Peripecias de un español en Rumanía
El sentimiento es de soledad es lo primero que se me antoja, estoy en el aeropuerto de Valencia y Ana se acaba de ir tras el amargo trago por parte de ambos que ha sido la despedida, realmente lo hemos pasado mal. Los sentimientos que tengo están encontrados por un lado tristeza por dejar atrás por una temporada todo lo que me importa pero por otro lado alegría por experimentar muchas cosas nuevas e intentar aprender todo lo que pueda tanto en los ámbitos culturales y sociales como en los lingüísticos.
Me siento nervioso por un lado puesto que la incertidumbre de lo que me voy a encontrar desata en mí todo tipo de pensamientos, por otro lado me encuentro relativamente tranquilo porque tengo confianza en mí mismo y en poder desenvolverme en un entorno totalmente extraño.
Veo a la gente que ha de viajar conmigo en el avión y no puedo evitar pensar en el típico tópico que del rumano se tiene en España, moreno de piel y pelo, con aspecto aparentemente desaliñado en algunos casos aunque no en otros tantos. Me sitúo en la cola para facturar el equipaje y que me den la tarjeta de embarque tranquilamente pensando que cada persona tiene su asiento asignado cosa que comprobaré algo más tarde que no era así puesto que podríamos decir que los asientos se reparten conforme la gente entra por la puerta del avión haciendo buena la expresión que tanto utilizamos en el pueblo de “a cómo toquemos…”.
Llega mi turno, subo la maleta que tengo que facturar, estoy algo tenso puesto que pienso que me he pasado con el equipaje, mientras tanto me comentan que la mochila de mano que llevo ha de caber en un cubículo que tienen para comprobar que la gente no se pase con las maletas de mano, intento meter mi “discreta mochila” evidentemente no cabe por lo que me agobio un poco y empiezo a apretar en aquel “chirimbolo” y tras dejarme las pocas uñas que tengo y parte de alguna falange veo que por mucho que intente meterla en tal sitio me va a resultar imposible. Veo que la gente de mi alrededor siente compasión de mí no porque los vea puesto que mi cabeza se centra en la maleta y el cubículo maldito, sino porque se respira en el ambiente no sé cómo explicarlo… oigo una voz que viene del mostrador cosa que termina de agobiarme un poco más si cabe, “tu maleta pesa 23 kg si ves que la mochila de mano no te cabe saca algunas cosas de ella y mételas en la maleta que puedes llenarla hasta 32 kg”, el agobio desaparece y da paso a la vergüenza puesto que con tanto esfuerzo me resulta harto complicado sacar la maleta del sitio en cuestión (sí soy un poco “animal de bellota” como diría el malogrado José Luis López Vázquez) estiro con todas mis fuerzas y veo que me llevo el cubículo conmigo además de la maleta en el mismo momento una desconocida pierna aparece en escena pisando el receptáculo echándome una mano (en este caso una pierna) deduzco que es una señora mayor por el calzado, alzo la cabeza y veo una señora con un pañuelo en la cabeza y muy parecida a la famosa Blasa Jiménez de Cruz y Raya pero con calcetines con rayas de todos los colores imaginables del arcoíris y una falda que no le anda a la zaga, esbozo una sonrisa y sigo intentando sacar la mochila pero es imposible por lo que cojo a la señora de la pierna y se la aparto del sitio para utilizar la mía propia (me da la sensación de que si realmente estirara fuerte de la mochila, a la delgada y escuálida señora tendrían que ir a buscarla al mostrador de Iberia situado a 50 metros), por fin consigo sacarla, rehago las maletas y recojo la tarjeta de embarque, que alivio, por cierto, me duele la garganta.
Subo al avión y por primera y no por última vez (lo tengo asumido desde hace tiempo) me confunden con un inglés y me comentan que lleve cuidado con la maleta no golpee a la gente al pasar, llevan razón porque aunque he quitado algo de ropa parece que llevo un muerto encima, el viaje transcurre sin sobresaltos salvo que debido al mal tiempo hay un retraso de una hora en un avión que parece un autobús (de ahí su nombre “airbus”) más bien estrecho en general pero en bastantes buenas condiciones.
Estoy en Bucarest capital de Rumanía, el viaje ha sido pesado, la estrechez del avión ha provocado en mí un entumecimiento muscular general son las 8.30 h aproximadamente y la visualización general del aeropuerto me resulta un tanto decepcionante, bajamos en plena pista de aterrizaje donde nos recogen en un par de autobuses a los pasajeros, a las maletas les espera un curioso trenecillo con aspecto de no ser demasiado seguro.
Llegamos a la sala de espera de las maletas (se la puede denominar así puesto que literalmente es lo que era) tras pasar el control aduanero y podemos comprobar que el aeropuerto de Baneasa aunque pintoresco aparentemente en el exterior, nos resulta algo cutre en el interior, podemos ver por los ventanales cómo los operarios cargan nuestro equipaje en el trenecito de la mejor manera posible y también vemos como en el trayecto desde el avión hasta la recepción de equipaje alguna maleta sale volando del trenecito y el conductor tiene que parar a recogerla, cosa que a algunos nos hace gracia (suerte que no es la mía).
Quien piense que al llegar al aeropuerto encontrará tiendas en las cuales expandir su ego consumista libre de impuestos está muy equivocado pues a lo máximo que se puede aspirar es a cambiar moneda, cosa que me apresuro a hacer puesto que sólo llevo euros. Craso error, después de cambiar 30 euros me doy cuenta que me han cobrado bastante comisión. Oigo a unos chavales hablar en español que la verdad es que entre que no me quedo con su cara y tampoco me apetece alternar ya de inicio con gente de mi habla pronto los pierdo. Salgo ya a la calle y veo como los taxistas pretenden hacer su agosto particular llevando a los incautos turistas a la estación de tren por una pasta (de esto sí estaba advertido), me deshago de ellos mostrándome indiferente y comienzo a andar sin ningún tipo de rumbo dejando que mi intuición me guíe.
Alcanzo en lo que yo pensaba que era un número de la calle y que resultaba ser una parada de autobús, uno de ellos, no sé como funciona aquí el transporte público por lo que me subo tranquilamente sin pagar haciéndome el despistado (cosa que por otro lado se me da bastante bien) cuando me canso de este autobús me bajo en una parada que unía varias líneas e intento ver si algún autobús de los que pasan anuncia la palabra gara (que significa estación) una de las dos palabras que sé en rumano, no veo ninguno y me subo a uno cualquiera utilizando el mismo procedimiento que en el anterior, permanezco un rato intentando ver algo que me indique donde coño estoy cuando me da por mirar detrás del autobús y veo que nos persigue uno en el que pone no se qué dirección y después “gara”, mierda era ese, lo pierdo de vista ante mis desalentados ojos.
Continuo dos o tres paradas más y cuando veo que casi ya no queda gente en el autobús y la evidencia de que no he pagado se me hace cada vez más cercana ante el chófer me bajo del autobús y continúo a pie, algunas de las calles de Bucarest podríamos decir que dan un poco de angustia por lo que a veces me limito a “arrastrar” la maleta en lugar de tirar de ella, después de andar unos 10 minutos y ver que el peso de las maletas hacía ya mella en mí tengo la suerte de toparme de frente con una estación de metro (en Bucarest hay metro? Ni idea la verdad), bajo las escaleras “manuales” nunca mejor dicho porque tengo que bajar la maleta a mano, y me armo de valor para intentar comunicarme con la del metro la cual me da un plano de todas las líneas (creo recordar que son 4) y me indica donde tengo que bajar para coger la línea que me llevará a la deseada Gara de Nord (estación de tren del norte) consigo llegar a ella no sin antes perderme un poco entre sus andenes ya que las indicaciones de las señales que voy viendo las interpreto más bien regular.
Ya en la estación me doy cuenta de tres cosas, uno, la garganta me sigue jodiendo, dos, estoy cansado tanto del viaje como del peso del equipaje que me está baldando la espalda y tres que voy teniendo hambrecica ya. El último alimento que ingerí fue el bocadillo que mi madre me hizo con todo su cariño ayer y que compartí con Ana viendo que en el maravilloso aeropuerto de Valencia no había ni un triste bar en el que cenar algo.
Me dirijo a la taquilla a comprar el billete del primer tren que salga con destino a Iasi y que me llevará hasta el final de este viaje, cuando un lugareño abuelo me mira y me dice Ias? Aquí se pronuncia así y le digo que sí, me pide que me acerque y yo receloso me acerco un poco, al parecer o quiere venderme un billete hacia esa ciudad o me quiere timar, como me inclino más por la segunda opción que por la primera, sinceramente paso de él rápidamente. Pregunto a la taquillera por el primer tren que salga y me dice que el siguiente será a las 12.00h son las 10.30h, lo compro además en primera clase tirando la casa por la ventana, precio unos 28 euros, el trayecto de 400 km que es la distancia que existe entre Bucarest e Iasi la cubre el tren denominado cómicamente “rapid” en la nada desdeñable cifra de 7 horas, creo que nunca he estado tanto tiempo subido en un tren…
Veo que hay un McDonalds y puesto que estoy hambriento me pido algo para llenar el estómago y así poder tomarme alguna droga de las que me ha proporcionado mi cuñada Araceli a modo de antibióticos, lo siento hermanita Mari pero la necesidad es la necesidad y no me arriesgo a estar jodido recién llegado ya, sinceramente mientras me tomo la pastilla pienso en tí. Alzo la vista y veo que me encuentro casualmente en el andén desde el que tendré que coger el tren ahora sólo queda esperar.
Tengo sed y mientras espero me compro agua y pilas para mi minidisc, empiezo a darme cuenta de que en Rumanía proliferan los típicos puestos como el de “merengue” antiguamente en el pueblo pero a lo bestia no por el espacio del puesto sino por la cantidad de cosas que te pueden vender en él todo lo que te puedas imaginar lo tienen los tenderos incluso órganos humanos, esto último es broma mamá, el viaje va a ser largo pero ya estoy casi en la meta, abro la botella de agua y veo con desgana que es agua con gas, litro y medio de insulsa agua con gas que ahora me da pena tirar, bebo un poco. (Después me he dado cuenta de que, al contrario que en España, aquí en Rumanía lo normal es beber agua con gas y no al contrario).
Ha llegado el tren a una velocidad endiablada (más quisiera yo…) visualizo una señora con un sombrero muy cómico que imagino que será operaria del tren moviendo un pañuelo amarillo animadamente con el cuerpo medianamente fuera del tren cosa que no entiendo mucho porque no la espera nadie.
Entretanto mujeres y hombres intentan venderme kleenex, revistas o cualquier cosa en el andén (me rio pensando en todos aquellos que me imaginan vendiendo “la farola”) una de ellas me marea bastante pero no es mala persona, sube conmigo al tren y me acompaña hasta mi asiento que paradójicamente conoce mejor que la revisora si te descuidas, le doy las gracias e intento darle algo de calderilla que rechaza ya que lo que quería era vender sus revistas la pobre mujer, le explico que soy español y como no tiene nada en español desiste (realmente estaba dispuesto a comprarle cualquier mierda en señal de agradecimiento) me pregunto porque habrá rechazado unas monedas?. Antes de que el tren inicie su marcha aún da tiempo para que los vendedores suban a vender sus historias dentro del tren, nadie dice nada por lo que deduzco que es lo normal. Es tren inicia su andadura y todos estos personajes bajan con chocolatinas y revistas de National Geographic y el equivalente del Hola en España bajo el brazo.
El tren no está mal teniendo en cuenta que parece sacado de un libro de Agatha Christie de los años 60, el asiento es amplio como todo el tren en general, la mayor parte de la gente viaja sin equipaje por lo que me resulta bastante sencillo ubicar el mío. La media de edad de mi vagón concretamente la calculo aproximadamente en los 45 años que de no estar otro chaval con pinta de mormón y yo alcanzaría perfectamente los 50 sin problema alguno. Son gente aparentemente afable y con buena pinta nada que ver con las personas de origen rumano que estamos acostumbrados a ver en España.
Me encuentro realmente cansado e intento dormir algo en el asiento de sky del “Orient Express” rumano y lo consigo pero a intervalos de quizá media hora puesto que el cuello en primera instancia y más tarde la espalda comenzaban a molestarme un poco ya después de todo el jaleo de transportes. Me siento ya más relajado el fin de este viaje se acerca y pronto tendré que enfrentarme a mí mismo y a mis incertidumbres y expectativas creadas acerca del lugar al cual me dirijo.
Observo por la ventanilla, entre sueño y sueño, los campos de la extensa Rumanía similares en algunos casos a los de mi tierra, veo como las diferencias entre un país y otro quedan patentes en detalles que a modo de fotogramas de cine visualizo de las gentes del lugar, sus medios de transporte (que precisan con mayor influencia que en España de la ayuda de animales para realizar tareas domésticas, la organización de las calles de los pueblos casi sin asfaltar, la concentración de población en las grandes ciudades dejando a un lado la vida en el campo, etc…
Soy una persona observadora asique, en momentos de aburrimiento me dedico a analizar fisiológicamente a los pasajeros del tren imaginando a qué podrían dedicarse o qué hacen aquí, cualquier cosa para pasar el tiempo. Me llama la atención especialmente el chaval que comenté anteriormente, siento curiosidad por saber de qué religión es más que nada porque no deja de leer un libro negro que se asemeja a la biblia y no hace más que santiguarse, me hace gracia el pensar que tal vez es un estudiante Erasmus como yo pero que se acaba de dar cuenta donde se ha metido y se está arrepintiendo… Queda una hora, me pongo la música a ver si este último tramo me resulta más ameno, el resto del tiempo había tenido los auriculares puestos pero con objetivos muy diferentes, el primero para que la gente no me mareara y el segundo para utilizarlos como tapón de oídos lo que me lleva al primer objetivo.
La última parada ha llegado, recojo mis pertenencias y salgo bastante rápido buscando, esta vez sí, un taxi que me lleve lo más rápido posible a la residencia donde he de alojarme, no me fijo demasiado en la estación ni en nada en particular solo deseo llegar cuanto antes aunque sí me llama la atención la cantidad de puestos de comida rápida y demás historias por metro cuadrado y el Mc Donalds 24h que hay situado a la derecha de la estación (esta vez no voy a picar).
Hay muchos taxis y me decido en tocarle en la ventanilla a uno de ellos que parece que está durmiendo, le obligo a bajar la ventanilla (su rostro me recuerda a super Mario Bros pero en versión rumana y vieja) y le enseño mi móvil en el que tenía anotada la dirección y me dice que “da” es decir, sí, me abre su taxi del siglo XV antes de Cristo e introduzco todo mi equipaje que llena por completo su maletero de juguete. Diez minutos más tarde y tras un breve periplo por una parte del centro de la ciudad llegamos a la zona universitaria y a la residencia “Gaudeamus” desde ahora, mi casa. Intento entenderme con el taxista pero es una persona mayor y tiene la misma idea de inglés (le hablo en inglés o lo intento) que yo de rumano y tras unos minutos de lenguaje de besugos y tras mostrarle uno a uno todos los billetes que poseía en mi cartera, llegué a la conclusión de que lo que me pedía eran 10 lei (unos 2.5 euros) no está nada mal más aún teniendo en cuenta que la mitad del trayecto en Albacete por ejemplo te cuesta el doble, pero bueno corramos un estúpido velo.
Llega el momento de la verdad, entro a la residencia y me encuentro a mi derecha a una señora bastante desagradable a la que comento mi situación de estudiante Erasmus, me pide el DNI y tras apuntar unos datos me dice que la residencia cuesta 490 lei y me da una llave, la cuatrocientos y pico la cojo y subo en el ascensor hacia la habitación sintiéndome algo nervioso por lo que me pueda encontrar. Toco a la puerta pues me imagino que seguramente habrá alguien, nadie contesta, abro la puerta y entro dejando los bártulos encima de una cama y en el suelo y es entonces cuando me doy cuenta de que no sólo estoy en una habitación de dos camas que están ocupadas sino que además los objetos personales de los habitantes de esa habitación (perfumes, secadores y cepillos y algún que otro sujetador) me indican que o son de la acera de enfrente o bien son chicas (explicación más razonable) y al parecer por los libros que hay por encima, de nacionalidad rumana. Lejos de pensar en situaciones de carácter erótico festivo lo primero en lo que pienso además de que un fuerte retortijón azota mi estómago, es donde demonios voy a dormir yo si ahora mismo no cabe ni la maleta tumbada.
Salgo del baño tras desahogarme con todas mi fuerzas, ha sido niño, pero me sigo sintiendo algo incómodo principalmente cuando pienso en el momento en que regresen las chicas y encuentren un intruso en su habitación asique pienso en largarme un rato a dar una vuelta e inspeccionar la zona para situarme un poco, cojo un folio y empiezo a escribir en inglés una nota para avisar de mi llegada y que no cunda el pánico.
Toc, toc… la puerta suena, si no hubiera cagado hacía cinco minutos os aseguro que ese habría sido el mejor momento, abro la puerta y me encuentro a una señora que imagino de primeras que pertenece al personal de limpieza es una pequeña mujer con gafas de los 70 y algo entrada en carnes que me habla y gesticula relativamente rápido y a la cual no entiendo en absoluto a pesar de poner todo mi empeño. Tras unos minutos intentándolo me doy cuenta de que en la recepción se han equivocado con la llave y me han dado otra, recojo el equipaje y salgo de allí como alma que lleva al diablo, no sin antes encontrarme con una de las inquilinas de la citada habitación que mira extrañada la situación, le explico que ha sido un error y le pido disculpas. “Miss señora de la limpieza 1.971” y yo bajamos a la planta 3º esta vez será la buena, toca a la puerta 328 y abre un chico moreno con ropa de estar por casa, la señora se esfuma como David Coppefield y quedo sólo ante el peligro me comunico con el chico que me dice que se llama Jorge, seguidamente le pregunto ¿eres español? A lo que contesta afirmativamente, de Orense concretamente vaya casualidad con la gente que hay aquí y tras intentar evitar el contacto con españoles durante todo mi viaje, de primeras me topo con uno.
Suerte que hay otro chico en la habitación, este otro es turco lo que me posibilita el poder desarrollar un poco mis aptitudes lingüísticas en inglés ya que con él he de hablar en inglés para poder entenderme y cuando hablamos los tres juntos también lo hacemos para no dejarle discriminado al muchacho.
La habitación está bastante bien tiene baño incluido, tele y nevera (siempre tuve el sueño de tener una nevera en la habitación) lo que no entraba en mi sueño era compartir habitación con otros dos maromos a estas alturas de mi vida pero bueno, no hay demasiado problema porque parecen buenos chavales y además yo ya iba mentalizado para esto, por cierto, la calefacción funciona de puta madre, me da la sensación de que voy a pasar incluso calor en este país…
Tengo algo de hambre, me informo acerca de dónde puedo “pillar” algo para introducirme en el gaznate voy, lo compro y regreso, son una especie de alas de pollo rebozadas y con una salsa parecida a la salsa blanca de los kebap con unas patatas fritas y una ensalada, como se puede ver libre de calorías (ejem, ejem) todo por el módico precio de unos 12 lei (3 euros). Estreno la ducha mientras el gallego y el turco se van a correr (me hace gracia visualizarlos en mi mente) y después ceno sin terminarme todo el plato puesto que es bastante cantidad. Ya estoy aquí, la aventura comienza ahora, tengo muchas cosas que hacer, quedan muchas cosas por vivir, muchas andanzas que recorrer, gente con la que hablar, sensaciones que percibir. Estoy muy cansado, apenas puedo mantener los ojos abiertos, abro “tu carta”, la leo y ya tengo nostalgia de ti, me tumbo en la cama cual anciano de 80 años y noto cómo las profundidades del sueño me atraen con sus largos brazos, las luces se van atenuando, duermo, mañana será otro día… FIN DEL PRIMER CAPÍTULO.
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Comentarios (1 comentarios)
Cristian Bobeanu hace 10 años
hola. me han hecho mucha gracia tus peripecias por Rumania y te comprendo, porque no es común para gente de la pen. Ibérica emigrar a ese país. bueno, yo soy rumano y llevo 9 años en España y la verdad que me gusta más esto que mi país. sí que es cierto que Rumanía tiene que currarse más la infraestructura, etc para ser un pais comunitario en el verdadero sentido de la palabra. lo que no me ha gustado es que no has hecho un poco la diferencia entre los gitanos (que tu llamas rumanos) y la gente rumana (paya) que es la mayoría, igual que en España (donde hay payos y gitanos), pero bueno, supongo que tienes que conocer mejor, aunque en el transcurso de estos dos años ya lo habrás hecho. sí, es verdad que a España a inimigrado más bien gente de etnia gitana de Rumanía, pero como yo sabras, los gitanos siempre han sido gente errante, con lo cual, el hecho de que emigren de Rumania, donde ya tienen problemas (una parte de ellos) con las autoridades y dificultades para integrarse en la sociedad, no quiere decir que los rumanos somos así. pero bueno, a fecha de hoy, estoy convencido que Europa occidental sabe hacer la diferencia. y creo tambien que te costó un poco salir de España al saber que vas a ir a un país que paradójicamente no es tan extraño, te costaría un pelin por no saber el idioma, que tampoco es tan extraño, ya sabes que el rumano tambien viene del latin, etc. es cuestion de tiempo. eres joven y te haces rapido al entorno. un saludo.