Recorriendo Escocia (VI)

Amaneció el sexto día y bajamos a desayunar como de costumbre. En Fort William el hotel era más pequeño, se notaba que tenía un número modesto de huéspedes (también es que veníamos de un alojamiento con dos comedores) y por ello las estancias comunes como el restaurante del desayuno eran más reducidas. El desayuno tenía algunos elementos propios del desayuno escocés, pero se quedaba un poco corto, eso sí, para los que preferían el desayuno continental era perfecto porque la variedad de bollos, tostadas y mermeladas era la más amplia de todos los alojamientos. Nos despedimos de “nuestros amigos” los camareros españoles y partimos hacia el bus con las maletas.

Salimos en dirección a uno de los valles más famosos de Escocia, Glencoe, por desgracia llevaba lloviendo toda la mañana y no parecía que fuese a cesar para que nosotros pudiésemos disfrutar de las vistas de ese impresionante paraje natural. Para recorrer el valle de Glencoe en coche/ autobús son necesarios apenas 20 minutos a una velocidad normal, pero evidentemente la gente, los turistas sobre todo, suele parar en algún apartadero para poder hacer fotos y admirar la naturaleza que les rodea en toda su extensión (y en mi opinión, si los aldeanos tienen vista y sensibilidad alguna vez también se habrán parado). Cuando nos llegó el turno de parar y bajar del transporte… estaba diluviando por lo que era bastante incómodo, incluso algunos de los pasajeros del grupo ni siquiera quisieron apearse unos momentos y se quedaron bajo el resguardo del techo.

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La belleza de este valle viene marcada por sus precipicios y abruptas laderas reforzadas por su elegante y discreta vegetación, lejos de las frondosas y exuberantes selvas. Soy consciente de que en internet hay fotografías mucho mejores que las que yo pude hacer, capturas del valle más sugestivas, atractivas y brillantes; pero esta fue mi vivencia, y puede apreciar un aspecto diferente, más sobrecogedor y fascinante. La cautivación no desaparece por un poco, o un mucho, de lluvia de hecho ésta sugería un matiz perturbador a la hora de fijar la vista en ese insondable horizonte. Tristemente la contemplación del valle, y todas las sensaciones que ello acarreaba, desaparecieron rápidamente, ya que apenas nos dejaron 10 minutos, tal vez menos, y pronto tuvimos que volver a subir.

Mientras proseguíamos nuestro camino y durante el tiempo que el valle todavía estaba a nuestro alrededor, la guía nos fue relatando en el autobús los datos más destacados a los que el valle está asociado. Por ejemplo, es comúnmente sabido que este paisaje fue escenario de algunas famosas películas, Braveheart que ya había mencionado en otros momentos, Harry Potter y el prisionero de Azkabán, y una de las entregas de James Bond, Skyfall, que yo desconocía pero bueno también es muy famosa y estuvo bien saberlo. Por otro lado este valle fue escenario de algo más que unos pocos films de Hollywood, pues hace cuatro siglos, el 13 de febrero de 1692 tuvo lugar la masacre de los Macdonalds (un clan escocés cuyos miembro todavía no habían prometido lealtad al rey William de Orange), conocida como la masacre de Glencoe. 

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Después continuamos la travesía por la zona montañosa de Trossachs donde hicimos una parada en un establecimiento polivalente, una especie de todo en uno. Era un hito que tenía pinta de ser muy turístico aunque a primera vista parecía simplemente un área de descanso grande. Al final resultó ser un edificio con una gran parcela a su alrededor donde pudimos entrar en contacto con otra seña de entidad de las Tierras Altas escocesas, las famosas vacas de las Highlands, que son una raza autóctona de allí. Por suerte cuando llegamos a este punto hacia un sol radiante y pudimos disfrutar del buen tiempo mientras acariciábamos a través de una verja de alambre a estos curiosos y peludos animales. Además podías darles comida mientras te supervisaba lo que supongo que sería su cuidador.

Había tres de estos especímenes, dos marrones y una negra, que tenían bastante éxito pues había bastante gente, sobre todo niños, agolpada a su alrededor. En las inmediaciones había una especie de castillo o casa grande no sé con certeza, pues estaba un poco lejos. El caso es que las vistas seguían siendo muy bonitas y pudimos respirar aire fresco después de tanto viaje en esa lata de autobús. Además el recinto contaba con un edificio en el que había una acogedora cafetería y una tienda de regalos muy originaly variada, en la que mi hermano pequeño se encaprichó de un gracioso peluche (una pequeña bola peluda con ojos, cola y orejas) que también parecía ser típico de allí y al que se le llamaba igual que a la comida típica escocesa: haggies.

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La hora de descanso se hizo corta, como siempre, y proseguimos el viaje.  Nos tocaba visitar la ciudad de Stirling, cuya importancia histórica pasa por ser un baluarte defensivo desde los intentos romanos de invadir Britania, para consolidarse en época medieval y acabar siendo incluso capital del reino escocés. Tengo que confesar que no tenía muchas esperanzas depositadas en este lugar, pues me había dejado llevar por el error de creer que ya no nos quedaba ninguna maravilla natural o monumental que ver en Escocia y no concebía que pudiésemos encontrar emplazamientos con mayor atractivo que los que ya habíamos recorrido en esos seis días. Me equivoqué de pleno y completamente, tanto así que Stirling (toda la ciudad en general, es decir, nuestra jornada visitándola) se convirtió en mi tercer sitio y momento favorito de todo el viaje.

La visita empezó por el famoso castillo de Stirling. Afortunadamente el autobús subió por nosotros la gran cuesta que separa la ciudad de la colina sobre la que se asienta la fortaleza, y nos dejó en la plaza del aparcamiento. Parecerá una tontería pero desde el primer momento que te encuentras en ese aparcamiento empiezas a ver a tu alrededor cosas dignas de merecer tu atención: desde un cementerio de extraño encanto situado tras una pequeña pendiente hasta la estatua de Robert the Bruce que sobre un férreo basamento se levanta imponente.

La importancia histórica de este personaje es enorme y está relacionada con William Wallace, el héroe escocés que ya hemos mencionado anteriormente y cuyo monumento honorífico se podía ver en la lejanía desde este mismo emplazamiento. Para conocer la importancia de ambas personalidades y el motivo de sus conmemoraciones en Stirling hay que remontarse algunos siglos atrás.

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Cuando el rey Alejandro III de Escocia murió sin descendencia, el rey de Inglaterra Eduardo I aprovechó la coyuntura para invadir el territorio, sin embargo se encontró con diversas oposiciones como la de William Wallace y su victoria frente al ejército invasor en la Batalla del Puente de Stirling de 1297. El héroe vencedor finalmente fue apresado, torturado, y asesinado por los ingleses (episodio que se relata con bastante claridad en la película de Mel Gibson, que vale que menciono mucho pero en serio, hay que verla) y un año después Robert the Bruce se convirtió en Roberto I, rey de Escocia, y suplantó a Wallace en sus contiendas para defender la independencia del país, la cual quedó consolidad con el triunfo de 1314 en la batalla de Bannockburn que tuvo lugar en las inmediaciones de Stirling. Esta independencia finalmente se reafirmó con la paz de 1329 y los escoceses gozaron de autonomía durante los tres siglos siguientes.

Así ambos campeones son homenajeados en esta ciudad que fue testigo de sus dos respectivos éxitos militares. Con este episodio histórico resonando en nuestras cabezas tras el relato de la guía, nos dispusimos a traspasar las puertas de entrada en el castillo. La entrada costaba 14,50 libras lo que serían unos 16 euros y pico, tal vez 17, pero por suerte al ir con un tour planificado nosotros teníamos la entrada incluida en el precio final. No tuvimos que esperar ningún tipo de cola y pudimos dispersarnos libremente para curiosear todos los rincones del castillo. Lo más bonito sin duda eran los jardines y las vistas ya que por su emplazamiento esta construcción en tres de sus lados da lugar a caídas en acantilado que permiten ver una vastísima extensión de terreno.

Tras pasar la monumental puerta del castillo hay un elemento realmente útil que es como una farola con carteles que señalizan los distintos puntos de interés del lugar y su dirección, a modo de señal de cruce de caminos. Lo primero que te encuentras a la izquierda son los jardines llamados “Kings Park” que puedes y fotografiar desde arriba y más adelante bajar a verlos desde unas escaleras situadas en la plaza, cosa que nosotros hicimos lo último.

Después se accede a un patio interior que actúa a modo de distribuidor de las diferentes estancias, desde el cual a la derecha se encuentra la muralla con los cañones colocados en actitud defensiva entre las almenas, donde puedes acercarte y observar el paisaje. Observando las vistas pude comprobar que el cementerio que tanto me había llamado la atención en el parking no era otro que el llamado cementerio de la Old Townconvertido casi en parque público de la ciudad en la actualidad. Además a su lado se podía ver la iglesia Holy Rude, uno de los hitos de obligada visita en Stirling en el que nosotros entramos adentrada la tarde.

Recorriendo Escocia (VI)

Recorriendo Escocia (VI)

Después se pueden acceder a varias estancias, entre ellas el palacio Real de estilo renacentista en cuyo interior encontramos la reproducción de las pinturas originales así como una pequeña recreación histórica con algunos muebles y un par de actores colocados en diferentes salas. Otra de las opciones es la visita del Gran Salóntambién fechado en el siglo XVI aunque de construcción anterior al palacio; de este espacio lo que más llama la atención es su dimensión pues sus grandes proporciones denotan por si mismas su función como lugar destinado a celebraciones, por otro lado es sorprendente la existencia de no una ni dos sino hasta un total de cinco chimeneas que eran necesarias para calentar este recinto.

Recorriendo Escocia (VI)

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También merece la pena echar una ojeada a la Capilla Realde finales del XVI, a la recreación de una cocina medieval situada tras unas escaleras de bajada, en lo que parece un sótano, o bien, a un museo del ejército británico (aunque éste último nosotros no pudimos verlo por falta de tiempo). Nuestra visita esta limitada por una franja temporal y teníamos que estar como siempre a una hora concreta en la entrada para encontrarnos con el resto del grupo, debido a la gran cantidad de posibles puntos de interés que tenía el castillo, tuvimos que seleccionar e ir un poco a todo correr por lo que al final entre bajar a disfrutar de los jardines o ver el museo del regimiento británico, elegimos sin dudad los jardines, elección de la que no nos arrepentimos.

Recorriendo Escocia (VI)

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En definitiva el Castillo de Stirling es un increíble monumento cuya visita recomiendo encarecidamente y que a mí no pudo sorprenderme y fascinarme más, aunque luego comprobé que ese encanto no se reducía solo a la fortaleza sino que estaba presente en cada rincón de esta histórica ciudad.


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