Día 40: descubriendo Ámsterdam (Nieuwmarkt)
Nieuwmarkt es la última de las zonas del casco antiguo de Amsterdam que me quedaba por explorar. Se encuentra al este del Barrio Rojo, pero realmente los límites los he puesto como me ha dado la gana, pues es bastante díficil de precisar entre tanta callejuela: parece que has pasado por el mismo coffee shop 80 veces (y probablemente lo has hecho).
Desde Amsterdam Centraal, la iglesia de turno te da la bienvenida a este barrio tan ambivalente (no he utilizado "b" y "v" en la misma palabra sólo por lucirme: después me explico). En este caso se trata de la St. Nicolaaskerk, la más lúgubre y oscura iglesia de la ciudad y, casualidades de la vida, el mayor centro católico del país. Lo cierto es que si no hubiera visto a todas sus hermanas liberales antes, puede que no me hubiera dado cuenta de la diferencia que presenta esta iglesia: pero no es comparable la luz que entra a raudales por las otras y St, Nicolaaskerk, en la que los rayos tienen que dejar de respirar para poder entrar por las rendijas abiertas casi a regañadientes en la fachada.
Junto a la tétrica edificación, encontramos la paradójicamente alegre "Torre de los Lamentos". Parece ser que originariamente este edificio tenía otro nombre, pero los amsterdammers, siempre tan dramáticos (a la espera quizás de que les caiga un premio Guiness), decidieron ponerles este otro, mucho más rimbombante, porque, según parece, era aquí donde se encaramaban las mujeres de los marinos para gritarles los últimos buenos deseos ante de que partieran mar adentro ("¡No has arreglado la tubería!", "¡El perro lleva 3 días sin salir de casa!").
Parece que de torres va la cosa en este barrio, porque más allá, casi en la zona de los Muelles del Este, se encuentra la Torre de Montelbaan, una elegante edificación en la mitad de un puentecillo entre canal y canal. Construida en principio como punto de defensa de la ciudad, la pobrecilla no da ha dado más que problemas a lo largo de toda su vida (y las vidas de los edificios suelen ser bastante largas, tengo entendido): los vecinos se quejaron de que por las noches no podían dormir a causa del sonido de los dos juegos de campanas (manda huevos, la jodida, DOS juegos), así que le pusieron un revestimiento de madera para que amortiguara el ruido. Tardaron unos 100 años en quejarse, así que tampoco les molestaría tanto, digo yo. Pero resulta que un tiempecillo después, la torre se empezó a inclinar peligrosamente sobre el agua, así que los ciudadanos, ni cortos ni perezosos, la amarraron con cuerdas y la enderezaron. Sí, TODA ELLA. Se ve que habían dormido bien las últimas décadas. Esta torre, además, tiene cuatro relojes, uno en cada lado, y lo curioso es que ninguno de ellos marca nunca la hora correctamente. ¿Quién vota por dejar que se hunda esta vez?
La mejor manera de internarse en Nieuwmarkt en seguir las banderas del arco iris. No sé seguro si aquí está enclavada la zona gay de Amsterdam. Bueno, sí que lo está. Lo que ocurre es que en Nieuwmarkt no se encuentra SÓLO la zona gay, porque también es el barrio chino por excelencia. Los nombres de las calles están incluso traducidas al chino mandarín (porque es evidente que es mandarín y no cantonés). La mayoría de los comercios son de origen asiático, sobre todos surinameses (por aquel agridulce episodio de las colonia holandesa). Encontramos tintorerías chinas, carnicerías chinas y es imposible pasar por alto el segundo templo budista más grande de Europa, aunque jamás me lo esperaba encontrar en una calle tan angosta y sinuosa como Zeedijk (mis disculpas, no me acuerdo del nombre en chino): se trata de una enorme estructura amarilla y roja, con todos los arcos y los ángulos del tejado que tanto nos gustan a los turistas, pero el interior está extrañamente vacío, y es muy pequeño. O quizás sea la gigantesca estatua de la divinidad (y sus 37283389 brazos) la que ocupa todo el campo visual disponible. En todo caso, puedes echar un vistazo al interior sin ningún. Esta visita respaldó mi tolerancia a la diversidad de culto: en el interior del templo, TAMBIÉN hay una tienda. Si es que al final todas las religiones comparten los mismos dogmas..., aunque no sean los esperados.
La plaza donde se yergue el Den Waag es el núcleo del barrio, hasta organizan un mercado semanal, porque ¿habrá que darle algo de sentido al nombre, no? El edificio en mitad de la plaza era un antiguo fortín que pasó a ser la Casa del Peso (Waag) y ahora, parcialmente reconstruido con CARTÓN-piedra (tal cual), es un idílico restaurante. Para los que no os queráis gastar la herencia aquí, hay un acogedor restaurante italiano en una esquina de la plaza por un precio mucho más down-to-earth..., de cuyo nombre no... me acuerdo (lo siento, Cervantes). En el otro extremo de la plaza, tirando hacia el sur, nos encontramos con un Parque Güell en miniatura. Bueno, vale, sólo son un par de asiento y alguna chorradita de mobiliario urbano, pero me recuerdan muchísimo a Barcelona. Y quedan que ni pintados en Amsterdam. En su momento no le puede sacar una foto, porque un señor decidió echar la pota justo en ese momento y en ese lugar. Cosas que pasan. En otro rincón de la plaza (no sé cuántos llevo ya), hay una curiosa estatua de unos amantes: bueno, él quiere ser su amante y ella, por lo que parece, sólo quiere que se dé el piro.
Continuando por el canal que parte de la plaza, nos encontramos con la sede de la otrora todopoderosa Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales (¡toma frase!), una mole naranja que se extienda prácticamente por la mitad de una de los orillas. Aunque es fácil de apreciar a simple vista, no hay ninguna placa que señale lo que es; toda una falta de respeto a una empresa que hizo tan poderoso al país en el siglo XVII. Curiosamente, al doblar la esquina otra de las casas con la fachada más estrecha de mundo hace su aparición; pero no lo es tanto como la de Singel, 7 desde luego (no, aquella vez no fui con un metro).
En ese mismo canal, que da para todo, unos hermanos que se querían mucho decidieron construirse sus palacios pared con pared. Me supongo que se querían mucho, porque no puedo entender otra razón para hacerle la chocita justo al lado de tu hermano cuando tienes el resto de la ciudad para elegir. Junto al que estoy seguro de que no quiere vivir ni su hermano es el dueño de la tienda "Book exchange". Y tienda es hacerle un favor, pues mi guía describe el local como "madriguera", que, la verdad, es mucho más acertado. En tres pisos (niveles, más bien, porque es un poco laberíntico el asunto) se acumulan miles y miles de libros de segunda mano en inglés, en estanterías atestadas del suelo al (precario) techo. Todos los temas están recogidos aquí, a buen precio. Además de vender, el dueño también cambia o compra, pero sólo libros, porque los buenos días ya son un nivel 3 para él. ¡Pero qué borde fue conmigo! Me da una rabia cada vez que me acuerdo, porque se me quitaron las ganas de volver otra vez.
Al otro lado del canal se levanta, ¡tachán!: ¡Zuiderkerk, la iglesia del Sur! Por alguna razón que desconozco no llegué a visitarla por dentro, y, aunque sea católica, me extraña que no lo hiciera, porque leí que se había utilizado durante una temporada como depósito de cadáveres (no sería una buena temporada, imagino), y eso habitualmente es un incentivo lo suficientemente macabro. Tendré que darme otra vueltecilla por ahí... Igual pillo de buen humor al de la tienda de libros y sólo me gruñe.
Siguiendo el mismo canal hacia el sur, dos islas unidas por los puentes de turno conforman uno de mis rincones favoritos de Amsterda. Es una zona que está sólo mínimamente apartada del recorrido turístico oficial, pero que tiene un encanto muy particular: quizás sea por el puente levadizo (NO estoy hablando de los míticos con cocodrilos en el foso, así que bajaros de la parra), o por la estrechez de las calles, o porque ese día hacía sol, pero seguro que las peculiares tiendas que se extienden a ambos lados también tienen mucho que ver. La mejor bombonería de Amsterdam está aquí. Un almacén de pósters de cine. Una tienda sólo de peluches. Una tienda con curiosísimos y coloridos artículos del hogar. Una tienda de una muebles a medio camino entre una galería de arte y un negocio serio. Ahora que conozco el Jordaan, estas islas me pueden saber a poco, pero las tiendas, desde luego, són unicas.
Y finalmente, donde nuestro querido canal (al que por fin voy a honrar con su nombre, Klovenshierburgwal) vuelca sus aguas en el Amstel, apreciamos en toda su torcida hermosura las "casas bailarinas" de Amsterdam, foto de postal por definición, pero que, extrañamente, mi guía parece haber omitido (mal día de la que escribió esto, puede que el Starbucks estuviera cerrado y se quedó sin su café de la mañana. Es impresionante cómo la gente depende tanto para comenzar el día funcionando con normalidad en una bebida que si siquiera le gusta a la mitad de sus consumidores mundiales). Las denominadas "casas bailarinas" son 7 edificios edificados sobre el Amstel que se inclinan extraordinariamente hacia los lados, apoyándose los unos en los otros, pero sin ton ni son (y nunca mejor dicho), cada una a lo suyo. Como tantas otras edificaciones en Amsterdam, parece ser que los cimientos se fueron pudriendo con el tiempo, pero a la gente que le debió hacer tanta gracia la imagen que daban todas ellas así juntas, que decidieron sustituir los pilares de madera por unos de verdad, pero respetando la inclinación que habían ido adquieriendo. De hecho, una de ellas es actualmente un hotel, donde, probablemente, pagas más por que tu suelo esté inclinado.
En la orilla de enfrente tenemos al hermano del Zubiarte (para los de la LO..., para los que no sois de Bilbao, el Zubiarte es un centro comercial). La misma forma redonda, la misma altura, también junto al agua (aunque la Ría de Bilbao nunca me ha parecido tan apetecible, ni siquiera apetecible, a secas)... Sólo que el edificio Stopera no es un centro comercial, sino la ópera de Amsterdam. Y el Ayuntamiento, Todo en uno. Esta combinación, en su día, levantó mucha polémica, pues, incluso en una ciudad como esta, el Ayuntamiento se debe entender como un edificio imponente. Y, aunque quizás imponente no sea la reacción que suscita, por lo menos sí que llama la atención, empezando por su nombre (Stopera es una combinación de Stadhuis, Ayuntamiento, y Opera). Además, en plena recepción tienen una escultura de un violinista saliendo de la tierra para tocarnos desesperadamente su intrumento (uffh, suena un poco sucio, ¿no?). Mi visita coincidió con el concierto de piano semanal que organizan: uno de esos actos a los que sólo van los jubilados. Y NO estoy discriminando: podría haber pedido los DNI (el equivalente holandés) a todos los presentes y no me hubiera equivocado, seguro.
Detrás del Ayuntamiento y delante de la Casa de Rembrandt se encuentra Waterlooplein. Probablemente sí que haya una plaza en este lugar, pero la ocultan todos los puestos de mi mercado favorita de Amsterdam. Se trata de un mercadillo exclusivamente de baratijas, souvernirs a precios no de souvenirs (siempre recomiendo a mis visitas que compren aquí sus recuerdos) y ropa de segunda mano. Desgraciadamente, yo siempre encuentro algo =) Está permitido regatear, pero hay que fijarse si la cara del dueño es de buenos amigos o no; otherwise, te puede salir el tiro por la culata. Aunque no es tan extenso como el Noordermarkt o el Albert Cuypmarkt, el mercadillo de Waterlooplein es para visitar con calma, pues es uno de esos lugares donde, más que comprar, haces hallazgos. De todos modos, pocas cosas encontrarás en Amsterdam que no estén aquí.
Hay que fijarse bien en el nombre de la Casa de Rembrandt. Efectivamente, se trata de su casa, en ninguna parte está escrito que se trate de un museo al uso, pues las pinturas del artista se encuentran en su mayoría en el Rijksmuseum, el Museo Nacional de Holanda. Esta casa-museo muestra la vivienda del pintor y su taller de trabajo. Paradójicamente, Rembrandt murió en la calle, porque no pudo pagar la hipoteca (esto también pasaba hace 400 años, chicos) y fue enterrado en una fosa común en alguna de las iglesias de la ciudad..., así que como para ponerse a buscar. Al menos Van Gogh tenía la excusa de que no vendió ni un solo cuadro en vida, pero Rembrandt dilapidó toda su fortuna en mimar su colección de objetos curiosos. Para los que hayáis visto ese antíquisimo capítulo de "Los Simpsons" acerca de Murphy Encías Sangrantes ysu obsesión por los huevos de Faberge, esto es algo parecido: Rembrandt coleccionaba no sólo manuscritos tan antiguos que no podía leer, sino también bustos romanos, y pasando por escudos de caparazón de tortuga. Tal cual. La Casa en sí no es gran cosa, pero la (corta) visita se hace manera gracias a la audioguía gratuita (y concisa) que te ofrecen a la entrada. Por cierto, es sorprendente descubrir lo mucho que han crecido los holandeses en unos cuantos siglos: lo entenderéis si ves la cama del pintor.
Por último, al sudeste se extiende el corazón del barrio judío de Amsterdam. Hoy en día no sigue considerándose un gueto, porque muchos judíos se marcharon del Holanda tras la II Guerra Mundial para no vover jamás, y los que se quedaron se han ido repartiendo por los otros distritos (muchos de ellos por Amstelveen, por cierto). La sinagoga portuguesa-israelí, el Museo de la Historia Judía, la exposición de Gassan Diamonds y una iglesia sospechosamente judizada te dan en seguida una idea del barrio en el que has entrado. Pero seguí sin ver tirabuzones por ningún sitio.
- Metedura de pata del día: NO te pares a mirar el interior de las carnicerías del Barrio Chino, porque puede que te pases todo el día intentando descubrir qué era ese enorme animal con cola que colgaba de un gancho en el escaparate.
- Moraleja del día: otro ejemplo más de la integración de Amsterdam. Como no tenemos más sitios para construir porque la piedra aún no flota en el agua, veamos si funciona que gays y chinos compartan zona. Y funciona, y funciona, sin ninguna clase de problema.
- God bless: la ausencia de cajeros automáticos en las cercanías de Waterlooplein. ¡Sacaría al país de la (escasa) crisis yo solito en un día!
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