Viaje a Eslovenia
Pese a que mi intención era ir relatando los viajes que he hecho este año de forma cronológica, me veo en la inevitable obligación de hacer ahora una expeción, y adelantar el último viaje que he hecho este fin de semana, a Eslovenia.
A principios de curso, leí el libro "Libre y Salvaje", de Ignacio Dean, en el que el autor relata en primera persona, la vuelta al mundo a pie que realizó durante tres años, recorriendo Europa, Asia y América.
En el primer capítulo, "Europa", explica cómo le impresionó la belleza de Eslovenia, y la bonita acogida que recibió en Ljubljana, su capital, gracias a la calidez de la gente, y la gracia de la ciudad.
Yo, hasta entonces, no había oído hablar de Eslovenia más que brevemente, en los libros de geografía, pero decidí que sería una buena idea ir a comprobar todo aquello que el autor narraba.
Fue así, cómo unos meses más tarde, y junto a una de mis mejores amistades de este Erasmus, Belén, me decidí a comprar un ticket de ida en dirección a Ljubljana, con intención de explorar este pequeño país.
Día 1.
La primera parada de nuestro viaje, como ya he mencionado, fue Ljubljana. Al llegar, nos unimos a un "Free Tour" por el centro de la ciudad, en el que nos explicaron un poco la historia que se esconde tras todos sus mágicos rincones, y los lugares más relevantes dentro del casco histórico.
Nos quedamos asombradas por lo bajitos que eran todos los edificios, que diseñaban así una ciudad totalmente a escala humana, y que da gusto pasear, y la belleza de los puentes que conectan ambos lados del río Ljubljanica.
Río Ljubljanica
Una de las pequeñitas plazas de la ciudad.
Pequeña galería de arte en una de las calles centrales.
Esa noche, cenamos en un mercado de comida que se celebraba en la plaza Pogacarjev ese día, y después fuimos con unos nuevos amigos que hicimos en el hostal a tomar unas cervezas y explorar el centro cultural alternativo de Metelkova, que incluye bares y discotecas, muy interesante y abierto a todo tipo de gente.
Día 2.
El segundo día, al despertar, paseamos por el mercado popular de la ciudad, donde no pudimos resistirnos a comprar fruta fresca y productos artesanales.
Una de los coloridos puestos de fruta del mercado.
Más tarde, subimos a uno de los edificios más altos de la ciudad (que la verdad, no ofrece mucha competencia en cuanto a altura de los edificios se refiere), el rascacielos Nebotičnik. Desde ahí, pudimos disfrutar de, por un lado, la inmensidad del parque Tivoli, que más tarde exploraríamos y quedaríamos encantadas por su verdosidad y densidad; y por otro, el Castillo, que, situado encima de una colina, prácticamente en medio de la ciudad, y decorado por el fondo que le otorgan los Alpes julianos, le da a Ljubljana un aspecto pintoresco y encantador, desde el que también se pueden disfutar de unas buenas vistas adornadas por la puesta de sol.
Vistas desde el rascacielos, con el castillo de fondo.
Esa noche, cenamos un sandwich sentadas junto al río, en una permanente apreciación de la, al mismo tiempo, calma y alegría que regala a la ciudad; paseamos junto a él; y disfrutamos del agradable ambiente nocturno, despidiéndonos así, de las que a día de hoy considero una de las ciudades más bonitas de Europa.
Día 3.
Al día siguiente, cogimos por la mañana un autobús de una hora que nos dejó en la localidad de Bled. La montañosa ciudad, que se reparte al rededor del lago, nos acogió con ambos, sol y lluvia, que tuvieron como efecto un hermoso atardecer.
Esa tarde, subimos al mirador Mala Osojnica, desde el que disfrutamos de las vistas del lago en la compañía de un buen libro, hasta más tarde, que recibimos a los amigos americanos que se unirían a nosotras en el resto del trayecto, Wyatt y Mallory.
Lago Bled desde el Mirador.
Atardecer en el Lago Bled desde su orilla.
Día 4.
Esta mañana amaneció temprano para nosotros, puesto que madrugamos y cogimos un autobús de una hora en dirección a Bohinj.
Ahí, nos esperaba un lago aún más grande y silvestre que el de Bled, que, en combinación con las montañas ofrecía una imagen espectacular.
Lago Bohinj. El agua, cristalina, reflejaba cual espejo el paisaje que sobre ella se posaba.
Desde ahí, seguimos una ruta hasta la bravía cascada Mostnice, atravesando inmensos campos de flores, pastos de ganado, y las gargantas formadas por la erosión del río.
Campo de flores en Bohinj.
Río en Bohinj.
Volvimos al lago cuatro horas después, agotados por el senderismo, y en su orilla comimos el picnic que teníamos preparado, para seguidamente bañarnos en sus aguas heladas, que, en conjunto con la bonita postal que teníamos ante nuestros ojos, nos dejaron como nuevos.
Después de esa parada tan necesaria, reemprendimos la marcha, y bordeamos el inmenso lago, hasta su otro extremo, en ocasiones sumergidos en la sensación de estar cruzando una jungla, debido a la espesura de su maleza, tras la que se podía entrever aún, la orilla del lago que nos indicaba el camino correcto.
Volvimos a Bled cansados y tostados por el sol, pero con la inapelable impresión de haber descubierto uno de los rincones más bonitos del planeta, que, a su vez, nos sentíamos responsables de preservar, puesto que cada vez es más difícil encontrar lugares tan especiales como este, donde desconectar de la frenética rutina que nos invade en Occidente, y conectar, a su vez, con la salvaje naturaleza a la que un día pertenecimos.
Esa noche, para culminar lo que había sido un día fantástico, nos bañamos entre risas en el lago de Bled, creando un bonito recuerdo difícil de olvidar.
Día 5.
El quinto y penúltimo día de nuestra travesía por Eslovenia, partimos a pie desde Bled con nuestras mochilas hasta las gargantas Vintgar, que se hacen hueco entre las montañas, desde su nacimiento, en una feroz cascada.
El camino, al igual que el día anterior, estaba arropado por la densa vegetación, que le daba un aspecto salvaje. Éste, además, se vio acentuado por la fuerte lluvia que, contra todo pronósitco, en lugar de hacernos posponer o cancelar el plan de pasar horas caminando a la interperie, nos motivó a seguir el sendero, en un sentimiento de aventura y pasión que nos hizo disfrutar aún más.
Lloviendo de camino a la cascada.
Todo esto no quedó tan sólo ahí, sino que, lo que es más, nos equivocamos de ruta, y nos adentramos en un sendero que nos condujo hasta un acantilado desde el que se veía el montañoso paisaje, atravesado por un río sobre el que se sostenía el monumental puente de piedra que portaba las vías del tren.
Ahí nos quedamos, bajo la lluvia y en silencio, unos minutos observando el espectacular paisaje que la naturaleza nos ofrecía, sintiendonos tan pequeños y a la vez tan grandes, antes de reanudar la marcha, esta vez sí, hasta la cascada.
Esa tarde descansamos, conocimos interesantes personas de todos los lugares del mundo en el hostal, paseamos al rededor del lago, y subimos al Castillo de Bled, desde el que, de nuevo, disfrutamos tranquilamente de las vistas.
Día 6.
Tristemente, antes o después tenía que llegar el final de nuestro viaje.
Un amigo esloveno que, casualmente ese fin de semana también había ido a Eslovenia a visitar a su familia, quedó en recogernos por la tarde en coche para volver juntos a Múnich.
Pero antes de despedirnos finalmente de esta rememorable ciudad, paseamos una vez más, y, espero, no la última, por su lago, nos apostamos sobre el muelle, y tomamos el almuerzo al sol, con los pies sumergidos en el agua cristalina. Wyatt nadó hasta la isla y se lanzó al lago desde una de sus Lianas y, de esta manera, le dijimos un bonito "hasta la próxima" a un pequeño y a la vez grandioso país.
Lago Bled, desde uno de sus muelles.
Galería de fotos
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