UNA DE LAS PEORES EXPERIENCIAS DE MI VIDA
Atención a todos los pasajeros, última llamada para el vuelo con destino Bratislava. Ya no había vuelta atrás. Ese mensaje iba a ser el comienzo de la que acabaría siendo una de las peores experiencias de mi vida. Aunque realmente, todo comenzaba mucho antes.
Y es que, tras muchos consejos y opiniones, te decides a vivir la experiencia Erasmus, pero el comienzo ya resultaba difícil. Muchos destinos para elegir, pruebas de nivel, incertidumbre y muchas vueltas a la cabeza. Hablas con otros estudiantes y todos te dicen que su experiencia Erasmus fue la mejor, que no importa el país donde vayas, lo que importa es lanzarte a vivir la aventura. Y una vez que te decides por una ciudad, comienzas a buscar todas las curiosidades posibles de tu destino y hablar con todas las personas posibles que van a compartir tu experiencia.
Y tras una mezcla de nervios, miedo e ilusión, sigues realizando todos los trámites pertinentes, buscando becas e intentando controlar todas las fechas límite para que todo vaya en línea recta. Porque ante todo, tienes ilusión. Y lo ves muy lejano, poco a poco le vas contando a todos tus seres queridos tus novedades, pero lo sigues viendo muy lejano.
Hasta que de repente, te ves en tu comida de despedida, en tu última fiesta, dando abrazos y diciendo que echarás mucho de menos a todos, que nos vemos en Navidad y que esperas que vaya todo genial.
Y te subes al bus con destino al aeropuerto, pensando en todo lo que dejas atrás, pero con infinitas ganas de llegar a tu destino. Llegas al aeropuerto, pasas los controles e intentas reunirte y conocer cuanto antes a tus futuros compañeros que viajan en el mismo avión. Entre tanto, escuchas por megafonía la última llamada para tu vuelo. Ya no había vuelta atrás.
Has llegado. No paras de mirar a todas partes, todo te sorprende, sientes que es simplemente un viaje, que en unos días volverás a casa, no te haces a la idea de que ese lugar se convertirá en tu hogar durante un año entero.
Y comienzan las primeras fiestas, empiezas a conocer gente de todas partes, sin parar. Pasan los días y te sientes como si conocieras a esa gente desde hace meses. Un plan, otro plan y más planes. Cervezas, viajes, fiestas y gente nueva, esa iba a ser tu rutina durante un año entero. Y así día tras día, semana tras semana, de lunes a domingo. Vives experiencias únicas, tienes momentos de reflexión, y poco a poco te das cuenta de que te estabas adaptando a todo aquello que te repelía al inicio. Todo lo que te chocaba, ahora simplemente encajaba. Sabes todo lo que te estás perdiendo por no estar en tu hogar con los tuyos, pero descubres que todo se resume en dos puntos de vista, centrarte en lo que tienes o en lo que dejas de tener, y ante todo, disfrutas de lo primero.
A pesar del frío, te sientes en un verano infinito, hasta que sin darte cuenta, has terminado los exámenes finales, te encuentras en las últimas fiestas de todo el Erasmus, los últimos viajes, los últimos planes. Dices y escuchas entre lágrimas que echarás de menos todo y a todos, que gracias por todo y que esperas que os volváis a ver alguna vez en la vida. Llega el momento de hacer de nuevo la maleta para coger el avión de regreso a casa definitivo, y allí, es donde comienza una de las peores experiencias de tu vida.
Porque te paras a pensar, y recuerdas todo lo que te ha sucedido durante el Erasmus, ves todas las fotos, los vídeos, escuchas esas canciones y sabes que es imposible volver al inicio y vivir de nuevo todo por primera vez. Que todas esas cosas que un día te impactaron ahora sólo han abierto tu mente. Que esos bares, esa comida típica, esas calles y esos paisajes ya no serán lo mismo. Que has vivido una vida entera en apenas un año y ha llegado a su fin.
Superaste tus miedos haciendo puenting, fuiste profesor de español, hiciste voluntariados, bebiste tantas cervezas que incluso visitaste una fábrica de cerveza, mejoraste tu nivel de inglés y aprendiste palabras graciosas en un montón de idiomas y con ello, un trozo de cada cultura.
Recuerdas esos karaokes, esos bailes, aquellos torneos de futbolín y de beer-pong y los partidos de fútbol más internacionales de tu vida. Recuerdas también muchas situaciones que nunca imaginaste vivir, como hacer la compra sin entender el idioma y acabar afeitándote con champú cuando pensabas que sería espuma. Vivir un año entero sin persianas, explicar cómo quieres el corte de pelo a través de una foto de tu “yo anterior”, comprar billetes de tren haciendo un repertorio de signos y tantas otras aventuras.
Recuerdas todo eso y sabes que un trozo de ti se ha quedado allí. En el emblemático castillo de Bratislava, en sus estatuas y en todos los sitios que enseñaste a tus seres queridos cuando te fueron a visitar, donde deseaste que esas visitas de un fin de semana duraran meses. Y esa parte de ti no se queda solo en tu ciudad de destino, sino también en la visita a la imperial Viena y sus maravillosos palacios y edificios. En el paseo a orillas del Danubio observando el parlamento de Budapest y cruzando su famoso puente de las cadenas. Y hablando de puentes, una parte de ti también está en el puente Charles de Praga, y en toda su ciudad, que es arte puro. En el viaje más internacional de tu vida hacia Eslovenia y Croacia, llenos de la mejor naturaleza y de copas de más, como tantos otros sitios.
Otra parte se quedó en el reencuentro familiar en Londres, donde las Navidades se adelantaron un mes. En las aventuras que acabas viviendo al visitar Serbia, Macedonia y Bulgaria, donde asimilas el frío para visitar posteriormente Cracovia y Auschwitz, donde definitivamente te quedas helado. Y de frío, pasamos a Suecia y Dinamarca, un mundo evolucionado en cuanto a economía y medio ambiente. Exactamente la misma sensación que te provocó Suiza.
Quizá, otra parte se quedó en cualquiera de los helados, pizzas y platos de pasta que comiste en Pisa, Florencia, Bolonia, Milán, Verona o Venecia, donde descubres que eso de la Bella Italia es totalmente cierto. Y quizá también en Berlín, al conocer en primer plano toda su historia, aunque creo que fue también por alguna de sus muchas cervezas.
Allí, o también en Eindhoven y Ámsterdam, el paraíso juvenil. Posiblemente también en Gante y Bruselas, aunque yo creo que más bien en el chocolate belga. Y de ahí, al viaje final, Atenas, el regreso al origen humano.
Has dormido en buses, trenes, aviones, aeropuertos y habitaciones mixtas de 12 camas. Has comido en supermercados, puestos callejeros, comida rápida y comida tradicional. Te has colado en metros, buses urbanos y has aprovechado algún que otro vacío legal que te ibas encontrando. Te has aprendido las mejores páginas para comparar vuelos, alojamientos y reducir al mínimo tu presupuesto, porque siempre quieres más. Quieres conocer todo, las mejores comidas y bebidas, los mejores paisajes, las mejores experiencias y conocer todas las culturas que puedas. Sientes que la persona diminuta que empezó el Erasmus, poco a poco se está haciendo más grande. Que hace un año te sentías perdido en un aeropuerto y ahora puedes viajar solo a cualquier parte.
Sientes que el Erasmus ha sido una de las mejores experiencias de tu vida, y al mismo tiempo, la sensación de saber que no puedes volver a vivir todo ello por primera vez, es una de las peores. Dejas atrás el máximo exponente de juventud, pero ese fin da pie a un comienzo y al final sonríes, porque sucedió. Y mientras intentas mantener la relación con todas aquellas personas que hicieron tu vida mejor, buscas nuevas metas e ilusiones. Mientras tanto, en tu regreso a casa, donde todo sigue igual, todos te preguntarán cómo ha ido todo, y tú, que no sabes cómo explicárselo con palabras, te pones a escribir, para intentar explicar al menos, un 1% de lo que se siente al vivir un Erasmus.
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Comentarios (1 comentarios)
Alejandro Treny Ortega hace 2 años
joder precioso