Recorriendo Escocia (III)

El tercer día repetimos la operación de desayuno escocés a horas realmente tempranas de la mañana y emprendimos el viaje en autobús con dirección a las Tierras Altas, pero antes realizaríamos una serie de interesantes paradas en el camino.

El día había amanecido algo nublado por lo que no nos sorprendió que en nuestro primer alto en el camino, la Destilería Blair-Athol, empezase a llover nada más bajarnos del autobús. Esta era nuestra primera lluvia en Escocia, lugar de tiempo más que cambiante, pero duró poco pues en seguida nos metimos en el edificio.

Aprovecho para mencionar que para el inestable tiempo escocés, incluso en estas fechas de verano, lo mejor es llevar una maleta preparada con varias capas: camisas, jerséis, y chubasqueros abrigados tipo decathlon (nada de abrigos normales o chaquetitas); también es mejor olvidarse del paraguas porque para hacer turismo es un engorro y además suele hacer viento y el paraguas no duraría mucho.

Blair-Athol es una destilería de whisky, bebida alcohólica que a mí personalmente me encanta. Tengo que confesar que siempre he sido más de ginebra pero mi novia es una apasionada del whisky, y bueno, gracias a su buena influencia he podido descubrir los matices de esta bebida que sin duda alguna se ha convertido en una de mis preferencias a la hora de pedir en un bar o local.

Si te gusta el whisky, visitar una destilería escocesa es cuanto menos curioso, ya que es conocido por todos que ponerle el adjetivo “escocés” a un whisky, es sinónimo de incrementar su valor y el disfrute de su sabor. Esto queda puesto de relieve en el hecho de que la palabra whisky tenga su origen en la lengua gaélica (tanto escocesa como irlandesa), este interesante dato así como otros más graciosos como que el término original de la bebida significa “agua de vida”, nos los fue contando la guía que nos acompañó durante toda la visita.

El itinerario por Blair-Athol comenzó por una estancia donde había muestras de los materiales necesarios para la confección de un buen whisky, de entre los cuales llamó especialmente mi atención la turba, una especie de carbón muy abundante en Escocia por de tipo de tierra que conforma el suelo de sus bosques. La turba se utiliza como combustible en los hornos para el proceso del malteado y repercute enormemente en los matices del sabor final.

Después de esta zona nos llevaron a ver el lugar donde se tostaba la cebada y luego el gran espacio de aspecto industrial donde se procedía a la destilación y por último desembocamos en los almacenes donde se encontraban las barricas donde la bebida fermentaba y envejecía. En este último recinto, la guía nos explicó la importancia que tiene la madera con la que estén conformados los barriles en los que se encierra el whisky, pues en ellos acaba de completar su sabor final, y que en esa destilería importaba de España la madera en la que había estado el vino de Jerez, dato que al conocerlo me hizo tener más ganas todavía de llegar al final de la visita y para poder degustar el resultado.

Cabe mencionar que el whisky propio de Blair-Athol es un “blended whisky”, es decir, el tipo resultante de una mezcla de whiskies. Pero en esta destilería también se destinaban barricas a marcas más conocidas como Johnnie Walker, de hecho el contenido de la barrica de mayor antigüedad, que llevaba cerrada desde 1969, estaba destinado para la mezcla que da lugar a la etiqueta negra de esta famosa marca.

El final de la visita llegaba en la tienda de suvenires, donde traían una serie de vasos de plástico para todos los integrantes del grupo con una muestra del whisky más característico de la destilería (solo y sin hielo), lo cual era un gran culmen para el recorrido pero también una gran estrategia de marketing para dar más ganas de llevarse algunos de los muchos tipos de bebidas con alcohol y otros productos similares que ofrecía la tienda.

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Después de este lingotazo mañanero precomida nos dirigimos en autobús hacia la capital natural y administrativa de las Tierras Altas, Inverness, localidad un poco gris que se encuentra situada en la desembocadura del río Ness. Al decir capital suena a ciudad importante pero la verdad es que este fue el punto más decepcionante de todo el viaje a Escocia. Llegamos casi a la hora de comer, por lo que tocaba tiempo libre y el grupo se dispersó buscando diversos sitios para poder almorzar. Nosotros acabamos probando un pub local en el que sólo nos tomamos una bebida pues la sensación era de gran incomodidad ya que se notaba que los ciudadanos no deberían estar muy acostumbrados al turismo, o al menos en ese local en concreto los turistas no debían de ser su clientela favorita.

Era una ciudad un poco triste, aunque el cielo nublado pudo influir en mi percepción. Tenía una calle grande que era la principal y toda la vida se articulaba en torno a ella, lo más bonito era el río, en cuya orilla se situaban algunas casas residenciales y unos pocos pubs. A mi parecer, las ciudades con río están dotadas de un encanto especial por ese mismo motivo; sin embargo, en este caso no pudimos disfrutar del típico paseo por la orilla ya que se puso a llover con bastante dureza.

Comimos en un Mcdonald´s de la calle principal y cuando se despejó un poco el tiempo, nos acercamos a las dos principales atracciones locales que eran la catedral de San Andrés y el castillo. El Castillo es una construcción del siglo XIX que fue levantada sobre los restos de fortificaciones del XI y el XV; y en la actualidad alberga las oficinas del gobierno local. Lo más interesante de la estructura son las vistas que se tienen desde sus jardines pues están levantados sobre un promontorio desde el cual se puede apreciar toda la ciudad a los pies del río.

En cuanto a la catedral poco puedo decir ya que llegamos apenas diez minutos antes de la hora establecida con el grupo para encontrarnos en el autobús asique apenas pudimos abrir la puerta y otear un poco su interior.

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Habríamos continuado en Inverness si no fuera porque todos habíamos contratado la visita opcional al Castillo de Cawdor, situado a poco menos de 20 kilómetros de Inverness. Hacia allí nos encaminamos con el autobús lo que nos permitió pasar por la explanada donde el 16 de abril de 1746 tuvo lugar la famosa batalla de Culloden. Mientras el campo de batalla quedaba a ambos lados de la carretera, nuestra guía nos relataba el acontecimiento histórico de la batalla, que en resumidas cuentas fue un enfrentamiento entre los jacobitas (casi todos escoceses) y el ejército británico, a causa de derechos dinásticos. La sensación de estar presenciando el escenario de un hecho histórico así, a sabiendas de la crueldad que el duque de Cumberland empleó contra sus enemigos, es bastante sobrecogedora.

Llegamos al Castillo de Cawdor por la tarde cuando el tiempo empezaba a mejorar y pudimos disfrutar de una vista más alegre y soleada de los jardines de ese complejo. Entramos al edificio del siglo XIV por el puente levadizo, que desde el primer momento sugirió esa sensación de estar atravesando una barrera en la historia y viajando en el tiempo siete siglos atrás.  Así comenzó nuestra visita a esta antigua fortaleza que ha sido habitada por la familia Cawdor hasta nuestros días.

En el interior fuimos guiados por un trayecto prestablecido con zonas vetadas ya que supongo serían las que todavía son ocupadas por la familia. Pudimos ver muebles de época (retapizados y restaurados), tapices increíbles que cubrían las paredes, y habitaciones enteras reproducidas para poder conocer mejor la vida en un castillo del siglo XIV.  El recorrido interior, en el que por desgracia estaba prohibido hacer fotos, terminó en la cocina, con una sucesión de cacharros y utensilios de cobre, así como antiguos hornos, que es lo que más me sorprendió por el choque del progreso y la diferencia de las técnicas en la cocina actual.

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Tras traspasar la habitual tienda de regalos por la que era obligatorio cruzar para poder salir del recinto, nos dejaron unos 45 minutos para recorrer con libertad los jardines que rodeaban todo el complejo. Previamente nos habían explicado que el castillo cuenta con “dos jardines”: uno de tipo inglés, es decir, ordenado y estructurado, muy cuidado; y otro que contaba con platas más exóticas y variadas, más tipo naturaleza salvaje (pero todo dentro del contexto de jardín).

El paseo por los alrededores naturales fue agradable y estaba bien tener un tiempo sin una guía que constantemente apuntase datos, simplemente poder disfrutar y descubrir por tu cuenta. Además de las plantas había algunos elementos decorativos como bancos verdes, acordes con el ambiente y mobiliario que supongo trataría de incrementar la sensación de relajación y desconexión con la que se suele asociar estos espacios.

Así encontramos una fuente muy curiosa con forma de enorme esfera de piedra. Lo malo es que recientemente había llovido, por la mañana mientras nosotros habíamos estado en Inverness y en la destilería, y el sol de ese momento no es que fuese demasiado potente como para secar en unas horas el barrizal que se había formado en las zonas más hundidas de los jardines. Al haber algunas zonas prácticamente encharcadas, y otras que era pisar y llenarte de barro, no pudimos acabar de “callejear” por todos los parterres pero la visita en general resultó bastante completa.

Recorriendo Escocia (III)

Recorriendo Escocia (III)

Con esa visita finalizó nuestra primera jornada de turismo en las Highlands y nos dirigimos al hotel que nos acogería durante las dos siguientes noches del trayecto el Aviemore Resort. Según nos comentó la guía habíamos tenido suerte pues hace unos años este hotel tenía 3 estrellas per había sido renovado recientemente y con la reforma había llegado a las 4 estrellas.

La verdad es que al llegar a las habitaciones esa mejora se notó, no sé cómo sería antes pero la cama en la que dormí es sin duda una de las cinco mejores camas de hotel que he podido probar. La habitación era bastante moderna, tipo minimalista pero acogedor, mucho mejor que el Hilton de Edimburgo desde luego. En cuanto al baño, no estaba mal aunque la ducha tenía problemas de presión de vez en cuando, pero es lo típico de un hotel con tantas habitaciones. La cena fue de las que más me gustó, con el mismo sistema de tres opciones pero con una mayor variedad de productos y el postre de Tara de Limón estaba muy bueno. La verdad es que fue la estancia hotelera que más disfruté.


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