Escapadas desde Madrid (IV): Santander

Publicado por flag-es Héctor Vera — hace 7 años

Blog: Hablando de Madrid
Etiquetas: flag-es Blog Erasmus Santander, Santander, España

Escapadas desde Madrid (IV): Santander

Al salir de las cuevas tardamos otra hora en coche en llegar a Santander, esta vez por carreteras mejores y ya os conocíamos el truco de pasar de las indicaciones GPS y simplemente seguir los carteles de autopista. A pesar de que la capital de Cantabria tiene muchos atractivos turísticos, nosotros fuimos únicamente para visitar la Península de la Magdalena pero hay otros muchos edificios emblemáticos como el edificio del Banco Santander, el Mercado del Este o la Plaza Pombo así como numerosas playas que nos habría gustado ver.

Playa del Camello

Llegamos a Santander y nos dirigimos directamente a la Playa del Camello que es la que está situada más cerca de nuestro punto de interés, la Península de la Magdalena, y además contaba con la enorme ventaja de disponer de un gran número de plazas de aparcamiento en un parking gratuito al aire libre. Nada más bajar del coche notamos la humedad propia de la costa, y el aire fresco y limpio que llegaba desde el mar. Nos quedamos un rato admirando el horizonte desde uno de los miradores circulares situados en el paseo.

El curioso nombre de este lugar, procede de una formación rocosa que hay en algún punto de su orilla, que parece ser que tiene apariencia de camello (o más bien dromedario pero como es menos conocido pues se popularizó la otra denominación). Además muy cerca del aparcamiento hay una cita del famoso escritor del realismo español Benito Pérez Galdós que en su obra Gloria de 1877 aludió a este litoral con el ya mencionado apodo de los camellos. De todas formas nosotros no pudimos ver la famosa piedra que designa el lugar y a que tan solo nos fijamos en la extensión de arena y mar cercana al lugar donde habíamos aparcado y en seguida proseguimos hacia el emplazamiento de la península cuyo extremo norte se apreciaba bien visible hacia la derecha.

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Península de la Magdalena

Este parque público es famoso sobre todo por el palacio que en su cumbre alberga y que fue propiedad de Alfonso XIII ya que la ciudad de Santander le regaló toda la extensión de la Península, unas 24, 5 hectáreas al rey para que lo utilizase como lugar de recreo. Sin embargo, antes de acceder al palacio hay algunos espacios más en la zona inferior que son bastante interesantes y sobre todo lo que más se disfruta es del paseo total a lo largo de toda la isla.

Antes de entrar por la puerta del parque lo que llama la atención es un pequeño quiosco con suvenires, bebidas y helados; evidentemente ya era por la tarde pues llegamos sobre las 15:00 e hicimos la parada de rigor para surtirnos de agua y unos graciosos imanes con forma de barco de los que se encaprichó mi madre para nutrir la colección de imanes del mundo que tenemos en la nevera de casa. Cuando entras ya en el recinto lo primero que te encuentras es el mapa de toda la península, sugiriéndote un recorrido que empiece desde la derecha, suba hacia el palacio y baje por la izquierda y fue lo que nosotros seguimos.

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La verdad es que la primera impresión es que es un recinto natural agradable para pasar la tarde, al que los habitantes suelen ir asiduamente a montar en bici, correr, jugar con sus hijos y esas cosas; vamos una especie de parque del Retiro pero en el norte.

También me resultó curioso porque le encontré varios paralelismos con la Isla Margarita de Budapest, aunque salvando las distancias porque una está rodeada por el Danubio y la otra por el mar, más concretamente la playa que se sitúa en sus límites es la Playa de la Magdalena, que comparte nombre con la península. A pesar de que me parecieron bastante similares mi experiencia de las dos fue diferente, una en el extranjero con mi novia y un día espléndidamente soleado y la otra más familiar en territorio nacional y bajo un cielo un poco encapotado que afortunadamente anunciaba lluvia pero solo precipitó unas pocas gotas mientras comíamos.

Mientras mis padres paseaban tranquilamente con mi hermana, yo acompañé a mi hermano pequeño a acercarse corriendo a ver la playa, aunque este cometido no es que fuese muy fácil porque había una especie de vallas de red metálica en el recinto que te hacían dar mucho la vuelta y no podías hacer el camino totalmente recto.

Al acercarnos a la costa mi hermano no pudo evitar fijarse en el parque infantil que había a escasos metros de nosotros y al que el resto de la familia estaba llegando desde la senda de arena delimitada, asique fuimos hacia allí donde había un par de niños disfrazados (un spiderman y algunas princesas) y otros más jugando como locos. La verdad es que era un área infantil grande y variada, ese tipo de recinto que los niños disfrutan muchísimo con varios toboganes y columpios y en vez de estar sobre el césped, todo el área se situaba encima de una especie de suelo de caucho azul blandito por si se caía algún niño supongo.

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A todo esto no habíamos comido y ya eran las tres y media o así por lo que empezamos a tener todos bastante hambre. Al lado del parque infantil estaban los edificios de las caballerizas que en verano actúan como una institución que organiza circuitos de hípica para jóvenes y adolescentes. En otoño e invierno tiene la mayoría de sus estancias cerradas pero permanece abierta la cafetería del conjunto que además consta de una pequeña terraza para los fumadores.

Cogimos una mesa en la terraza porque no hacia un frio excesivo fuera y nos pedimos básicamente lo poco que les quedaba de comida que fueron un par de pinchos de tortilla de patata rellena (con jamón y queso). A nuestro lado se pusieron enseguida dos matrimonios que en total juntarían como siete niños pequeños a los que Guille se unió para jugar, y mientras tanto a sus padres les sacaron un montón de comida como varios montaditos tipo bocadillo pequeño y otros tantos pinchos que según oímos tenían reservados desde las doce. Asique debe de ser común en el lugar que las familias asiduas del parque infantil pasen antes a la cafetería a reservar comida previendo que después de las horas de juego apenas quedará nada disponible y así se aseguran el almuerzo.

Mientras estábamos comiendo cayeron las únicas gotas de la tarde y fue apenas una llovizna asique en cuanto amainó salimos y seguimos en dirección al palacio. Al apsar por una zona con algunos árboles altos y una especie de lugar habilitado para picnics con mesas y sillas de madera típicas del almuerzo en el campo, empecé a fijarme en lo que parecían ser troncos de árbol cortados y tallados con forma de silla. Me llamó muchísimo la atención, la primera “silla” que vi era bastante tosca por lo que me supuse que o sería una casualidad o algún gracioso aficionado que la había tallado con una navaja por puro aburrimiento.

Sin embargo, a medida que seguimos recorriendo nuestro camino vi que estaba equivocado porque sobre todo en las colinas anterior y posterior al palacio se pueden ver estas simpáticas tallas multiplicas: plumas (muy detalladas), todo tipo de sillas e incluso setas a las que se les ha pintado la parte superior en rojo.

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Para llegar al Palacio hay que bordear la isla por su extremo, el cual cada vez está situado a mayor altura por lo que el paseo es cuesta arriba lo cual conlleva la desventaja del cansancio y el aumento del viento pero como contrapartida tiene unas vistas cada vez más bonitas del mar y de los acantilados que se forman en el extremo de este conjunto natural. Hay algunos bancos difuminados aquí y allá para sentarte a observar el mar, nosotros paramos unos minutos y contemplamos una especie de regata o entrenamiento de varios barcos de vela. Las vistas eran bonitas pero se centraban sobre todo en la inmensidad del mar por lo que tampoco tenían nada de particular.

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Por fin llegamos al Palacio Real de la Magdalena, que fue construido a principios del siglo XX gracias a una iniciativa popular en la que los ciudadanos y el ayuntamiento de Santander sufragaron las obras en una especie de labor de micro mecenazgo y así por suscripción popular Alfonso XIII obtuvo como regalo este edificio que se convirtió en su residencia de verano. Pero ser una residencia de recreo de la corona española no ha sido su único uso ya que además de ser un campo de concentración franquista durante los años de guerra civil, tras ser restituido a la ciudad de Santander en una venta en 1977 actualmente alberga definitivamente la Universidad Internacional Menéndez Pelayo además de ser utilizado esporádicamente para realizar diferentes congresos y reuniones, o bien para la celebración de bodas y eventos.

A pesar de que a lo largo de la semana hay varios pases para la visita interior tanto por la mañana como por la tarde, nosotros fuimos un sábado y los fines de semana tan solo se puede acceder a él en las horas de la mañana siempre en visitas guiadas cuya entrada cuesta tres euros por persona. Por lo que nos quedamos sin verlo por dentro pero tampoco fue una pérdida irrepetible porque realmente lo único especial que tiene son los muebles de la decoración de 1919.

Además prescindir de ver las estancias interiores nos otorgó la libertad que te da no tener una hora límite ni una cita concretada por lo que pudimos pasar mucho tiempo en los exteriores haciendo fotos y viendo el panorama natural, sobre todo con la visión del mar de fondo desde el mirador. El palacio está situado sobre un gran promontorio por lo que desde él se pueden contemplar todos los espacios de la isla.

El edificio tiene un aspecto algo ecléctico, a mí me resultó semejante a los castillos de princesas de plástico con los que jugaba mi hermana. Con resonancias inglesas tiene balcones y escalinatas como rincones de tipo francés y otros procedentes del barroco español de esta zona norte.

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Tras la colina de bajada el siguiente emplazamiento turístico llamativo es lo que se conoce como Museo del Hombre y la Mar pero realmente está formado solo por cuatro reproducciones de embarcaciones, una burbuja de salvamento algo extraña y una estatua de una sirena como representación de las típicas esculturas que se solían poner en las proas de los barcos. Lo que más llama la atención son los tres galeones iguales que realmente son una imitación de las tres conocidísimas carabelas con las que Colón llegó a América: la Pinta, la Niña y la Santamaría.

En una inscripción en el centro de este museo al aire libre se puede saber que los barcos son donaciones de Vital Alsar Ramírez, un marinero originario de Cantabria que decidió imitar a Colón aventurándose en el atlántico y llevando a cabo además otra serie de expediciones, las más conocidas en Australia. Así este recinto nos ilustra sobre las aventuras en las que este marinero decidió participar con la reproducción de la carabela Santamaría, construyendo un barco llamado Marigalante con el que realizó en 1987 una expedición homenaje a Colón cruzando el Atlántico.

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Justo inmediatamente después del museo hay un mirador que sobresale respecto a la línea del mar, muy típico de las zonas del norte de España pues en San Sebastián recuerdo que había uno similar.

Y después del mirador entramos en una zona curiosa en la que han habilitado una especie de mini zoo marino, con únicamente un espacio para los leones marinos, otro para las focas y otro para los pingüinos. Es bastante gracioso porque uno no se espera encontrarse este tipo de animales incluidos en un lugar como la Península de la Magdalena pero esto reforzó mi idea de comparación con respecto a la Isla Margarita de Budapest ya que allí también había un pequeño zoo aunque en ese caso era de animales de granja.

El agua en el recinto de los leones marinos entraba directamente del mar con cada ola o subida de la marea ya que los espacios del zoo estaban construidos usando las formaciones de rocas naturales. Y las focas tenían una pequeña piscina independiente con la puerta sie pre abierta de tal forma que podían deslizarse hasta un ámbito mayor especial para ellas que es muy parecido al que tienen también por ejemplo en el zoo de Madrid.

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