La sugerencia de lo ordinario

Pan caliente, el aroma del mate y la felicidad de enfrentar un lunes que ya no es tan trágico como lo era antes. Así empieza mi vigésimo tercer día en el de Puerto Vilelas, un pequeño pero sugerente centro de unos catorce mil habitantes ubicado en el norte de Argentina, donde actualmente estoy pasando un semestre intercultural.

"¿Pero a qué fuiste a la Argentina? No hacen nada en la escuela, ¡siempre es una fiesta!" "Después cuando vuelvas, ¿cómo vas a hacer para ponerte al día?" "¿Y por qué no decidiste elegir un país anglófono para hacer tu intercambio?"

Desde que me di cuenta de la realidad en la que me empezaba a encontrar todos los días luego de mi partida para comenzar a pasar un semestre escolar al otro lado del mundo, he escuchado muchas de estas preguntas hacia mí, casi con la misma frecuencia que la canción "Despacito" en pleno calo y verano “sensual” que ahora tenemos detrás de nosotros. Sin embargo, por predecibles y clásicas que sean, estas preguntas inmediatamente sacaron a la luz un concepto cultural que está muy extendido en la sociedad europea actual, una forma de pensamiento que considero, con especial atención a las generaciones más jóvenes, terriblemente peligroso; se trata de una visión del mundo terriblemente unívoca, sinónimo de una mentalidad cerrada e inflexible y portadora de un mensaje equivocado, como si hoy, solo hubiera una escuela, un idioma, un país o una cultura.

A la luz de estas reflexiones, mi experiencia latinoamericana comenzó, en lo que es, en todos los aspectos, un país fantástico. Aquí en Argentina los días parecen interminables, porque Sí que es cierto que la mitad de los argentinos comienzan con sus respectivos trabajos en promedio a las 6 de la mañana; sin embargo, es igualmente cierto cómo, la otra mitad, en el mismo momento, se encuentra a esa misma hora en algún típico 'boliche' (disco) para bailar Cumbia, un baile especial muy popular por aquí; y de nuevo, ignorando las matemáticas del razonamiento, también hay espacio para una porción sustancial adicional de la población que, solo unas horas más tarde, se encuentra en las calles para una típica comida argentina, que tiene el nombre de “asado”, el cual es una excelencia culinaria argentina. Entonces es maravillosamente complicado encontrar un orden en las veinticuatro horas de este país tan especial, un país en el que, quizás, la mayor lógica se debe buscar, paradójicamente, en su constante ilógica y contradicción, que sin duda constituyen un aspecto de gran encanto.

La escuela y otros mitos para disipar

Para un chico de diecisiete años como yo, en el quinto año de la escuela secundaria local, el día entre los escritorios de la escuela se abre formalmente a las 7:30 de la mañana, cuando todos los estudiantes asisten al patio, por así decirlo, para levantar la bandera con mucho honor y pasión, teniendo de fondo del himno nacional, el cual también cantan y es un baluarte esencial de una nación que combina y fusiona perfectamente un sentido de comunidad: el amor por la tierra e inclusión. En las escuelas, así como en otros lugares, el himno nacional, además de representar un momento de dudosa simplificación y vulgarización, simboliza una sensación incierta de una atmósfera perfecta en la que se sumerge casi ocultándose una combinación de elegancia, majestad, orgullo, amor e incluso una pizca de deber. La escuela es pública y gratuita para todos los estudiantes, pero realmente gratuita: los alumnos están exentos de pagar los libros escolares, que se prestan a diario en la biblioteca de la institución, así como las fotocopias, que también son, la mayoría de las veces, pagado por la escuela y suministrados permanentemente a los alumnos.

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Inútil es decir que la comparación con la escuela italiana apenas es válida, a pesar de que Argentina se encuentra en niveles estándar con respecto a otros países. La intención principal de la escuela, sin embargo, es clara: unirse. Nada nuevo en estas partes, se diría, y así es como abundan los momentos de convivencia durante los cuales todos los chicos se encuentran riendo y haciendo juntadas: baile, fiestas y mucha felicidad. Todo esto se logra, a menudo y de buena gana, con la participación de los profesores, con respecto a los cuales los alumnos se relacionan de manera simple y sin demasiados filtros, rompiendo con una de esas tendencias que, lo digamos o no, ahora son parte, pero tal vez siempre fueron parte, de la escuela italiana y más allá: la “demonización” del maestro.

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Día y noche

El día continúa con extrema autenticidad en el almuerzo, que representa la ``cuenca hidrográfica'', por así decirlo, de la rutina diaria: con el enfoque de este último, de hecho, termina (la mayoría del tiempo y para la mayoría de las personas) el 'trabajo diario’, nos reunimos para comer y nos dirigimos hacia la “siesta”, el descanso diurno sustancial que le sigue a las horas posteriores de la segunda comida del día, pero sobre todo uno de los elementos más importantes que constituyen el gran orgullo cultural presente en el norte del país.

Definir con precisión lo que sucede después de la siesta es muy complicado e implicaría un razonamiento prolongado; en general, durante la semana laboral, en las horas que siguen a este gran descanso, que puede sugerir hasta tres horas, las diversas actividades diarias toman forma, como de costumbre, ya sean deportes, mandados, cursos o incluso salidas simples. Todo continúa hasta la cena, la cual se logra ver apenas antes de las 22:30 horas. Un caso a parte sucede para el fin de semana, el cual es definitivamente brillante y animado. En este caso, todas las actividades que constituyen un "día típico" enumeradas anteriormente, se siguen encontrando presentes, pero se posponen por unas pocas horas.

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En Argentina, y quizás en toda Sudamérica, lo que haces vale más de lo que dices o piensas, y para ellos estar juntos lo es todo, siendo la hospitalidad un deber.

Y es así como, en un país totalmente contrario al mío, las interpretaciones marcan la diferencia y la sugerencia de lo ordinario se convierten en una de las pocas certezas.


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