Escapadas desde Madrid (IV): Limpias y Castro Urdiales
Desde Santander regresamos directamente a Limpias con la suerte de que tan solo 35 minutos en coche separan una ubicación de la otra y todo el trayecto se hace por autopista asique fue muy cómodo y rápido. A las siete de la tarde ya habíamos llegado al parador y como era pronto decidimos ducharnos, cambiarnos y dar un paseo por el municipio de Limpias que hasta ahora no habíamos visto y además teníamos curiosidad por visitar el famoso Cristo de Limpias que se encuentra en la iglesia de la plaza del pueblo.
Desde el parador apenas tardamos quince minutos en llegar hasta la iglesia ya que esta localidad es muy pequeña, apenas tiene diez kilómetros cuadrados de superficie total. El pueblo se dispone de una forma muy curiosa pues no está todo concentrado en una zona con calles sino que las casas se distribuyen de forma más bien radial, hay una calle que lleva desde el parador a la iglesia rodeada de algunas casas, y luego desde la plaza nace otra calle cuesta arriba que parecía tener más urbanización.
Limpias no es el típico pueblo que un estudiante visita por placer, yo probablemente jamás habría estado en esta localidad si no fuese porque el parador fue el alojamiento elegido por mis padres.
Es un lugar que tiene encanto, hay un pequeño río circundado de acequias, algunos parques, casas pintorescas de colores llamativos y lo más bonito sin duda es la plaza pero realmente no lo consideraría un lugar imprescindible que ver en la vida aunque me parece idóneo para unos días de descanso y relax en contacto con la naturaleza. Es el típico destino que elegiría para unos días de desconexión con mi pareja pasándolo fundamentalmente dentro del parador y dando largos paseos por las pequeñas callejuelas rodeadas de naturaleza.
El Cristo de Limpias es bastante conocido por lo visto, yo no había oído hablar en mi vida de él pero algunos compañeros de trabajo de mi madre le habían insistido que fuese supongo que por devoción. Esta escultura de Cristo crucificado se encuentra en la iglesia parroquial de San Pedro también conocida como el santuario del Santísimo Cristo de la Agonía, evidentemente en honor a la obra religiosa que encierran sus muros. El caso es que la leyenda popular afirma que esta talla miraba a los fieles y sudaba sangre, lo que sería un episodio casi milagroso o a veces se dice que respiraba.
El Cristo milagroso no es el que hay en el retablo del altar sino en la pared lateral de una de las naves, y para los interesados en visitarlo han de tener en cuenta que está prohibida la visita en horario de misa. A la salida hay una pequeña tienda religiosa con rosarios y cruces e incluso imanes con la imagen del Cristo pero a mí lo que me llamó la atención es una pequeña vivienda que me recordaba muchísimo a las casas de los hobbits de la comarca en el Señor de los Anillos por el techo bajo y la puerta ovalada. Además el jardín que rodeaba la casa era muy bonito y se notaba que estaba cuidado, era un rincón en el que daban ganas de pasar y tomar el té o algo así, evidentemente no se puede ya que es de un particular y constituiría un delito de allanamiento de morada pero realmente destacaba en el paisaje del pueblo.
El domingo era el último día que tendríamos la posibilidad de hacer una visita turística íntegra ya que el lunes que todavía era fiesta debíamos volver a casa pronto con tiempo. Asique decidimos que el domingo lo pasaríamos viendo la ciudad de Castro Urdiales, situada a tan solo veinte minutos en coche desde nuestro alojamiento.
Cuando llegamos al municipio dejamos el coche en el parking subterráneo al lado del puerto que es lo más práctico para tenerlo a mano, cerca del centro, y protegido porque tenía vigilancia. La primera impresión que tuve fue que Castro Urdiales era diferente a todo lo que habíamos visto hasta ahora, incluso diferente de cualquier otra ciudad en la que yo hubiese estado. Era precioso, la vista con el puerto, la iglesia y el faro en un alto, y la calle principal llena de casas de arquitectura con decoración sobria pero llamativa. El pueblo estaba en plena ebullición, eran las 11:30 más o menos y al ser una mañana soleada y algo calurosa parece ser que todo el mundo había salido a la calle.
Lo primero que hicimos fue dirigirnos hacia el promontorio en el que se encontraban el santuario y el faro. Pasamos por la plaza central y subimos unas escaleras que había al lado de un bar lleno de gente. Llegamos a la iglesia de Santa María de la Asunción y lo raro es que esta imponente construcción de mezcla de estilos románico y gótico no fuese lo que más llamaba la atención del lugar, pero la realidad es que te costaba girarte hacia el templo teniendo en el otro lado una vista panorámica impresionante de toda la localidad con el sol reflejándose en el mar y todo el bullicio del mediodía.
Entramos en esta iglesia cuya construcción abarcó dos siglos (siglo XIII-XV) y cuesta decidir si es más llamativa por dentro o por fuera. El interior también era espectacular y no se quedaba para nada ensombrecido por la visión de fachada con sus grandes muros con arbotantes. Al interior las naves estaba cubiertas por bóvedas nervadas, algunas de estrella y las vidrieras supongo que aunque reconstruidas, dotaban al conjunto de luz natural colorida. En el interior estaba prohibido hacer fotos, aunque claro como en todas partes eso a la gente le da un poco igual y pasan de hacer caso a las prohibiciones sin darse cuenta de que existen por un motivo que suele ser la conservación de la obra de arte.
Llegamos justo a tiempo porque en media hora se celebraba misa y entonces no se podía visitar la iglesia, afortunadamente pudimos recorrer sus naves que estaban siendo preparadas con bancos adicionales y en las que ya se podía ver a los fieles entrando.
Lo más impresionante es que en algún momento de la historia los dirigentes o artistas no hubiesen decidido tapar la cabecera de la iglesia con el típico retablo barroco, lo que es relativamente común en la mayor parte de este tipo de obras monumentales en España. Sin embargo, este debe de ser uno de los pocos casos en los que respetaron la cabecera medieval original por lo que era un gusto pasearse por el deambulatorio de la girola asomándose a las capillas radiales que tenían también pequeñas obras de arte.
A unos pocos metros de la iglesia de Santa María de la Asunción se encontraba el faro-castillo, cuya construcción es básicamente de hormigón y muy bonito por fuera no es, aunque su atractivo debe de ser el poder encaramarse a su piso superior con la esperanza de tener todavía una panorámica mejor de la cuidad. Por desgracia eso no está permitido asique hay que conformarse con entrar en una planta intermedia que tienen destinada a sala de exposiciones.
A mi hermana y a mí nos gustan mucho esas cosas por lo que estuvimos un tiempo deambulando por la pequeña sala que tenía acuarelas y óleos de tipo abstracto impresionante y cuyo autor no aparecía en las cartelas asique nos quedamos con la duda de saber quién era el artista que había llevado a cabo esos lienzos que nos encantaron. Esta sala tiene acceso a unos baños, dato importante porque son totalmente gratuitos y siempre es útil saber dónde se puede ir a un baño público cuando se está haciendo algo de turismo.
Al bajar volvimos a desembocar en la plaza del ayuntamiento que se había llenado de gente de forma más que considerable. Pretendíamos tomarnos algo de aperitivo en el bar Alfredo´s que se lo habían recomendado a mi madre pero era una opción imposible ya que las mesas de la terraza (que había apenas cinco o seis) estaban llenas, pero no sólo eso sino que la gente empezaba a pedir las cosas en la barra y sentarse en las escaleras que rodeaban la plaza por la zona del bar, y la cosa fue a peor cuanto más tiempo pasó porque invadieron la calle.
Los camareros servían a personas sentadas en los portales, y en las escaleras a más de 50 metros del local. Lo que me quedó claro es que debía de ser un sitio que mereciese la pena para tener tanto aforo pero por desgracia me quedé con las ganas de probar las típicas rabas de calamar de Cantabria en el Alfredo´s, aunque desde luego al final nos las tomamos pero en otro sitios, en un local del casco antiguo a eso de las 15:30 de la tarde, y debía de ser el único lugar en el que quedaban rabas porque a esas horas y con el buen tiempo que había hecho los lugareños había acabado con las existencias de esta tapa tan tradicional y típica en el resto de bares de la plaza y toda la calle principal del casco viejo (y eran muchos).
Al final nos tomamos una cerveza en otro bar de la plaza y fuimos a la zona del puerto, donde vimos el puente romano que se yergue encima de un pequeño círculo abierto al mar en el que rompen las olas. Y desde ahí nos dirigimos al paseo marítimo en el que llegamos hasta el final y pasamos unos minutos contemplando el mar abierto y el paisaje de la ciudad desde la perspectiva contraria a la que teníamos hasta este momento.
Empezó a nublarse un poco y la gente además fue yéndose a sus casas a comer supongo asique nosotros hicimos lo propio pensando que la cantidad de personas en los restaurantes y bares habría disminuido, pero no, había aumentado considerablemente y era imposible encontrar un sitio para cinco. Mientras continuábamos nuestro periplo en busca de un lugar para comer pudimos ver zonas muy interesantes y bonitas de la ciudad como la emblemática Casa de los Chelines que es conocida como el edificio más representativo de Castro Urdiales. La casa está muy cerca del ayuntamiento y no solo es reconocida por su valor estético sino que ha sido nombrada Bien de Interés Cultural por la UNESCO.
Mientras buscábamos un sitio con rabas, fuimos probando en algunos bares varios tipos de anchoas que son muy típicas de esta zona y aunque a mi nunca ha sido un alimento que me llamase la atención tengo que decir que por dar ejemplo a mi hermano las probé y aunque no me encantan estaban buenas y se notaba la diferencia con las que venden en la capital y sobre todo con las que ponen en la pizza.
Mis padres son unos grandes apasionados de las anchoas asique además aprovechamos la búsqueda de bar al que le quedase una tapa de rabas, para ir buscando también la tienda de anchoas Lolin que son como las más conocidas, las que tienen la fama de ser las mejores. Al final encontramos la tienda pero por desgracia como era domingo estaba completamente cerrada desde el sábado al mediodía por lo que a la vuelta de Castro Urdiales nos tuvimos que conformar con comprar un par de latas de otra marca (también buena) en el supermercado de Limpias antes de ir a cenar.
Es cierto que la calle del casco viejo como zona de encuentro es increíble, está llena de bares, en eso me recordó mucho a San Sebastián. Lo típico allí es ir de bar en bar pidiéndote cada vez una bebida y una tapa a la hora del aperitivo e ir probando con tus amigos, claro que al final si no estás acostumbrado acabas sin hambre para la comida y bastante ebrio. Como yo fui con mi familia no fuimos en ese plan, sino más bien a base de cocacola y un par de tapas pero para comer, aunque me reservo la zona para volver porque me encantó.
Lo último que hicimos fue caminar hasta el final del paseo marítimo pero de la zona de la orilla, hasta llegar a la Playa de Brazomar que tiene un curioso solárium artificial en el que incluso a fechas tan tempranas como marzo, vimos a dos valientes (seguramente originarios de Cantabria) arriesgarse con unos neoprenos y darse un baño en el mar. También era común ver a la gente pescando, pero nosotros solo bajamos un ratito a la arena antes de darnos un paseo de regreso hasta el parking.
En definitiva, para mi Castro Urdiales fue lo mejor y más bonito de toda la escapada familiar a Cantabria. Estuvimos allí hasta las seis de la tarde y se me hizo cortísimo. De hecho, recomiendo visitar esta ciudad incluso por encima de Santander a pesar de ser la capital.
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