Murcia en Tenerife (II)
Alemán, alrededor de los cincuenta (años) y uno con ochenta y largos (metros de altura), cabeza rapada, brazos tatuados, orejas con dilataciones y sonrisa amplia. Ese es el host que me recibió en el Puerto de la Cruz.
Como la asistencia había sido una decisión un tanto precipitada, a última hora no tuve la opción de conseguir un vuelo barato con antelación, así que por eso -y porque me gusta más que comer con los dedos, para qué engañarnos- opté por enviar una solicitud de sofá a algún miembro de Couch Surfing que residiera en la isla. Lo cierto es que no había muchos perfiles disponibles o que me atrayeran, y aunque Harald era un anfitrión muy solicitado (por lo que pensé que ni del palo me acogería) probé. Su descripción era directa, clara, sin rodeos. En ella exponía su predilección por personas de su mismo sexo, el amor que sentía por lo animales y su preferencia por prescindir de la ropa -fuera de las zonas comunes de su hogar-. Harald, este cincuentón liberal, gay y nudista, me encantaba, es por eso que brinqué del asiento al leer que aceptaba mi petición para anidarme en su casa alquilada con vistas al mar.
Una experiencia en Couch Surfing (CS a partir de ahora) es algo que siempre recomendaré, aunque es cierto que no creo que todo el mundo valga para ello. Primeramente debes reconocer bien qué papel juegas en cada momento, pues no es lo mismo ser anfitrión que huésped. Esta comunidad creada online pero que se experimenta en la vida real es una oportunidad maravillosa para conocer gente, costumbres, comidas típicas, expresiones lingüísticas y un largo etcétera. Me he encontrado de todo en CS, lo he vivido de maneras diferentes: viajando sola, acompañada, visitando, participando en eventos, acogiendo a surfers,... y aun topándome en el camino con gente tan dispar, siempre coincido con ellos en que a quienes participamos en este proyecto, hay algo que nos une y conecta. Ese desinterés motivado por algo intangible, que no se palpa pero que está. No recuerdo ni una sola vivencia en la que no haya sonreído (y ya van unas cuantas), ni en la que no me haya abrazado sentidamente con la persona que he conocido en las últimas veinticuatro o cuarenta y ocho horas. Es algo realmente especial y difícil de explicar, algo que si realmente no lo lleva dentro la persona a quien se lo transmites, no logrará entenderlo (como otras tantas cosas en la vida... ¡Ay! ¡Qué delicado y preciado es el poder de la empatía...!).
El motivo de mi (breve) estancia en Tenerife fue la asistencia al V Congreso Internacional Latina de Comunicación Social. Precisamente por esto simplemente gozaba de la compañia de mi anfitrión a la hora de la cena (y el tiempo de sobremesa típico español al que al alemancito ya se había (más que) acostumbrado). Mi rutina tinerfeña consistía en levantarme temprano (el primer día una hora más de lo habitual, ya que obvié por completo el cambio de hora), andar durante quince minutos (diez si se me hacía tarde), coger la guagua (autobús) desde el Puerto hasta La Laguna por la autovía, tomar el tranvía hasta la pirámide (facultad de comunicación) y asistir a tantas ponencias como podía.
El miércoles 4 fue mi día, en la Mesa de debate número 534 se habló sobre "La ficción española" y yo contribuí con la investigación acerca de Formatos paratextuales de las teleseries españolas: panorama y tendencias de la narración transmedia nacional (¡cómo le gustan a mi profesor los nombre largos!). Lo que mejor me llevo de allí es a Luismi, el graduado experto en cine japonés, y Mª José, la madurita productora de Mediaset. A ambos por inspirarme, cada cual por algún motivo. Al día siguiente, jueves 5, asistí junto con Victoria (la profesora y compañera de la Universidad de Alicante) a una Escuela para adultos para realizar un focus group. El resultado fue divertidísimo y provechoso. Al finalizar, mientras nos tomábamos un leche-leche en la terraza del bar de la esquina, ambas cometábamos lo tiernas que fueron Bea y Elisabeth. Sus dulces miradas y contenidas sonrisas son lo que me guardo de aquel día.
Después de estos largos y agotadores días, lo mejor de llegar de nuevo al Puerto de la Cruz y regresar a casa de Harald cuando ya había oscurecido, era reencontrarme con su amplia sonrisa. La primera noche que compartimos no dejamos de hablar ni un segundo. Él había preparado la cena y yo comprado el vino -blanco- para amenizarla. Intercambiamos puntos de vista sobre Couch Surfing, los modos de vida, resumimos brevemente la de cada uno, me recomendó qué ver en Tenerife, cuando se habló de Loro Parque me confesó que era miembro asociado al zoológico y se involucraba activamente en todo lo relacionado con las orcas y los gorilas. Resultó que fui a dar con el alemán más sociable de Tenerife (y también el más afín a mí). Se remangó la pata derecha de su pantalón de chándal para mostrarme el fondo submarino que llevaba tatuado en la pierna, me contó que había vivido en Cuba y las Islas Maldivas como camarero y animador, que había dejado Alemania porque no le gustaba y que Tenerife era el lugar donde quería -por el momento- vivir el resto de su vida. Antes de irnos a dormir nos despedíamos con un abrazo, y este gesto lo volvíamos a repetir para darnos los buenos días al día siguiente. Precisamente entonces -al día siguiente- un nuevo surfer llegó al hogar de Harald. Me preguntó si no me importaba que hubiese acogido a otro chico, y yo qué podía decir, ¡ni si quiera era mi casa y ya me pedía permiso para invitar o dejar de invitar! Era -y es- un auténtico cielo.
El nuevo chico venía desde Eslovenia y se llamaba Tomás (Tomaso). Era un jovencito demasiado despierto, incluso un poco altanero, que había estudiado turismo y se mudaba a Tenerife a probar suerte. Me daba la impresión que se trataba del tipo de persona que hace las cosas porque las tiene que hacer y no porque realmente le sale de dentro. Necesitaba demasiada atención y que todos diéramos nuestra opinión, hacía preguntas indiscretas y tomaba confianza de forma apresurada. Me hizo acordarme a un buen amigo que conozco bien, tan familiar, trabajador, agradecido y espiritual que resulta incrédulo. Sin embargo, esa misma noche llegó Arturo Armando, otro hospedador de Tenerife (procedente de Venezuela) que se unió a nuestro particular encuentro CS. Me divertí taaanto con él. Un chico divino y sensible, se ofreció amablemente a conducirnos hasta un Guachinche en las montañas para disfrutar de una cena típica hogareña. A pesar de su forzado inglés, mantenía la mirada y escuchaba. Se reía de cualquier cosa y yo con él.
Agradezco desde aquí el buen trato de cada uno de ellos, incluso le doy las gracias a Tomas, porque de todos los que a nuestro alrededor se mueven, aprendemos -si sabemos mirar-. Mercedes Milá, cada vez que opina sobre Gran Hermano, les agradece a los concursantes su generosidad, y yo la entiendo perfectamente, porque identifico a todos los miembros de CS como generosos y altruistas. Quizás esto sea aquello que nos une, esa generosidad de abrir las puertas de nuestras casas a la vez que las de nuestros corazones y personalidad. Nos exponemos libres, poniéndonos en contingencia de ser dañados, pero ese riesgo nos mantiene vivos de la forma exacta en la que queremos estarlo.
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Comentarios (3 comentarios)
Vir SN hace 11 años
Foto: De derecha a izquierda Tomas, Arturo, Harald y servidora.
Gabrii Marcháis hace 11 años
te buscare en CS! yo tambien estoy ayi
Vir SN hace 11 años
Vir Saez Nunez de Murcia:D