La odisea del primer día

Perdido pero encontrado

Era 11 de septiembre, el día D, la fecha escogida para embarcarme en ese Airbus con origen BCN y destino NUE, Nuremberg. Era yo, aquel manojo de nervios que cruzaba por los controles de seguridad, dejando atrás una tan cómoda zona de confort y dirigiéndose a cumplir con un sueño, un reto y un viaje personal. Siempre es una necesidad, eso de ponerse a prueba.

“Posicionando la vida por encima de los miedos”

Aterrizamos con retraso, el siguiente paso, era encontrar la estación central de Nuremberg y el tren que me llevase a mi destino final cuyo billete ya llevaba comprado de casa. Había que evitarse complicaciones. Localizado número de anden, me encaminé aprisa para no perderlo y con las mismas prisas me topé con los primeros obstáculos, las escaleras, benditas escaleras. Como pude, me dispuse a subirlas con la comodidad que suponía hacerlo con las dos maletas facturadas que llevaba, no sé cuál pesaba más. Menuda cruz a las espaldas.

Después de preguntar mil veces, me confirmaron que el tren que llegaba era el mío, el número coincidía, era el mío. Sin embargo, la pantalla informativa de la estación mostraba dos direcciones distintas para el mismo tren, no le di más vueltas, me subí. Una vez dentro, me sorprendió la calidad y anchura de los trenes, con cara de agradecido después del sofoco previo me decidí a sentarme y así tomarme la molestia de evaluar la ergonomía de los asientos.

Me puse en los de cuatro que eran más espaciosos y era lo más adecuado para poder acomodar a mis acompañantes. Coloqué las dos maletas sobre los asientos de enfrente para tenerlas a la vista, pero, no duraron mucho, no paraba de entrar gente en el vagón (algo inusual un miércoles al mediodía en una de las ciudades más pobladas de Baviera) y empezaban a acumularse en el pasillo. Finalmente, como se veía avecinando, una persona me comentó que podía colocarlas en los compartimentos superiores y así liberar dos asientos para que los demás se pudiesen sentar, algo que yo ya había visto antes pero que veía totalmente inviable, por el espacio de éstos y, sobre todo, por lo que llegaban a pesar las maletas. En verdad había espacio de sobras.

Bueno, le hice caso, también los nervios y la inexperiencia me incapacitaban argumentarle el porqué de dejarlas justo ahí, ocupando. El hombre, muy amable se dispuso a ayudarme a colocarlas arriba, cogió la primera e hizo el intento de levantarla, suspiró y dijo: - Wow it’s too heavy. Yo me reía tímidamente y, al mismo tiempo pensaba: - ¡¿joder, me lo dirás a mí?!

Al final, entre los dos conseguimos ubicarlas arriba. Pasado un rato de trayecto, me dio por mirar las paradas en la pantalla, a mi asombro, en ningún momento apareció mi destinación dentro de las paradas faltantes, así que pregunté a mi acompañante, el mismo que me comentó la genial idea de los compartimentos.

-          Sorry, do you know if this train stops in Schweinfurt? – pregunté muy pero muy preocupado

-          I would need to check it in the app. Don’t you have it? – me contestó dubitativo.

-          No. I haven’t downloaded it. – respondí.

El hombre, dispuesto a ayudarme, comprobó en la app de Deutsche Bahn el itinerario del trayecto. A lo que me contestó:

-          You are in the right train but not in the right part. – contestó mientras mantenía fija su mirada en el móvil buscando alternativas.

-          And what I do can – dije casi sin saber hablar inglés mientras sostenía todo el mundo cayendo sobre mí.

Vamos que se había cumplido lo que me temía, me había subido en la parte errónea y ahora ya era demasiado tarde para cambiarme de vagón. Sin embargo, el hombre me facilitó una ruta alternativa, que pasaba por bajarme en Bamberg y ahí esperar al tren que me llevaría. Y eso hice. Durante el trayecto hasta llegar a la estación donde debería hacer el trasbordo estuvimos hablando, me preguntó por el motivo del viaje, el idioma etc. y acabamos discutiendo sobre las raíces de las lenguas y las condiciones laborales de nuestros países de origen. La verdad que estrechamos una bonita amistad, eso sí, duró lo que tardó el tren en alcanzar mi punto de enlace.

“Durante tu viaje conoces a personas que jamás olvidarás”

 

Primeras sensaciones a mi llegada

El primer día es un shock emocional, así que trata de que las primeras sensaciones, comentarios, expectativas que te hayas podido crear no condicionen tú experiencia. Es normal, es producto de los nervios del día, del estrés y de la inquietud por que todo salga bien. Además, es todo nuevo, mucha información de golpe y acabas agotado.

Después de que me recogiesen los buddies (alumnos que reciben a los Exchange en su primer día, “les ayudan” y les entregan las llaves de su habitación de la residencia) en la estación central de SW, nos dirigimos a lo que sería Mi Casa para los próximos 6 meses. Dejé el equipaje y fui con uno de ellos al Lidl, había que proveerse.

De camino hacia allí estuvimos hablando, me informó sobre diferentes supermercados dónde ir a comprar, algunos sitios donde poder comer algo rápido e inevitablemente le pregunté por la vida en la ciudad:

-          ¿Qué tal el lugar? ¿la vida aquí? – pregunté curioso.  A lo que contestó:

-          Aquí hay poco que hacer, esto es más un viaje introspectivo. – dejó caer entre risas.

Esas palabras fueron como un puñal y me marcaron para el resto del día, así que a la que llegué a casa me moría por derrumbarme, llamar a mi familia y comentarles que qué había hecho. Genial idea esa de culminar tu primer día de esta manera: solo y sin saber dónde me encontraba.

Pero, nada más lejos de la realidad, lo hay, y mucho.

“No hay nada que hacer para el que no quiere cambiarlo”


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