Por tierras españolas
Ya ha pasado tanto tiempo que dudo que este testimonio sea completamente fidedigno. Bueno, es cierto que han pasado menos de dos meses pero ya sabemos que en Erasmus el tiempo es relativo. 66 euros me costó con Ryanair ir y volver de Girona. Más los 25 euros (ida y vuelta) del bus que te lleva del aeropuerto al centro y viceversa. Siempre presento los números en primer lugar porque, no sé a ustedes, pero a mí me da dolor leer algo de una ciudad o de un sitio al que me encantaría y creer que puedo hacerlo pero luego me doy cuenta de que el presupuesto lo saca de mis posibilidades; no digo que no disfrute leer acerca de viajes a la India o a Egipto, pero lo hago estando consciente de la realidad.
Cómo le huí a escribir esta entrada. No porque no tuviera cosas que decir, que bastantes anécdotas se pueden reunir en una semana, sino porque precisamente son tantas cosas que veía cuesta arriba la tarea.
Aunque me iba a encontrar allá con mis amigos de Venezuela, era el primer viaje (de Erasmus) que hacía sola y de nuevo experimenté esa sensación de soledad que sólo te pueden transmitir los aeropuertos, un sentimiento que no tenía desde aquella fecha lejana, por allá en Septiembre, cuando viajé por primera vez a Cracovia. Esperar en la puerta de abordaje, sentarte con un desconocido a cada lado en el avión y luego llegar al aeropuerto y ver a las parejas y familias que se reúnen, me dio un 'feeling', por lo mínimo, raro.
Lo importante es que llegué sin ningún inconveniente –bueno, uno solo: la tonta de mí nunca había viajado con Ryanair y cuando ofrecieron paninis yo fui la primera en pedirse uno de jamón y queso, sin saber que tendría que pagar 30 zl (una camisa en H&M) pero no importa, todos cometemos errores-. Llegué y llovía. Llovía cuando llegué y yo sólo quería estar en Cracovia con mis amigos. Pregunté dónde se compraba el ticket para ir a Barcelona y pronto sentí el alivio de poder preguntar cosas en español, de sonreír y decir gracias sin preocuparte por la pronunciación. Me di cuenta de una manera instintiva de que gracias al idioma tenía la mitad del camino recorrido con los guardas de seguridad, en las panaderías, en los buses... ¡Sí hasta la aeromoza de Ryanair me dijo que le parecía bonito mi nombre! Al llegar a Barcelona me di un paseo hasta el parque, donde me tenía que encontrar con Vidal. EL parque era precioso, con un montón de cosas que hacer, pero llovía y el suelo era de arena y yo tuve que cargar la maleta de mano hasta el punto de encuentro. Llegué empapada pero maravillada con lo bonito del parque y Vidal, por supuesto, no estaba ahí. El Zoológico –que está dentro del parque- se veía un paseo muy agradable para las familias, y si bien no recuerdo exactamente los precios, sí que me acuerdo de que era bastante, bastante caro. En algún momento mi amigo llegó y fuimos caminando hasta el Arco del Triunfo y recuerdo que lo que más me gusto en ese momento fue el amplio paseo que lo precede, con columnas y cosas interesantes en el suelo. Recuerdo que me hizo sentir libre, con un millón de posibilidades frente a mí. Seguimos hasta Plaza España –no entiendo el alboroto con esta plaza, si no fuera por lo bien ubicada que está sería una plaza cualquiera-.
Compramos nuestro ticket de transporte público de 10 usos por 10 euros (primer dolor) y nos dirigimos a Badalona, donde conseguimos un Airbnb por 45 euros 5 días –muy barato, pero también bastante lejos- no era lo más cómodo pero igual sólo llegábamos a dormir. En la noche volvimos a Barcelona para encontrarnos con una amiga de Venezuela que estaba viviendo allá y se conoce Barcelona como la palma de su mano. Nos llevó a un sitio de kebabs muy ricos y me dio a conocer las callejuelas del barrio gótico, de las que estaría enamorada durante todo el viaje. Con ella fuimos al primer sitio venezolano del viaje, un bar llamado Kakao, cuyos dueños, esto no lo sabíamos antes de ir, estudiaron en primaria con mi amiga: el mundo es un pañuelo. Aquí tomamos solera, escuchamos Chino y Nacho y bastante acento venezolano –qué falta me hacían los “epa, pana”, “esta vaina está arrechísima”, “verga, brutal”… no son cosas que yo diga usualmente, pero qué gusto escucharlas. Volvimos a casa a eso de las 2 am, y esperamos a que Dora y Melany llegaran a casa, lo que les fue bastante complicado por la hora y el metro cerrado y un montón de inconvenientes.
No les voy a relatar mi día a día en Barcelona, peor si tengo que comentar un par de cosas que, aunque no sean interesantes para ustedes, yo necesito dejar por escrito. Como aquél día en el que conseguí en una estación de metro el libro que por tanto tiempo había buscado –Yo, Lucrecia Borgia- y que no compré porque pensé que pasaríamos muchas veces por esa estación. Nunca lo volví a ver. O como el otro sitio de comida venezolana al que fuimos, el que me bebí una malta y me comí una empanada de carne y unos tequeños horneados, después de tanto tiempo añorando el sazón de la cocina venezolana. O el estar con mis amigos de Venezuela después de tanto tiempo, y reírnos juntos de nuestras desgracias y compartir chistes internos de hace millones de años. Y volver a acostumbrarme a tener cuidado con lo que digo porque esta gente sí que entiende el español y saben más de la situación venezolana que mis queridos polacos.
Luego del ataque de nostalgia, voy a lo que sí puede interesarles. Salimos casi todos los días; las discotecas en la Barceloneta es algo que se tiene que experimentar. A pesar de que ninguna me gustó demasiado, el ambiente de fiesta en la playa y no sólo eso, sino esa sensación de estar en una capital del mundo, en una capital joven, que vibra, que quiere salir corriendo, es un sentimiento que pocas veces he experimentado como allí. Fuimos a los sitios turísticos típicos: El Park Guell me encantó y vale muchísimo pagar la entrada –aunque a partir de una hora la entrada es gratis, en invierno a las 6pm y en primavera un poco más tarde, a eso de las 7:30-. Sin embargo, el Montjuic me pareció un sitio digno de dedicarle todo un día. Yo no lo hice, claro. De no ser porque quedaba bastante lejos me habría ido allí a pasar el último día, en el que estaba sola. Es gigante y tiene muchísimos rincones lindos en los que echarse un rato o simplemente verlos todos en un larguísimo paseo. A la Sagrada Familia no entré, pero fui a misa en la capilla –gracias Dora- y creo que es una experiencia que me llenó más que ver el edificio por dentro. A la Catedral sí me hubiese gustado entrar, pero llegué tarde a la hora de entrada gratis. Sí que entré a la iglesia de Nuestra Señora del Mar y a otra por allí cuyo nombre no recuero y me encantaron. No eran nada parecidas y cada una tenía una personalidad fuerte que te hacía sentir que volvías atrás en el tiempo. Mi día favorito fue en el que nos saltamos el congreso y nos fuimos los cuatro a pasear por la Barceloneta y tocar por primera vez el Mediterráneo, no había mucho sol pero estaba en buena compañía y la alegría de los turistas es contagiosa. Esa es otra cosa que me parece curiosa de Barcelona, allí los turistas no tienen esa presencia molesta que los –nos- identifica; en Barcelona da la sensación de que la ciudad le pertenece a los turistas, así que le aportan vida, la embellecen. Debe ser porque los catalanes saben que gran parte de riqueza viene de nosotros, pero no quiero entrar en esos mares.
Volviendo al tema, el último día estuve sola y gracias a Dios una amiga nuestra, de Venezuela, está viviendo en Barcelona y a último minuto acordamos que pasaría ese tiempo con ella y no sola en un hostal. Ella y su esposo se fueron temprano a trabajar y yo, a eso de las 9 me fui a una cafetería que quedaba cerca y me comí un bocata bien grande con un café muy rico. Eso me dio energías para pasearme casi todo el Barrio Gótico, con sus callejuelas chiquititas y arcos y ventanas y esculturas, hasta encontré una especie de gueto judío. Luego me pasé al Raval, que supuestamente era muy peligroso –los venezolanos sabemos de peligro- y me maravilló con patios amplios y luminosos que te sorprendían al final de una callejuela. Plazas y parques y más patios preciosos. Me gustó mucho más el gótico, con todas sus iglesias y la especie de castillo donde están guardados los archivos de la corona; pero lo que más me gustó fue haber podido caminarlos sola, pensando, tomándome el tiempo que necesitaba. Eventualmente llegué –de forma milagrosa, porque no estaba muy segura de dónde estaba- al pequeño restaurante de pastas al que nos había llevado nuestra amiga el primer día. Una pasta riquísima con postre y bebida por 6 euros.
Y tantas cosas más… los barcitos del barrio gótico, incluyendo los venezolanos y el de las barbies en posiciones de kamasutra. Una semana da para mucho y es imposible contarlo todo, pero más o menos así fue.
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- English: Traveling on Spanish land
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