Recorriendo Escocia (II)
El segundo día en Edimburgo empezó muy tempano con un desayuno calculado para las 8:30 como tarde porque a las 9:00 nos esperaba el autobús del tour para una visita panorámica de la ciudad en grupo. Así nos dispusimos a tomar morcilla, tomate, champiñones, judías blancas, salchichas, tatties (torta de patata), tostadas, huevos (fritos o revueltos) y beicon, es decir, un desayuno escocés en toda regla.
Cabe mencionar que como era un buffet todos esos componentes eran opcionales y también había opciones de desayuno continental como bollos, tostadas y yogures para los más cobardes porque un inicio de día semejante no está hecho para todos los estómagos. Aunque sinceramente yo soy muy fan de los desayunos escocés e inglés y siempre que viajo por Europa me encanta que haya opciones así.
La visita panorámica, evidentemente, no comenzó puntual; y he de decir que a pesar de los esfuerzos de la pobre guía en recordarnos cada noche tras cenar la importancia de la puntualidad en las actividades grupales, ésta solo se cumplió en contadas ocasiones. Salíamos salir de los sitios con 10 minutos de retraso y en ocasiones otros 5 o 10 de cortesía para los más rezagados, que siempre solían ser los mismos (véase el rencor residual que crean esta clase de viajes colectivos tipo tour).
El autobús comenzó por encaminarse hacia la zona de la Ciudad Nueva, muy cerca del hotel; esta zona de Edimburgo a pesar de lo que su nombre pueda sugerir, realmente data de un largo periodo entre mediados del siglo XVIII y mediados del siglo XIX, o sea que nueva nueva lo que se dice nueva no es. Datos como este que acabo de mencionar, de tipo histórico o artístico como que la arquitectura de estas viviendas es de estilo neoclásico, los iba mencionado nuestra guía a través de un micrófono que no funcionaba siempre como debía pero que servía para los pocos que éramos ya que nos sentábamos siempre en la parte delantera del autobús.
Es gracioso comentar que se creó esa especie de regla no escrita de las excursiones escolares en las que por alguna potente fuerza invisible todos acaban sentándose en el mismo sito siempre (ida y vuelta) y si alguien se sienta en TU sitio es imposible reprimir la mirada de decepción y desaprobación.
La visita de la Ciudad Nueva desembocó en su calle principal, Princes Street, por la que afortunadamente nosotros ya habíamos paseado el día anterior, y digo afortunadamente porque no soy muy partidario de las visitas panorámicas. Ver edificios a través de un cristal… para eso te vas a google y ves las fotos, bueno, las visitas panorámicas son un poco mejor que google en cuanto a cercanía pero aun así les tengo manía porque acabas mareándote al mirar constantemente por la ventana tratando de apreciar a distancia la verdadera esencia de la ciudad.
Mención a parte merecería el tema de hacer fotografías medianamente dignas en movimiento y con un cristal, pero el autobús se iba parando de vez en cuando para que esta acción tan turística y típica solo se viese dificultada por el cristal asique bueno, no estaba tan mal.
Como Princes Street acaba en Calton Hill, allí fuimos a parar, y resulta que nos bajamos allí para ver el parque y los monumentos (como habíamos hecho nosotros el día anterior). Si no fuese por las escaleras y cuesta con las que hay que lidiar para llegar a la colina no habría estado mal. Nos dejaron bastante tiempo para verlo y pudimos volver a disfrutar de esas vistas aunque si lo hubiésemos sabido habríamos visitado otra cosa por nuestra cuenta, no obstante esta segunda vez hacia muchísimo viento y estaba más nublado asique era algo más incómodo. De esta manera tuvimos perspectivas de la ciudad con dos “climas” diferentes.
Después el autobús se dirigió a la Ciudad Vieja y allí finalizamos la visita panorámica. En este momento había dos opciones: tiempo libre o asistir a la visita guiada grupal por el interior del Castillo de Edimburgo. Bueno realmente la elección entre ambas se había llevado a cabo la noche antes pues las actividades extra eran contratadas en la cena del día anterior siempre, a través de una hoja que te pasaba la guía. Nosotros habíamos decidido escoger el tiempo libre puesto que esas contrataciones adicionales conllevaban evidentemente dinero adicional y te sajaban, y además, nuestra familia siempre ha sido de hacer un turismo más libre y patearnos la ciudad a nuestro aire.
Debido al lugar donde nos dejaron decidimos que ya que estábamos en la Ciudad Vieja íbamos nosotros también a ver el castillo que es algo que no te puedes perder (pero lo del interior era prescindible), asique fuimos andando por la Royal Mile hasta llegar a la base del castillo y las numerosas escaleras que había que subir para verlo un poco más cerca. Después de hacer un par de fotos y disfrutar de las vistas bajamos por otro lado para variar y disfrutar de más rincones, lo que nos permitió disfrutar otra perspectiva del castillo (la más espectacular tengo que mencionar).
Nosotros somos muy de turismo maratoniano asique habíamos planeado llenar todo nuestro “tiempo libre” con un montón de visitas a pie de todo Edimburgo. Lo de ir a pie es importante por el factor cansancio y por el factor descubrir. Tiene su lado malo porque acabas devastado totalmente pero su lado bueno compensa con creces, en este caso en el paseo me sorprendió el haber visto un pub cuya curiosidad es que se llamaba como una película de los hermanos Cohen que nunca me cansaré de ver: El Gran Lebowski, y además tenía un dibujo en su fachada del protagonista de la película, lo que reforzaba la impresión.
Por desgracia íbamos con prisa porque sino no daría tiempo a ver todo lo que teníamos planeado y por eso no pudimos entrar pero me quedé con las ganas y ojalá vuelva y pueda tomarme una o varias cervezas dentro.
Llegamos al Dean Village, el antiguo barrio de los panaderos, cuyo encanto reside en caminar a través de las pintorescas casas de piedra mientras te topas de vez en cuando con cosas inesperadas como una de las archifamosas cabinas telefónicas londinenses o con unas curiosas escaleras. Dichas escaleras bajan hasta un pequeño rincón natural con una especie de bosque y un puente sobre el río desde el que se puede ver una corta pero llamativa cascada.
A pesar del cansancio y algunas voces disonantes que querían irse a comer y descansar, al final decidimos que tampoco habíamos andado tanto pues el castillo y el barrio apenas están separados por 1,5 millas (2,4km) y el paseo por Dean no había sido para tanto.
Continuamos y nos dirigimos al Fettes College, cuya visita formaba parte de una de las actividades extra del tour pero no se había podido realizar porque estaba destinada al día anterior pero unos integrantes del grupo volaron con retraso y por tanto no salió. Este internado fundado en el siglo XIX todavía continua desempeñando su labor asique no se puede entrar para visitarlo de cerca, por dentro o desde sus jardines pues la valla impide el paso a todo el que no esté relacionado con la escuela, pero la visión desde lejos merece la pena y tiene ese morbo de los college típicos de Reino Unido.
Habíamos sumado otros 2km a nuestro camino al llegar hasta el Fettes College y ahora tocaba la vuelta que iba a ser larga pero eso no nos desanimó para visitar a pie y de forma más directa la Ciudad Nueva que nos pillaba de camino en el regreso. Allí hicimos un alto para comer y reponer fuerzas y luego por la tarde sin pasar por el hotel volvimos a Princes Street para recorrerla con mucho mejor tiempo que las veces anteriores y fijarnos en la “orilla” de enfrente, es decir, la zona elevada que se situaba tras el extenso parque intermedio y entre cuyas calles se disponía la Royal Mille.
Esa zona desde abajo es muy pintoresca con casas y edificios muy bonitos y casi al final encuentras uno de los famosos callejones que dan lugar a la Royal Mille. Esta calle volvía a ser nuestro destino pues yo quería volver a presenciar el bullicio del festival y además también queríamos visitar la Catedral de St Giles y hacer unas compras finales.
No hay mejor sitio que la Royal Mille para adquirir suvenires en Edimburgo, de verdad es asombrosa la cantidad de tiendas que la circundan. Lo cual me lleva a una cuestión que me asombró durante todo el viaje y es la enorme cantidad de españoles que nos fuimos encontrando por casualidad. Buscando las típicas galletas de mantequilla (que están buenísimas) y bufandas y gorros decorados con el estampado de cuadros típico escocés, entramos en una tienda de suvenires donde los dependientes debieron de identificar nuestra procedencia por habernos oído hablar o por nuestro acento, pero el caso es que cuando fuimos a pagar hablando en inglés, nos contestaron en español, y todos nos reímos pues no nos lo esperábamos la verdad.
No nos do tiempo a ver el Palacio de Holyrood ni el moderno Parlamento escocés pero bueno siempre hay que dejarse algunas cosas para poder verlas en una segunda visita y seguro que yo volveré a Edimburgo pues me encantó.
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