Escalar el Monte Subasio.
Cuando empecé a sentir arrepentimiento por haber rechazado una invitación para dar un paseo, surgió otra actividad.
Vadym, un compañero de mi clase de Italiano AI, de 28 años que habla 3 o 4 idiomas, incluyendo el ruso, propuso una especie de trekking al Monte Subasio (Parecía que subíamos al Himalaia).
El monte pertenece a la localidad de Assisi, una ciudad italiana en la región de Umbria y que tiene bastante importancia para la religión católica por haber sido la ciudad de nacimiento de San Francisco de Assis y es incluso allí donde se encuentra su tumba. Está a unos 1290 metros del nivel del mar, 14km de carretera e inclinaciones de 5, 10 y 15%.
La idea me pareció bastante interesante incluso con la salida a las 6:54 de la mañana. Por eso, a las 5 y poco estaba levantada y a las 6 estaba reuniéndome con Vadym. Me crucé con Eva y su amiga que llegaban de fiesta en Siena y en aquel momento me di cuenta de que había escogido la opción correcta.
Cogimos el tren hasta Assisi y después un autobús hasta el monte. Hay que recalcar que, antes de esto yo ya estaba haciendo ejercicio en casa y, por eso, tenía las piernas un poco doloridas.
La caminata empezó a todo trapo. El maestro Vadym habló de una inclinación de 45% y yo lo corroboro porque 15 min. caminando y ya jadeaba como un perro sin agua hace dos días. Empecé a quedarme atrás por ser la más lenta y me vi obligada a coger un palo de soporte para no desistir y llamar a un taxi.
Sin embargo, era la situación perfecta. El sonido de la hierba estallando a nuestro paso, una pequeña brisa que lavaba la cara, el sol del invierno que calienta sin quemar (mucho) y las vistas. ¡Qué vistas! Aún ni estábamos a la mitad y ya se veían las montañas a lo lejos en tonos azules, los edificios brillando con el sol y el verde muy muy verde.
Yo no estaba preparada para una caminata de estas. Éramos 4. Vadym, Illia, Elena y yo. No fuimos por la carretera, acortamos camino y subimos el propio monte, llegándonos a deslizar algunas veces con la inclinación.
¡Los tres parecían siempre tener energía infinita! Creo que si no fuese porque yo estaba muriéndome en varias ocasiones, ellos sólo se abrían detenido para sacar fotos y comer. Lo más probable era hasta que lo hiciesen andando.
Dos o tres horas después, los tendones de atrás de la rodilla me latían como los dolores y a cada paso que daba parecía que se me iban a salir de la pierna. Y Elena continuaba duro, para en cualquier momento hacer el camino corriendo. Ella también es más baja y delgada por eso tiene menos peso para cargar que yo. Decidí preguntar la edad con la esperanza de que ella dijese que tenía 24 y que estaba acostumbrada a aquella vida hace años. Tenía 20. Probablemente un mes más que yo. No pregunté nada más.
Subir un monte con una inclinación bastante grande con una mochila en la espalda y tratar de desviar las minas de cocó que los caballos nos presentaran previamente y respirar al mismo tiempo no era tarea fácil.
Pero finalmente llegué.
¿La sensación? No me sentí en la cima del mundo. Honestamente estaba desilusionada. Desilusionada conmigo mismo por casi haber pensado en no ir por no hacer aquello tantas veces como me apeteciese. Pero sabía que hacía bien para el cuerpo y el alma.
El descenso fue igual de doloroso. Las piernas ya temblaban de cansancio. Y en aquel momento entendí a Cheryl Strayed, la romanticista que escribió "Wild".
No llegué a saber lo que es perder uno de los pies, gracias a Dios. Pero sentí en la piel lo que es subir una montaña y llegar a su cima.
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