Graduaciones aquí y graduaciones allá
En muchos países de Europa las universidades hacen una “graduación” en la que una promoción de estudiantes tiene su ceremonia y se toman las fotos pertinentes sin importar si todos los estudiantes terminaron o no la carrera. Para ellos esto es perfectamente normal, pues lo emocionante de la graduación es hacerlo con tus amigos, sin importar si luego te siguen quedando dos años más.
En Estados Unidos, los estudiantes se gradúan con sus amigos del comienzo de la universidad, no porque sea fingido, como en Europa, sino porque en el pregrado de las universidades americanas la gente simplemente no suspende las asignaturas, así que se gradúan religiosamente a los cuatro años de haber comenzado la carrera.
En Venezuela es totalmente diferente. Aquí el régimen universitario se vanagloria en que los estudiantes suspendan las materias, y las vean una y otra vez –una conocida mía llegó a ver física 5 unas siete veces, esto es, en mi universidad, dos años de ver la misma materia trimestre tras trimestre. Además, los planes de estudio están cuidadosamente pensados para que las prelaciones hagan un arroz con mango de tu pénsum, evitándote avanzar en otras ramas si suspendes ciertas materias. Encima de todo esto, está la parte administrativa. Ya sé yo que la administración y la burocracia crispan a estudiantes universitarios de todo el mundo, pero no creo que sean tan crueles como la burocracia de la universidad venezolana. Aquí, si tuviste la mala suerte de suspender la materia que te prelaba la mitad de asignaturas del siguiente período, tienes que pedir un permiso a tu Coordinación de Carrera para poder inscribirlas sin haber aprobado la asignatura que necesitas para avanzar y, al menos la mía, saca un disfrute perverso y macabro de negar estos permisos. Si quieres inscribir más de 16 créditos para recuperar parte del tiempo perdido por todas las veces que tu Coordinación ha dicho que no, tienes que evaluarte con un psicólogo que diga que sí eres apto para manejar una carga académica tan demandante; si quieres inscribir menos del mínimo de créditos porque, de nuevo, tu Coordinación dijo “No” y te quedaste sin asignaturas que inscribir, tienes que pedir otro permiso que sólo puedes usar una vez en toda la carrera; si quieres cursar dos estudios generales –de seis que hay que sacar en la carrera- en el mismo trimestre… permiso; si quieres inscribir dos cursos en el verano para recuperar tiempo… permiso, casi siempre negado. Si defiendes tu tesis o proyecto de pasantía en Julio, entras al acto de grado de Noviembre, esto quiere decir cuatro meses de inactividad en las que no tienes título ni notas ni nada que certifique que de verdad terminaste. Al final, los estudiantes de las universidades venezolanas nos volvemos expertos a la hora de calcular créditos, hacer organigramas con las asignaturas que cursarás en los próximos cuatro trimestres para todos los escenarios posibles: que la Coordinación apruebe, que la Coordinación diga que no, que no haya paro de universidades, que sí haya paro de universidades… nos volvemos unos genios de la planificación. Al final de todo esto, no nos importa si nos graduamos con nuestros amigos o nos hacen una ceremonia a nosotros solos, sólo queremos tener ese pergamino en la mano que certifica que sí, que por fin, después de todo este tiempo, por fin nos graduamos. Es un orgullo muy nuestro, una satisfacción completamente personal, que es mejor si la compartes con tus amigos, claro… pero que al fin y al cabo, consideramos mejor así, el gran premio después de todos los sacrificios.
Suena escabroso y poco placentero, pero la verdad es que ese trimestre de graduación –este, en mi caso- está lleno de eventos, reuniones y burocracia que disfrutamos hasta el último minuto. Algo que es bien particular de nuestras graduaciones y ceremonias, tanto de preparatoria como de universidad, es que la institución educativa siempre organiza una misa de grado. Así, como suena. Una misa, organizada por la universidad o colegio, en una iglesia católica, donde los graduandos van muy arreglados con sus padres y familiares a darle gracias a Dios por esta meta cumplida. ¿No me lo creen, verdad? Pues es así. Recuerden que estamos hablando de un país donde el 99,99% de la población es católica y donde los eventos sociales más importantes de nuestra vida están marcados por los sacramentos católicos, de hecho, hasta las etapas de crecimiento van en función de esto: bautizo –entre recién nacido y unos dos años-, comunión –de 9 a 12 años-, confirmación –de 13 a 18 años- y matrimonio –cuando creas que estás listo-. Las mejores anécdotas familiares casi siempre se recrean en uno de estos escenarios. Los escuelas primarias, todas, organizan un curso de primera comunión para los niños de cuarto y quinto grado. Las escuelas secundarias, casi todas, organizan la confirmación para los cursos superiores y la misa de graduación, que es casi un evento obligatorio, donde bendicen a los futuros universitarios y les hablan de lo diferente que es la universidad del colegio y de cómo Venezuela los necesita para volver a su antigua gloria. Las universidades, incluso las que son íntegramente científicas, como la mía, hacen lo mismo con la misa de graduación. No es necesario que la escuela o la universidad sean católicas, que pueden decir que son laicos y todo lo demás, pero la misa de graduación se hace, y al que no le guste que no vaya.
Hoy fue la mía. Para mí fue especialmente importante porque: primero, estuve en Estados Unidos durante todo el trimestre de graduación y no asistí a ninguna de las actividades tontas que te recuerdan que te estás graduando, así que la misa fue mi primer contacto con el ambiente de graduación y con las fotos y el orgullo y todo lo demás; y segundo, por soy católica –practicante- voy a misa todos los domingos y le agradezco a Dios por cada una de las bendiciones de mi vida –que son bastantes-.
Hoy, en la misa, noté que muchos de los asistentes no se sabían los ritos de la eucaristía, ni las respuestas ni nada… pero ellos estaban felices de estar ahí. Es que no importan de qué religión seas, o que tan practicante seas… lo que importa para la mayoría de ellos es que era un evento que te dejaba vestirte lindo, tomarte fotos y recordarle al mundo que te estás graduando. Además, si tienes los recursos para comprarte el anillo de graduación, que es otro símbolo de que lograste ese título de ingeniero, arquitecto o licenciado, es en la misa donde se bendicen y a partir de la cual puedes oficialmente usarlo. No importa que tan católico seas, normalmente este evento es tomado muy en serio por los graduandos, al fin y al cabo es para nosotros, dedicada a nosotros y pensada para que pidamos por nuestras futuras carreras y para que demos gracias… no sólo por el título sino por todas las experiencias increíbles que vivimos en la universidad, por los amigos que hicimos, por las cosas que aprendimos, por lo sueños cumplidos y los amores frustrados, por cinco años –o más- que tal vez sean los mejores de nuestras vidas. Y esto último sí que lo hacemos. No creo que ninguno de los graduandos que estaban hoy allí hayan pasado por alto que somos unos privilegiados, que lo que vivimos, en el momento que lo vivimos, nos da mil y un razones para dar gracias. De ahora en adelante todo será una fiesta. El acto de grado es el viernes y lo que viene es celebración, con título en mano. A pesar de que pueda parecer que es arbitrario que la acción de gracias sea un evento católico o de que haya personas que no se sientan cómodos con las iglesias, me parece muy bien que tengamos un espacio –formal y brindado por la universidad- para pensar en silencio, para agradecer. No sé si muchos darían gracias a Dios, o a la vida, o a los ángeles o a lo que quieran, por todo esto, si la misa no existiera.
Así que sí… para algunos, especialmente los europeos, podrá ser raro o tonto, una cosa tercermundista… pero yo hoy disfruté cada segundo de la misa, del sermón pensando especialmente para nosotros y de mi vestido comprado especialmente para la ocasión. Disfruté de ver a tantos compañeros con los que no me había encontrado desde matemáticas III y compartir esta alegría común. Disfruté estar una vez más en El Placer, la urbanización donde viví muchos de los mejores momentos de la universidad… de ver el Ávila y Caracas desde sus miradores. Disfruté ver la alegría contagiosa de los padres, tíos, abuelos y amigos orgullosos. Disfruté del silencio para sentirme orgullosa de mí, y de felicitarme por haber superado con éxito estos últimos años y haberle sacado todo el provecho del mundo. Disfruté del azul del cielo caraqueño y del verde las montañas del Valle de Sartenejas. Disfruté de cada detalle, a fin de cuentas… sólo quedan unos días más.
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