20 días en China. Gran final.
Pingle
He dudado mucho en si debía contar o no la experiencia en nuestro final de viaje, pero al final he decidido que vale la pena confiar un poco. Mis dudas se basaban principalmente en si debía o no hablar sobre un lugar único para nda explotado turísticamente, por el miedo a que esto último cambiara. Dicho lugar se llama Pingle, y fue el último y más inesperado destino de nuestra aventura.
Un par de días antes de tener que regresar a Pekín para coger nuestro vuelo de vuelta a casa, nos encontrábamos en Chengdu si estar muy seguros en que valdría la pena utilizar el poco tiempo que nos quedaba. Obviamente, ya no nos daba tiempo a visitar otras grandes ciudades como Shangai o Hong Kong, pues la distancia entre Chengdu y estas ciudades era demasiada grande. Asimismo, no encontramos en Chengdu nada que pudiera ocupar un lugar adecuado como gran final del viaje, asi que optamos por dejarlo a la suerte, e improvisar.
Creo que esta palabra es la que mejor podría definir esta última parte del viaje. Antes de comenzar a contarla, me gustaría recomendaros por activa y pro pasiva el dejar margen en vuestros viajes, da igual a donde sean, para la improvisación. Es necesario tener un plan general de tu viaje, saber que te gusatría visitar y calcular bien los tiempos y distancias, pero la magia de no saber qu ete depara un bus o un tren, y que encontraras al otro lado de la carretera, es inigualable.
Asi, el penúltimo día en Chengdu, dejamos nuestras maletas en nuestro hostal y nos dirigimos a la estacion de autobuses de la ciudad. Una vez alli, no podíamos leer ni un solo destino. Todos los carteles y destinos estaban escritos en chino, y no teníamos ni idea de cual elegir. Por ello, nos decidimos por un bus que nos lleveaba a una pequeña ciudad que no estaba a más de una hora de Chengdu, para segurarnos poder regresar en el mismo día sin problemas.
Al llegar a la parada de la ciudad, nos dimos cuentas de que este destino podía tener mucho más potencial del que habíamos esperado en un principio. Ya en la estación podíamos ver carteles con algunas actividades que hacer, como rafting o senderismo.
Comezamos a andar por la ciudad... Increible. Era como andar por un pueblo del sur de españa en pleno verano. Todo lleno de puestos abiertos de comida, recuerdos, etc. La ciudad se levantaba en torno a un río que daba al ambente un aspecto veraniego perfecto para el calor que hacía. Pero lo más impresionante, la gente. Ya desués de 2 semanas en China estábamos acostumbrados a las fotos y videos aleatorios en cualquier momento, pero alli no se trataba de eso. La manera en la que nos miraban podía incluso hasta dar respeto. Era como si nunca hubieran visto a personas como nosotros en sus vidas, los niños nos señalaban asombrados y los adultos de las tiendas no dejaban de llamarnos y señalarnos para atraernos a sus productos. Supongo que un lugar ais de pequeño y alejado de los grandes centros urbanos no suele recibir muchas visitas por parte de los europeos.
No llevábamos ni un ahora en Pingle y ya estábamos buscando algún lugar para alojarnos una noche y poder disfrutar al máximo posible. Aqui llegó el gran problema con el alojamiento, nos acercamos a un hostal que nos ofreció un buen precio por dos habitaciones, y continuamos caminando por la ciudad sin ya la preocupación de buscar donde dormir. Al cabo de 40 min o 1h, escuchamos que alguien viene corriendo detras nuestra llamándonos. Nos giramos y vimos a la chica del hostal con un joven de unos 20 años. El chico sabía hablar inglés, y nos explicó que increiblemente, los hostales de esa ciudad no podían alojar a turistas europeos, pues se necesitaba una especie de permiso especial. Nos quedamos a cuadros, pues el último bus de vuelta a Chengdu, a nustro hostal, con toda snuestras cosas se había marchado ya, asi que nos teníamos que quedar alli si o si.
La chica del hostal estaba casi llorando por nosotros, se sentía fatal por dejarnos en la calle, y el chico nos acompañó hasta el unico hotel de la ciudad, que si podría alojarnos. Sin embargo, los precios del hotel eran demasiado para nosotros, y no pudios permitirnoslos, asi que seguimos caminando pro la ciudad preguntando de hostal en hostal. Al final del día, milagrosamente, encotramos un hostal de dos hermanos que se ofreciernos a alojarnos sin problema, además a los 4 en un asola habitación, y con unas instalaciones perfectas.
Se portaron genial con nosotros y nos recomendaron varias actividades que podíamos hacer, haciendo hincapié en visitar el puente colgante de la ciudad. Asi, paramos a uno de los "china-moviles", como los llamábamos nosotros, que no eran más que unos pequeños coches abiertos que usaban a modo de taxis. Nos llevo a la base de la montaña donde se encotraba el puente, y nos adentramos a caminar. El lugar era mágico. Caminamos durante alrededor de una hora subiendo la montaña a través de unos caminos en el bosque, cruzando pequeños puentes, riachuelos con bruma y zonas de meditación y rezo. Cuando nos dimos cuenta estábamos en la cima de la montaña justo en la entrada del gran puente. Con un aaltura de vértigo, se tendía imponente entre los dos montes que rodeaban el valle por el que descendía el río, y al cruzarlo... las vistas eran indesciptibles. Lo cruzamos de un extremo a otro, asombrados por las vistas más hermosas que habíamos visto en todo niestro viaje, más incluso que la Gran Muralla. Al llegar al otro lado, te encontrabas con un camino que descendía al valle por el otro lado de la montaña, con suelo de cristal. Mirabas a tus pies, y te encontrabas directamente con la caída al vacío del valle.
Volvimos a bajar y a dirigirnos a la ciudad, pues iban a cerrar la subida al puente. Nuestro taxista del china-movil nos esperaba todavía en la entrada del ascenso, y nos recogió para devolvernos a Pingle. Cuando llegamos ya era de noche, y la ciudad había cambiado completamente. Por las calles y la plaza central se había organizado festuivales de verano, cines al aire libre y demás actividades de cualquier pueblo veraniego de España. Estábamos asombrados. Cenamos en un restaururante a los pies del río mientras veíamos a lo sniños ugar con pistolas de agua disparándose unos a otros. Y dedicamos el resto de la noche a simplemente disfrutar de caminar entre la vida nocturna de Pingle.
Al día siguiente, nos depertamos con tremendas ganas de ver que nos deparaba este gran descubrimiento. Caminando junto al rio vimos que como en cualquier pueblo veraniego con un río decente, había la posibilidad de hacer un descenso en baraca. Sin pensarlo dos veces lo hicimos. Fue lo más divertido de todo el viaje sin duda. Fue un descenso lo suficiente largo como para disfrutarlo en todos sus puntos, los rápidos, los saltos y las aguas calmadas... Además a un precio alucinante. Tras acabar el descenso, completamente empapados, fuimos a la zona donde habíamos cenado la noche anterior, la plaza en el río donde los niños jugaban con las pistolas de agua. Alli nos tumbamos a secarnos al sol, y sin saber muy bien como, acabámos jugando con esos niños y sus pistolas de agua. Nos sentíamos como cualquier vernao de nuestra infancia en casa.
Y creo que es este último sentimiento el que nos hizo enamorarnos completamente de Pingle. Por primera vez en todos nuestros viajes en nuestra vida, nos sentíamos como en casa en un lugar a miles de kilómetros de nuestros hogares, con gente que no hablaba ni una pizca de ningún idioma que conocieramos y con culturas tan diferentes como la noche y el día. Y aun así, nos sentimos como en casa.
No podríamos haber soñado un final mejor para nuestra aventura, y fue esta última experiencia la que nos permitió aprender de verdad como vivía la gente normal en este extraño país. Nos enseñó que hay valores universales que unen a toda la humanidad, incluso en un pueblo perdido en china donde muy pocos europeos habrán estado. Los juegos de los niños, la hospitalidad de los habitantes... Todo eso y mucho más nos llevamos de Pingle en el bus de vueta a Chegdu, y esa extraña sensación que se tiene dentro cuando el verano acaba... Fue un regreso completamente en silencio.
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