Tenerife en Murcia (V)
Al salir del baño me dirigí al control y seguidamente hacia la puerta de embarque. Aun no se había anunciado qué puerta era, así que me entretuve en el Duty Free (más bien en las muestras gratuitas de chocolatinas, no lo pude evitar). Al salir del recinto libre de tasas con una bolsa de "Piedras del Teide. Chocolates y almendras", me encaminé hacia los asientos más cercanos a la puerta número 18 -la mía-. Me despojé de bolsa, ordenador y chaqueta. Como llevaba tal carga, decidí sentarme en el asiento de la esquina del banco para dejar mis cosas en la mesita de al lado. Saqué el libro para entretenerme con la lectura hasta que dieran el aviso para embarcar por megafonía. Al terminar la cuarta página y mientras pasaba a la siguiente hoja arrastrando mi dedo índice sobre la 231, alcé la vista al frente. El chico que allí estaba sentado antes de que yo llegara se sobresaltó ante la intrusión de mis ojos en su campo de visión. En el preciso instante en el que nuestras miradas se encontraron, su cara se encendió de calor y giró su rostro simulando observar cualquier otra cosa. Yo me reí para mis adentros, aunque alguna carcajada creo que se me escapó en voz alta por más que yo quisiera controlarla. Volví a mirar su imagen ruborizada y ya no me miraba. Unos minutos más tarde alertaron que los pasajeros del vuelo 3277 podían comenzar a embarcar. Todo el mundo se levantó, pero como los asientos estaban numerados y yo me situaba al final, decidí permanecer en mi sitio hasta que la cola se descongestionara un poco. Para mi sorpresa, el chico de enfrente tampoco se levantó, éramos los únicos que no nos habíamos movido hacia la puerta de embarque. En ese momento el juego de miradas se desató, aunque ninguna de los dos era capaz de mantenerla más de unos pocos segundos. Me parecía extranjero, como una mezcla de italiano por su forma de vestir y árabe o marroquí por los rasgos faciales. De pronto se levantó y yo cerré los ojos implorando que se dirigiera a mí, pero pasó de largo y fue a situarse en la fila. Yo me levanté al cabo de unos minutos, ya no había tanta gente y de paso no perdía de vista al muchacho.
Una vez en el avión, mientras esperaba a que los que me precedían encontraran su asiento, localicé con la mirada al apuesto joven. Él no me vio hasta que el chico que iba delante de mí le hizo levantarse de su butaca de pasillo para sentarse en la de ventanilla. Quedaba un hueco libre entre ambos y, al verme de pie enfrente suya me sonrió ampliamente y me dijo "¿no me digas que te ha tocado al lado mío?". Resultó que era canario y que su dulce acento me derritió al instante, pero devolviéndole la misma dilatada sonrisa le respondí "No, lo siento, última fila" y me perdí entre las gentes del final dejándole parado y sintiendo cómo su mirada seguía clavada a mi espalda.
Durante el vuelo, acomodada en el asiento 30E ví cómo se levantó para guardar su chaqueta en el compartimento superior. Me dedicó una sonrisa desde lo lejos e indicó con su verdes ojazos que el lugar de su fila seguía libre. Yo sonreí divertida y gesticulé con las manos algo parecido a "estás loco".
Después de la primera hora de vuelo y de aguantar la chapa que me estaba dando el murciano que llevaba sentado a mi derecha, decidí escaquearme y dirigirme a las filas del centro. Cuando me situé al lado del chico de chaqueta azul y blanca, pasé un brazo por su espalda y tamborileé su hombro derecho. El guaperas se giró directamente hacia la izquierda con media sonrisa ya puesta, y al descubrirme a su lado estalló "¡Hombre! ¡Ya era hora!". Estuvimos hablando durante todo lo que quedaba de vuelo. Se llamaba Javier y era herrero de caballos. Con la confianza natural de años de amistad sacó su móvil y me enseñó las fotografías de sus caballos, sus perritas, su oveja -fruto de un trueque laboral-, de su familia y los amigos. Javier conservaba muchos aspectos de ingenuidad de la niñez e irradiaba todo fogosidad natural de la adolescencia. Apenas tenía veinte añitos, aunque su físico no lo reflejara, pero a mí me encandiló. Nos reímos mucho en muy poco tiempo.
La señal luminosa de abrocharse el cinturón se encendió, lo cual indicaba que íbamos a aterrizar, así que nos despedimos y regresé a mi asiento. No podía dejar de sonreír y parpadear con más frecuencia de la habitual. Cuando todo el mundo abandonó el avión por la puerta delantera (la única que se había abierto), llegó mi turno de salir. Mientras recorría el pasillo desde el final, me encontré a media altura al canario esperando para que continuáramos juntos. Con buen agrado le acogí a mi lado y atravesamos todo el aeropuerto bien arrimaditos. En el último tramo, cuando ya visualizábamos la puerta automática que comunicaba con el otro lado -aquel que te devuelve a la realidad después de un viaje, donde la mayoría de veces te esperan tus familiares-, antes de llegar allí, decidí tirarme a la piscina con o sin agua. Le pregunté sino tenía pensado despedirse de mí con un beso y su media sonrisa pilla se acercó a mí con vehemencia. Me protegió entre sus brazos durante el instante que duró nuestro beso. Como dos amantes que se reencuentran o dos adolescentes que se achuchan por primera vez, cerramos los ojos para retener en nuestra memoria ese recuerdo por siempre.
Al despegarnos continuamos unos pasos en silencio y cuando ya sólo quedaban unos pocos metros hasta la puerta corredera, él me pidió el número de móvil. Te llamaré me prometió y le despedí con otro espontáneo beso antes de cruzar a la realidad y saber que nunca más lo volvería a ver.
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Comentarios (3 comentarios)
Gabrii Marcháis hace 11 años
QUE ME DICES!!!!!!!!!!!!!!!! JAJJAJ, QUE FUERTEEE!!!!!! =)
Vir SN hace 11 años
pues todavía no he acabado... ^_^
Gabrii Marcháis hace 10 años
en serio nena, escribe un libro que yo te lo compro jajjajaj!!