Erasmus en Dinamarca: Blokhus.

En todos los erasmus hay una semana de bienvenida. Una semana donde conoces a la gente con la que vas a pasar el resto del semestre o del año, a tus nuevos profesores, algunas costumbres del lugar donde vas a vivir, sitios donde comprar, comer, lugares que visitar...En definitiva, es la semana que te sirve para dejar de estar tan perdido y empezar a sentir que estás en tu nuevo hogar.

Pero a mi universidad eso de hacer una semana de bienvenida en Aarhus, la ciudad donde iba a vivir, no le iba. Ellos preferían hacerlo todo a lo grande. Por eso, a mi clase decidieron pagarnos un pequeño viaje de un fin de semana a la pequeña comunidad de Blokhus, en el norte de Dinamarca con los dos profesores que iban a acompañarnos durante el resto del programa erasmus. Y así fue como unas treinta personas de distintas nacionalidades, nos unimos en un lugar mágico.

Blokhus es famoso por su maravillosa y larga playa, cubierta de dunas y plantaciones. El pueblo es bastante pequeño, pero el hecho de que los coches puedan aparcar en la propia playa (algo que a mí personalmente no es que me haga demasiada gracia) facilita que habitantes de localidades cercanas vayan allí a pasar el día. Además, muchas personas tienen allí sus casas de verano y pasan allí las vacaciones.

Nuestro viaje empezó un viernes a las siete de la mañana. Una finlandesa, tres españolas, una húngara y una holandesa alquilamos un coche para ir desde Aarhus hasta Blokhus. Fuimos las primeras en llegar. Nos esperaban muchas arañas (más de las que había visto en mucho tiempo) y una casa amarilla enorme en medio del campo, rodeada de verde, en la que lo único que nos separaba del mar era una enorme duna. La casa era enorme por dentro y por fuera. Con habitaciones de literas por todas partes, un salón más grande que toda mi casa y unos baños propios de un camping, nos preparábamos para instalarnos durante el fin de semana siguiente.

El primer día hicimos una excursión por el pueblo y sus alrededores. Para ser tan pequeño, había alrededor de tres o cuatro tiendas de souvenirs (ya había más que en Aarhus) y una gran fila de casas completamente blancas con tejados negros que quedaban perfectamente bien con el paisaje. Caminamos por lugares imposibles, nos quedamos atascados en las dunas, comimos frutos silvestres y vimos un montón de caballos cabalgar por la playa.

El segundo día lo dedicamos a hacer distintas actividades para conocer mejor al resto del grupo y a nosotros mismos. Tuve la oportunidad de sentarme en las dunas sola a inspirarme durante más de una hora.

Allí hice un ejercicio que consistía en escribir en un papel recuerdos que tuviese rodeada de naturaleza cuando era pequeña. A mí, entre tanta paz, se me ocurrió pensar en aquel momento en un campamento en el que me estaba meando tantísimo que me escondí entre dos árboles y me acabó picando una ortiga en el culo. Cosas que pasan cuando estás en la naturaleza.

En realidad es bonito ver todas las cosas que puedes llegar a imaginar en un lugar como ese, en el que solo tienes delante las vistas de las olas rompiendo en la orilla, y todo lo que te puede aportar estar en un sitio tan tranquilo y con tanta paz.

La verdad es que las dunas de la playa podían llegar a ser una pesadilla terrible. Y es que había tantos hoyos que en cualquier momento intentando subir hasta arriba podías meter el pie en alguno y quedarte enganchada entre la arena. Con el ejercicio que hicimos subiendo y bajando las dunas ya tuvimos ejercicio suficiente para lo que nos quedaba de erasmus.

Por la noche, decidimos hacer una gala para seguir conociéndonos mejor, enseñando vídeos que habíamos hecho en los que hablábamos de nosotros antes de llegar a Dinamarca (porque a ratos se nos olvidaba que estábamos en clase y no de vacaciones, aunque pareciese mentira). Además, nos repartimos las diferentes tareas que había, cocinamos para una semana y cantamos mientras tocaban "Budapest" de George Ezra con la guitarra, al mismo tiempo que veíamos las estrellas y bebíamos cerveza danesa.

Blokhus es un lugar que tiene mucha magia. El pueblo no es especialmente bonito, ni tiene rincones que merece la pena visitar como sí los tienen la mayoría de pueblos daneses de los que ya hablaré, pero el paisaje mezcla montaña, campo y mar, y eso es una de las cosas más maravillosas que puedes encontrarte.

Además, por la noche pudimos hacer una hoguera en la playa, tumbarnos en la arena, comer nubes al puro estilo americano (creo que es típico de por allí, no sé) y ver las estrellas como desde luego es imposible verlas desde cualquier punto de Madrid. Y es que en Dinamarca hacer hogueras está permitido siempre y cuando te encargues personalmente de apagarlas y lo tengas todo bien controlado.

Fue una experiencia realmente única. Si tenéis la oportunidad de viajar por la costa norte de Dinamarca y queréis conocer algún otro sitio además de Skagen, que es el punto turístico principal cuando se viaja al norte, este es perfecto para pasar unos días en la playa, relajarse y conocerse un poco más a uno mismo.

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