Bilbao, lugares mágicos

El segundo día que estuvimos en Bilbao descubrimos cosas fantásticas que no esperábamos encontrar. Gracias a que uno de los profesores era de ahí y conocía la ciudad visitamos sitios que un turista normal no habría tenido en cuenta.

Nuestro albergue estaba al lado del Azkuna Zentroa, algo así como un centro cultural. Anteriormente era conocido como Alhóndiga Bilbao y era donde se almacenaban vinos. Desde el exterior se ve un edificio antiguo con unas torres en sus esquinas. Parece que en su día tuvo importancia porque tiene bastantes detalles y se conserva muy bien.

Se rehabilitó y en su interior ahora alberga unos nuevos edificios. Grandes bloques hechos de ladrillo son soportados por pequeñas columnas de todas las formas y colores, es algo muy original. Pero hay una cosa que destaca, todo esto ocurre bajo una piscina, no sería algo tan sorprendente si no fuera porque te das cuenta cuando miras arriba y ves a la gente bañándose.

Nunca había visto una piscina desde abajo, y nunca había pensado en esa perspectiva porque es algo tan original, que desde un punto de vista normal no puede ser posible.

Me encantó ver los pies apoyados, además había mucha altura, me gustaría poder bañarme en esa piscina en algún momento de mi vida. Así podría comprobar como se ve a las personas que hay abajo.

Desde allí fuimos paseando hasta el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Este museo puede pasar desapercibido por comparación con el Museo Guggenheim, además se encuentra muy próximo a él. Pero tiene un gran valor ya que si el Guggenheim representa lo contemporáneo, lo moderno; el Museo de Bellas Artes de Bilbao representa la cultura y el pasado de la ciudad e incluso de Euskadi. Esto no quita que este último museo no pueda albergar exposiciones más contemporáneas.

Lo primero que vimos de este museo fue un gran pasillo donde se podían ver cosas de todo tipo, como si fuera una especie de almacén.

Tras terminar toda la visita nos sentamos a esperar la llegada de otros compañeros junto a una escultura. Afuera no hacía mal tiempo, pero habríamos necesitado abrigo si hubiésemos salido.

Tras ir a comer con mi compañeros de la universidad quedé con un amigo que vive en un pequeño pueblo cerca de Bilbao. Fuimos desde el Museo Marítimo hasta el Café Iruña.

Fueron mis padres quienes me habían hablado del Café Iruña y yo tenía curiosidad por ver cómo era. Se encontraba bastante lejos pero salvamos la distancia hablando y poniéndonos al día. Una vez llegamos vimos que estaba en una especie de plaza en la que están los Jardines de Albia. Es un local antiguo, me pareció que tenía mucho encanto, me encantan las cosas antiguas. Mi amigo tampoco había estado a pesar de vivir cerca.

Cuando entramos nos sentamos junto a la ventana y pedimos un café. Me puse las gafas para contemplar el lugar mucho mejor y vi que un profesor y algunos compañeros también habían ido allí. Y es que este café es un lugar icónico de la ciudad. Uno se puede imaginar a los escritores teniendo tertulias allí hace un siglo.

Por la noche volví con mis amigos de la universidad y cenamos en algunos sitios que teníamos cercanos al albergue. Ese día no estábamos cansados y aprovechamos para salir por la noche. Casualmente la zona de bares y discotecas estaba muy cerca de nuestro ya conocido Café Iruña y pasamos otra vez por ahí.

Otro sitio por el que pasamos por la noche fue la Sede del Departamento de Sanidad de Bilbao y aunque alguno lo recuerda borroso, también lo contamos como uno de los edificios que visitamos desde nuestra perspectiva de estudiantes de arquitectura.

Parece un cristal roto y refleja los edificios de su entorno. Fue una lástima no haberlo visto de día.

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