto en subir este post!). Aunque no todo son malas noticias: gracias a mi vagancia general aún tengo unos días de vacaciones para ponerte al día, ¡así que mi vuelta a la realidad se puede posponer un poco! Sin más dilación, por tanto, déjame retomarlo donde lo dejé: en la increíble ciudad de Estambul.

Día 13 (9 de septiembre)

En la tarde de mi decimotercer día en Turquía, llegué a Estambul por segunda vez. Mi vuelo fue bastante placentero (nos llevaron, por alguna razón desconocida, a un pretencioso avión con varios pasillos y televisiones), pero mi estómago estaba un poco revuelto y no estaba segura si podría sobrevivir una hora de autocar desde el aeropuerto hasta mi alojamiento.

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Mi equipaje tardó una media hora en llegar a la cinta de recogida, pero por una vez fue un alivio en vez de algo frustrante. La espera me dio algo de tiempo para sentarme, beber un poco de agua, tomarme unas pastillas y, en general, volver a recuperar un poco la salud. Cuando apareció mi mochila ya me encontraba mucho mejor y debo decir que, por suerte, mi viaje en bus posterior transcurrió sin problemas.

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Una hora después, estaba haciendo el check-in de nuevo en el hostal Cheers Vintage, en el distrito de Sultanahmet. Llegados a este punto, mi estómago estaba completamente vacío, así que mi prioridad era encontrar algo nutritivo con lo que saciar mi hambre. La cercana tienda Pudding Shop me vino inmediatamente a la mente: Ya había estado allí la semana anterior, pero no había probado su plato estrella: arroz con leche. Por tanto, allí fui a comprar tan solo esto. ¿Realmente fue para tanto? ¡Tendrás que esperar a mi siguiente artículo 'Reseñas de restaurantes de Estambul' para averiguarlo!

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Una conversación que invita a la reflexión

De vuelta a casa, decidí parar por segunda vez en el Arasta Bazaar. Uno de los muchos vendedores de especias que trabajan en el complejo me invitó a su tienda para tomar té gratis. Normalmente le habría dicho que no de forma educada, pero algo me atrajo: Creo que fue la forma descarada en la que me contestó 'Sé que no vendrás' cuando le dije resignadamente 'quizás me pase luego'. Dentro hablamos de todo, desde el destino (yo no creo en él, pero él sí), hasta la honestidad. Me explicó que no merecía la pena andarse por las ramas cuando estuviera en Turquía. Si no quería algo, tenía que ser franca y decir firmemente que 'no' en lugar de intentar inventarme una excusa.

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La conversación, por supuesto, acabó empeorando. 'Deja que te lleve a una terraza de un hotel que está por aquí cerca', me dijo. 'Habrá personas por la calle, así que te sentirás segura todo el tiempo'. (Esta afirmación preventiva hizo saltar mis alarmas en mi cabeza). Me acordé del consejo que me acababa de dar y le dije que no, le di las gracias por su compañía y me fui.

Día 14 (10 de septiembre)

No salí del hostal el día siguiente hasta por la tarde: después de que me doliese el estómago toda la mañana, decidí tomármelo con calma por una vez y darle a mi cuerpo el descanso que necesitaba. No obstante, cuando me levanté y me preparé, era hora de volver a explorar, algo que ese día significó caminar unos veinte kilómetros.

¡Comida, deliciosa comida!

El kilómetro número uno fue rematado con Osmanlizadeler, una pequeña pero elegante panadería ubicada en la esquina del animado Hudavendigar Caddesi. Aquí me senté a disfrutar de un pedazo de tarta de chocolate para desayunar (me quedé dormida y no pude comer en el hostal), todo mientras observé las preciosas lámparas y baldosas que decoran el lugar.

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Podrías pensar que ya estaba suficientemente llena llegados a este punto (en efecto, tuve que pedirles a los camareros del Osmanlizadeler que me pusieran casi la mitad del desayuno para llevar), pero a medida que llegaba al Galata Bridge, me acordé de una recomendación culinaria que me había dado una de mis compañeras de piso de Cappadocia. Los pescadores, me dijo, dejaban sus barcos en esta parte de la orilla, donde freían lo que habían pescado ese día. Los turistas podían ver cómo lo hacían y, por un pequeño precio, comprar sus propios bocadillos de pescado frito.

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No tenía pensado volver a esta parte de la ciudad, así que adopté una actitud de 'ahora o nunca' y decidí darme un capricho con uno de los productos de Kalyatah Barbaros. Al fin y al cabo, ya era hora de comer para aquellos que se hubieran levantado a una hora civilizada. Le di un mordisco a una baguette, me di cuenta de que estaba demasiado llena para comer más y guardé el resto en mi mochila para comerla después. (Probablemente no fue inteligente, ya que el pescado suele desprender un olor bastante malo, ¡pero por lo menos sabía igual de bien cinco horas más tarde!).

Explorando Balat

De aquí, caminé otros cuatro kilómetros hacia el oeste por la orilla del Golden Horn, parando tan solo cuando llegué al fabuloso barrio de Balat. Conocido por sus casa coloridas y su ambiente cosmopolita (anteriormente vivían allí los griegos, judíos y armenios de Estambul); esta parte de la ciudad no es muy conocida por los turistas, pero muchos harían bien añadiéndola a su lista de cosas que ver.

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Admito que estaba un poco desilusionada cuando llegué: las calles que veía ante mis ojos no se correspondían con aquellas que había visto en la guía de viajes. La Iglesia de Santa María de los Mongoles, construida con ladrillos rojos, era bastante bonita (a pesar de que, por desgracia, estaba cerrada a los visitantes ese día), pero no sabía si merecía la pena caminar durante kilómetros para ver tan solo este edificio.

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Sin embargo, después de una extensiva búsqueda en Google (puesto que no muchos turistas visitan este distrito, no hay demasiada información) me di cuenta de que Kürkçü Çeşmesi estaba donde yo debía haber estado todo este tiempo. Me paseé por las calles de esta zona de compras, parándome brevemente para observar la Fener Houses, situada en ambos lados de Meridivenli Yokuş. Ahí solían vivir las familias aristócratas griegas y ahora estas mansiones son lo que llamaríamos las 'caras' del barrio.

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Entrar en Kürkçü Çeşmesi fue como adentrarme en un mundo nuevo. Hasta ahora, me había encontrado con otras diez personas; ahora, de repente, estaba rodeada de cientos de ellas. El precioso Café in Balat (un nombre ingenioso, ¿a que sí?) fue mi primera parada. Aquí pude calmar mi sed con un batido de Oreo y les eché un vistazo a varias guías de viaje para ver cuáles eran las tiendas de esta calle que no podía irme sin ver.

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Las tiendas de ropa vintage parecían ser las favoritas de todos, así que, después de pagar la cuenta, fui en busca de algunas. Kulis Vintage fue la primera que me encontré y allí pasé unos diez minutos mirando los estantes repletos de ropa y admirando las baratijas y los accesorios que se repartían por los estantes. Entre estos, pude encontrar un par de gafas de sol que favorecían la forma de mi cara (normalmente parezco una mosca con gafas, así que prefiero ir sin ellas). Por desgracia, no estaba dispuesta a pagar 200 TL (28 £) esta ocasión, a pesar de que, ahora que lo pienso, debería haber sido un poco menos tacaña.

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La siguiente parada fue Neo Vintage, una boutique a la que también se podía acceder desde la calle de atrás. Dentro encontré de todo, desde cortavientos al estilo de los 70 hasta neceseres de maquillaje que anunciaban en mayúsculas: 'PATATAS FRITAS ANTES QUE CHICOS' (un eslogan genial, si me preguntas). De nuevo salí con las manos vacías: no porque no hubiese encontrado nada que me gustase, sino porque tenía miedo de que tantas compras me hiciesen superar el peso permitido de mi equipaje.

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La Iglesia Búlgara de San Esteban

Después de pasarme un par de tiendas de antigüedades más, decidía emprender mi camino de vuelta. Por suerte, solo tenía que caminar en línea recta para volver al paseo del río; pero no fue así, puesto que me distraje por el camino. Lo primero que llamó mi atención fue La Iglesia Búlgara de San Esteban, una estructura neogótica construida en su totalidad con hierro, pero pintada de blanco para parecerse al mármol.

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La fachada por sí misma era bastante espectacular, pero el interior del edificio (con sus iconostasio de madera dorada y sus brillantes lámparas de araña de cristal) era otra historia. Arriba, en la zona de la galería, observé impresionada las naves que se levantaban bajo mis pies y, en el sótano, vi una exposición extraordinaria sobre cartografía.

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El café más guay de Estambul

De vuelta en la calle, decidí continuar por la calle principal un rato y, antes de darme cuenta, mi viaje ya se había vuelto a interrumpir: esta vez por culpa de Atölye Kafasi, un café con una curiosa decoración. Dentro, rodeada de frondosas plantas, guirnaldas de luces y jaulas colgantes de madera, disfruté de una refrescante Fanta. Cuando me quedaba la mitad del vaso vi un enchufe y, después de cambiarme de mesa, pasé la siguiente hora sentada allí, cargando mi teléfono. Normalmente nunca me permitiría descansar tanto cuando voy de turismo, pero como pies necesitaban un descanso y no tenía que estar en ningún sitio durante un rato, me permití a mí misma disfrutar de este inusual descanso.

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Visitando otra vez viejos sitios

Cuando mi teléfono y mi cuerpo habían cargado sus baterías otra vez, decidí visitar por segunda vez el Gran Bazaar. Para mi disgusto, las lámparas turcas eran bastante más caras que las que había encontrado en Cappadocia. No compré ninguna, por tanto, y lamentando mi tacañería una vez más, decidí que tendría que buscar otra más barata en Internet cuando llegase a Inglaterra. Mi sesión de compras, no obstante, no fue una pérdida total de tiempo. Encontré muchas boutiques y callejuelas que no había visto en mi viaje pasado, por no mencionar un par de techos pintados increíbles.

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Mi primera experiencia en un baño turco (¡sin fotos, por razones evidentes!)

Después de una parada rápida en Gülhane Park (para comerme la tarta que me había sobrado del desayuno), seguida por otra parada rápida en mi hostal (para dejar mi mochila), me dirigí hacia la última parada del día: ¡los baños turcos públicos! Después de investigar mucho, me decanté por Kadirga Hamami: no solo era barato y en una buena ubicación, sino que también, gracias a su naturaleza auténtica, tenía increíbles reseñas tanto de los turistas como de los lugareños.

En el futuro, escribiré un artículo sobre el hamam turco, pero aquí tienes un pequeño resumen de mi experiencia para que te entre el apetito. Al llegar, me dirigí a la sección de mujeres y pagué una entrada de 85 TL (12 £). Me dieron una pequeña toalla y me dijeron que me desvistiera. Lo hice (¡en un vestuario con una ventana transparente gigante en su puerta!) y después pasé a la zona de masajes, intentando taparme lo mejor que podía con lo poco que me habían dado.

Me mandaron a relajarme en una sauna, donde sonaba música relajante mientras mi cara goteaba con sudor. Justo cuando estaba al borde de sofocarme, mi masajista me llamó y me pidió que me quitase la toalla. Este momento llevaba preocupándome todo el día, pero cuando lo hice, la Tierra seguía girando milagrosamente y nadie de los que estaban allí se fijó lo más mínimo. Después de todo, habían pasado por lo mismo diez minutos antes. Tumbada, expuesta a todo, en un bloque de mármol, disfruté de un lavado exfoliante, seguido de un masaje de espuma muy relajante.

Por supuesto, me estaba tratando un completo extraño de forma muy íntima, pero no me sentí insegura ni una vez. En su lugar, era casi reconfortante tener a esta especie de abuelita inclinándose sobre mí para aliviar toda la tensión que se había acumulado en mis músculos. Una vez me trataron por completo y me enviaron a aclararme el pelo, tuve que volver a la sauna por segunda vez y después otra vez a la zona de masajes para que me tirasen agua fría por encima. La temperatura templada era tal que el proceso se volvió casi adictivo: cada vez, el sentimiento inicial de estar refrescada tardaba unos cinco segundos en pasarse y, después de esto, tenía que volver a la pila a llenar mi cuenco de agua otra vez.

Cuando por fin logré romper este ciclo, volví a los vestuarios, donde me dieron otra toalla más grande y más suave para que me secase. Le di una propina a mi masajista (es costumbre en Turquía) y volví a salir a la calle sintiéndome muy limpia y muy relajada.

Un encuentro desagradable

Esta serenidad interior no duró mucho, no obstante, porque tan solo cinco minutos después me encontré con mi dosis diaria de hombres desagradables. En un principio, dicha persona solo quería que le sacase una foto. 'Está bien', pensé. Había pedido a otras personas que me sacasen fotos durante mi viaje. Cuando hice lo que me pidió, no obstante, no se marchaba. En su lugar, empezó a preguntarme cosas sobre mí e insistió en que caminásemos juntos un rato. Puesto que íbamos en la misma dirección, no podía protestar.

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'No dejes que te impida seguir comiendo eso', me dijo, refiriéndose al polo que había empezado a comer justo antes de encontrármelo. Ningún objeto cilíndrico se iba a acercar a mi boca mientras este hombre estuviese cerca de mí. Dejé que se derritiera en la acera.

La conversación cambió rápidamente a esa tarde. ¿Qué iba a hacer? ¿Me gustaría tomarme algo con él? Me inventé mis excusas, pero no se rendía. '¡Yo pago!', me prometió. De nuevo decliné su invitación, diciéndole que tenía que madrugar a la mañana siguiente (¡lo que era verdad!).

'Bueno, ¿por lo menos tienes Whatsapp? ¿Facebook, Messenger?', me preguntó, su voz delatando que no se creía que le habían rechazado. 'Eeeehhh', respondí, esperando que cambiase de tema. '¡Mentirosa!', gritó, apretando mi mano, enfadado. Me acordé de la conversación que había tenido con el vendedor de especias la tarde anterior: Tenía que ser firme. 'Escucha', dije, 'no estoy interesada en volverte a ver'.

¿Y sabes qué? Eso fue todo lo que hizo falta para que me soltara y se marchara; nunca lo volví a ver. Volví a meterme el polo en la boca para celebrar.

De viaje por Turquía (7º parte): el barrio más chulo de Estambul y mi primera experiencia en un baño turco.

Conclusión final

Mi decimocuarto día en Turquía (y la tarde anterior) ¡fueron para recordar! Me salí de la ruta típica de Estambul, recorrí las callejuelas del Gran Bazaar y me enfrenté a mis miedos en un auténtico hamam. ¿Qué he aprendido de estas aventuras? ¡Sigue leyendo para descubrirlo!

  1. Los barrios menos turísticos son los más bonitos (Balat es, por supuesto, un buen ejemplo de esto).
  2. Ir a los baños turcos es una forma genial de adquirir más confianza en tu cuerpo: no solo tendrás que estar cómodo con la idea de que otros te vean desnudo, sino que también sentirás un gran sensación de logro cuando lo hayas conseguido.
  3. Está bien tener cuidado con el dinero cuando viajas, pero también es importante no ser demasiado tacaño. ¡Todos tenemos que darnos un capricho de vez en cuando!
  4. En cuanto a ahuyentar a hombres molestos, poner excusas y andarse por las ramas no te llevará a ningún sitio. Se trata de ser educada pero firme: hay que explicar que te gustaría que te dejase en paz y no hay que dar pie a que avance.

De viaje por Turquía (7º parte): el barrio más chulo de Estambul y mi primera experiencia en un baño turco.

Fin de la séptima parte

Así que aquí está: ¡la séptima y penúltima parte de mi serie 'Viajando por Turquía'! Todavía tengo que contarte un día más, así que estate atento a la octava parte, que publicaré muy pronto. Mientras tanto, asegúrate de ponerte al día con los posts que te has podido perder y empieza a planificar tu propio viaje a este país tan extraordinario.


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