Francia: Duna de Pilat
Aunque no pudiésemos realizar las rutas que teníamos previstas queríamos aprovechar nuestro viaje para visitar otros lugares además de la capital de Aquitania, por eso dedicamos un día para visitar esta duna y otro día a visitar Tolouse (viaje del que hablaré en la siguiente entrada).
Dio la casualidad de que, precisamente los días que queríamos movernos, había una huelga de trenes por lo que los tramos y horarios de los trenes eran reducidos y tampoco sabíamos muy bien cómo informarnos sobre qué trayectos se realizaban y los horarios de los mismos, por lo que tuvimos que buscar otros medios de transporte para movernos. En este caso optamos por Blablacar.
Para quien no lo sepa, Blablacar es una página web (o aplicación) donde los conductores pueden publicar los viajes que van a realizar y ponerles un precio (que normalmente coincide con el gasto de gasolina del trasporte), de esta forma los gastos del trayecto se reparten y puedes conocer gente interesante con quien charlar o poner cosas en común. La verdad es que he conocido mucha gente que no le ha gustado la idea de compartir coche con alguien desconocido, sin embargo a mí me parece una opción bastante económica de viajar, por lo que la uso bastante, sobre todo en España.
En este caso tanto el trayecto de ida como el de vuelta los hicimos con el mismo chico, ya que trabajaba en este lugar y tenía publicados ambos viajes, por lo que, por 11 euros aproximadamente pudimos ir y volver sin problemas.
Por el momento no he aprendido francés por lo que me costó un poco comunicarme, sin embargo entre el inglés, el italiano y el español nos acabábamos entendiendo con la gente. Además tuvimos la suerte de viajar con una mujer muy simpática que sabía hablar y entendía bastante bien el italiano y nos hizo tanto de traductora como de guía recomendándonos un par de sitios para visitar. Acabamos incluso intercambiando el número de teléfono con ella.
Cuando llegamos a la estación de tren de Arcachón, lugar donde nos dejaba el Blablacar, fuimos directas a un negocio de alquiler de bicicletas que ya habíamos mirado previamente para coger un par de bicis y hacer una pequeña ruta hasta la duna.
La verdad es que había también autobuses y otras formas de llegar hasta allí, pero había leído por internet que el camino tenía un encanto especial y por eso optamos por esta opción.
No sé si las habría más baratas en otro lugar o no. A nosotras nos costó 13 eurospor cada bicicleta y para un día entero, lo que estaba bastante bien. A parte, la fianza era de unos 400 euros, pero obviamente la devuelven completa si las bicis llegan en el mismo estado que cuando las recoges.
Una vez compramos algo de comer en un supermercado que encontramos por allí, comenzamos la ruta a través de toda la costa. De Arcachón a la duna hay unos 10 km, es decir, unos 30 o 40 minutos dependiendo de lo rápido que vayas. Nosotras paramos en más de un punto para sentarnos y relajarnos un poco con el paisaje o para alucinar con las casas de veraneo que había por allí. La verdad es que prácticamente eran mansiones, cada unade ellas de diferentes colores, dimensiones, formas y nombres muy bonitos y originales. Pero no solo tuvimos que parar para eso, ya que casi pierdo a Marta por el camino.
Debo introducir esta anécdota diciendo que nosotras tenemos bicicletas en Ferrara, y la verdad es que no son las mejores bicicletas del mundo (aunque yo le tengo mucho cariño a la mía). De hecho yo he tenido que repararla en varias ocasiones por que llegué a estar sin ambos frenos, y esto, unido a que ni siquiera llego al suelo con los pies y no puedo bajar el sillín, hace que sea un auténtico milagro que siga viva. En fin, la cosa es que ni con los dos frenos bien puestos las bicicletas llegan a frenar a tiempo, sino que frenan como 30 metros más tarde y de forma muy suave por lo que al final nos hemos acostumbrado a frenar con cualquiera de ellos (delantero y trasero) y de forma muy brusca para intentar ralentizar lo antes posible la bicicleta (por eso de no llevarte a nadie por delante o meterte en medio de una calle por la que transitan coches).
La cosa es que Marta, que no puede parar quieta ni un momento, comenzó a jugar intentando darme flojito con la mano, y yo, cómo no, le seguí el juego. En una de estas veces, ella, para intentar esquivar mi golpe, frenó con la mano izquierda sin darse cuenta de que no era su bici la que montaba y de que era el freno delantero. En ese momento la perdí de vista. Lo primero que me salió fue gritar su nombre y parar mi bici para ver si estaba bien, y cuando me di la vuelta me la encontré encima de una planta de lavanda y riéndose sin poder parar. Qué susto me pegó. Casi le doy yo un coscorrón después por asustarme así. Por suerte se encontraba bien y seguimos con el camino con un olor a lavanda bastante agradable.
Una vez llegamos dejamos las bicicletas atadas de forma segura para que nadie intentase llevárselas y comimos lo que habíamos comprado admirando las vistas hacia el banco de arena que se encuentra en la bahía. Después de llenar los estómagos (mala decisión) nos dispusimos a subir a la cima de la duna. 120 metros de altura, si 120 metros de arena donde se te hundían más y más los pies a cada paso que dabas, cargadas con mochilas a la espalda y un sándwich gigante en el estómago. Vamos, que casi no llegamos.
Eso sí, mereció la pena el esfuerzo por subir, porque desde arriba las vistas eran increíbles, sobre todo el contraste de la playa con la parte de la duna que daba hacia el bosque, mucho más inclinada, tanto que he de decir que me dio hasta vértigo.
Allí habían grupos de todas las clases: gente con parapentes, grupos escolares, parejas, hasta personas de edad avanzada que subían a pasar allí la tarde. Nosotras lo que hicimos nada más llegar, fue acostarnos en la arenabajo el sol, y aunque era ya verano venía algo de aire por lo que no hacía excesivo calor. Se estaba tan a gusto que al final nos quedamos durmiendo como 15 minutos. La verdad es que yo lo pasé increíble haciendo fotos, saltando, llenándome de arena hasta las orejas y corriendo mientras bajábamos de la duna como locas. Fue un día muy bonito, quizás uno de los mejores de este viaje.
La vuelta en bici fue seguida, no nos pudimos parar nada y tuvimos que correr bastante con las bicicletas porque pensábamos que no llegábamos a la hora que nos habían dicho que teníamos que entregarlas por lo que yo al menos acabé bastante acalorada y cansada. Y ¿qué mejor que un helado para reponer fuerzas y bajar el calor? Creo que nada. La cosa es que no se si fue por el calor que tenía, o porque realmente eran uno de los mejores helados que había comido nunca, pero a mí me encantó. Fue un día redondo.
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