Burdeos en 24 horas
¡Hola a todos! Hoy os traigo otro de mis viajes que se ha llevado a cabo en verano: la región francesa de Aquitania, y concretamente los departamentos de Gironde, Landas y Pirineos Atlánticos.
Durante nuestra estancia en las Landas, el primero en visitar, vimos que teníamos algunos días libres, días sin nada especial que hacer, así que hablamos entre nosotros y surgió la propuesta de conocer Burdeos en un día, ciudad que estaba a hora y media de nuestro pueblo: Vieux-Boucau-Les-Bains. Hace tiempo que quería visitar Burdeos, es una ciudad que siempre me ha parecido atractivo y que ha sido protagonista de conversaciones en los cuales he participado.
Era uno de mis deseos visitarlo antes de volver a la península, así que hicimos un esfuerzo en cumplirlo y cogimos el coche un lunes soleado para ser un turista más en la aglomeración francesa. Pero no nos dimos cuenta que aquel día no sería solamente soleado, sino también caluroso, muy caluroso. Si lo hubiéramos sabido antes de salir a la carretera, hubiéramos dado la vuelta y parar en la playa más cercana. Aún así, nos fuimos a la aventura.
Burdeos era bastante complicado, construido con calles laberínticas. Antes de cruzar la entrada a la ciudad, fuimos conscientes de que habíamos pasado por pueblos que pensábamos que eran simples barrios, pero no. Cada uno era un municipio, pero todos estaban enlazados y muy cerca del otro. Por eso cometimos ese fallo y nos causó tanta confusión.
Cruzamos unos cuatro antes de llegar a la ciudad, ciudad. Aparcamos bastante cerca del centro, justo al lado de La Plaza de la República. Al principio estábamos muy desorientados debido al hecho de que no sabíamos ni dónde teníamos los pies, ni por dónde teníamos que ir para llegar al casco viejo. Nos acercamos a una estación de autobús con un gran mapa de la ciudad. Pero tampoco nos ayudó mucho (al menos al principio) ya que no teníamos ni idea de la dirección en la que estábamos, y nos costó descifrarla.
Rápidamente, nos dimos cuenta que las atracciones turísticas y los edificios importantes estaban muy cerca entre sí. Pero no por lo que nos estaba mostrando el mapa, sino porque ni siquiera habíamos caminado cinco minutos cuando ya teníamos en frente el Tribunal de Grande Instance y el Château du Hâ. Y los pasamos de largo como si nada.
Y poco más tuvimos que caminar para llegar a la Catedral, y de ésta no pasamos de largo. Era gigantesca, dos torres que poco les quedaba para tocar el cielo. Dos torres a los cuales tenía que mirar con el cuello torcido y la nuca en los hombros. Me recordó mucho a la Catedral de Chartres por la fachada principal y a la de Paris por la fachada trasera. Su decoración era tan detallada y tan simétrica e intacta que no paraba de mirarlo, y no es algo muy habitual en mí fijarme en edificaciones de este estilo.
A su izquierda descubrimos el Ayuntamiento, y lo descubrimos porque primero lo confundimos con un palacio, pero resulta que también lo era: se llamaba el Palacio Rohan. Un Buckingham Palace en miniatura. Contaba con un patio frontal muy espacioso, ventanales en un 90% de su exterior y una plaza que enlazaba la puerta principal, vigilada por dos majestuosas esculturas, la catedral y los bares llenos de gente y vivacidad.
Fue un buen comienzo del día turístico en la ciudad girondina.
Avanzamos un poco y, nada más salir de la plaza, ya nos habíamos metido en el casco viejo, calles llenas de olor a historia y cultura. Las casas eran antiguas pero tenían un atractivo que no sabría explicar. Todas eran de diferentes alturas, algunas renovadas y otras conservadas, recién pintadas o en su color original, con balcones frondosos o simples ventanas, pero cada uno tenía su atractivo inexplicable.
Había muchos restaurantes, bares y tiendas por aquellas calles y las plazas que se conectaban con ellos. Mucha gente había salido a la calle debido al maravilloso tiempo, y entiendo que nadie quería perderse un día así, tan soleado. Yo tampoco me lo perdería, pero hacía mucho calor, eso sí. Menos mal que los atractivos edificios hacían sombra y nos salvaban de terminar quemados.
Y menos mal también que había bares por todos los lados, fue un detalle que me encantó y que lo agradecí más de una vez. Nunca te morirías de sed en Burdeos, y menos con los treinta grados que se aguantaban en aquel momento.
Salimos de las calles y después de cruzar por una plaza llena de terrazas y niños salpicando con el agua de las fuentes, pasamos por debajo de la Puerta de Cailhau, un monumento muy famoso en Burdeos. Tenía un estilo gótico que me recordaba a una torre de algún castillo perdido por los Cárpatos. Y era más grande de lo que me imaginaba.
Me quedé mirando un rato y me di cuenta de que las ventanas no tenían cristal y que sus fachadas estaban un tanto desgastadas y agujereadas, como si anteriormente hubiera sido atacada y bombardeaba, pero de todas formas, se conservaba muy bien. Era uno de los lugares conmemorativos de la ciudad.
Pasamos por la puerta, y unos pasos más hacia adelante, pudimos ver el río Garona al fondo, así que no esperamos más y cruzamos el paso de cebra para poder verlo mejor, de más cerca. Era un río con aguas no muy claras, no se veía el fondo, pero sin embargo, era colosal, al menos lo es si lo comparamos con el de mi ciudad. Pero desde luego que lo era.
Vimos que al otro lado del río había más casas, casas que estarían ocultando algo que ver y enseñar orgullosamente a todo el mundo, y estábamos seguros de que si cruzábamos el rio, algo encontraríamos.
El río era realmente grande, nunca me lo habría imaginado así. El puente para cruzarlo no estaba muy lejos, así que aprovechamos nuestra ubicación y antes de visitar la zona norte de la ciudad, caminamos un poco hacia el sur hasta llegar al Pont de Pierre y cruzarlo para arribar a aquella zona no tan turística: La Bastide.
Lo primero en lo que nos fijamos cuando pisamos La Bastide fue que la mayoría de las casas no tenían nada que ver con las del otro lado del río, ya que, o estaban más sucias y más viejas, o eran modernas, por así decirlo.
Desde el primer instante nos dimos cuenta de que no encontraríamos nada para poder visitar, pero gracias a un mapa tuvimos la oportunidad de conocer un jardín botánico ubicado ahí. Teníamos esperanzas de encontrarnos con una maravilla, ya que lo más bonito no suele ser, muchas veces, lo más turístico, y tampoco suele estar ubicado en el centro de la ciudad.
Además, de acuerdo con internet el jardín era bastante grande y tenía pinta de ser muy bonito, así que no dudamos en echarle un vistazo.
Llegamos a la entrada del jardín, y lo primero que vimos fue el bar del jardín cerrado y un grupo de niños jugando con las fuentes.
La primera impresión, obviamente, no fue la mejor, pero no solo por los niños, sino por el parque en sí: no había plantas especiales ni de otro mundo. Tampoco había casi árboles y la mayoría del espacio era césped. Pero no nos rendimos y le dimos una segunda oportunidad explorándolo más adentro.
A medida que íbamos metiéndonos, tuvimos la sensación de que el jardín no tendría ningún parecido a lo que nos esperábamos, ya sea por su tamaño o sea por su contenido.
Estaba dividido en cuatro zonas, y la primera era el de los niños. La segunda era la zona de las parcelas (algunas vacías y llenas de agua sucia) con verduras y otras plantas como los girasoles. No era el tipo de flora que nos interesaba, éramos de una provincia llena de huertas, y no nos parecía algo lo suficientemente fascinante para pararlo a ver.
Pero tenía algo bueno, al fin de al cabo: tenía manzanos suficientemente adultos como para poder comer y sentarnos tranquilos debajo de ellos, dándonos una sombra que tanto agradecíamos. Era un sitio perfecto para comer y para descansar después de todo el calor que habíamos soportado desde que llegamos.
Comimos y fuimos a la tercera zona, que estaba muy cerca de la segunda, y la segunda también estaba cerca de la primera. En ese momento confirmamos que el tamaño real no era la que esperábamos cuando vimos las fotos en el teléfono móvil. Además, el jardín no era muy ancho, y se podía caminar de lado a lado en dos minutos, como mucho.
La tercera zona constaba de cuatro grandes rocas que mostraban las capas geológicas de aquella zona de Francia, una zona llena de playas, dunas y la flora correspondiente a ella. Las rocas tenían sus respectivas plantas encima de ellas, pero solo eran cuatro rocas, que tampoco me lo esperaba. Sí me habría gustado subirme a ellas para divisar toda la ciudad, pero me temo que eso no era posible.
Finalmente, nos detuvimos en la zona cuatro del jardín: el jardín acuático. Era un lago cuyo fondo no se veía y sus alrededores estaban llenos de nenúfares, plantas acuáticas y libélulas con pequeños caminitos para poder verlos de cerca.
Creo y afirmo que eso fue lo único del parque que, entre comillas, merecía la pena ver. Fue un paseo muy agradable, aunque la temperatura no ayudara mucho.
Sin embargo, tuvimos un buen descanso y pudimos comer y descansar con tranquilidad y con una buena sombra.
Salimos del jardín y decidimos cruzar de nuevo el puente, pasando primero por algún bar para tomar algo. Hacía tanto calor que tuvimos que abrir un paraguas para protegernos del sol e ir por las sombras de las casas. La temperatura era horrorosa, y no se podía caminar por la calle, las sombras eran lo único que nos salvaban.
Por fin llegamos a un bar y pudimos tomar algo que nos refrescara, y así sí estuvimos preparados para volver al centro de Burdeos. Con fuerza y muchas ganas.
Y lo que pasó a continuación fue todo un milagro: mientras cruzábamos el puente para volver a la Puerta de Cailhau, vimos a lo lejos un palacio con una plaza delante llena de gente y agua, una plaza de agua. Se no llenaron los ojos de sed, no pudimos resistirnos y aceleramos nuestra marcha para llegar lo antes posible a aquel sitio.
Aunque primero pasamos por una tienda a por más bebidas. El calor era exagerado.
La plaza se llamaba Le Miroir d'eau, y era muy famosa por todo el mundo. Era una de las atracciones turísticas más fotografiadas de toda la ciudad, y miles de turistas y locales paseaban por ella al día, y sobre todo en días de mucho calor.
La plaza se mostraba en frente de otra plaza llamada Place de la Bourse, que lo completaban el Musée national des Douanes y el Bordeaux Palais de la Bourse. Era otra atracción turística muy conocida. Sinceramente, era lo mejor que habíamos visto hasta el momento, y el Miroir D'eau era todo un alivio para nuestros pies.
Había muchos turistas que se habían acercado a aquella zona de agua para descalzarse y refrescarse. Los niños corrían y se tumbaban y jugaban con el agua, los jóvenes se sacaban fotos, las parejas daban vueltas agarradas de la mano y los mayores disfrutaban viendo cómo los niños jugaban. Me gustó mucho aquel ambiente lleno de alegría y chapuzones. Era lo que animaba la ciudad. Además, las vistas al río eran estupendas.
Cuando vimos a tanta gente caminando por el agua con caras de alivio, la envidia se apoderó de nosotros, y fue ahí cuando nosotros también queríamos disfrutar de aquello, así que nos descalzamos para entrar. El suelo ardía, ardía que no veas. Eso nos incitó todavía más a meter los pies en el agua, más de lo que ya estábamos deseando.
Sí, pocos milímetros de agua nos salvaron del bochorno. Era algo muy minimalista, por así decirlo, ya que era poca cantidad de agua, pero a la vez era algo muy necesario para un día de calor como fue aquel.
Pero no era solo eso, ya que la duración del agua sobre aquella plaza tenía un límite de tiempo, y después de ese tiempo, el espacio se vaciaba. Segundos más tarde la plaza se llenaría de vapor, animando a los niños a correr con todas sus energías por aquel laberinto de humo.
Fue algo espectacular.
Cuando la plaza se vació de agua por segunda vez, nos pusimos las zapatillas (con mucho esfuerzo y dolor, debido al suelo abrasador) y cruzamos la carretera para pararnos en La Place de Bourse, una edificación muy importante de Burdeos.
La plaza estaba compuesta por un museo a su lado izquierdo y un palacio a su lado derecho, los dos construidos en un mismo estilo y con una misma simetría. Una gran fuente en medio que los conectaba.
Ya eran las cuatro de la tarde, y hacía demasiado calor hasta para acercarse a la fuente, cosa que deseábamos hacer para así poder refrescarnos un poco la cara y el cuello. Así que no tuvimos más remedio que quedarnos formalitos en la sombra creada por el edificio del museo.
Nos quedamos durante un buen rato ahí hasta que nublara un poco. Desgraciadamente, veíamos que no había ni una sola en el cielo, y para no esperar más, cogimos el preciado paraguas y salimos de la plaza para llegar a otra atracción turística cercana:
Monuments aux Girondins.
Pero antes que llegar a nuestro destino descubrimos los Quinconces, una arboleda perfectamente alineada con tres paradas de tranvía y dos de buses en su interior.
Era algo muy curioso, ya que no nos esperábamos una arboleda con rieles para tranvías en medio de un Burdeos. No obstante, me pareció muy interesante.
Más tarde nos dimos cuenta que aquel bosquecito era una parte de la plaza de tanto queríamos ver, y que al otro lado de la misma también había uno similar.
Después de contemplar los árboles y de gozar de su majestuosa sombra, por fin llegamos a la plaza de Monuments aux Girondins.
Era una plaza sorprendentemente grande y lamentablemente vacía. Muy vacía. Había una noria en la entrada de la plaza, y una fuente dedicada a los girondinos al fondo de la misma; todo lo demás era vacío total.
La gente no paseaba por el medio de la plaza debido a lo que tantas veces he mencionado en este artículo. Para evitar el contacto directo con el sol, caminaban por las esquinas, donde se topaban con los árboles. Nosotros, que tampoco queríamos abrasarnos, realizamos la misma acción para poder movernos desde la noria hasta la fuente.
Cuando llegamos a la fuente nos acercamos lo necesario para poder mojarnos la cara y, ya de paso, sacarnos algunas fotos. Era el monumento más precioso que habíamos visto aquel día, sin tener en cuenta la Puerta de Cailhau.
Después, nos recorrimos medio casco viejo y llegamos a la plaza de la Ópera. Era una plaza muy atractiva ya que la ópera era muy imponente desde fuera y con un estilo clásico, muy parecido a otras como la de París, por ejemplo.
Queriendo disfrutar de la plaza, tuvimos la oportunidad de sentarnos en un bar muy florido y descansar todo lo que habíamos andado, todo lo que habíamos sufrido por el calor y por las largas caminatas y todo lo que habíamos hecho en un solo día. Que, por cierto, recorrimos todo el centro de la ciudad.
Tomamos algo, respirarmos con calma, pagamos y seguidamente nos fuimos hacia el aparcamiento donde habíamos estacionado el coche. Ya era la hora para volver al camping. Pero primero, no nos pudimos resistir en atravesar la gran vía de la ciudad.
Era una calle llena de turistas, jóvenes y adultos paseando, tomando un helado o dos, entrando y saliendo de tiendas de ropa bastante globalizadas y también de tiendas que eran locales. Tiendas de ropa de marca y de segunda mano, de zapatillas y de lencería... todo lo que la clientela exige.
Y nosotros también entramos a alguna que otra tienda, pero solo para mirar. No queríamos perder mucho tiempo en probar la ropa, decidir y pagar. Aunque sí me habría gustado coger algo, los franceses tienen muy buen gusto para la moda.
Y así fue un día entero en Burdeos, una ciudad llena de cosas para ver, y todavía lo que nos quedó pendiente. Sin duda no se puede ver todo Burdeos en un solo día, pero sí lo suficiente como para enamorarse de ella.
Yo, personalmente, no tuve la oportunidad de apreciarlo de la manera en la que se merece, y la razón fue el calor.
El calor que me mataba por dentro y me pedía y me obligaba a comprar bebidas cada dos por tres y a caminar sobre sombras y sentarme en todos los sitios posibles. Era agotador.
Pero a pesar de todo esto, yo sí volvería a Burdeos. Volvería porque tiene algo especial que no lo pude ver con claridad y me muero de ganas por descubrirlo a fondo.
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