Buenos Aires
Buenos Aires... Inmensa ciudad de pasado glorioso perdida en tierras australes, tierra del tango, puerto que ha visto desembarcar naves cargadas de inmigrantes venidos desde Europa... Buenos Aires resulta fascinante por la gran diversidad de sus encantos, que parecen casi imposibles de abarcar. ¡Tanto mejor!
Los porteños (los «habitantes de un puerto», es decir, de Buenos Aires) descienden de los españoles y de los italianos, que protagonizaron las grandes oleadas de inmigración que desembarcaron a orillas del río de la Plata desde finales del siglo XIX.
La arquitectura del centro de Buenos Aires también está salpicada de referencias al Viejo Continente: tiene algo de Madrid en la avenida de Mayo, de París en el elegante barrio de Recoleta (la piedra para los edificios fue traída desde Francia en los barcos que regresaban tras haber descargado cereales y ganado), o incluso de Nápoles en el popular barrio de La Boca.
Por todo ello, como por su prosperidad pasada, a los porteños les gusta diferenciarse
y recordar sus raíces como europeos. Cosa que no agrada a todo el mundo. Entre las décadas de 1920 y 1940, los capitales extranjeros, especialmente los británicos, contribuyeron a incrementar el formidable desarrollo de estas tierras ganaderas y agrícolas.
Numerosos europeos adinerados frecuentaban los grandes hoteles y los casinos. Esta época fastuosa fue inmortalizada en la película Gilda, del director Charles Vidor, en la que una espléndida Rita Hayworth enfundada en un vestido de satén negro interpreta la famosa canción Put the blame on Mame.
En la actualidad, la próspera Buenos Aires se ha convertido en una ciudad de dos caras. Los barrios de Recoleta, Palermo y Belgrano todavía producen la ilusión de riqueza; sin embargo, la miseria se extiende a pocos kilómetros del centro de la capital, en las chabolas de las llamadas villas miseria, donde se hacinan miles de marginados. Incluso en el centro de la ciudad, al caer la noche, la pobreza sale a la calle bajo la apariencia de las decenas de cartoneros, como se llama a los que rebuscan entre la basura los desechos que se puedan llevar a las plantas de reciclaje.
Buenos Aires es una inmensa metrópoli de 4 millones de habitantes aproximadamente, o de 12 millones si se cuentan los 19 extrarradios agrupados alrededor de la Capital Federal que forman el Gran Buenos Aires, una región marcadamente agrícola (cuya capital es La Plata).
Esta metrópoli radial puede resultar una inmensa masa de cemento gris para quien no sepa hallar sus atractivos. En ese caso, seguid nuestros consejos para apreciarla. Pasead con los ojos bien abiertos por las calles de la ciudad de Borges y de Gardel para no perderos la belleza arquitectónica de fachadas y cúpulas. En verano, aprovechad las terrazas sombreadas. Por la noche, también podéis tomar una de las numerosas líneas de autobús que cruzan la urbe.
Evitad Buenos Aires en pleno verano (enero-febrero), cuando el calor y la humedad del aire alcanzan sus cotas más altas. Por la noche, no os retiréis a dormir al hotel a las 22 h pensando que ya no habrá gente en las calles: ¡la noche no ha hecho más que empezar! Y, sobre todo, en cualquier caso, no dudéis en trabar conversación. Los habitantes de la capital son cultos, abiertos y expansivos. Otorgan además una gran importancia al aspecto exterior y les encanta mirar y que los miren. Las porterías son conocidas por su legendaria belleza.
¡Buenos Aires... y el desierto argentino!
Buenos Aires, también llamada Capital Federal por los argentinos, domina realmente gran parte de la vida económica, política y cultural del país, a pesar de que el Estado se rige por una constitución federal. Concentra (con su gran extrarradio) cerca de un tercio de la población en lo que apenas supone un 1% del territorio nacional, así como el 75% de la riqueza del país. Como dice un refrán argentino, «Dios está en todas partes, pero sólo recibe en Buenos Aires». Numerosos porteños tienen los ojos puestos en el extranjero, sobre todo en Europa y Estados Unidos, e ignoran un poco las provincias y sus habitantes. Generalmente, quienes pueden permitirse viajar a destinos lejanos eligen antes Miami o Madrid que Ushuaia, Salta o Mendoza. De todas formas, cada vez hay más argentinos (entre las clases acomodadas) que visitan su propio país.
A pesar de la superioridad económica y política de Buenos Aires, los habitantes del interior respetan mucho la condescendencia que muestran a veces los porteños.
La gente de provincias cree que los habitantes de la Capital Federal están demasiado occidentalizados y llevan un estilo de vida estresante y muy distinto del suyo. Igualmente, creen que Buenos Aires es muy ruidosa y está llena de polución. En cuanto a los porteños, suelen bromear sobre sus compatriotas de provincias, a quienes consideran flemáticos, poco cultos y excesivamente anclados en sus tradiciones. Intentad sacar el tema: enseguida se sueltan a hablar.
En 1536 se levantó un pequeño pueblo cerca del río de la Plata, que fue bautizado con el nombre de Puerto de Santa María de los Buenos Aires en honor de esta Virgen, muy popular entre los marineros del Mediterráneo, y de los afortunados vientos que llevaron el barco de los primeros colonos españoles hasta el río. Esta aldea fue pronto destruida por los indígenas que poblaban esta región, La Pampa. Los supervivientes se desplazaron hacia el norte por las orillas del río de la Plata y fundaron la segunda Buenos Aires.
En esa época, La Pampa, palabra indígena que significa «tierra llana», era una tierra agreste; aparte de estas tribus indígenas, sus únicos habitantes eran los guanacos (primos hermanos de las llamas) y los ñandús (parientes cercanos de las avestruces). Los primeros colonos españoles desarrollaron la cría de caballos y bovinos con un gran éxito, gracias a la fertilidad de La Pampa. Los indios fueron prácticamente exterminados y Buenos Aires fue durante mucho tiempo una ciudad agrícola.
En el año 1740, la administración colonial española decidió abrir el puerto de Buenos Aires al comercio internacional.
A partir de entonces, la ciudad experimentó un verdadero desarrollo. De tener 12.000 habitantes en 1740, pasó a tener 90.000 en 1850. Los habitantes de Buenos Aires fueron desde entonces llamados porteños, denominación que ha perdurado hasta hoy.
Tras medio siglo de luchas internas entre federalistas y unitaristas (ved el apartado «Historia» en el capítulo «Generalidades», antes), Argentina reconoció al fin, hacia 1880, a Buenos Aires como capital de la Confederación, y La Plata fue nombrada capital de la provincia de Buenos Aires para contrarrestar el peso político de esta última. A finales del siglo XIX, el Gobierno decidió modernizar el país a la manera europea: promoviendo la inmigración para hacer prosperar su economía. Esta política tuvo un gran éxito hasta la década de 1950, e Igualmente hasta entonces Buenos Aires estaba considerada como una de las ciudades más bellas y ricas del mundo.
Sin embargo, actualmente se tiene la extraña sensación de que esta hermosa época se terminó hace 40 años y dejó una ciudad semejante aun puzle cuyas piezas no acaban de encajar unas con otras. Por todas partes, modernos edificios de la década de 1960 se alzan junto a construccionesdel sigloXIX, mal conservadas y sin habitar, o al lado de horribles almacenes. Muchos habitantes de Buenos Aires os hablarán de la preocupación que sienten al ver cómo se desmorona el patrimonio arquitectónico, debido a la total ausencia de un plan urbanístico.
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Comentarios (1 comentarios)
P P hace 10 años
Oye pues lo de no teenr un plan urbanístico ojala fuera en todas las ciudades del mundo con esa foto