El hábito no hace al monje
Al principio la taberna de Alberto no es que llame la atención. Está en un rincón de la plaza y su aspecto es más bien normalito tirando a lo tradicional, pasa desapercibido. Sin embargo, pasaba todos los días por delante del local (y estuve cuatro meses allí) y siempre me sorprendía al ver las mesas de madera hasta los topes. La terraza llena pese al frío invernal de Burgos.
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¡Pillada!
Tuve que esperar a que una amiga que vivía por allí me llevara para que entendiera por qué todo el mundo iba al bar. La decoración es la típica de un viejo bar: piedra, mesas de madera y dos pantallas planas que retransmiten todos los partidos que puedas imaginar: el ambiente se anima mucho las noches de fútbol. Hay poquitas mesas pero el restaurante siempre está a reventar. Se está muy bien allí y los camareros siempre te atienden con una sonrisa. La gente que suele ir tiene de treinta en adelante, por lo que el ambiente es más tranquilo que el que puede haber en un bar lleno de estudiantes.
Calmando el apetito
Te encantarán las tapas propuestas por el bar. Además de las típicas, hay otras un tanto diferentes que serán una delicia para el paladar. Esta explosión de sabores no te dejará indiferente. Una de las tapas está hecha a partir de la típica morcilla de burgos, una mezcla de dulce y salado que tenéis que probar sin falta.
La fuente de la eterna juventud
Las bebidas de la taberna no se quedan lejos: el bar tiene una muy buena bodega para todos los gustos. Si os gusta el vino blanco suave, os recomiendo pedir el "Canto 5". Desde que lo descubrí no he pedido otra cosa. El bar también tiene muy buenas cervezas.
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Gran satisfacción a muy buen precio
No te arruinarás comiendo en esta taberna. Está en la media de un bar español: por seis euros puedes pedirte dos tapas y un vaso de vino. Una agradable sorpresa, ¿no? ¡Seguro que vuelves!
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