... y tenía que pasarme aquí.

Al final tuve que ir al hospital.

Unas dos semanas después de llegar a Stavanger pillé (no sé cómo) una molesta infección de orina. Por supuesto al principio no le di mayor importancia, sobre todo porque lo había tenido varias veces de niña, y la cosa siempre acababa por solucionarse a base de beber muchísimos líquidos.

La cuestión era que por mucho que bebía y ponía en práctica los tropecientos 'remedios de la abuela', que todo el mundo me daba, la infección allí seguía. Por cierto, tened en cuenta que cuando digo 'todo el mundo' me refiero a mis compañeros de clase de 19 nacionalidades distintas, con lo cual, acabé llevando a cabo los remedios de las abuelas de medio mundo. Aún así, nada.

Una compañera y buena amiga de clase me dio unas pastillas, que su madre y ella tomaban de vez cuando cuando les daba la infección. Tras acabar la cajetilla, esta menda seguía igual. Así que opté por unos antibióticos bastane fuertes que me había traído de España. Además de producirme unos efectos secundarios horribles (dolores musculares, escalofríos, de todo vamos), no me quitaron la infección.

Y supongo que a estas alturas muchos os preguntaréis, ¿y por qué narices no fuiste al médico? Bien, en primer lugar, un compañero de clase había tenido problemas de salud (algo similar a lo mío), y el servicio sanitario había dejado muchísimo que desear, de modo que se había pasado como semanas esperando resultados, y nada. Y en segundo lugar, se me había olvidado sacarme la tarjeta sanitaria europea, de modo que temía que a) no me quisirean atender, o b) me fueran a cobrar un ojo de la cara.

Así las cosas, otra amiga de España me recomendó un medicamento 'infalible', que mi madre me mandó de España, y que tampoco hizo efecto...

Fue entonces cuando decidí acudir al médico; bueno, a Urgencias. Siempre he tenido fe en el servicio de Urgencias de los hospitales, por la sencilla razón de que van a grano. Sí, es verdad que te hacen las mil pruebas y análisis, y que suele llevar una espera eterna, pero al final una sale de allí con las cosas claras.

Aunque tenía mis dudas, he de confesar que el trato no pudo haber sido mejor. Tras un análisis de orina y otro de sangre, y comprobar que mis riñones seguían funcionando bien, me recetaron unos antibióticos que, de momento, parece que funcionan.

Moraleja: ¡Niños y niñas, no tengáis miedo del médico!


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