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Levando anclas en el mar Adriático


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A pesar de su popularidad entre los turistas y sus playas llenas de gente, Split, Croacia, es un lugar que no te puedes perder, pues es imposible no sentirse inspirado al mirar las cristalinas aguas azules del mar Adriático. Durante nuestra estancia en Split, decidimos dar un paseo en barco que pararía en varias islas para darnos un baño, así como hacer un picnic de pescado a la parrilla en largas mesas para que todos puedan disfrutar de la captura fresca de la zona.

Antes del viaje

Llegamos temprano al puerto para poder tomar un cappuccino. Bebiendo nuestra dosis de cafeína desde el banco de un parque a la sombra de una palmera, admiramos los enormes barcos y yates que se mecían sobre las tranquilas aguas. Las pocas horas de paz que pudimos tener antes de que la marabunta de turistas apareciera fue la primera pista de que ese día iba a ser uno de los más memorable del intercambio.

Finalmente, nuestro capitán anunció que saldríamos pronto. Subir al barco fue una experiencia aparte, pues había tres barcas ancladas una junto a otra, formando un puente que teníamos que cruzar para llegar a nuestros asientos.

Picnic de pescado

Tras instalarnos, me eché una cabezadita mientras la brisa jugaba con el pelo que se escapaba de mi despeinada cola de caballo. Con tan solo 45 minutos para nadar antes de comer en nuestra primera parada, bajamos rápidamente del barco y nos sumergimos en el mar frío e inmaculado. Poco a poco conseguí meter todo el cuerpo, aceptando el dolor que iba a pasar mientras mi cuerpo se aclimataba a la temperatura del agua.

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Mi amiga y yo nadamos lo más lejos posible de la orilla, hasta que el sonido de niños jugando y gente charlando pasó a ser el sonido de nuestra respiración sobre el agua.

Justo cuando alcé la cabeza para sentir los cálidos rayos de sol, oí un alarido de dolor a mi espalda. Me giré para contemplar una expresión de terror en la cara de mi amiga, pues había pisado un erizo de mar que había en el fondo. Inmediatamente nadamos de vuelta para evaluar el daño. Al ver tres minúsculas astillas plateadas clavadas en su pie, supimos que no iban a salir a menos que usáramos una herramienta punzante.

Corrí en busca del capitán, que me llevó al barco a ver qué podía encontrar. Le oí rebuscar y tirar algunas cosas y finalmente apareció con vendas. Le repetí que necesitaba unas pinzas o algún objeto punzante para quitarle esas pequeñas lanzas de dolor a mi amiga del pie. Se giró hacia una estantería cercana y dio con una aguja de coser vieja y oxidada. Intenté ocultar mi asco mientras la ponía en mi mano con expresión de victoria. Le di las gracias y me fui a mirar lo que llevaba en la bolsa para ver si podía sacarle esa cosa a mi amiga sin provocarle una infección en el proceso.

Mientras me hacía esa pregunta, oí al capitán detrás de mí, llamándome con su marcado acento. Esperaba que hubiera encontrado una herramienta de primeros auxilios válida, pero lo que me dio fue una botella sin ninguna etiqueta con un líquido transparente. A continuación, empapó la aguja con ese líquido y afirmó que estaba desinfectada y lista para usarla. Yo no me sentía mucho más conforme con la limpieza y volví con mi amiga para explicarle la situación. Decidimos dejar las espinas como estaban, esperando que de alguna manera se solucionara solo.

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El picnic de pescado fue una muy agradecida distracción del dolor. Nos sentamos, preparadas para devorar todo el pescado, aún chisporroteante del calor de la barbacoa y no nos decepcionó. Jugoso y lleno de sabor, fue una de las mejores comidas que había tenido en mucho tiempo, después de semanas comiendo productos aleatorios de supermercado.

Una vez que terminó la comida y todos se fueron, nosotras nos quedamos, poniéndolos las botas con la ensalada que quedaba, dispuestas a darlo todo en esa comida de verdad.

Laguna Azul

De vuelta en el barco, con el estómago lleno y una inyección inesperada en una de nosotras, esperamos con ganas la siguiente aventura que nos aguardaba en la próxima parada, la Laguna Azul. Esperábamos parar en otro muelle, pero en su lugar echamos anclas en mitad de las aguas transparentes. Entonces nuestro capitán vociferó: «Si queréis nadar, adelante». Algo confusas, oímos cuatro ruidos de chapoteo seguidos, pues la gente del barco había convertido la parte superior en un trampolín. Sin más opción que unirnos, saltamos a las aguas cristalinas, una refrescante sacudida a nuestro sistema.

Isla Šolta

En lo que pareció un pestañeo, se hizo hora de volver, esta vez en dirección a un pueblo típico dálmata en la isla de Šolta. Al llegar nos recibió la belleza del puerto, con una fila de casas y cafeterías de tejados naranjas alineadas en el paseo. La sal del mar nos había dejado la boca seca y buscábamos una bebida refrescante. Sentadas en la playa con una Coca-Cola en la mano, nos despertó de este sueño el sonido de una bocina que nos llamaba de vuelta al barco.

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Viaje de vuelta

Šolta fue nuestra útima parada en esta aventura marinera. Sin embargo, lo mejor del viaje nos esperaba en la parte delantera del barco, donde nos sentamos juntas durante el camino de vuelta y dejamos que el sol y la brisa nos secaran el pelo y que las olas nos salpicaran.

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