Barcelona: qué hay que ver

Barcelona es una ciudad a la que le tengo mucho cariño, pues he viajado y he vivido allí varias veces. En aquel tiempo, trabajé, bailé, exploré, comí, bebí, saqué fotos y, en general, hice todo lo que pude por descubrir la ciudad. Como seguramente ya sepas, Barcelona es muy famosa por sus sitios turísticos, en especial por los trabajos de Antoni Gaudí que hay repartidos por toda la ciudad. De todas formas, hay muchos otros tesoros ocultos en ella, como mercados, bares y arte. Déjame darte la mano y llevarte por algunos de mis sitios favoritos para ver en la fantástica capital de Cataluña.

Casa Milà

En esta ciudad, hay varios edificios diseñados por Gaudí. Mi favorito es la Casa Milà. Al igual que la Casa Batlló, la Casa Milà se encuentra en el Passeig de Gracia, no muy lejos de la parada de metro Diagonal, que está en la esquina formada por el Passeig de Gràcia y (¡sorpresa! ) la avenida Diagonal. Lo que me encanta de este edificio son sus curvas onduladas (este edificio no tiene bordes rectos) y sus esculturas extraterrestres en el tejado, de las que hablaré más adelante.

Barcelona: qué hay que ver

Estuve ya dos veces en este edificio, así que mi primera recomendación es ir pronto porque se puede llenar. La primera vez que fui, mi madre y yo fuimos caminando desde El Raval y llegamos a las 8:30 (abrían a las 9:00), esperamos a que abrieran y, a pesar de la hora, solo estuvimos solas diez minutos hasta que llegó un grupo de turistas. El tiempo pasaba y el cielo comenzaba a abrirse, pero eso no nos desanimó. A las 9:00 abrieron las puertas, compramos las entradas y decidimos subir hasta el tejado por las escaleras, para no tener que meternos en un ascensor con un gran grupo de turistas parlanchines. Al tomar esa decisión no nos dimos cuenta de la cantidad de escalones que había (más o menos trescientos, si no recuerdo mal). Cuando llegamos al último piso, me giré para darle las buenas noticias a mi madre, pero la única respuesta que recibí fue: «No me hables, me voy a poner mala». Por lo menos tuvimos nuestra dosis de ejercicio diario.

Otra parte buena de haber subido directamente al tejado, una vez mi madre me perdonó, fue que no había nadie cuando llegamos. Empezó a llover bastante fuerte, lo que se sumaba a la escena tan dramática de amplias curvas y arcos, esculturas de cabezas extraterrestres cubiertas con vidrios de color verde esmeralda y cuevas que se enredan hacia el cielo. Desde ahí arriba se puede ver, en un lado, la iglesia del Tibidabo presidiendo la ciudad y, en otro, la catedral de la Sagrada Familia en construcción, obra de Gaudí. También se ve a los turistas y a las personas que van y vuelven del trabajo caminando por las calles.

Barcelona: qué hay que ver

Barcelona: qué hay que ver

(Hice esta foto hace siete años. Aun a día de hoy me encanta Barcelona, nada cambia).

Justo cuando ya habíamos visto cada rincón, hecho muchas fotos e íbamos a bajar en ascensor a los otros pisos, llegó el grupo de turistas con el que habíamos coincidido al hacer la cola. ¡Buen manejo de los tiempos! Mi madre y yo paseamos por los diferentes pisos y exposiciones: había maquetas del edificio, explicaciones del proceso de diseño y construcción y hasta un apartamento dentro. Todo esto fue muy interesante, aunque lo más espectacular es el tejado. Cuando estábamos saliendo del edificio, vimos que el personal que trabaja allí acababa de poner un cartel que decía que el techo estaría cerrado el resto del día debido a la lluvia. ¡Un mejor manejo de los tiempos! La segunda vez que fui, le estaba enseñando la ciudad a una. No es una persona madrugadora, así que terminamos en Casa Milà alrededor de las 13:00 en un día soleado. No hace falta decir que había una cola larguísima y el piso del tejado estaba lleno. A mi amiga pareció no importarle, pero prometo que merece la pena llegar algo antes y apreciar las vistas y las creaciones artísticas tranquilamente.

El monte Tibidabo

El monte Tibidabo es uno de mis sitios turísticos favoritos, debo haber estado ya cuatro veces. Simplemente tienes que coger la línea L7 del metro (la marrón) desde la plaza Catalunya hasta la avenida del Tibidabo. Solo lleva como diez minutos y la parada está al final de la línea, así que confundirse es casi imposible. Al bajarte en la avenida de Tibidabo, tienes dos opciones: la primera es coger un bus al pie de la colina hasta el funicular, la segunda es subir a pie. Yo he hecho las dos. Si quieres hacer tu ejercicio diario para justificar cualquier lujo posterior, el camino es largo pero no muy difícil (en comparación, por ejemplo, a subir a los Bunkers del Carmel del Carmel). De todas formas, lleva más tiempo. La avenida del Tibidabo es un camino recto, luego llega la parte «montañosa». Una vez entras por lo que es básicamente una puerta lateral, el camino deja de ser la línea rectar que era antes y comienzan las curvas de un lado a otro de la colina. Si te gusta caminar, tómate algo de tiempo (si no recuerdo mal, unos veinte minutos o media hora) y lleva calzado cómodo, eso no es un problema. Esta ruta te llevará al mismo sitio que el bus. Hablando del esto, hay dos tipos de transporte que puedes coger en la avenida del Tibidabo: el bus normal del transporte público y un tren tradicional azul. El tren no va más rápido que el bus y cuesta como el doble, así que creo que es una trampa para turistas. De todas formas, si quieres probarlo por la experiencia, hazlo. Yo pienso que el bus normal es más práctico, sobre todo su tienes una tarjeta de 10 viajes, ay que también valen para el los buses (además de para el metro).

Ya elijas caminar o ir en transporte, llegarás al funicular que te llevará hasta la cima de la montaña Aquí tendrás que comprar una entrada (¡y guárdala, sirve para volver! ), escanear el código, pasar la barrera y dejar que el funicular te lleve hasta arriba. Las vistas al subir son solo son un aperitivo de lo que está por venir, ya que puedes ver algo de la ciudad y cómo el mar está cada vez más lejos. El viaje dura solo un par de minutos. El funicular tiembla mucho pero no te preocupes, el sistema aguanta más de lo que parece. Finalmente, llegas a la cima.

Lo primero que ves al llegar es la iglesia del Tibidabo, que se eleva por encima de ti y de la ciudad. La figura dorada de Jesús abre sus brazos a la ciudad, al mar y a los cielos. A la derecha está la famosa feria antigua, con una noria brillante y una especie de avión que da vueltas alrededor del recinto ferial. Hay una cafetería que vende los bocadillos básicos (queso, jamón, jamón y queso, salchichas de varios tipos... ), algo para picar (aceitunas, por ejemplo), café, refrescos y alcohol. Si has subido hasta arriba caminando, una cerveza al sol te entrará perfectamente, hablo por experiencia. Si te gusta lo dulce, te encantará la churrería (xurrería, en catalán) o un puesto de chuches que vende unos algodones de azúcar de color rosa pastel que son dignos de foto.

Barcelona: qué hay que ver

Barcelona: qué hay que ver

El interior de la iglesia es bastante impresionante, con sus estatuas y decoraciones de oro que brillan d en la casi total oscuridad, al igual que las vidrieras. Puedes pagar menos de tres euros para subir a lo más alto de la iglesia en ascensor, donde tendrás una vista de 360 grados increíble de Barcelona justo enfrente de ti. Puedes subir incluso más arriba, justo hasta los pies de la estatua de Cristo. En este punto comencé a notar el vértigo, no tanto por mirar hacia abajo a la feria, la ciudad y el mar, sino por mirar hacia arriba y ver lo cerca que estaba la estatua. Esta estatua era la que había visto tanto cuando estaba a los pies de la iglesia como cuando estaba a la altura del mar. Si quieres subir tan arriba, asegúrate de que no tienes problemas ni con las alturas ni con subir y bajar escaleras. Otro aviso rápido: Las hormigas voladoras me devoraron, incluso en enero. De todas formas, las vistas merecen la pena, en especial si hace un buen día.

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El beso – El Món Neix en Cada Besada

Me encanta esta obra de arte. Se encuentra en una esquina que está a tiro de piedra de la catedral de Barcelona. El artista que la diseñó fue Joan Fontcuberta. Su nombre significa «El mundo nace en cada beso». Desde lejos, parece una fotografía de dos bocas besándose, pero al acercarte ves que está formado por una colección de fotografías. Estas fotos incluyen gente buceando, gente besándose, fotografías familiares, graffiti, fotos fortuitas de amigos y fotos de la vida diaria. Yo vivía a cinco minutos caminando de la obra, que estaba entre una tienda de Desigual y un restaurante vietnamita.

Barcelona: qué hay que ver

Me gusta porque está escondida. Mientras que la mayoría de personas pasan por esta pequeña calle para ver la catedral de Barcelona en la plaza, este trabajo permanece intacto, en comparación. Por supuesto, cuanto más tarde vayas, más gente habrá sacándose fotos delante, sobre todo en verano. Pero, en general, es un sitio bastante tranquilo. Pero la principal razón para disfrutar de este mosaico es que lo que parece ser una gran imagen, está hecho de pequeños momentos instantáneos que están congelados en el tiempo. Momentos de la vida de la gente, de nuestra vida. Y son estos instantes fugaces y cristalizados de personas y elementos diferentes en momentos distintos los que se unen para crear un todo, una imagen de intimidad y amor, un mundo.

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El Bosc de les Fades

El nombre catalán significa «El bosque de las hadas». No conocía la existencia de este lugar hasta que me lo dijo mi madre, aunque viviera a menos de diez minutos de este bar. No conocerlo está justificado, pues se encuentra escondido en la misma calle que el Museo de Cera, al cual nunca he tenido la tentación de ir. El día que fuimos, el sol el sol brillaba con toda su fuerza y el calor impregnaba cada rincón de cada callejón. Pero al acceder en el bar, entras en un ambiente de oscuridad y fresco y te olvidas de la luz y el calor del mundo real casi al instante.

Barcelona: qué hay que ver

(La naturaleza está enfadada)

Como indica su nombre, la temática del bar es un bosque encantado. Viñas, árboles y hojas decoran cada aspecto del establecimiento, mientras que una ninfa se posa en la cascada y la laguna que hay en el interior y un árbol enfurecido y retorcido te espera en una pasarela escondida. Para la generación de Disney, esto recuerda a la Abuela Sauce de Pocahontas muy enfadada. Me puedo imaginar que está furiosa por lo que las personas estamos haciendo con su mundo. Es un buen motivo. Cada media hora, más o menos, las luces tenues se adentran en la oscuridad y una tormenta forestal envuelve al bar. Los efectos de sonido que remiten a una lluvia torrencial y a truenos que se intercalan con destellos de relámpagos llenan el bar. Suena hortera, pero en realidad estuvo bastante bien. El ambiente del bar es bastante agradable y la tormenta se suma al efecto de estar lejos de la calurosa ciudad durante el día.

Las bebidas tienen un precio bastante más razonable de lo que me esperaba por un bar así de novedoso. Un vaso de cava cuesta tres euros. También conseguí pedir una ronda en catalán y que no me mirasen como si fuera un extraterrestre (cosa que suele pasar cuando yo, que es obvio que no soy catalana, intento hablar este idioma en vez de español). Un impulso para mi autoestima antes de sentarnos al lado de un árbol grueso y retorcido. Venden los bocadillos más típicos (para saber de qué son, mira la sección del Tibidabo), tanto fríos como calientes, pero no se suele venir aquí a por comida.

No tiene mucha explicación, pero al fondo hay una maqueta de un salón de té al estilo victoriano. Era pintoresco, aunque todavía no tengo ni idea de lo que estaba haciendo eso en un bar cuya decoración principal consistía en follaje y criaturas. En general, me sorprendió lo mucho que me gustó el bar. Una puede esperar que sea más bien para niños pero, hasta que nos fuimos, había muy pocos. Quizás esto hizo que disfrutara más, pues no me gustan mucho los niños. El bar tenía un ambiente oscuro y fresco, estaba bien decorado, era dulce y algo cursi, pero no demasiado. Era una fantasía entretenida que no estaba demasiado forzada. Me recordaba a los simples placeres de cuando eras niño y creías en cuentos de hadas y, además, podía beber cava a la vez.

El parc del Laberint d'Horta

Cuando la gente piensa en los parques de Barcelona, se les viene a la cabeza el parc Guëll. Este está muy bien, visítalo cuando esté vacío y puedas apreciar totalmente los mosaicos tan coloridos, los muros ondulados, las esculturas, los pilares y las fuentes de forma tranquila. Sí que lo recomiendo, pero admito que es muy difícil encontrar una hora en la que no esté lleno de turistas. No me gustan mucho los sitios tan turísticos, por eso recomiendo el parque del Laberint d'Horta, o el parque del laberinto. Está más alejado del centro que el parc Güell pero, en mi experiencia, es mucho más tranquilo. Pero eso no es todo lo que tiene a favor. Como sugiere su nombre, el parque alberga un laberinto de follaje meticulosamente cuidado. Yo no entré en el laberinto, me contenté con sacar unas fotos del laberinto (es muy fotogénico) desde lo más alto de las escaleras.

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(El laberinto)

Además del propio laberinto, hay un pequeño lago, un río con puentes de piedrecitas preciosas, estatuas y un sendero que te lleva a través de bosques verdes y tranquilos, con pequeñas cascadas que caen sobre unas rocas brillantes.

Barcelona: qué hay que ver

Como se puede ver en la foto de arriba, hay un elemento que está ligeramente descuidado en las paredes que rodean al parque, lo que le da un aire romántico de un tesoro olvidado desde hace tiempo. Es un bonito espejismo, pues el laberinto en sí está muy bien conservado. Este es el sitio al que vas cuando quieres escapar del bullicio de los turistas que están en los sitios más conocidos. Al cambiar el tráfico y el hormigón por la naturaleza tranquila y casi cinematográfica, todavía puedes sentir que has visto algo nuevo.


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