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Experiencia Erasmus de una italiana en España


Si es bueno tener sueños, todavía mejor es tener la valentía para hacerlos realidad

A veces viajar y estar lejos de tu familia a la que quieres tanto se hace difícil. Y luego, de un día para otro, decides que ha llegado el momento, el momento de poner patas arriba tu vida, de pasar página y seguir adelante, de vivir nuevas experiencias. Para mí, había llegado el momento de cumplir mi sueño.

He escuchado muchas cosas sobre el Erasmus, pero todos resumían esta experiencia como: “Una experiencia fantástica, pero que es difícil de poner en palabras, así que tenéis que vivirla porque no os arrepentiréis".

Antes de recorrer este camino no conseguía dar con el significado adecuado para estas palabras, pero ahora todo me queda más claro porque incluso a mí me cuesta explicarlo.

El Erasmus se queda en el corazón de quien lo ha vivido y ninguna palabra puede describir lo emocionante que puede ser esta experiencia.

Ahora voy a dar un paso atrás. Recuerdo como si fuera ayer el día en el que publicaron la tan ansiada lista. Cruzando los dedos, abrí el archivo y vi mi nombre. ¡Me habían cogido! Mi corazón explotó de alegría y felicidad y siguió estando así durante días. Bueno, excepto la noche de antes, un día que recuerdo muy bien... yo, que soy una persona muy aferrada a mi tierra y tan pequeña para un viaje así de grande, esa noche pensaba "pero quién me manda a mí a meterme en esto, justamente ahora que mi vida va sobre ruedas". Tenía una expresión de seguridad y decisión a ojos de los demás, pero en el fondo me atemorizaba no salir airosa. Llegó el último día y, entre las palabras de ánimo, las despedidas, los abrazos y los deseos de buena suerte de mi familia y amigos, se me escapó alguna lagrimilla. Cogí mis dos maletas y aviones, un autobús y, finalmente, comenzó lo que para mí ha sido la experiencia más bella e intensa de toda mi vida.

He iniciado esta aventura con una compañera, que se ha convertido más adelante en una gran amiga. Los primeros días fueron difíciles. Llegamos a Córdoba sin tener una casa, yendo a un B&B y a otro más durante aproximadamente diez días. Después, comenzó el curso de español, donde había muchos estudiantes Erasmus en la misma clase. Muchas caras nuevas y diferentes, felices, pero al mismo tiempo con un ápice de miedo, exactamente igual que las nuestras. Pero todos con muchísimas ganas de pasarlo bien y de hacer amigos. Aquel fue el primero de tantos días fantásticos que he vivido en aquella maravillosa ciudad con mi nueva familia.

Córdoba, ciudad histórica, elegante y de gran interés turístico, caracterizada por su imponente y majestuosa Mezquita, sus parques llenos de miles de colores, los callejones medievales y sus patios.

Gente encantadora, amable y alegre, siempre con una sonrisa en la cara y dispuesta a echarte una mano.

El Puente Romano que une las dos orillas del Guadalquivir, en el barrio judío, donde puedes ir y admirar el amanecer a la salida de la feria. La gran fiesta de la ciudad que es tan esperada por los habitantes, pero también por cualquiera que haya estado allí durante un solo día, 10 o por mero entretenimiento, entre una discoteca y la otra, entre un churro y una tostada en el Mc D, terminando la noche todos juntos como hermanos y hermanas.

Y, efectivamente, me he llevado numerosos amigos gracias a esta experiencia, y son los mejores: Nicol, la fiestera guapa de Sicilia; Valentina, la chica de Salento que siempre te ofrece un lugar para dormir; Graziana, la pequeña con un corazón dulce; Francescoche, el romano más simpático que sabe cómo hacerte reír; Salvatore, el querido playboy que está siempre ocupado; Lenny, el más borracho pero el más bueno de todos; y Rocco, preparado para ir en contra de todo y de todos, incluso contra la policía, ¡con tal de divertirse! Y, por último pero no menos importante, está Rita, mi hermana pequeña y mayor al mismo tiempo, mi seguridad en cada momento, mi gemela separada al nacer. Aparte de ellos, tengo otros pedacitos de mi corazón esparcidos alrededor del mundo, en España, en Francia, en Suecia, en Portugal, en Italia (en Florencia, en Nápoles y en mi querida tierra, Cerdeña).

El Erasmus me ha hecho aprender tanto y me ha hecho crecer mucho como persona.

Lo que os aconsejo es salir, viajar y explorar el mundo, pero en especial hacer el Erasmus porque no os arrepentiréis. Os cambiará de una forma positiva porque seréis capaces de desenvolveros en cada situación por vuestra propia cuenta y seréis más independientes en otra realidad que es diferente a la vuestra, a vuestras tradiciones, a vuestro estilo de vida y también a vuestro sistema universitario. Os enseña a adaptaros fácilmente y a vivir de una manera más serena, a mejorar vuestras habilidades lingüísticas y de diálogo, y a forjar amistades con personas de todo el mundo.

En definitiva, al final ya dejáis de ser la misma persona. Lloraréis tanto por la nostalgia y os aseguro que lo acabaréis haciendo y que será más que normal; la nostalgia de esos momentos tan bellos, de esos días que recuerdas siempre con felicidad y despreocupación de mayores. Viviréis una experiencia que nadie jamás podrá arrebataros y que, por desgracia, no podréis revivir como la primera vez.

Recordad que un viaje de miles de kilómetros comienza siempre con un primer paso, así que preguntad y participad en la convocatoria porque es el inicio de vuestra experiencia. A veces os tropezaréis, pero os pondréis de nuevo en pie siendo más fuertes porque no hay arcoiris sin una tempestad. A veces iréis más deprisa, otras más despacio, pero ¡lo que importa es seguir adelante!

Nadie os dirá cómo hay que vivir vuestra experiencia porque es vuestro momento, y nadie os regañará nunca por cómo lo hagáis. Será una de las pocas veces en las que los cuentos de hadas los escribiréis vosotros mismos, sin sugerencias ni imposiciones. Contaréis solamente lo que queráis y decidiréis qué personas formaran parte. Puede que os encontréis con algún obstáculo, pero lograréis escribir el final.

El simple hecho de pensar en esa felicidad y despreocupación hace que se te iluminen los ojos, todas aquellas emociones en tan poco tiempo que nadie podrá describir, de la misma forma en la que se me iluminan los ojos a mí, después de casi dos años de mi regreso a Cerdeña.


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