Bélgica sabe a cerveza y huele a chocolate
Cualquier ciudad europea gana en Navidad. Y es que todo mercado navideño tiene el poder de transformar una ciudad en un cuento de hadas. Las luces, los regalos y ese espíritu que recorre el cuerpo de cada transeúnte son la combinación perfecta para hacer que el frío y la hostilidad del invierno no impidan al viajero sentir Bélgica hogar. Y así la he sentido yo estos 4 días.
BRUSELAS
Nuestro viaje comienza el 25 de diciembre de 2018, en el momento en el que aterrizamos en Bruselas. El aeropuerto Internacional de Bruselas tiene muchas conexiones con el centro de la ciudad. Nosotros escogemos la más barata, el tren. Por 9 euros, en aproximadamente 20 minutos, llegamos al centro de la ciudad y a nuestro hotel (no voy a recomendaros el lugar donde nos alojamos porque, si soy sincera, no tuvimos mucha suerte con este).
Como el primer día llegamos bastante tarde, nos limitamos a dar un paseo por la capital belga y maravillarnos ante el espectáculo de luces que se puede ver todos los días de Navidad en Grand Place. Las fotos hablan por sí solas…
Depués de admirar el espéctaculo de luces, aprovechamos esa noche para visitar uno de los locales de cerveza más famosos de la ciudad. Y es que nadie puede irse de Bruselas sin probar una cerveza tradicional belga. Así pues, nos dirigimos a Delirium Tremens, una conocida cervecería belga que cuenta en su carta con más de 3000 tipos de cerveza de todas las partes del mundo. Sin lugar a duda, es una visita obligada. Eso sí, no hagáis como yo y tengáis la mágnifica idea de pedir una cerveza con chocolate... no hace justicia a lo que son la cerveza y el chocolate por separado.
¡Por cierto! Atentos a la salida de la cervecería porque es donde se encuentra la pequeña estatua hermanada con el Manneken-Pis (os explico más abajo quién es), su versión femenina llamada Jeanneke-Pis.
El 26 de diciembre descubrimos la Bruselas diurna. Para nuestro free tour escogemos la agencia BuenDía Tours. El tour comienza a las 10:45 am junto a la oficina de turismo de Grand Place. Tenemos mucha suerte con nuestra guía y ni siquiera los muchos grados bajo cero del momento impiden que disfrutemos de las dos horas y media de chapuzón cultural y turístico.
Junto con nuestra guía argentina, descubrimos los gremios que representan cada una de las casas que componen la plaza mayor de la capital belga. Asimismo, admiramos la belleza del Ayuntamiento de la ciudad. Entendemos por qué el Manneken Pis está vestido de corredor y por qué se le tiene tanto aprecio en la ciudad de los gofres. De hecho, no es más que la estatua de un niño meando, ¡pero tiene hasta un museo!
También descubrimos la belleza del Barrio de Sablon y la arquitectura del Palacio de Justicia. Lo que más me cautiva (seguramente por ser totalmente inesperado, como siempre) es la belleza de las Galerías Reales Saint Hubert. Durante la visita al Palacio Real, la guía nos sorprende con la historia de Leopoldo II, uno de los monarcas belgas más brutos de la historia. Parece ser que este villano mató sin pudor a millones de personas en el Congo, país que compró única y exclusivamente para su gozo y disfrute. El tour concluye con la visita a la Catedral de Bruselas… ¡espectacular!
Al terminar el tour, nuestros estómagos reclamaban atención por lo que terminamos en un restaurante tradicional de comida belga ubicado al lado de La Bolsa: Le Cirio. La verdad es que es un local con fama, y corroboramos que es una fama merecida. Nos comemos un estofado que está realmente bueno y unas coles de Bruselas para chuparse los dedos. ¡Súper recomendable! Además, para ser Bélgica, no es excesivamente caro.
Por la tarde, cogemos la línea 6 del metro (la mejor manera de ir) y nos dirigimos al Atomium, la famosa estructura que representa un átomo y que se encuentra a las afueras de la ciudad, en el conocido como barrio de Heizel. Para ser sinceros, una vez que llegas allí, si, al igual que nosotros, no tienes un interés especial en entrar al museo, no hay mucho que ver. Un par de fotos junto con el Atomium (que sí, que es espectacular) y vuelta. Merece la pena ir a ver el símbolo de la capital belga pero con dedicarle una tarde a ello es más que suficiente.
De vuelta a Bruselas, optamos por cenar en Fritland, un local tradicional de la capital belga donde sirven mayoritariamente patatas fritas. Y es que, aunque muchos seguro que no sabréis (yo también lo ignoraba hasta entonces), las primeras patatas fritas se inventaron en Bélgica. Así, aunque en el establecimiento también podréis encontrar bocadillos y otro tipo de opciones (de tipo “fast food” todas ellas), es el lugar ideal para comer patatas fritas. Eso sí, ¡id con tiempo pues se forman unas colas enormes!
Y por si nos habíamos quedado con hambre, después optamos por ir a comer un gofre. En Bélgica, y especialmente, en Bruselas, las opciones para comer este postre son infinitas. De hecho, se considera pecado pisar la ciudad y partir de ella sin haber degustado esta delicia. La calle Rue du Marche aux Herbes (una de las que accede a Grand Place) está repleta de tiendas de souvenirs y de “gofrerías”. Las opciones son para todos los gustos. Nosotros nos decantamos por el clásico gofre de nutella, fresas, nata y chocolate blanco, pero como ya os digo, ¡los hay para todos los gustos!
BRUJAS
Al día siguiente, cogemos un tour (también con BuenDía Tours) a Brujas, ciudad belga que se encuentra a una 100km de la capital. La ciudad medieval es una visita obligada si vais a Bélgica y por 29€ (que es lo que cuesta aproximadamente el billete de tren) BuenDía Tours te lleva en bus y te ofrece un tour guiado de cuatro horas.
El tour es imprescindible para conocer lo más importante de Brujas. La guía comienza el tour mostrándonos El Lago Del Amor y el Beaterio. Después nos guía hasta el Casco Histórico, que es Patrimonio de la Humanidad y posteriormente a Plaza Walplein. Durante la viista también podemos ver la Stoofstraat, el Hospital de San Juan y Palacio de los Señores Gruuthuse, justo al lado del Canal Dyver, gracias al cual los miembros de esta familia obtenían dinero al pasar los barcos por él. Lo que a mí más me impacta es sin duda la Plaza del Castillo y su Ayuntamiento gótico, que es aún más majestuoso que el Ayuntamiento de Bruselas. Aún así, si tengo que elegir mi lugar favorito en esta ciudad me quedo con la tan fotografiada Plaza del Mercado (Grote Markt) con sus coloridas casas, su mercado central y el Campanario.
Comer en Brujas también es todo un placer. Volvemos a ser seducidos por el estofado, en esta ocasión del restaurante Mariloup. La comida de este restaurante está buena pero por el precio que pagamos, nada del otro mundo, sinceramente. Posteriormente, y para compensar, nos vamos en busca de chocolate belga. La verdad es que en este país las opciones son infinitas, desde la tradicional y popular Godiva hasta pequeños locales que ofrecen una auténtica delicia de chocolate. Nosotros terminamos comprando chocolate en la Chocolateria Spegelaere (para nosotros y para toda la familia, por cierto). En cuanto a calidad-precio es una tienda sin igual y yo es la que recomendaría sin duda. Sin embargo, en nuestra búsqueda también encontramos una tienda muy interesante (y no precisamente por sus productos). Se trata de The chocolate line donde puedes observar de primera mano cómo hacen el chocolate. ¡El aroma de la tienda llega casi hasta Grote Markt!
GANTE
El anteúltimo día de nuestro viaje visitamos Gante. Una vez más, reservamos el tour de día con BuenDía Tours (os juro que no me pagan pero realmente es una maravilla de agencia) y volvemos a pagar 29€ por bus y tour. Como el día anterior, nos reunimos con el resto del grupo la puerta principal de la Estación Central de Bruselas. Aunque no os he contado anteriormente, en este lugar hay un supermercado abierto desde las 7:30 que puede ser una buena opción para desayunar y que la espera no sea tan larga (es lo que hicimos nosotros, desde luego).
Gante es, contra todo pronóstico, preciosa. Está claro que para gustos los colores pero a mí me gusta más que Brujas, sin lugar a dudas. La guía comienza su visita en la catedral de San Bavón donde está “La Adoración del Cordero Místico”, la famosa pintura de los hermanos Van Evyck (que le dieron tantísima fama a la ciudad belga). Posteriormente, nos muestra la Iglesia de San Nicolás y el Campanario Belfort. El Ayuntamiento, tan gótico como los de Bruselas y Gante, me llama especialmente la atención.
Después pasamos por la famosa Casa Gremial de los Albañiles. Aunque aquí todo son casas gremiales, esta llama en especial la atención porque aún sigue en pie y por su espectacular exterior. Cuando llegamos al Muelle de las Hierbas mi mente se traslada a Amsterdam automáticamente… ¡el parecido es indiscutible! Muy cerca de este muelle se encuentra La Lonja del Pescado donde la guía nos explica las torturas medievales más conocidas. Para mí asombro, en el interior de La Lonja del Pescado más que peces hay jamones ibéricos colgados del techo, y es que se trata de un restaurante de comida tradicional española. Aún sin poder salir de mi perplejidad por esto descubro unos minutos más tarde, lo más bonito de Gante: el castillo de los condes de Flandes. Por supuesto, ¡parada obligada para una foto!
Nuestra visita a Gante concluye con una sopa calentita (esta vez mi comida no consiste en un estofado) en Lokaal, un local tradicional que aunque no sea muy conocido yo os lo recomiendo muchísimo. Después, nos permitimos un chocolate calentito de Huize Colette (también lo considero un “must” aunque no sea barato). Finalmente, compramos unas narices de Gante (también conocidas como “neuzeke”) que son unas gominolas con forma de cono, un exterior duro y compacto y un interior gelatinoso. ¡Os juro que son una autentica delicia!
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