Budapest, cuando el Danubio nos separa (3/6)
3 de junio de 2016
Día 3: en las termas de Budapest, en la Budapest comunista
Podría llamarse Las Termas de Budapest. La capital es una ciudad termal construida sobre fuentes de agua caliente que puede llegar a alcanzar los 70°C. Para evitar que se nos derrita la piel, por suerte enfrían el agua y la dejan a 40°C.
Pese a que no soy precisamente un amante de los baños termales, decidí ir a uno ya que la ciudad está especializada en esto. No fui muy original y fui a los que va todo el mundo: los baños (Gyógyfürdő) Szechenyi en el parque de la ciudad de Budapest (Városliget), es un parque que se creó en el siglo XX. Es uno de los más grandes de Europa. Y por esto, a la hora de encontrar la caja, lo conseguí a la tercera y me recorrí la mitad del edificio.
En las termas puedes pasar de 40°C a 18°C en cuestión de minutos
Lo que diferencia a estas termas de las demás son sus baños exteriores. En invierno, mientras estás a 5°C fuera, ¡en el agua estás a 28°C! Y a finales de primavera, lo que llama mucho la atención son los colores tan vivos que tiene el patio interior: las fachadas son amarillas como un campo de dientes de león en flor mientras que los baños son azules como el azul un lago en una montaña. La multitud de gente que se junta en verano aun está trabajando, así que pude no tener que ir a empujones.
En las termas Szechenyi, uno de los edificios más importantes de Europa.
Como ya conté en la publicación de mi primer día en Budapest, en los 11 baños que hay en el interior, mi cuerpo se divide entre inmersiones suaves e inmersiones frías. Al contrario que en las termas de 40°C, los turistas no se lanzan tanto a probar meterse en el agua que está a unos 18-20°C. Eso explica que en estas piscinas tan solo se vean dos o tres personas.
En uno de los baños fríos no había ningún sitio donde sentarse, tan solo había una barandilla para meterse de golpe. De hecho, como no es tan fácil meter desde la punta del pie hasta la cabeza en ese agua, hay gente que se echa antes unos tragos de vodka a palo seco. Intenté ir bajando unos escalones de unos baños que habían en los que no había nadie, estaban a 18°C. Un señor mayor se lanzó como si fuera un caballo a galope y me hizo un gesto para que me metiera de golpe.
Para contrastar, me metí en las saunas y en las salas de vapor caliente que rozaban los 40-50°C. Fue una experiencia para mi sin precedentes. Al entrar, se me nubló la vista por la niebla. A los minutos se me fueron acostumbrando, como pasa en la oscuridad, hasta que pude entrever el mármol rosa. No pude estar más de 10 minutos, mi respiración empezaba a entrecortarse, empecé a sudar la gota gorda y mi cabeza daba vueltas. Como cuando te pones enfermo. ¡Hasta tal punto llegó la cosa que cuando quería salir de la última sauna se me olvidó que había una puerta de cristal y me di un golpe enorme!
Me pregunto cómo hay gente que puede estar tanto tiempo ahí sentada en los bancos abrasándose la piel, y cómo hay otros que pueden quedarse ahí haciendo crucigramas.
Multitud de gente en Costa Blanca en pleno verano por la tarde.
Cuando dieron las doce y volví a los vestuarios, la piscina exterior estaba aun bastante llena desde las 9:00, estaba tan llena como la playa de Côte d'Azur en pleno mes de agosto. Ya no quedaba nadie de los de siempre leyendo el periodico en la terraza. Los raritos se disolvieron en ese caldo entre tanta gente internacional.
Pasé rápidamente por la plaza de los Héroes (Hosok tere) y por el castillo de Vajdahunyad, construcción exnihilo de la época comunista. Estos monumentos podrían tener más acogida si se encontraran en pleno centro urbano. Sin embargo, como están exiliados al noreste de la ciudad, al final de la línea 1 del metro, en lugar de monumentos históricos parecen más un parque de atracciones. Las imitaciones del pasado no me conmueven tanto al ser de tan mala calidad.
A las doce desayuné en una cafetería que había en la parada Oktogon del metro que me aconsejó mi vecina de habitación en el hotel. Ella desayuna allí todos los días porque es bufé libre. Esta moscovita generosa y castaña, que no es tan joven como para alojarse en un albergue juvenil, estaba en Budapest para visitar las termas precisamente. Va todos los días. Pero tan solo le gustan las pequeñas "a las que no van tantos turistas". Las termas Szechenyi en las que estuve esta mañana no eran para nada su estilo.
La libertad representada por los comunistas
Pasé por el Puente de la Libertad (Szabadsag hid), cuya esctructura de hierro está pintada de color verde y parece una guirnalda que cuelga sobre el Danubio. Fui a donde se encontraban otras termas también de mucho prestigio, las Gellert. Esta vez no iba a ir desfilando en bañador, tan solo iba a refrescarme en la fuente, delante del mastodonte edificio de Art Nouveau.
Si para algo vine aquí fue para subir la colina (hegy) Gellert y de verdad que merece la pena sudar durante 20 minutos con tal de ver las vistas que se tienen desde allí de Buda y Pest. Por el camino me detuve a tomar el fresco en la iglesia troglodita (Sziklakapolna) de Gellert, me gustó mucho la audio-guía en francés de este sitio, ¡aunque al final empieza a entrar en el dogmatismo y casi casi que nos obliga convertirnos al catolicismo! Aunque es una pena tener que sacar del bolsillo 600 florines (unos 2 €) para entrar en la capilla, que es bastante común para el entorno tan insólito en el que se encuentra.
Subiendo la colina Gellert, estas son las vistas que hay de Buda y del Puente de la Libretad.
Seguí subiendo y me llamó bastante la atención la cantidad de jóvenes como yo que había moviendo las piernas. La mayoría tenían la música puesta y rompían la calma de la naturaleza que había, llamaban bastante la atención. En cuanto al centro urbano, no se ven tantos jubilados. ¡Pero hay gente de todas las edades y de todas las condiciones físicas posibles!
En la cima (a 525 metros) hay una estatua gigantesca de la libertad (¡para variar! ) de la época comunista (¡para variar una vez más! ). La asociación de ambos conceptos resulta un tanto irónico. Detrás, que no se ve, está la Ciudadela cuya arquitectura se reduce al mínimo: muros de cemento lisos. No tiene nada que ver con nuestra Vauban nacional que se construyó en Francia durante el Gran Siglo (s. XVII).
Al final del día fui caminando hasta el viejo barrio de Buda, que sobresale de la colina de Gellert de manera que parece que fuera un paisaje pintado. Deambulé por el medio de las murallas del castillo (Budai Var), su fachada estaba tan oscurecida como el ladrillo del norte, que está sucio por el carbón. Fui a donde la guía terminó la visita el miércoles, desde donde habían vistas al Danubio y se olía a la canela del "gâteau à la broche" de Transilvania.
Chaussures au bord du Danube, mémorial de la Shoah scellé en 2005.
Por último me fui a pasear por el Corso, entre el Puente Margarita y el Puente de las Cadenas, al lado de Pest. El cielo estaba teñido de rosa, como si las nubes fueran de algodón de azúcar. Al Danubio parecía que lo habían cubierto con una capa de barniz aunque su superficie siguiera en movimiento. Un poco más adelante del Parlamento vi en las orillas del río unos sesenta pares de zapatos de metal alineados. La bandera israelí ondeaba de forma inédita en lo alto de este monumento conmemorativo. Se creó en 2005 y rinde homenaje a las víctimas del Holocausto de Budapest, que fueron fusiladas en la orilla del río. Justo antes de entrar en el pelotón de fusilamiento tenían que quitarse los zapatos, de ahí la idea de los zapatos.
Hacía buen tiempo, pero a mi no se me pasaba el frío. Pero no era solo por esta parada tan triste. Ya llevo en la capital húngara tres días. Esta ciudad es una joya sin duda. Sin embargo apenas he conseguido conectar con su alma. Tengo la sensación de que entre Budapest y yo hay una distancia más larga que la del Danubio.
¿Será por haber estado demasiado en contacto con los eslovacos, los mayores enemigos de los húngaros tras años de dominación por su parte? Me vino a la cabeza un recuerdo de Presov, donde pasé cuatro meses de Erasmus. Estaba en la cantina con mi amiga francesa Manon. Fuimos a que nos echaran la comida pero Manon no sabía hablar en eslovaco. Así que pidió lo que quería en inglés. Pero los cocineros de allí no sabían hablar en inglés. En ese momento, el cocinero le sermoneó en su lengua: "Ahora estás en Eslovaquia, así que tienes que hablar en eslovaco, no en húngaro. ¡Gracias!".
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