Cracovia, Wieliczka, Auschwitz : jóvenes, trabajo, muerte (3/3)
28 de febrero de 2016
Día 3: la mortífera Auschwitz
Mi único recuerdo (perecedero) de Cracovia fue el krakowski obwarzanek, una especie de pretzel con pan (rosca alemana) de queso, semillas de amapola o sésamo. Antes de irme, compro un poco de pan al vendedor ambulante de la esquina.
Auschwitz entonces. En el viaje de una hora y media, pienso en ese internauta que recomendó "prepararse psicológicamente para la visita". Recuerdo la única experiencia similar que tuve en Alsacia, en el único campo de concentración francés: el Natzweiler-Struthof. A pesar del período estival, la visita fue fría, fatal. Espero que la sensación de este no sea peor. Revivir semejante terror del pasado.
En el mapa que tengo de Europa Central, busqué la posición de Auschwitz. No pude encontrarlo. De hecho, si no sabes que en polaco "Auschwitz" se dice "Oswiecim", resultará imposible que localices el campo de concentración y exterminio.
Auschwitz es un símbolo de los crímenes masivos nazis. Sin embargo, el campo no se exhibe. Está medio escondido en el centro de vulgares edificios de hormigón. Al final solo vamos a ver Auschwitz I, el primer campo de concentración establecido en 1940 (dado que también existe un Auschwitz II, el campo de exterminio de Birkenau y Auschwitz III, el campo de trabajo de Monowitz). Números, como si fueran facultades (Lille I, Lille II, Lille III)... de la metrópolis de la muerte.
Antes de ir a la escena del crimen, salta Élodie, la francesa, ilustrando mi malestar: "¿Crees que es ético comer en el campo de concentración? " se pregunta, mirando a Manon, que se está comiendo un bocadillo de jamón york con mantequilla. "Por eso me lo como ahora", observa Manon.
Al entrar, nos encontramos un campo de concentración intacto
La entrada con la leyenda arriba: « Arbeit macht frei », que en alemán quiere decir: « El trabajo te hace libre. » El sadismo de los nazis no conocía límites.
A diferencia de la mina de sal de ayer, no tendremos guía. Visitaremos el campo de concentración por nuestra cuenta durante 4 horas, fuera (porque aquí no hay nada). Me preocupa que Dorota, la chica polaca, no tenga una audioguía. Al mostrarme los paneles explicativos en inglés, el primero de una larga serie, me tranquiliza: "No necesito un audioguía, ¡hay muchos letreros! Además, ¡entiendo mejor el inglés escrito que el hablado!
A la puerta de la entrada no le falta sadismo. Dentro de una curva forjada, está escrito en mayúsculas "Arbeit macht frei" que significa... "El trabajo te hace libre". No creo que todos los prisioneros de guerra que pasaron por Auschwitz tuvieran la misma visión de libertad que los nazis.
Me separo de los demás. Con mi abrigo negro, cruzo el umbral del campo de concentración.
Fue como un regreso a la década de 1940. Parecía que no hubiera pasado el tiempo por los bloques de ladrillo de techos trapezoidales. Lo mismo pasaba con el alambre de púas y el buen estado de las vías férreas. Es como entrar al plató de una película, viendo a los soviéticos liberar el campo y a los prisioneros cruzando la puerta de la libertad. Me imagino a los trenes oxidados pasando y que los judíos con los pijamas rallados y la estrella amarilla bordada saldrán de los bloques. Pero, no. Lo que salen son turistas con ropa de abrigo calentita.
Descubro la primera fila de bloques, dedicada a los prisioneros del campo. Va por países. El pabellón 15 sobre los prisioneros polacos es informativo y desprovisto de emoción. Hace frío. Mis pies, mis manos sienten este aire, esta atmósfera pesada del día. Pero me parece ridículo estar aquí con hambre o frío. Los edificios que nos rodean, en su mayoría (24 de 32), fueron construidos por los propios presos, y ciertamente en condiciones mucho más execrables que las de este domingo.
Galería de retratos de los deportados a Auchwitz, en el pavellón francés (n°20).
Estoy cerca del final de la fila de bloques cuando Dominica, una de las tutoras del viaje, me llama: "Hey, sube a la 20, ¡es sobre Francia! " Y Bélgica también, arriba (debería habérmelo dicho). Iba a perdérmelo, congelado como estoy. La sala está bastante bien caldeada. Los textos están en francés, la escenografía es sobria. En 2005, el Presidente Jacques Chirac inauguró este pabellón. Sin duda, es necesario para la memoria colectiva porque, de los 76. 000 judíos deportados en Francia, 69. 000 fueron deportados a Auschwitz. Al final de la visita, como en otros bloques, los rostros de los asesinados cubren las paredes de una habitación entera, invadiendo las ventanas. ¿Qué retener de todas esas caras, de todos esos ojos que reflejan la miseria humana de una época?
En el Pabellón 27 (martirio de los judíos) hay un libro de varios centímetros de espesor en el que se nombran, por orden alfabético, a los aproximadamente seis millones de judíos asesinados entre 1939 y 1945. ¿Qué retener, una vez más, de tantas letras?
Una calma glaciar entre los 4 bloques
Fila de 11 bloques de ladrillos, vistos desde el principio.
Terminamos con la primera parte de Auschwitz I. La segunda parte, se encuentra detrás. Es más detallada que la primera al describir las condiciones de vida de los prisioneros del campo de concentración. En "el bloque de la muerte" (11), veo las celdas con dos agujeros: una barra de hierro para la luz y otro que sirve de baño. Atrapadas entre los bloques 10 y 11, unas mantas rojas en medio del "muro negro" de la ejecución le dan una sensación de muerte al lugar.
Veo paja en el bloque 7, en la que los trabajadores forzados durmieron durante las primeras semanas. Me encuentro con Mirka, otro tutor, que me aconseja: "¡No te puedes perder los bloques 4 y 5! ¡Corre!
En el 4, me entero del número de personas que cayeron en Auschwitz. Manon, la chica francesa, me lo había preguntado en el autobús. No quise jugármela. Así que ella calculó unos 300. 000. Elodie le dijo que quizás ni se acercaría a la cifra. El número aparece escrito en un letrero negro: "1. 100. 000".
El otro bloque, el 5, nos hace conscientes de la magnitud del homicidio. Recoge todos los efectos personales de las víctimas. De un montón de vasos, pasamos a una colina de vajilla, un montón de bolsos, una montaña de zapatos. Puede que estos objetos que tengo delante sean testigos de vidas enteras.
La calma que reina, entre los cuatro bloques, alrededor de las tres de la tarde, parece anormal para los oídos. Antiguamente, los guardias tendrían que estar gritando, los prisioneros cavando, la gente hambrienta agonizando, las balas resonando. Al no sentirme observado, me atrevo a mirar en bloques que no están abiertos a la visita, en los que las puertas de las mazmorras sin vida se alinean. Siento escalofríos de frío y horror en el cuerpo, paso por el alambre de púas. Me uno a algunos visitantes cerca de donde ahorcaron al comandante de Auschwitz Rudolf Hoss.
La última etapa consistirá en el K. I. Al ver aquella masa de hormigón enterrado, con una chimenea de ladrillo sobresaliendo, ocurrió lo que me temía. Una cámara de gas. Aquí se realizaron las primeras masacres, con gases de escape y luego con Zyklon B, un pesticida. Entro en el crematorio, que se convertirá en un búnker después de la guerra. Casi inmediatamente salgo del guardarropa-cuarto de gas-cuarto de horno, sin hacer ni una foto. Existen otros cuatro K. I. en Birkenau, Auschwitz II. Nuestro grupo no verá el colofón de la atrocidad. Ya ha visto suficiente.
El torniquete de salida está afuera. No compraremos recuerdos de Auschwitz en la tienda de regalos. Sólo una cabaña discreta vende libros y bebidas. Son las 16:15, el autobús se va. Volveremos enteros a Eslovaquia.
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