Dentro de la mina de Banska Stiavnica, se acaba el viaje - 2 franceses y 35 eslovacos de excursión

29 de mayo de 2016

Día 5

A toda la gente le ha costado levantarse, en la ubytovanie (habitación de una casa de una persona local) cerca del lago artificial de Pocuvadlianské.

Ha sido difícil para los fiesteros, que estuvieron bebiendo la noche anterior como dios manda para celebrar el final de esta actividad de "práctica sobre el terreno"; ha sido difícil para los senderistas nocturnos, que tenían los zapatos machacados; y también ha sido difícil para mi, que aunque me acosté temprano ayer, no paro de pensar en que mi viaje por Eslovaquia termina aquí.

Manon me ha confesado que le da sentimiento irse de este trozo de Europa Central mañana por la tarde. Pero está contenta de haber acabado esta excursión aunque los eslovacos hayan esperado hasta el último día para hacernos caso. Me cuenta lo que pasó en la fiesta en la que apenas estuve: "Como habrás visto, al final acabaron todos borrachos" y empieza a reirse, "todos intentaron hablarme en inglés, ¡o incluso en francés! Se pusieron a nombrar todo lo que conocían de Francia: París, la Torre Eiffel, el queso camembert, el champán... ".

Un museo de minas gracias a dos salamandras

Andamos unos 8 kilómetros hacia el norte para llegar al museo de las minas al aire libre (Banské muzeum v prirode) de Banska Stiavnica.

Como ya dije ayer o cuando vine la primera vez en marzo, la ciudad es uno de los primeros centros mineros del Imperio húngaro. Según cuenta la leyenda, fue un pastor el que descubrió las minas levantando una piedra que escondía oro y plata, porque siguió a dos salamandras que estaban cubiertas del polvo que desprendían estos metales. Si no hubiera tenido tan buena vista aquel pastor, hoy día no hubiéramos podido visitar el museo de las minas de Banska Stiavnica.

au-fond-de-de-banska-stiavnica-fond-verrEsta es la entrada de la galería Barthélémy, que pese a ser un destino turístico, se conserva de maravilla.

Aún estando fuera, descubrimos restos mineros que hablan por sí mismos: una iglesia de madera para los trabajadores, estructuras metálicas y exposiciones de minerales. Más evidente aún será cuando estemos bajo tierra. Antes, pasamos por la Sala de "pendus" (colgados) que hace referencia a los uniformes que se colgaban del techo. Me encuentro con un impermeable gris, un casco amarillo y una antorcha.

La Galería Barthélémy (Bartolomej), que es a donde va a bajar nuestro grupo de 37 personas, no está iluminada. De las fulginosas paredes gotea agua. Y con lo rocoso y bajo que es el techo el casco solo me servirá de decoración. No se parece en nada a las minas reconstruidas para los turistas que hay al norte de Francia. Aquí esta todo como si los mineros hubiesen estado aquí ayer mismo.

Una vez ya bajo tierra, podemos ver el paso de las taladradoras manuales a las taladradoras eléctricas, a Manon y a mi nos encanta pasar por los estrechos túneles por donde pasaban las cuerdas de las que tiraban los caballos. Un detalle importante: hay que entender el eslovaco.

Como ayer cuando nos tocó ir en balsa, pasan los tres cuartos de hora que dura la visita y nadie se molesta en traducirnos nada. Pero esta vez no es como en la balsa, aquí no entendemos nada. Es como si se hubiese aprendido a la perfección la explicación y va tan rápido como las aspas de un molino cuando viene una tormenta. Cuando vuelva la luz Manon confirmará mi expresión con una sola palabra: ¡Desesperante!

En el restaurante hay raviolis dulces

Tras haber tratado de evitarlo ayer con mucho cuidado con la de rodeos que dimos, nos han dado hoy dos horas para descubrir la ciudad de Banska Stiavnica. Yo llegué ya; Manon se muere de hambre: así que nos ponemos a buscar un restaurante.

Lo sé, esta vez si que sí: es la última vez que comemos en Eslovaquia. Manon tiene intuición para esto y quiere desayunar en la plaza principal. Hay dos tipos que nos son familiares en una terraza en la costa.

El primero tiene unos veinte años menos que el segundo. El primero tiene el pelo largo y rubio, lleva unas bermudas cubriendo sus largas piernas y tiene dos quinqués azules. Manon me dice: "Cuanto más lo miro más viejo me parece que es". El segundo tiene pinta de estar a punto de jubilarse. Está casi calvo y lleva unos pantalones vaqueros y una camisa de cuadros cubriendo la panza. Los conocemos. Llevan con nosotros cinco días, sobre todo el primero.

También vemos a Vladimir, el profesor de geografía física y el conductor del autobús sentados cuando miramos la pizarra del restaurante. Vladimir, al ver que dudamos, nos aconseja: "Es el mejor restaurante de la ciudad". Y por si fuera poco, nos ayuda a pedir, porque la camarera no sabía mucho inglés.

au-fond-de-de-banska-stiavnica-fond-verrEstá en la Plaza principal, en la columna de la Peste de 1710. Por la pendiente que hay y por el río subterráneo que se ha desviado hacia la plaza, el monumento ha bajado 4, 5 metros en comparación con su situación inicial.

Mientras miro la Columna de la Peste de 1710, me viene a la cabeza una anécdota que contó ayer Vladimir.

Para acabar con las revueltas que había de los mineros entre los años 1526 y 1526, los húngaros, que habían sido derrotados por los Turcos en Mohac, no lo habrían conseguido de no ser por una terrible idea. Y mientras los soldados se habían visto diezmados por la peste, la ciudad, no habiendo caído aún en la epidemia, resistía el asedio y los disparos de cañón. Solo quedaba una opción: contaminar a los ciudadanos de la ciudad, además de dispararles balas de cañón también les dispararían extremidades de los cadáveres contaminados por la peste. Según cuenta la leyenda, tras este episodio, la peste se propagó por la ciudad minera. Y la ciudad volvió al puesto de magyar.

No es la primera vez que voy a un restaurante eslovaco. Sin embargo hoy he (re)descubierto un plato. Siguiendo el consejo de un internauta me pide de postre el pirohy. Normalmente estos raviolis se comen rellenos de patata. Pero para mi sorpresa, cuando los pruebo me doy cuenta de que están rellenos de mermelada de frambuesas. Manon lo reafirma diciendo: "¡Qué sorprendente es este postre! ".

Queso en forma de salchicha en el menú del autobús

Este mediodía, al volver a la universidad de Presov, hicimos 240 kilómetros en autobús. Nos fuimos tan lejos de Eslovaquia como aquella vez con el viaje en bus y tren que hice por Pascua, que acababa también en Banska Stiavnica. Tan solo hay prevista una parada, pararemos en el cementerio alemán de la Segunda Guerra Mundial, frente al Alto Tatra a mitad de camino.

au-fond-de-de-banska-stiavnica-fond-verrEl cementerio alemán de la Segunda Guerra Mundial, sobre la comuna de Huncovce, es el único que existe en Eslovaquia.

Así que para que el agua de la clepsidra corriera más rápido, muchos eslovacos que no habían comido nada en la ciudad se pusieron a comer. Me pregunto si somos los únicos que han comido ya de todo el grupo.

Nuestros vecinos de delante del bus nos preguntan preocupados: "¿Qué habéis hecho durante las dos horas en Stiavnica? " y sorprendidos, Manon y yo les respondemos: "Nos hemos quedado en el restaurante". Se esperaban otra cosa: "Eh... " "Bah, pues vale". Sonríen y nos dicen en todo burlón: "¡Cómo se nota que sois franceses! ".

Podríamos decir lo mismo de los eslovacos. Nos dejan pasmados con su queso Karicka (como La vaca que ríe) envuelto en forma de salchicha(¡cómo lo oyes! ). ¿Y cómo se lo comen? Apretando la "salchicha", lo extienden sobre el pan, pero no dentro como lo hacemos nosotros. Este país me seguirá sorprendiendo hasta el último momento.


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