La llegada.
Para relatar mi año en Múnich, me ayudaré del pequeño diario en el que he ido anotando, desde que llegué, los acontecimientos más importantes de mi Erasmus, así como los pequeños detalles, a primera vista insignificantes, que marcan la diferencia.
2 de septiembre de 2017. Mi llegada a Múnich.
Pese a estudiar fuera de casa desde hace un par de años, despedirme de mi familia y amigos este septiembre fue más conmovedor de lo habitual. No sólo habría de despedirme de los de siempre, sino también de mis últimas amistades en Madrid.
Me daba cuenta cómo, en la vida, al final todo es pasajero, y precisamente por ese motivo, es por el que hay que agarrar cada oportunidad que se nos ofrece, y exprimirla al máximo. Las amistades, los momentos, los lugares. Vivir todo sin remordimientos, sin prejuicios, y con la mente abierta a coger cualquier tren por muy rápido que pase.
Llegué a Múnich de noche. En el aeropuerto me esperaba mi "buddy", Pía, una estudiante de mi universidad de destino, que me ayudaría a instalarme en la ciudad, y a hacerme disfrutar mi Erasmus desde el momento en que pusiera los pies en tierra alemana.
Esa noche, me llevó en coche a mi residencia, y luego nos tomamos juntas una cerveza típica bávara, para celebrar el comienzo de un año extraordinario.
Conociendo Múnich.
Al día siguiente de mi llegada, me desperté temprano, más por mi excitación que por cualquier otro motivo, desayuné un café enorme y un dulce en una cafetería al lado del que sería mi nuevo hogar durante seis meses, y me fui con Pía a recorrer la ciudad.
Me enamoré de inmediato de la majestuosa Marienplatz, de la fantástica Odeonsplatz, que tanta historia recoge tras de sí, y del verde e infinito Englischer Garten, desde cuya colina, se ven las torres más importantes del centro de la ciudad.
En la fotografía, Pía y yo, desde la colina del Englischer Garten.
Esa misma tarde, entonces en solitario, cogí un autobús en dirección a Olympiapark, el inmenso parque construido para los Juegos Olímpicos de 1972, y lo recorrí, bajo la lluvia, paseando por sus colinas, modernas estructuras, y el mercadillo que ese día ahí se celebraba.
Esa noche me fui a dormir con la dulce sensación de haber recorrido una ciudad extranjera en solitario, y me prometí a mi misma que no sería la última vez.
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