Niños y Pobreza en Ciudades
Según la ONG Educo, el 25% de los niños españoles viven por debajo del umbral de la pobreza. 100.000 niños dejaron de asistir al comedor de sus colegios desde 2009 a 2012 por la imposibilidad de pagar la parte del coste que las becas no cubren. En 2013, 2.865 niños de Barcelona presentaban malnutrición.
Además, según la ONG, 100.000 niños han dejado de asistir al servicio de comedor entre los cursos escolares 2009-2010 y 2011-2012 por la situación precaria de sus familias, que no les permite pagar la cuota establecida. Incluso en los casos en que se les otorga una beca parcial por parte de la Administración, los problemas para pagar la parte del coste que esta no cubre, obligan a muchas familias a renunciar a ella.
Fili Bravo explica que en 2012 la asociación vecinal que él preside denunció que en el barrio había niños que se desmayaban en clase por hambre. Un estudio del Ayuntamiento reveló ese mismo año que 900 de los 2.800 casos de malnutrición en Barcelona pertenecían a Nou Barris. Según datos de 2013 aportados por el Ayuntamiento de Barcelona, 2.865 niños (un 1,7% de los escolarizados) de la ciudad presentaban casos de malnutrición.
Frente a este panorama, la búsqueda de trabajo tampoco es fácil. «Para buscar empleo, hay que desplazarse a Barcelona [Ciutat Meridiana está a unos 45 minutos en metro del centro de la ciudad]. Yo no tengo dinero para pagar el transporte», cuenta Aroa Flores. En Barcelona, una tarjeta simple de transporte metropolitano de 10 viajes (la llamada T-10) cuesta actualmente 9,95 euros. La Generalitat decidió bajar 15 céntimos su precio el 1 de enero de este año. En 2010, esta misma T-10 costaba 7,35 euros.
El derrocamiento de Blaise Compaoré después de 27 años en el poder, al que accedió mediante una traición y un golpe de estado, tras unas intensas protestas civiles que culminaron el pasado 31 de octubre con su renuncia, ha sido recibido como un gran evento en los medios y en la comunidad internacional. En un continente donde los líderes estatales se aferran al poder desesperadamente hasta su muerte o su derrota por medios violentos, la révolution burkinabé supone un extraño caso de éxito, de cómo un movimiento ciudadano puede generar un cambio de régimen.
Para dibujar un esbozo del destronado Président es necesario echar la vista atrás para observar cómo alcanzó el poder y de qué modo el tipo de gobierno que impuso en Burkina Faso es un calco de otros estados africanos dirigidos por déspotas.
A principios de 1983 el Capitán Thomas Sankara (jovencísimo héroe nacional) era designado por el entonces presidente de Alto Volta como primer ministro; pocos meses después y debido a sus discursos públicos y acciones políticas (demasiado a la izquierda para aquel gobierno) fue destituido y arrestado. El clamor popular y el movimiento de las tropas fieles a Sankara –lideradas por su mano derecha, el Capitán Blaise Compaoré– llevaron a la caída del gobierno, aupando a Sankara a dirigir el país. Así comenzó una de las revoluciones más apasionantes en África Occidental, revolución que, empleando un discurso socialista, trazó grandes reformas y alcanzó mejoras importantes, como llevar a cabo masivas campañas de inmunización, redistribución de la tierra, proyectos agrarios e industriales a escala nacional, desarrollo de infraestructuras y un largo etcétera. Sin embargo, su mayor logro fue el mensaje de libertad y modernidad, de rebeldía y confianza que consiguió transmitir primero a su pueblo pero también al resto del continente; todo debido fundamentalmente al carisma y liderazgo de Thomas Sankara. Para muchos jóvenes en África, Sankara, no sólo representaba el rechazo de la herencia colonial sino que suponía un soplo de aire fresco; llevó esperanza y orgullo a un pueblo especialmente necesitado de todo ello. Aún hoy en día permanece como un poderoso símbolo de justicia y lucha contra la opresión en África.[1]
Lamentablemente una traición perpetrada por su mano derecha, Blaise Compaoré, y planeada y apoyada por los gobiernos francés, en mayor medida, y estadounidense fue lo que terminó con la Revolución Sankariana. El 15 de octubre de 1987 Thomas Sankara era asesinado en una emboscada. Tras el coup d’étatCompaoré adoptó como modelo de gobierno un perfil muy recurrente a lo largo del continente: un sistema de partido único, personalista, autoritario y represivo que se enmascara tras una apariencia democrática y unas estrechas relaciones con las potencias neocoloniales.
Una vez la independencia política fue alcanzada, los jóvenes estados africanos se centraron (al menos sus dirigentes) en movilizar sus recursos, tanto humanos como de materias primas, con el objetivo de alcanzar rápidamente progreso y prosperidad en términos casi bíblicos, como los empleados en la famosa cita de Kwame Nkrumah «Seek ye first the political kingdom, and all the rest shall be added unto you». Esta visión fue ampliamente compartida tanto por la nueva élite dirigente africana como por los colonizadores salientes. África heredó de la época colonial sociedades y economías fragmentadas –monocultivos, carencia de industria e infraestructuras, tribalismo– y al mismo tiempo el sistema económico mundial comenzó a golpearla duramente con sus exigencias. Para tener alguna oportunidad en esta lucha y tratar de superar los obstáculos hacia un desarrollo socioeconómico, los gobiernos necesitaron estrategias y programas para unir sus sociedades (nacionalismo) y generar mecanismos de cooperación a varios niveles: local, regional, continental, etc.
Llegados a este punto decidieron que un sistema multipartidista, ya fuese al estilo presidencial francés o el parlamentarismo británico, como los que fueron implantados en el proceso de descolonización, resultaban inapropiados para la realidad africana y sus propuestas e intereses. La nueva élite dirigente africana desmontó las constituciones liberales y repudió el sistema multipartidista declarándolo ajeno al continente, y en algunos casos permitiendo la existencia puramente nominal de una oposición para así poder exhibir una apariencia de pluralidad.
La noción de partido único fue de algún modo presentada como compatible con la misión esencial del Estado postcolonial. Para ello era necesaria la construcción de una justificación ideológica en la cual el carácter multi-étnico y multi-religioso de la política africana, en combinación con el prioritario desarrollo económico, fuesen señalados como incompatibles con la pluralidad política al estilo occidental y la variedad de un sistema multipartidista. En otras palabras, los beneficios derivados de la negación de la pluralidad democrática superaban las ventajas que podrían haber alcanzado tolerando la esencia de la diversidad étnica y religiosa.
Pronto el partido único se convirtió en marca registrada de la escena política postcolonial africana, en teoría cargada con la misión histórica de soldar la tan comentada disparidad étnica y religiosa bajo la omnipresencia de una única identidad nacional. Lejos de promover una cohesión interna, el sistema monopartidista se convirtió sin embargo en un mecanismo para monopolizar el poder político mediante una élite al mando, con efectos nefastos para la cimentación y la construcción de un estado funcional. El sistema implantado suprime cualquier tipo de visión que difiera de la hegemónica, no permite oposición política, ni prensa crítica o cualquier tipo de expresión que no vaya en consonancia con la élite dirigente. Este último apunte ha derivado innumerables veces en enfrentamientos violentos y guerras civiles, puesto que al no haber espacio para diferentes perspectivas y/o para el diálogo entre diferentes posiciones, la única válvula de escape de la presión es la confrontación directa y armada. La cooperación entre países africanos ha sido no solo escasa y problemática, sino que en un gran número de ocasiones países vecinos han jugado papeles clave en la desestabilización de sus contrapartes.
Se unen todo tipo de adicciones que aun hunden más en la miseria a las personas como son las drogas, bongs sin control, alcohol...etc.
En paralelo a la creación del partido único como elemento fundamental y permanente, la idea de una figura central que aglutinase todo el simbolismo del movimiento ha sido un hecho recurrente a lo largo y ancho del continente. Estas personalidades pasaron a conocerse en el análisis político como strong men o big men, es decir, hombres fuertes. Siempre acompañados de la misma justificación: estabilidad política y unidad nacional. Por supuesto, las siempre recurrentes elecciones manipuladas para obtener legitimidad, especialmente de cara al exterior, están a la orden del día en todo buen estado postcolonial que se precie. Solo basta con echar una ojeada a la lista de presidentes actuales de ciertos países y ver cuántos años llevan en el cargo (y sus cuentas bancarias):
José Eduardo Dos Santos – Angola – 34 años
Teodoro Obiang – Guinea Ecuatorial – 34 años
Paul Biya – Camerún – 31 años
General Idriss Deby Itno – Chad – 24 años
Robert Mugabe – Zimbawe – 26 años
Yoweri Museveni – Uganda – 27 años
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