Valencia, la de Venezuela.
Nosotros también tenemos una Valencia. No es de extrañar, considerando que fuimos provincia del gran Imperio Español. La Valencia de Venezuela es la segunda ciudad industrial más importante del país, la segunda ciudad con más comercios y franquicias, y muchos dirían que es también la segunda ciudad cultural… siempre por detrás de Caracas. Valencia está al oeste de la capital, al lado –una hora- de mi ciudad natal, Maracay y estas tres constituyen las ciudades más importantes del centro del país.
En Carabobo, estado del cual Valencia es capital, estudió y trabaja actualmente una de mis mejores amigas y decidimos hacer un viaje relámpago para visitarla y hacer un poco de turismo en una ciudad a la que normalmente se va sólo con objetivos particulares –aeropuerto, compras, etc.- Mi amiga vive en San Diego que es uno de los sectores más desarrollados de Carabobo luego de Valencia, en un apartamento ridículamente barato –cuatro dólares al mes, según el dólar en el mercado negro- barato hasta para la economía enloquecida del país.
Nos tomó más de tres horas llegar… un viaje que no debería durar más de una hora, y esto debido a que desde hace meses –y es un problema de años- están arreglando un viaducto en el túnel que separa Aragua de Carabobo. Estas reparaciones hacen que se forman colas de carros interminables, colas en las que los vendedores ambulantes pueden caminar sin problema entre los carros en el medio de la autopista porque saben que éstos no se van a mover a más de 5 km/h y cada 15 minutos, si acaso. Lo primero que hicimos fue visitar el parque de luces de San Diego. Es un parque en el que de un lado ponen una tarima y van artistas a presentarse, hay comida, máquinas y cosas de feria durante toda la navidad, y del otro lado, lo decoran completamente con luces. Al primer lado no fuimos, porque la verdad es que un parque lleno de tierra se puede ver en cualquier rincón de Venezuela, y en cuanto a la música y la feria, no estaría mal si no fuera por el factor inseguridad que reina en este país; sin embargo, el sitio se veía bastante agradable para visitarlo con la familia tal vez un poco más temprano, disfrutando de luz solar, porque aunque nuestros amigos valencianos nos aseguraban que San Diego es una de las zonas más seguras de Venezuela, uno nunca puede confiarse. Así que nos dirigimos directamente al parque de luces. Esta parte del parque es un poco más infantil, decorada principalmente con personajes de Disney y Pixar, donde los niños pueden tomarse fotos y correr sin peligro pues no hay ninguna muchedumbre ni gente bebiendo en los alrededores.
La verdad es que me encantó. A pesar de que los decorados eran un poco infantiles, también había escenas maravillosas de animales, árboles decorados y arreglos de luces danzantes. A mí, que me encantan los lugares donde se tiene una vista bonita y donde puedes tener una conversación con tu gente, me parecía que este era el lugar ideal para una cita o un encuentro. El ambiente navideño era palpable. Había un pesebre gigante, que reconstruía el pueblo de Belén entero, con detalle en las actividades cotidianas de sus habitantes. Era un pesebre dinámico, así que yo me imaginaba unas figuras medio grotescas de las que mueven la cabeza en los taxis, pero la verdad es que los movimientos eran muy delicados, como para que apenas te dieras cuenta de que las personitas estaban llevando a cabo diferentes tareas y los detalles eran increíbles, como la señora que estaba haciendo arepas para llevarle al niño Jesús y a la recién estrenada madre; o la mesa de una familia donde podía verse claramente el plato navideño venezolano -hallaca, ensalada de gallina, pernil y pan de jamón-. Un trabajo muy delicado y con muchos detalles que me alegra no haberme perdido, a pesar de que casi desisto de la idea al ver la cola que había que hacer para entrar y que, afortunadamente, avanzó bastante rápido. Al final del paseo, estaba el obligado árbol gigante de navidad, decorado con muchísimas luces que prendían al ritmo de la música.
Ahora, todo esto puede parecer bastante normal para la época del año y considerando que estamos hablando de una de las ciudades más importantes de Venezuela pero, recordémoslo, estamos hablando de Venezuela. El hecho de que una alcaldía haya podido decorar un parque con esa cantidad de luces y decorados y con ese grado de detalle toda una proeza. Así como se sentía el ambiente navideño, se podía palpar la sorpresa de que hubiesen logrado montar ese espectáculo este año, cuando la crisis social y económica del país ha recrudecido hasta límites insospechados. En un año en el que las alcaldías no tienen presupuesto para arreglar los huecos –más bien cráteres- de las calles y carreteras, para surtir los hospitales, para arreglar los baños de las escuelas… ¿cómo lograron esta decoración con luces que muy probablemente son importadas? Puede parecer incluso un gasto superfluo para un agente externo, pero si hubiesen visto la alegría de la gente allí, de poder sentir por un momento que vivimos en un país normal –incluso pude sacar el teléfono de la cartera para tomar fotos sin que nos robaran-, si hubiesen visto la alegría navideña… entenderían que es cualquier cosa menos superfluo. Porque esas pocas luces trajeron, por fin, el sentimiento de navidad a familias que este año probablemente no van a tener hallacas en sus mesas, a niños cuyos padres no podrán regalarles nada porque la prioridad es tener algo que comer. En estas navidades, que son las más grises que ha tenido Venezuela en mucho tiempo, un parque como éste significa muchas cosas. Significa esperanza de que podemos volver a ser el país desarrollado que alguna vez fuimos, y tener los lujos que en su momento dimos por sentado.
El parque es, en pocas palabras, un sitio recomendado para familias en tres ciudades a la redonda –al menos en Maracay no se puede ver nada así- tanto por lo bonito de las luces, como por la seguridad de los alrededores.
Sin embargo, el recorrido puede durar, a lo mucho, un par de horas, así que cuando salimos buscamos algo que hacer, dónde comprar unas cervezas para estrenar el apartamento de mi amiga. Pero, de nuevo, estamos en Venezuela, y aquí siempre pasa algo. Este fin de semana –hoy, domingo- fueron las elecciones de las alcaldías, así que había Ley Seca en todo el país; esto quiere decir que ningún comercio está autorizado a vender alcohol y los que lo hacen, venden a precios absurdamente altos. Así que nos tuvimos que conformar con la media botella que tenía alguna de las chicas en su carro. Nos acostamos temprano, esperando aprovechar el día siguiente.
Decidimos ir a una pastelería llamada El Panal, en Valencia. Donde las tortas no son extremadamente caras, como en otros sitios, y ubicada en una urbanización relativamente segura. O eso pensamos. Hasta que, mientras nos comíamos nuestras tortas –que estaban buenísimas por cierto- con una música navideña muy linda… escuchamos las temibles palabras: “Esto es un robo. Me sacan los teléfonos, cadenas, zarcillos, relojes, todo… ¡y si me reviran, los mato!” Y aunque yo siempre hablo de la inseguridad en el país y todo lo demás… nunca había sido víctima de este escenario. Sabía que pasaba, a mi familia y amigos les había pasado… pero nunca a mí. Inmediatamente mis amigas y yo buscamos nuestros teléfonos –el mío empezó a repicar, pero los gritos del ladrón impidieron que se escuchara- y los escondimos en nuestro pantalón. El tipo seguía gritando y arrancándole las prendas a los otros clientes y nosotras sólo podíamos rezar y esperar que no llegara a nosotras. Le habló a un señor que estaba a nuestro lado pidiéndole su teléfono. El señor le dijo que no tenía. El malandro respondió que si lo revisaba y le encontraba un teléfono lo mataba. Y todo esto mientras sostenía una pistola que podía o no estar cargada. Terminó de recoger lo que pudo y salió de la tienda… en la calle lo esperaba su cómplice en una moto encendida para irse a toda velocidad. Gracias a Dios nunca nos vió. Ni siquiera nos llegó a dirigir la palabra. Cuando salimos del shock, agarramos nuestras cosas –tortas incluidas- y salimos volando hacia el carro, con la sensación de que estaba más lejos de lo que debería estar. A mi amiga le temblaban las manos cuando arrancó el carro. No podíamos creer lo afortunadas y bendecidas que éramos… fuimos invisibles.
Este es el tipo de episodios que ocurren diariamente en mi país. Gracias a Dios nadie salió herido, todos simplemente le dieron lo que le pedían, pero en ocasiones algún valiente o terco se niega a entregar tan fácilmente lo que probablemente le costó años de trabajo, y allí es cuando suben los índices de mortalidad en Venezuela. No estás seguro ni en las zonas seguras. Siempre estás expuesto porque a ellos no les pasa nada. Una vez se montan en su moto y se zambullen en el río de carros de una avenida, nadie los va a encontrar. Nadie va a iniciar tampoco una investigación por un reloj o un teléfono. Y ellos lo saben. Y más que la pérdida material, queda el recuerdo de una voz agresiva y desesperada que no tiene nada que perder; que no le importa que haya niños o mujeres… que de verdad quiere hacer daño. Después de una cosa así sólo queda el sentimiento de impotencia de que no se puede hacer nada; de rabia porque nuestras manos están atadas y porque sabemos que ese tipo de personas son las que están protegidas por el gobierno, porque ellos apuestan por la violencia. Queda la sorpresa de sabernos vulnerables, de entender que cualquiera, si tiene la mala intención, puede hacernos daño.
Luego de un evento como este, sólo nos quedaban ganas de volver a Maracay y encerrarnos en nuestras casas –donde tampoco estamos completamente a salvo, de todas formas-. Sin embargo, entramos antes al Sambil, uno de los centros comerciales más bonitos de Valencia, para que mi amiga se tranquilizara antes de entrar a la autopista y para no irnos a casa con el mal sabor de boca. Los Centro Comercial Sambil son una cadena de centros comerciales: hay uno en Caracas, uno en Valencia, uno en Barquisimeto y creo que uno en Puerto Ordaz. El de Valencia es muy particular porque su forma y su distribución son la de un campo de béisbol: con forma de diamante, y cuyas entradas son: primera base, segunda base, tercera base y home. Además de todo lo típico que se encuentra en un CC, se puede visitar el Museo del Beisbol Venezolano. Es un museo muy histórico que visité hace unos diez o nueve años con mi papá. Él, que es un fanático y teórico de este deporte, me iba explicando las historias de los jugadores en las vitrinas, los significados de los números, de las camisas… es un lugar increíble incluso si no eres fanático de este deporte –como yo- y un pedazo importantísimo de la cultura Venezolana.
Así que, si alguna vez todo esto mejora, y visitar Venezuela deja de ser una actividad de alto riesgo, Valencia constituye un punto importante. Además, está en el centro del país, con un aeropuerto con salida a todos los estados de Venezuela. Imperdible si andan por estos lados.
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