Recorriendo Escocia (VII)
Una vez acabamos de ver el castillo ya se hizo la hora de comer y bajamos todos andando hasta el pueblo, allí nos dispersamos para elegir cada uno el restaurante o cafetería que más nos gustase. Nosotros, que como ya he dicho no somos muy de sentarnos a comer en estos casos y estábamos ansiosos por ver el resto de la ciudad, elegimos una terracita esquinada justo en lo que sería el punto de encuentro con el autobús unas horas después. En vez de entrar dentro y pedirnos unas hamburguesas o algo consistente, decidimos quedarnos fuera y pedir un par de raciones de patatas fritas y aros de cebolla y sentarnos a picar para no utilizar demasiado tiempo.
He mencionado lo de las hamburguesas porque otra familia que estaba con nosotros en el grupo, eligió también ese sitio pero dentro y en plan sentarse a comer con calma, y como más tarde nos contaron tardaron en servirles unos 45 minutos por lo que perdieron muchísimo tiempo y se quedaron sin ver gran parte de las maravillas y rincones que escondía entre sus calles la ciudad de Stirling. La verdad es que el sitio estaba bien y tenía WiFi gratuito lo que se valora bastante cuando viajas a un país extranjero ya que te permite comunicarte en un breve rato de descanso con tus amigos y familiares o enviar un par de fotos para darles envidia. Cabe mencionar que a mí me conquistaron con dos cosas: la primera es que ponían mayonesa con las salsas que colocan en la mesa (cosa que no hacen en ningún sitio de Madrid que yo conozca) y la mayonesa es la mejor salsa; la segunda es que me pedí una cerveza y a diferencia de Edimburgo, debieron de verme mayor de edad y se ahorraron el pedirme el carné. La pena es que no recuerdo para nada como se llamaba ese sitio.
Tardamos poco tiempo en descansar y en seguida estábamos preparados para volver a subir por las calles en pendiente. Enseguida nos encontramos un edifico cuya puerta tenía un pequeño templete en el que se leía en letras grandes: WALLACE, y encima del letrero una escultura algo más grande que de tamaño natural que supongo sería una representación heroica de este personaje. Lo mejor de esta ciudad es caminar por sus calles, y mientras subes sus escarpadas avenidas girarte mirar hacia atrás y contemplar el pintoresco paisaje urbano, con modestas casas de tres o cuatro pisos que otorgan a ese lugar una sensación muy acogedora. De camino a la vieja cárcel de Stirling también disfrutamos de otros rincones que aunque no teníamos ni idea de que eran, tenían un atractivo singular como por ejemplo un bonito templete situado en una zona ajardinada.
Una anécdota curiosa es que mientras paseábamos tranquilamente por toda esta zona, nos encontramos con una congregación de gente frente a una iglesia que se estaban haciendo una foto armando un poco de jaleo, al momento nos dimos cuenta de que era una boda. No pude evitar fijarme en que bueno la novia iba como siempre con el vestido blanco, pero lo que llamó mi atención es que el novio y los padrinos, así como el padre de la novia (supongo que sería él por la colocación en la foto) en vez de llevar un traje, estaban vestido con el Kilt, esa falda tradicional escocesa de los hombres. Inicialmente fue un poco shock cultural, pero era una bonita estampa que contemplar. Me quedé con la duda de saber si este atuendo típico era usual en las bodas escocesas o estábamos presenciando una boda singular.
Pronto llegamos a la cárcel, a la que teníamos intención de visitar. Antes bajando del castillo nos habíamos fijado en que los pases para verla eran cada media hora y tuvimos cuidado de estar allí a tiempo; sin embargo, no sé porque, si porque era fin de semana o porque justo ese día se tomaban vacaciones, el caso es que estaba cerrada. Nos quedamos un poco con la desilusión porque nos apetecía verla y nos habían comentado que merecía la pena. De todas formas, la entrada eran 6,50 libras para los adultos y 4,50 libras para los niños, salvo los menores de cinco años que entraban gratis.
Aunque fue una desilusión, como siempre digo, ya tengo una excusa para volver a la ciudad (aunque con lo que me gustó no necesito muchos más motivos). Además de la cárcel nos quedamos sin ver muchísimas cosas interesantes en Stirling que por tiempo o por distancia nos habría sido imposible entre ellas: el Monumento a William Wallace que vimos desde el castillo, el puente cerca del cual tuvo lugar una de esas históricas batallas, el campus de la universidad, la Abadía de Cambuskenneth y el campo de batalla de Bannockburn (esa segunda contienda histórica). Pero bueno, algún día volveré con tiempo y podré recorrerme Stirling a conciencia.
Nuestra siguiente parada fue la iglesia de Holy Rude, cuya importancia histórica no hace honor a su modestia. De este templo reconstruido en el siglo XV tras un incendio, podemos ver algunas de sus características artísticas más típicas como los arcos góticos y las columnas de estilo escocés; y, aunque tiene muchas de sus partes remodeladas es impresionante que conserve en su interior el techo de roble original.
La relevancia de este santuario viene determinada por la participación de dos personajes de enorme significación: la reina escocesa María de Estuardo y el sacerdote John Knox, considerado fundador del presbiterianismo. Cuando penetras en sus muros cuesta imaginarse que la reina solía rezar en este interior o que John Knox llegó a predicar dentro, por no mencionar que esta iglesia ostenta el nada despreciable honor de ser la única de Escocia en la que se ha llevado a cabo una coronación (la de Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia). Una enorme ventaja es poder entrar en ella sin tener que pagar nada, aunque como en muchos templos, al comienzo hay una pequeña urna con un donativo optativo para su mantenimiento. Además dentro puedes encontrar información plastificada de la historia del santuario en muchos idiomas diferentes, entre ellos el español.
En las inmediaciones de Holy Rude hay rincones interesantes que bien merecen una visita como un pequeño lugar en la parte trasera de la iglesia que consta de una plataforma elevada con unos cuantos cañones, similares a los del castillo, colocados en fila en posición defensiva. Este es el lugar desde el que se accede al cementerio de Holy Rude, aunque por desgracia cuando fuimos estaba cerrado pero pasamos unos minutos agradables haciéndonos fotos encima de los cañones aunque no sé si eso estaba permitido…. Pero nadie nos dijo nada y fue entretenido.
Otro punto interesante es Cowane´s Hospital, una institución del siglo XVII destinad a acoger a pobres, enfermos y ancianos. Está situado a escasos metros de la iglesia, vamos al lado literalmente, y aunque fue cerrado al público un año después de nuestro viaje nosotros no tuvimos la oportunidad de visitarlo, una pena. Realmente por fuera Cowane´s Hospital tiene un encanto curioso, con la facha de piedra pintada de blanco, techos que rematan a modo de enormes merlones escalonados y la torre central en la que se encuentra esa graciosa estatuilla tan colorida. Aunque lo más llamativo de este emplazamiento son las dos farolas situadas como antesala de la puerta de entrada; la pantalla donde se encuentra la bombilla está decorada en algunas de sus partes con cristales de colores y la forja tiene algunas decoraciones sinuosas como con formas vegetales que las hacen verdaderamente bonitas.
Saliendo de la zona de la iglesia de Holy Rude, nos topamos justo en la calle de enfrente con las ruinas de Mar´s Wark, el último de los puntos de interés turístico destacados como tal que visitaríamos en Stirling. Estas ruinas pertenecían a una casa residencial de siglo XVI que ni siquiera llegó a finalizarse en su época por lo que quien sabe si el aspecto que tendría entonces era similar al de hoy. Apenas se conserva la fachada pero es realmente vistosa pues se yergue imponente en plena calle “principal”, es decir, la que se utiliza para bajar desde el castillo hasta el centro de la ciudad. Lo que más llamó mi atención fue la puerta de hierro de la altura de una persona, que parecía dar acceso a la casa, aunque evidentemente estaba cerrada parecía suscitar una especie de misterio típico de una casa de aire a la vez tétrico y atrayente.
Después de habernos detenido brevemente en la casa de Mar´s Wark nos dispusimos a volver a bajar la calle en dirección al punto de encuentro aunque todavía nos quedaba algo de tiempo y nosotros somos muy de exprimirlo hasta el último momento. Fuimos callejeando y seguimos descubriendo pintorescos edificios y bonitos rincones, entonces nos dimos cuenta (bueno, mi padre se dio cuenta) de que no nos vendría mal sacar algo de dinero ya que como todos sabemos la moneda en Escocia es la libra y aunque aceptan tarjeta en la mayoría delos sitios, no está de más ser un poco precavidos con un par de libras para posibles emergencias o antojos.
Lo de sacar dinero en Stirling no fue casualidad ya que mi padre que es un poco obseso del tema se había informado de que había un Santander muy a mano en la zona de más bullicio del pueblo. Nos dividimos y mientras la mitad de la familia iba a descansar y tomar algo, mi madre y yo nos ofrecimos a ir al cajero, ya que somos los dos a los que más nos gusta patearnos las ciudades sin descanso.
Llegamos a Port Street, donde empezamos a ver numerosos comercios y servicios, por lo que todo empezaba a semejarse a una calle mayor. Port Street desemboca en una zona peatonal totalmente rodeada de tiendas y en cuya zona central hay un par de árboles con bancos dispersos para pasar el rato. De nuevo en este lugar me encontré a otro cantante callejero que si bien no era tan bueno como el de Edimburgo, tenía lo suficiente para obligarte a detenerte unos minutos y disfrutar de su música.
Sacamos el dinero rápido y nos quedamos cotilleando un poco por allí y por allá, con la suerte (o desgracia) de dar con el escaparate de un negocio que era imposible que pasase desapercibido, evidentemente no nos resistimos a pasar. Era como contemplar el paraíso de la gominola o algo así, yo no podía parar de pensar en mi hermano pequeño que estaría ahora en alguna cafetería cerca del punto de encuentro sin poder imaginarse que a unas pocas calles de distancia yo estaba a punto de entrar en su sueño hecho tienda.
Mr Simms Olde Sweet Shoppe por dentro superaba cualquier expectativa, incluso las creadas por su delicioso escaparate y digo delicioso porque daban ganas de romper el cristal y empezar a comerte todo lo que allí había. Galletas de mantequilla, piruletas de todas las formas, tamaños, colores y sabores, toffes de todo tipo, variedades sorprendentes de palomitas de maíz, dulces de coco, chucherías artesanales, múltiples tipos de regalices diferentes, y bueno, lo mejor de todo: el chocolate.
Por supuesto tenían productos igual de apetecibles y casi igual de variados sin azúcar al igual que para vegetarianos. Era una tienda llena de color, no sé cómo describirlo, era pequeña pero se presentaba como el escenario de alguna película, demasiado bueno para ser real, me recuerda vagamente a la película de Mr Magorium y su tienda Mágica, o bien, a la tienda de Sortilegios Weasley (Harry Potter y la Orden del Fénix) pero en versión dulces.
Antes he dicho que por desgracia, bueno, no es que los productos fuese excesivamente caros pero baratos no eran y aunque quisiésemos elegir un capricho para la familia la variedad era tal que sufrimos un poco de bloqueo sin saber que escoger. Eso se unió a que teníamos que irnos ya o llegaríamos tarde y no queríamos volver a retrasarnos, además había algo de cola para pagar y para que te atendiesen (pues algunas de las chuches, toffes y regalices había que pedirlos al mostrador ya que estaban en los recipientes trasparentes de detrás).
En fin, que nos fuimos sin comprar nada a toda prisa, a día de hoy todavía lo considero uno de los grandes errores de mi vida. Afortunadamente un matrimonio del grupo habían comprado una tableta de chocolate de las cincuenta distintas que había (con nubes, con fresas, con frutos secos, de varios sabores, de varios chocolates mezclados…) y nos dieron a mi hermano y a mí una onza para probarla. Estaba delicioso, en ese momento descubrí que todavía podía arrepentirme mucho más de no haber comprado aunque solo fuese una tableta. Cuando volví a España busqué su página web con la esperanza de que hiciese envíos al continente, pero lamentablemente no tienen esa opción todavía aunque dicen que están trabajando en ello asique confió en que algún día pueda pedirme una caja enorme que me dure un año entero.
Llegamos de nuevo al autobús y nos subimos mientras echábamos una última ojeada al castillo que se veía a lo lejos situado imponente en la colina. Nos encaminamos hacia Glasgow, la ciudad que nos acogería durante nuestras dos últimas noches de viaje. El trayecto duró un poco más de media hora por lo que llegamos a Glasgow al atardecer, cuando todavía quedaba algo de sol. Nuestro primer contacto con la ciudad más grande de Escocia fue a través de su catedral, que se encuentra situada en el centro de la ciudad. En este caso cuando entramos dentro del templo no fue la guía quien nos hizo la visita con los datos histórico- artísticos de rigor sino que el recorrido fue capitaneado por lo que debía ser un trabajador independiente o bien contratado por el organismo que rige la catedral.
Este edificio de estilo gótico es el único de tipo religioso de época medieval que se mantuvo en pie tras la reforma protestante. También conocida como catedral de San Mungo (o San Kentigern) ya que este hijo bastardo de una princesa (según la leyenda) es el santo patrón y, y fundador, de la ciudad de Glasgow. Lo más destacable de la construcción es la cripta de su interior que alberga el sepulcro de San Mungo que atrajo por su carácter de santo obrador de milagros a numerosos peregrinos desde su muerte en el siglo V, pero sobre todo fue un centro de peregrinación importante en época medieval.
Esta devoción por el santo se presenta también en las farolas que se encuentran ante la entrada del templo pues en su parte superior están rematadas con un curioso conglomerado de figuras: un pez, con un anillo, una campana, un árbol y un pájaro, todos ellos símbolos relacionados con leyendas del santo y que además se encuentran también formando parte del escudo de la ciudad.
El interior en sí es agradable, presenta cierto interés artístico pro en su mayoría está bastante reconstruido y la oscuridad del lugar unido a la rapidez de nuestra visita hizo que me fuese difícil fijarme con precisión y poder disfrutar del conjunto arquitectónico en todo su esplendor. Un detalle importante es que la catedral en verano apenas abre hasta las 17:30 (en domingo cierra media hora antes), y es importante tenerlo en cuenta para ir a visitarla, ya que nosotros llegamos muy justos y por eso tuvimos que verla de forma tan acelerada.
Al salir, apenas pudimos apreciar desde lejos la colina con la necrópolis victoriana conformada sobre todo por las familias pudientes, las cuales buscando perpetuar su fama tras la muerte encargaban monumentos funerarios llamativos, visiblemente apreciables en la lejanía, así como curiosas cruces celtas. Sin embargo, por la falta de tiempo no pudimos subir al promontorio para ver dichos monumentos de cerca ni disfrutar de las vistas que desde ese alto se tienen de la ciudad.
Lo que sí pudimos ver, aunque brevemente, es la estatua de David Livingstone que se encuentra al final de un pequeño camino con parterres de flores en el eje axial de la salida de la catedral. Livingstone fue un personaje nacido en Glasgow que destaca por sus labores como explorador y misionero, labor a la que contribuyó con su formación en medicina. La escultura es bonita y curiosa sin más y sirve como punto de interés para pasarse y disfrutar de la vista de la catedral mientras la guía nos contaba algunos de los periplos de Livinsgtone como explorador por el Nilo o el río Zambeze; además a lado de la estatua hay una reproducción de lo que parecía ser un plano a escala de toda la ciudad de Glasgow, o tal vez solo del centro, lo llamativo es que estaba hecho de algún tipo de metal y los edificios estaban en relieve.
Después de esta pequeña incursión nos llevaron al hotel cuyo nombre tampoco recuerdo pero sí sé que estaba bastante a las afueras, en una zona muy industrial. Nos dejaron algo de tiempo libre pero por las horas que eran ya que quedaban apenas dos para la cena, decidimos quedarnos en el hotel descansando un poco porque había sido un día muy largo. La verdad es que pocas cosas agradables tengo que decir de este lugar, ya que me tocó por cuestiones de espacio, dormir en una cama supletoria bastante mala, por no decir que estaba curvada en la mitad de tal forma que al tumbarte tu columna vertebral hacia una ese muy incómoda. Los baños estaban bien y por el resto era un sitio muy normal, de estancia masiva con cuatro ascensores, lo típico. Y en cuanto al menú de la cena lo mismo de siempre con el ya casi tradicional salmón al horno y la característica tarta de limón.
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