Diario de erasmus: Primera impresión.

Publicado por flag-es * A — hace 7 años

Blog: Delirios del erasmus.
Etiquetas: flag-dk Blog Erasmus Dinamarca, Dinamarca, Dinamarca

Era el primer día del que iba a ser uno de los  viajes más importantes de mi vida. No suelo empezar nada con las expectativas demasiado altas porque nunca sabes lo que puede pasar, pero era inevitable pensar que esta experiencia sería maravillosa. Era sábado trece de Agosto. 7:30  de la mañana en la cola del aeropuerto para facturar el equipaje que iba a acompañarme durante este intenso viaje. Una maleta de 23 kg, otra de diez y una bolsa de al menos otros tres. Esta vez mi vida durante los próximos cinco meses tenía peso, 36 kg.

Ropa, papel, bolígrafos y varios kilos de embutido español para no perder la costumbre y además deleitar a los internacionales que iba a haber en mi clase del erasmus. Apenas soy capaz de mantener las bolsas pequeñas encima de la grande yo sola y es mi padre el que carga con todo, así que me pregunto cómo conseguiré apañármelas para no dejarme la mitad del equipaje por el camino cuando aterrice en el aeropuerto de Dinamarca, el destino de mi viaje.

Después de las apenas tres horas que he dormido a pesar de las dos tilas que me tomé para intentarlo la noche anterior, estoy demasiado cansada como para pensar en todo lo que vendrá a partir de ahora, sobre todo en las más de siete horas de viaje que me quedan hasta la ciudad que será mi nueva casa, Aarhus.

Es curioso, nunca había estado nerviosa por coger un avión, ni siquiera la primera vez, al menos nunca desde que tengo uso de razón. Quizás así sea como se sienten las personas que vuelan por primera vez y se agarran a los barrotes de los asientos como si intentasen evitar acabar en la isla de Perdidos por todos los medios. Por fin subimos al avión de Air Europa más grande en el que he montado, al asiento 23 F, al lado de la ventana para ver bien el amanecer, como a mí me gusta.

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Me duermo durante las tres horas de avión de camino a Copenhague, sin ni siquiera tener tiempo para leer las revistas que siempre te acompañan en vuelos cortos. Así que cuando me quiero dar cuenta ya hemos aterrizado y me encuentro recorriendo un aeropuerto donde las palabras poco tienen que ver con las de mi idioma. Un cartel de "Welcome to Copenhagen" nos espera en la sala de recogida de maletas, y también esos mapas que utilizaríamos como buenas turistas a lo largo de nuestra estancia.

Después de un buen susto pensando que el autobús que nos llevaba del aeropuerto a nuestra ciudad se había ido sin nosotras, paraba en un sitio que no era donde estábamos o nos habíamos equivocado, podemos subir en aquel autobús, la primera gran diferencia que encontraríamos con los autobuses de España. Asientos de cuatro, mesas para tomar algo o ver alguna película en el portátil, wifi gratuito y enchufes por todos lados. Sin duda la mejor opción para pasar cuatro horas sentada en un asiento de autobús.

La verdad es que de poco me sirven todas estas cosas modernas, ya que también me quedo dormida gran parte del trayecto de cuatro horas que nos esperaba de una ciudad a otra. La otra parte nos ponemos a ver un capítulo de una serie que llevaba mucho tiempo sin ver, mientras comemos gominolas y pasamos por el famoso puente de Nye Lillebaeltsbro, que une la isla de Fyn con Jutlandia. No imaginaba que las primeras vistas que nos sorprenderían del paíse estarían patrocinadas por un precioso mar y un cielo grisáceo que se veía interrumpido por lluvias a ratos.

Y cuando por fin llegamos a la estación, sobre las 20:10 de la tarde, con unos ojos que se nos cerraban solos y unas ganas enormes de llegar a nuestra nueva residencia para descansar, nuestra buddy Trine, la estudiante danesa de nuestra unviersidad que estaba encargada de recogernos, nos pregunta que si queremos ir a comprar antes de ir a la residencia porque el domingo quizás están los supermercados cerrados. '¿Qué queréis cenar?' Y yo qué sé, la verdad es que lo único que me apetece es dejar las maletas tiradas por el suelo y tirarme en la cama, ya pensaré en comer cuando tenga hambre y no lleve de viaje más de diez horas. Pero nada, que esa iba a ser la primera de muchas veces en ir a comprar a un supermercado danés. Parecía que eso iba a ser lo único que íbamos a ver sobre Aarhus en nuestro primer día, a pesar de todo lo que tiene que ofrecer la ciudad.

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Doscientos tipos de leches, pan bimbo, cereales de chocolate que sin saberlo nos salvarían la vida los días siguientes cuando los tomásemos para desayunar, comer y cenar, una lechuga, aceite, un paquete de casi un kilo de sal y huevos. Eso es todo lo que tuvimos ganas de comprar en nuestra primera compra danesa. Como tampoco teníamos muchas ganas de nada, ya sabíamos que probablemente tendríamos que volver al supermercado lo antes posible.

Y ya después de eso, cuando no podíamos más con nuestras vidas, sorprendentemente, la universidad de Aarhus nos paga un taxi hasta la residencia. De esto no puedo quejarme, porque con todas nuestras maletas, las bolsas de la compra y todo lo que llevamos, coger el transporte público para terminar en un autobús que no sabemos cuál es, ni dónde tenemos que bajarnos y al que ni siquiera sabemos si nos dejarán subir con tanto equipaje, no parecía una buena idea en absoluto.

Nuestra llegada...Pues no voy a mentir, una odisea. Caminamos con todo nuestro equipaje por un paseo que recorre los distintos edificios de la residencia, edificios grises que parecen sacados completamente de una cárcel. Todavía no es de noche del todo, así que al menos eso nos queda, saber que en pleno agosto anochecerá más tarde de las nueve. Hay bicis por todo el paseo, y el suelo está mojado, lo que significa que ha estado lloviendo. Ya empezábamos con las lluvias, y ni siquiera llevábamos un día en este país.

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Nos paramos en el número 66 de entre los más de doscientos edificios que había. Habíamos llegado a la que iba a ser nuestra casa durante los próximos meses. Primer piso, casas A y B. Yo compartiría piso con una amiga de la universidad, así que las dos estábamos igual de impacientes, aunque tranquilas por saber que no íbamos a vivir todo aquello solas. Cuando abrimos la puerta lo que vimos no es especialmente lo más agradable que nos encontramos durante todo nuestro erasmus, no nos vamos a engañar.

Nada más entrar por la puerta nos encontramos una de las cocinas más pequeñas que he visto en mi vida. Una nevera diminuta, una encimera, un fuego de gas que ni siquiera sabíamos cómo encender, una pila y un par de armarios donde guardar nuestras provisiones. Eso es todo lo que tiene esa humilde cocina que sería nuestra a partir de entonces. Después pudimos comprar un minihorno, y más adelante nos encontramos también un microondas en la puerta de la residencia (todo lo que te encontrabas lo podías coger, porque solía ser de gente que se mudaba y no podía llevarse sus cosas), así que acabamos bien servidas de utensilios para cocinar.

Las habitaciones, una a cada lado de la cocina, todo lo contrario. Muy amplias, con los ventanales más grandes que he visto en una casa y unas cortinas color hueso que era imposible que fuesen a tapar la luz de la mañana. Tampoco tienen mucho. Una cama con una gran bolsa del IKEA a nuestro nombre encima, una mesa larga de madera, una silla y una lámpara. Algo habría que hacer para mejorar ese aspecto tan de vacío, para conseguir que parezca un hogar.

El baño sin duda es lo peor de todo. Una tubería conectada del grifo a la alcachofa de la ducha, sin cortina de baño, porque cómo va a haber cortina de ducha si ni siquiera hay ducha diferenciada del resto del baño. Un espejo a demasiado del suelo, no apto para personas bajitas como yo y muy poco espacio para bailar mientras te bañas.

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Nuestra compañera danesa se fue y nos quedamos solas. Echando un vistazo a nuestro alrededor es cuando realmente nos damos cuenta de que está todo muy vacío y se nos encoge un poco el estómago al pensar que íbamos a tener que sobrevivir en un sitio así durante los próximos meses. Y la verdad es que nos damos cuenta de que nuestra ilusión por empezar algo así se empieza a ver algo borrosa al encontrarnos en medio de un lugar tan poco acogedor.

Esa noche decidimos que vamos a mover una de las camas a la habitación donde estaba la otra porque nos sentíamos demasiado abrumadas con todo como para dormir solas. Lo que no sabíamos todavía era que eso de trasladarnos a la misma habitación se iba a convertir en una buena tradición para sentirnos más unidas y menos solas durante nuestra experiencia, pero de eso ya hablaremos en otro momento.

El caso es que en el erasmus es mejor no llevar las expectativas muy altas, porque lo más probable es que te pase lo que nos pasó a nosotras, que se nos vino el mundo encima al ver que las cosas no empezaban tal y como las habíamos imaginado antes de empezar el erasmus. Hay muchas personas que consideran que el erasmus ha sido la mejor experiencia de sus vidas, pero también hay otras que lo han pasado realmente mal durante su estancia. Nunca sabes cómo te va a ir a ti antes de lanzarte a la aventura. Por ello supongo que la clave es encontrar el punto medio entre la realidad y las expectativas, equilibrar la balanza y no esperar nada más que lo que ya sabes antes de llegar a tu destino.

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